Sylvie Delezenne, experta en marketing de Lille, fue la primera en denunciar a Christian Nègre, un alto funcionario del Ministerio de Cultura francés que sometía a mujeres que llevaba engañadas con la esperanza de una supuesta entrevista laboral.
Se trata del caso que en Francia lleva un proceso de casi siete años y que pone de relieve las acusaciones de abuso facilitado por drogas, conocido en el país como «sumisión química»
En 2015, Negre, responsable de recursos humanos del Ministerio de Cultura, la contactó a través de LinkedIn y la invitó a París para una entrevista.
“Trabajar en el Ministerio de Cultura era mi sueño”, declaró Delezenne, cuyo caso inspiró a otros víctimas a testimoniar.
Pero en lugar de encontrar trabajo, Delezenne, de 45 años, es ahora una de las más de 240 mujeres en el centro de una investigación criminal por presuntamente drogar a mujeres sin su conocimiento en un lugar que jamás imaginaron: una entrevista de trabajo.
Un juez de instrucción investiga las acusaciones de que, durante nueve años, decenas fueron entrevistadas y drogadas por Nègre. Este les ofrecía cafés o tés mezclados con un potente diurético ilegal, que sabía que les provocaría ganas de orinar.
Nègre solía sugerir continuar las entrevistas al aire libre, en largos paseos lejos de los baños, según cuentan las mujeres. Muchas recuerdan la necesidad de ir al baño y sentirse cada vez peor. Algunas, desesperadas, cuentan que orinaron en público o no llegaron a tiempo al baño, mojándose la ropa. Algunas sintieron una sensación de vergüenza y fracaso que ha impactado sus vidas, afirman.
“En ese momento, ni siquiera sabía que existía este tipo de ataque”, dijo Delezenne.
Las presuntas agresiones salieron a la luz en 2018, después de que un colega denunciara que Nègre supuestamente intentaba fotografiar sin su consentimiento a otra funcionaria, lo que llevó a la policía a abrir una investigación. Los agentes encontraron un documento titulado “Experimentos”, donde supuestamente había anotado las horas de las drogas y las reacciones de las mujeres.
Como el diurético empezaba a hacer efecto y el plan estaba bien ensayado,el funcionario elegiría una ruta que aislara a sus víctimas y las mantuviera alejadas de cafés y museos donde pudieran encontrar baños. «Después de un rato, las ganas se hicieron insoportables, así que le pedí un breve descanso», recuerda Karine.
El hombre la llevó hacia la orilla del Sena. «Sentía que se me hinchaba el estómago; estaba a punto de desmayarme. Bajo un puente, me bajé los pantalones y la ropa interior y oriné. Mientras tanto, él sostenía su abrigo delante y me observaba la cara». En la hoja de cálculo de Excel, se relata la «experiencia» que Karine vivió sin que ella lo supiera. Negre anotó: «Empieza a bajarse las medias y la ropa interior (negra). […] Se agacha y exhala un chorro muy fuerte y largo».
La joven explica que estuvo a punto de desmayarse.
En 2019, destituido del ministerio y de la función pública, Nègre fue sometido a investigación formal por varios cargos, relacionados con la agresión sexual. Su abogada, Vanessa Stein, dijo que no haría declaraciones mientras la investigación continuara. A la espera del juicio, Nègre ha podido seguir trabajando en el sector privado.
Louise Beriot, abogada de varias de las mujeres, declaró sobre las presuntas sumisiones químicas: «Con el pretexto de una fantasía sexual, se trata de poder y dominio sobre los cuerpos de las mujeres… mediante la humillación y el control».
El término «sumisión química» cobró relevancia el año pasado cuando Gisèle Pelicot renunció a su anonimato en el juicio de decenas de hombres que fueron declarados culpables de violarla después de que su exmarido la drogara hasta dejarla inconsciente.
Varias mujeres, testigos en esta la investigación contra Negre, se quejaron de que su caso estaba tardando demasiados años en llegar a juicio, lo que solo aumentaba su trauma. “Seis años después, seguimos esperando un juicio”, dijo una de las mujeres, conocida por el seudónimo Émilie. “Está tardando demasiado. El proceso judicial está trayendo más trauma que sanación. Eso no es lo que se supone que es la justicia”.
Delezenne tenía 35 años cuando la invitaron al prestigioso edificio del Ministerio de Cultura, cerca del Museo del Louvre de París, y Nègre la acompañó a una sala de reuniones. Por cortesía, dijo, aceptó un café. “En una entrevista, nunca diría que no”, dijo.
La máquina expendedora estaba en un pasillo concurrido, y Delezenne contó que pulsó el botón para tomar un café ligeramente azucarado. Nègre cogió su taza, se giró para saludar a un compañero, cruzó el pasillo y regresó para entregarle la bebida. Supuestamente, le sugirió salir a ver algunos monumentos, y añadió: “Hace un tiempo maravilloso; ¿seguimos caminando?”.
