Andrea Bocelli es un nombre que atraviesa territorios musicales diversos: desde el repertorio lírico hasta colaboraciones con figuras del pop y del rock, incluidos duetos con artistas jóvenes del mainstream que amplían su alcance. En el marco de la celebración por sus 30 años de trayectoria, esa línea -el cruce de lenguajes y la búsqueda de públicos amplios- definió el concierto que ofreció en el Hipódromo de San Isidro.

Lejos del formato de un recital lírico, la propuesta de Andrea Bocelli adoptó la lógica de un espectáculo masivo, con food trucks, gradas, pantallas monumentales y un dispositivo sonoro propio de los grandes shows al aire libre, una vía accesible para quienes se acercan por primera vez al repertorio clásico desde otras prácticas de escucha.

El concierto abrió con un video biográfico que reunió algunos de sus trabajos más reconocidos desde los años noventa, con imágenes de Tosca (2004), Carmen (2008) y Roméo et Juliette (2012). Ese montaje instaló el clima retrospectivo que atraviesa la propuesta: una combinación de repertorio lírico, invitados de distintos ámbitos y elementos visuales cercanos a la cultura pop.

A lo largo de toda la noche, Bocelli estuvo acompañado por la Orquesta Aeropuertos Argentina bajo la dirección de Carlo Bernini, por el Grupo Vocal de Difusión y por la soprano Mariam Battistelli, cuya presencia aportó agilidad, solidez técnica y un complemento vocal refinado del tenor.

Entre las arias y dúos interpretados se escucharon La donna è mobile (Rigoletto, Verdi), Viva il vino spumeggiante (Cavalleria rusticana, Mascagni), Je veux vivre (Roméo et Juliette, Gounod), O soave fanciulla (La Bohème, Puccini) y Libiamo ne’ lieti calici (La Traviata, Verdi).

En lo vocal, Bocelli trabajó con un criterio de administración ajustado al presente de su voz. En los pasajes que exigen mayor agilidad, el fraseo tendió a volverse más lento y menos flexible, pero compensó esas zonas cuidando los ataques, reservando el fiato para los finales expansivos y prolongando notas que generaron momentos de impacto celebrados por el público. Es una estrategia que se integra bien al tipo de espectáculo que propone.

Andrea Bocelli junto a la orquesta Aeropuertos Argentina 2000, bajo la batuta del maestro Carlo Bernini, en el Hipódromo San Isidro. Foto: Francisco Loureiro
Andrea Bocelli junto a la orquesta Aeropuertos Argentina 2000, bajo la batuta del maestro Carlo Bernini, en el Hipódromo San Isidro. Foto: Francisco Loureiro

Violín rockero y dueto virtual con Pavarotti

La segunda parte abrió con la violinista moldava Rusanda Panfili, cuya energía aportó un tono decididamente rockero. Su técnica y versatilidad le permitieron alternar pasajes veloces -escalas, arpegios y efectos pirotécnicos- con líneas melódicas amplias sin perder claridad estilística.

En este tramo se volvieron más evidentes los límites del sonido: la orquesta microfoneada, el viento del predio y la naturaleza del espacio abierto generaron un empaste que atenuó matices y dificultó distinguir planos sonoros, algo esperable cuando los instrumentos acústicos dependen de un sistema de amplificación.

Bocelli retomó el programa con Notte ’e piscatore, acompañado por imágenes de Luciano Pavarotti. El homenaje incluyó un dueto virtual que evocó su registro compartido en los años ’90 y recordó la línea que Pavarotti abrió al integrar colaboraciones con artistas de procedencias diversas, camino que Bocelli continúa desde su propia estética.

Andrea Bocelli y un paso de tango con Mariam Battistelli, una soprano que le sirvió de apoyo al tenor y le dio ligereza al espectáculo. Foto: Francisco LoureiroAndrea Bocelli y un paso de tango con Mariam Battistelli, una soprano que le sirvió de apoyo al tenor y le dio ligereza al espectáculo. Foto: Francisco Loureiro

 

Anunciada como la invitada pop El momento del tango llegó con el regreso de Panfili para interpretar un Libertango de Astor Piazzolla estilizado, acompañado por una coreografía acrobática de bailarines. Más adelante, Bocelli anunció que “lo iba a intentar” y ofreció Por una cabeza, en una versión donde el pulso característico del tango se desplazaba hacia un ritmo más cercano al pop, en coherencia con el clima general del espectáculo.de la noche, la estadounidense Pia Toscano interpretó All by Myself, popularizada en los ’90 por Céline Dion, con una voz amplia y segura.

El momento de Nicki Nicole

Nicki Nicole y Andrea Bocelli cantaron juntos la célebre "Vivo per lei". Foto: Francisco LoureiroNicki Nicole y Andrea Bocelli cantaron juntos la célebre “Vivo per lei”. Foto: Francisco Loureiro

Para continuar dentro de ese registro pop, Bocelli convocó a Nicki Nicole, una de las figuras argentinas de mayor proyección internacional. Su participación en Vivo per lei funcionó menos como un momento de refinamiento vocal que como un gesto de consagración propio del formato: un espacio simbólico donde una artista del pop comparte escena con una figura consagratoria como Bocelli.

La cantante se mostró muy emocionada y agradecida durante toda su intervención, con un gesto de sensibilidad constante, algo que el público acompañó con cercanía, más allá de los desafíos que el cruce presentó en términos técnicos.

La emoción de Nicki Nicole tras cantar con Andrea Bocelli

Después de Canto della Terra y el amague de despedida, el cierre reunió las piezas que el público espera como parte del ritual: Bésame mucho -con Toscano y los bailarines en escena-, Con te partirò y Nessun dorma. Esta última, celebrada como un gesto de virtuosismo, provocó una respuesta inmediata y entusiasta, coronando la noche con el clímax esperado.

La presentación de Andrea Bocelli en San Isidro reafirmó la amplitud de su figura y su capacidad para articular lo lírico con el espectáculo global. Aun con las limitaciones acústicas del espacio abierto, la propuesta sostuvo un equilibrio entre repertorio clásico, música popular y un despliegue visual que encontró una recepción fervorosa en una audiencia tan numerosa como diversa.