Organizado por la Pontificia Academia para la Vida y la Federación Internacional de Asociaciones de Médicos Católicos (Fiamc), el Congreso Internacional “Inteligencia Artificial y Medicina: el desafío de la dignidad humana” reunió a expertos de todo el mundo para reflexionar sobre el impacto de la tecnología en la práctica médica.

Durante tres días, del 10 al 12 de noviembre, médicos, abogados, bioeticistas, ingenieros y teólogos de diferentes países, entre ellos Bélgica, Estados Unidos, Croacia, Austria, Italia, Portugal, España, Francia, Alemania, India, Holanda, Suiza, Brasil y Argentina debatieron en la Ciudad del Vaticano sobre los dilemas éticos que plantea la automatización del cuidado de la salud. ¿Puede una máquina tomar decisiones clínicas? ¿Qué lugar ocupa la empatía en un entorno dominado por algoritmos?

Si bien la Inteligencia Artificial (IA) ofrece grandes oportunidades para mejorar la salud y prestar servicios sanitarios que contribuyan al bienestar humano, también plantea enormes riesgos de deshumanizar la relación médico-paciente. Es por ello que es fundamental que la Iglesia actúe como intermediaria entre esa tecnología emergente y la cultura.

Pese a los avances que tuvo en los últimos años, la IA no puede comprender elementos típicamente humanos, como la ética, la moral, la cultura, las emociones, el arte o la historia, ya que no pueden expresarse por fórmulas matemáticas.

Por lo tanto, corresponde a los humanos establecer las instrucciones necesarias para que las máquinas, al realizar sus tareas, respeten siempre los derechos fundamentales de todo hombre o mujer. Ello nos lleva a plantear alianzas con la sociedad civil, instituciones, organizaciones y gobiernos con una mirada hacia la innovación digital y el progreso tecnológico al servicio de la humanidad. La mirada debe ser desde la centralidad de la persona. En otras palabras, se trata de la humanización de la IA en la medicina.

Un ejemplos de eficiencia en la prestación del servicio de salud fue planteado por el representante de India, quien comentó el caso de la utilización de drones para facilitar el servicio de reparto de medicamentos en sectores poblacionales altamente colapsados en requerimientos de emergencia sanitaria.

En España, según el relato de sus representantes, la videovigilancia de pacientes en Unidades de Terapia Intensiva (UTI) permitió el monitoreo continuo, colaborando con el médico encargado.

En Bélgica se expuso el caso de neurotecnologías que importan interfases entre el cerebro y una computadora, implantes neuronales y ultrasonido focalizado de alta intensidad, que ayudan a mejorar la calidad de vida de los pacientes.

A lo largo del Congreso también se habló de los diagnósticos hechos con IA: pese al avance de los algoritmos predictivos, se dejó en claro que son sólo un soporte y de ninguna manera significan la sustitución del médico.

En el ámbito legal se trataron temas de responsabilidad en el uso de esta tecnología, centrándose en quién responde ante determinadas cuestiones jurídicas cuando es la IA la que diagnostica: ¿el peso cae en el médico, en el establecimiento, en el diseñador o en la propia Inteligencia Artificial?

Un tópico que fue muy debatido fue la relación de cuidado entre el médico y el paciente, y si ese contrato puede ser alterado por el uso de la Inteligencia Artificial. Ello se relaciona con otro punto que es el de los datos personales: si los mismos son utilizados por el profesional de la salud y pueden vulnerar el secreto que lo une a su paciente, no garantiza el anonimato.

Un algoritmo puede calcular el costo de una operación, pero de ninguna manera decidir la oportunidad o no de la misma, ya que sería peligroso, porque puede estar sesgado.

Hay elementos, como lo contextual, que no están en el algoritmo, sino en la decisión del médico. Para ello se necesita de una habilidad propia de la persona humana. No se puede utilizar la IA para tomar decisiones críticas, ya que esta de por medio la vida.

Contra la artificialización del humano

La IA debe estar centrada en el hombre para el bien común. La verdadera innovación no está en la máquina, sino en el propósito de poner la tecnología al servicio de la dignidad, equidad y compasión. La innovación no solo se mide en avances técnicos, sino en la capacidad de acercarnos a los más vulnerables.

Algunas decisiones profundas en la atención al paciente no pueden ser sustituidas por procedimientos numéricos optimizados ni robots autónomos, dado que implican gestos empáticos que requieren no considerar la efectividad ni la rentabilidad.

La medicina no es solo una ciencia, sino una forma humana de acompañar al paciente en su sufrimiento, incluso cuando la tecnología resulta inútil.

La IA debe estar subordinada al razonamiento clínico del médico. Si bien puede ayudar con el reconocimiento de patrones, la estratificación de riesgos y el apoyo a la toma de decisiones, la última palabra sobre el tratamiento del paciente y la responsabilidad que conlleva siempre debe recaer en el profesional sanitario y nunca delegarse en la tecnología.

Al utilizar la IA, el médico debe tener cuidado de no dejarse deslumbrar por los avances tecnológicos, lo que podría llegar a delegar, sin el suficiente criterio, el poder a la máquina.

Los médicos deben poder explicar cómo se generan las recomendaciones derivadas de la IA. Los algoritmos de caja negra que carecen de interpretabilidad pueden socavar la confianza y la responsabilidad clínica, provocando la perdida de habilidades y la delegación de responsabilidades.

Los sistemas de IA entrenados con datos incompletos o sesgados pueden perpetuar desigualdades, tanto en la atención médica como en otros aspectos de la vida. Los profesionales clínicos deben estar atentos para reconocer estos riegos y abogar por un desarrollo inclusivo, de allí la necesaria concientización sobre la equidad, con algoritmos transparentes e interpretables

El congreso no ofreció respuestas definitivas, pero sí abrió un espacio de diálogo urgente. En un mundo donde los algoritmos ya diagnostican enfermedades y predicen tratamientos, el Vaticano propone una brújula moral: que la tecnología nunca eclipse la humanidad.