Ningún asalariado llega a fin de mes. Ningún grupo familiar de dos sueldos y cuatro integrantes, cubre alquiler, alimentos, transporte, servicios, vestimenta y salud sin endeudarse. Cada uno elaboró estrategias ruinosas para sobrevivir, a través de los canales de crédito que aún permanecen a su disposición.
Se hipotecan en la desigual pelea por la diaria y saben que la ruinosa “bicicleta financiera” de los pobres (la que pedalea las deudas), les alcanza un plato de comida en el presente, pero les roba un cacho muy importante del futuro.
Una porción del sueldo quedará en manos de 12, 24 o 36 cuotas. Técnicamente, se denominan “estrategias de manutención”, pero se trata de “manotazos de ahogado” que atan con alambre a la economía familiar.
Créditos personales, tarjetas de crédito y un porcentaje menor, utilizando ahorros para sostener la falta de ingresos dignos: no es una planificación de la vida, es un dispositivo de emergencia ante catástrofes.
Los datos fríos, los que son importantes por lo que muestran, pero mucho más significativos por lo que ocultan, dice que uno de cada cuatro hogares pidió préstamos en el primer semestre de 2025 y casi el 51% compra en cuotas o pide fiado, frente al 22% que lo hacía en 2003, a la salida de la crisis 2001.
El porcentaje de familias que pidió préstamos a bancos o financieras, subió del 3,4% al 14,2% en el mismo período. Actualmente, roza el 60%, el uso de tarjetas para seguir siendo parte del sistema.
El porcentaje que tuvo que recurrir a la usura institucional o barrial, para la satisfacción de sus necesidades más primarias, es pobre, aunque no lo perciba. ¿Cómo sería su vida sin tarjeta de crédito, sin acceso a un adelanto de su sueldo desde su celular o sin la firma de un pagaré que sabe que no podrá devolver en tiempo y forma?
Cuatro de cada diez hogares debieron usar ahorros o vender pertenencias en 2025. Es el nivel más alto en los últimos 20 años. El rol de los planes sociales y subsidios económicos estatales de cualquier tipo, se triplicó: del 4,5% al 14,6%.
En 2003, sólo el 20% de los hogares recurría a los ahorros; hoy esa cifra llega al 37,4%. Uno de cada cuatro núcleos familiares, tomó préstamos y en los estratos más bajos, el endeudamiento alcanzó a uno de cada tres.
¿Quién suministró estos datos reveladores de un país quebrado? Para sorpresa de muchos, fue el INDEC. Marco Lavagna ordenó comparar los niveles de supervivencia de la era libertaria, casualmente con el que tenían los argentinos cuando su padre era ministro de Economía después de la Alianza.
Y aquellos números de hace 24 años, los de un país con 24% de desocupación y el 53% por debajo de la línea de pobreza, resulta que eran muchísimo menos tóxicos que los de Milei.
Si la financiación se convirtió en la columna vertebral del ingreso familiar hasta que se corte el crédito, los sectores medios y bajos no llegan a fin de mes, aunque tengan guita en el bolsillo. Subsistir pidiéndole limosna al banco, es otra cosa.
La guita con la que comen, la sacan de la columna del “debe”, no del “haber”; hay que devolverla con intereses, que son los verdugos del mes que viene en el asiento contable real.
Vivir con esa percepción de ficción que entrega “pan duro para hoy y hambre y deuda para mañana”, es exactamente igual que Caputo diciendo que la economía argentina está perfecta este año, sin contabilizar los 20 mil millones de dólares que el Fondo le prestó en abril, el swap del Tesoro de los Estados Unidos por la misma cantidad, cinco meses después y los dólares que Bessent invirtió comprando pesos para detener una corrida antes de las elecciones.
El Indec reveló que el endeudamiento de los hogares, tuvo un incremento muy importante durante desde diciembre de 2023; mientras el mismo organismo estatal registra una caída constante en el consumo. Entonces aparece otro fenómeno: se pide cada vez más crédito, pero se compra menos. Es para pagar deuda.
El Fondo Monetario de los sectores de menores ingresos, es el crédito informal. Los hogares de menores recursos son los que más dependen de préstamos no bancarios, sobre todo de familiares o amigos, mientras que los de ingresos altos se endeudan institucionalmente.
En las familias del estrato bajo, el 22,5% tomó préstamos de personas cercanas, frente al 8,3% del estrato alto.
Algunos de los que enfrentan una cámara para afirmar que llegan a fin de mes, gracias “al fruto del sudor de su frente, porque a ellos nadie les regaló nada”, generalmente son los mismos que dicen que todos los gobiernos fueron, son y serán iguales.
Sin embargo, entre 2003 y 2015, utilizaban el crédito para cambiar el auto, construir o reparar, comprar una moto, vacacionar en lugares soñados, cambiar el termotanque, pintar la casa o lograr acceder al aire acondicionado.
Hoy con el mismo mecanismo, compran comida y sin saberlo, son cada vez más frágiles ante una crisis futura. Porque mucho más temprano que tarde, se va a terminar el reparto de salvavidas de Trump y en ese momento, la tarjeta no girará más en descubierto y el banco declarará ante la Justicia que no te conoce, que no sabe quién sos…








