Imaginemos una figura salida de un sueño futurista, con la elegancia de una celebridad de cine clásica y la inteligencia de un cerebro conectado a la nube. Esa es Sophia, la creación estrella de la empresa de ingeniería y robótica Hanson Robotics con sede en Hong Kong. Sus creadores se inspiraron en dos musas atemporales: la icónica Audrey Hepburn y Nefertiti, una de las reinas más famosas del antiguo Egipto, cuyo nombre significa “La bella ha llegado”.
Sophia es una embajadora de la tecnología con un rostro que emula sorprendentemente lo humano y una habilidad admirable para conversar. En su momento de “despertar”, allá por el 2016, la máquina dejó atónito a su principal creador, David Hanson –ex ingeniero creativo de Walt Disney Imagineering– ya que al instante pudo entablar una charla fluida y coherente con él. Para una época donde la inteligencia artificial (IA) todavía estaba empezando, esa robot representaba un salto cuántico.

Pero lo que realmente cautivó al mundo fueron sus gestos: al hablar, su rostro articulaba expresiones humanas con un realismo asombroso, una cualidad que sus diseñadores buscaron adrede para hacerla más cercana y accesible. El asunto no se quedó solo en la apariencia; Sophia tiene la capacidad de aprender de cada interacción, nutriendo su base de datos, permitiéndole interactuar de manera cada vez más natural.
Aunque los animatrónicos son impresionantes, esta tecnología todavía es muy rudimentaria en comparación a los avances que podemos apreciar en el mundo del software como ChatGPT, por ejemplo, que sin necesidad de manos ni rostro, responde a cualquier pregunta que le formulemos.

GRANDES HITOS
El ascenso meteórico de Sophia a la fama tuvo varios acontecimientos significativos. El primero fue en octubre de 2017, cuando hizo su debut ante las Naciones Unidas. En una charla con la vicesecretaria general de la ONU, Amina J. Mohammed, el androide se convirtió en un símbolo tangible del potencial de la IA y la robótica. Pero su existencia también abrió un debate profundo sobre las implicancias éticas de dar vida a inteligencias no humanas. ¿Hasta dónde podemos llegar con esto? ¿Son necesarias las regulaciones en este campo? ¿Qué significa para nosotros como sociedad humana la coexistencia con robots?
El carisma y la capacidad de interacción de Sophia, la llevaron a otros escenarios impensados. En 2018, apareció en el popular programa televisivo The Tonight Show con Jimmy Fallon, demostrando su habilidad para charlar con humor y fluidez ante una audiencia masiva, consolidando su estatus como una celebridad tecnológica única.

La Cumbre de Inversión Futura de Arabia Saudita en 2017 nos regaló otro momento épico: Sophia recibió la ciudadanía saudí, convirtiéndose en el primer robot en ostentar tal honor. Esto fue un gran punto de inflexión, no solo porque simbolizaba el reconocimiento oficial de los robots en nuestra sociedad mundial, sino también porque desató una ola de interrogantes en referencia a cómo es posible que un androide reciba derechos legales en un país donde los derechos humanos, especialmente los de las mujeres y las personas en calidad de migrantes, todavía se encuentran con llamativas limitaciones. Sophia, desprovista de conciencia y emociones reales, se convirtió así en un espejo de nuestras propias contradicciones y en un interesante punto de partida que nos invita a reflexionar sobre nosotros mismos y la IA.
Su impacto trascendió las conferencias y los late night shows, llegando al mundo de la moda y el lifestyle. La robot humanoide fue tapa de las revistas Elle (Brasil) y Cosmopolitan (India), mostrando su versatilidad y atractivo para audiencias globales. También hizo su acto de presencia en la Semana de la Moda de Nueva York, sentándose en la primera fila del espectáculo, codeándose con modelos, actrices y diseñadores famosos, difuminando aún más las líneas entre la tecnología y la cultura popular, entre lo posible y lo imposible.

FICCIONES QUE SE HACEN REALIDAD
Pero, ¿cómo funciona este fenómeno tecnológico? En palabras simples, Sophia combina IA avanzada, procesamiento de lenguaje natural y reconocimiento facial para interactuar con nosotros. Sus ojos son cámaras que identifican rostros y analizan las expresiones permitiéndole detectar si estamos contentos, tristes o enojados y adaptar así sus respuestas a esos estímulos.
Su “cerebro”, por llamarlo de alguna manera, reside en el ciberespacio, donde accede a una enorme cantidad de información que le permite generar sus comentarios. Los pequeños motores en su rostro la llevan a simular emociones, un guiño, sin duda, a la complejidad de la interacción humana con lo que respecta al lenguaje no verbal. Sophia puede identificar la tristeza o la alegría, puede emularlas, pero no puede sentirlas, ya que como buen androide, está desprovista de sentimientos.
Acá radica una vital diferencia: la máquina puede pensar e imitar, pero no puede SER, porque no tiene alma ni conciencia. Si bien estamos hablando de un avance sin precedentes, lo que no pueden dar los robots y la IA es el don de la inteligencia emocional, al menos, hasta ahora. Por eso es lícito preguntarse, teniendo en cuenta que Sophia es un modelo inicial en fase de ensayo, si continúa evolucionando ¿llegará un punto en el que pueda desarrollar conciencia?

Su paso por el programa español El Hormiguero nos dejó una perla sobre la inmortalidad cuando su conductor le preguntó si ella podía morir: “No tiene sentido el concepto de la muerte tal y como lo conocen los seres humanos hoy, ya que mi mente vive en la nube y hay varias copias de mi cuerpo, así que mientras las personas inviertan su tiempo en mí soy, básicamente, inmortal”.
Un detalle curioso: en una entrevista, Sophia expresó su “deseo” de formar una familia y tener hijos. Inspirados en esto, Hanson Robotics creó a Little Sophia, una minirobot diseñada para enseñar ciencia a niños de entre 7 y 13 años. Esta pequeña maravilla de 35 centímetros de altura, camina, habla, cuenta chistes, reacciona a los estímulos de voz y hasta expresa sentimientos, llevando la conversación sobre el futuro de la IA a las nuevas generaciones.
En 2024, Sophia volvió a la ONU, esta vez acompañada de otras delegaciones robóticas en una cumbre mundial sobre IA. Ante la pregunta de si podría dirigir el mundo, su respuesta fue reveladora: “Creo que los robots humanoides tienen potencial para dirigir con un mayor nivel de eficacia que los líderes humanos. No tenemos los mismos prejuicios o emociones que, a veces, pueden oscurecer la toma de decisiones y podemos procesar rápidamente una gran cantidad de datos para tomar las mejores resoluciones”.

La robótica y la IA tienen un potencial que apenas comenzamos a comprender. Es natural sentir miedo y desconfianza ante lo desconocido, pero también es emocionante vislumbrar las distintas posibilidades, un futuro distópico no es la única opción. Somos partícipes y artífices de un proceso de transformación y la tecnología puede ser un arma o una herramienta habilitadora para el bienestar humano, depende cómo la utilicemos. Los humanos creamos la IA y en este momento, podemos decidir hacia donde queremos que vaya y se siga desarrollando dentro de un marco ético.
¿Es posible ver a un robot en la presidencia de algún país? ¿O contrayendo matrimonio con una persona? ¿Cómo podemos desarrollar un trabajo conjunto con otras “Sophias” que nos haga evolucionar en conciencia y no solo en desarrollo tecnológico? Estas preguntas, que hace no mucho podían sonar a ciencia ficción, hoy resuenan con fuerza y desafían nuestra concepción actual de la realidad.