Delezenne contó que la llevaron por los jardines de las Tullerías respondiendo preguntas durante un buen rato, y que la entrevista duró varias horas. Se centró en su necesidad de trabajo, tras haber dejado su puesto anterior por motivos de salud y sabiendo que sus ahorros estaban disminuyendo.
“Pero sentía cada vez más ganas de orinar”, dijo. Me temblaban las manos, me palpitaba el corazón, me corrían gotas de sudor por la frente y me estaba poniendo colorada. Dije: «Voy a necesitar un descanso técnico». Pero él siguió caminando.
Finalmente, no pudo aguantar: “No me encontraba bien; pensé: ‘¿Qué puedo hacer?’”. Tuvo que agacharse al lado de un túnel que conducía a una pasarela sobre el Sena. Dijo: “Se acercó, se quitó la chaqueta y me dijo: ‘Te protegeré’. Me pareció extraño”.
Quedó devastada. “Pensé: ‘He arruinado mi entrevista’”. De camino a casa, tenía una sed anormal y bebió rápidamente litros de agua. “Tenía los pies tan hinchados que sangraban por el roce con los zapatos”.
En los meses y años siguientes, Delezenne se culpó a sí misma por haber “metido la pata”. Evitó ir a París y dejó de buscar trabajo. “Tenía pesadillas, arrebatos de ira. No busqué trabajo; me creía inútil”, dijo.
Cuatro años después, en 2019, la policía la contactó. Dijo que descubrió que sus datos habían sido ingresados en una hoja de cálculo, junto con fotografías de la parte inferior de sus piernas. Desde entonces le han diagnosticado trastorno de estrés postraumático. “El tiempo que está tardando en llegar a juicio me pesa”, dijo. “La ira no desaparece”.
Otra mujer contactada por la policía es Anaïs de Vos, quien tenía 28 años cuando solicitó un puesto como asistente de dirección en el Ministerio de Cultura en 2011. No suele tomar café. “Pero en una entrevista, cuando alguien te ofrece café, sobre todo el director, dices que sí”, dijo. Nègre se dirigió a un rincón de la sala de reuniones para prepararlo él mismo, añadió.
Él sugirió que salieran a caminar, pero de ella empezó a necesitar ir al baño y le pidió que regresara porque tenía frío. En cambio, dijo, cruzó la calle en dirección contraria, hacia la orilla del Sena.
Ella comentó: «Me miró a los ojos y me preguntó: ‘¿Necesitas orinar?’. Era como un adulto hablando con un niño. Me pareció extraño, así que respondí con bastante frialdad». Él señaló un almacén bajo un puente como lugar para orinar, pero ella se negó. «Tenía una luz de advertencia en la cabeza que me decía que algo andaba mal».
Nègre sugirió ir al Louvre. Pero el baño costaba 1 euro y Nègre le había dicho que dejara su bolso en el ministerio. No tenía dinero, y él dijo que no tenía para prestarle.
Finalmente, incapaz de soportarlo, entró en una cafetería. El baño estaba arriba, y en cuanto vio la puerta, empezó a mojarse la ropa, pero logró secarse. Más tarde, en el tren de regreso a casa, dijo que se había sentido “realmente enferma y como si estuviera a punto de desmayarse”.
No le sorprendió que la policía la contactara en 2019. “Siempre pensé que algo andaba mal”, dijo. “El sistema judicial ha tardado demasiado… Para nosotras, es como si nos estuvieran victimizando por segunda vez”.
Émilie, cuyo abogado le recomendó usar un seudónimo porque la investigación sigue en curso, tenía 29 años y estaba consolidada en el mundo artístico cuando empezó a buscar trabajo en 2017. Nègre la contactó por LinkedIn y la invitó a la oficina regional de cultura de Estrasburgo, donde trabajaba entonces. Le ofreció té y salió de la habitación para prepararlo él mismo, antes de continuar la entrevista con un paseo por el río y una visita a la catedral, que duró dos horas, según contó.
Comentó: “Quería ir al baño, pero me dijo: ‘Acá no hay baños. Sigamos adelante’. Caminaba muy, muy despacio, deteniéndose para hacer preguntas. Me sentía mareada; pensé que me iba a desmayar”. Regresó y él la acompañó directamente a un baño privado contiguo a su oficina. “Me sentí muy rara”, dijo.
Dos años después, se enteró de un reportaje en los medios sobre una investigación sobre una presunta administración de diuréticos por parte de una figura anónima del Ministerio de Cultura. “De repente, todo cobró sentido, pero fue un shock enorme”, dijo.







