Vivimos en un mundo paranoico, y el relato esencial de nuestro estado de cosas es la teoría conspirativa. Hay demasiadas y de todas las especies, desde la que nombra a la sociedad secreta de los Illuminati como los amos secretos del Mundo, hasta la que sostiene que Brigitte Macron, la esposa de Emmanuel, presidente de Francia, en realidad es una persona transexual. Algunas de las teorías parecen razonables, otras estúpidas, la mayoría delirantes. Pero hay un puñado que suenan probables y dan mucho miedo, porque nada es más aterrador que cuando una locura se revela como real. Una de esas teorías conspirativas posibles, quizá hoy certera, es la Internet Muerta. ¿Qué dice? Que desde 2016 aproximadamente, Internet consiste sobre todo en actividad de bots y contenido generado automáticamente, manipulado por la curaduría del algoritmo, como parte de un esfuerzo coordinado e intencional para controlar a la población y minimizar la actividad personal. Es decir, que en internet casi no hay seres humanos. Durante varios años, la teoría era rebatida por datos: si, los bots eran como cucarachas en un bajomesada húmedo, pero todavía los humanos eran la mayoría. Además, la connotación negativa de la palabra “bots” puede llevar a un malentendido. Los bots son programas informáticos que imitan el comportamiento humano y existen desde el nacimiento de internet, de hecho la hacen posible: con bots funcionan los buscadores, por ejemplo, sin ellos no podríamos navegar ni encontrar nada. De la misma manera, los bots “malos” existen desde el principio, como los ladrones de datos o de contraseñas. Sucede que desde la aparición de la Inteligencia Artificial esos bots no solo son capaces de crear contenidos, sino también de imitar la fórmula para que su difusión sea masiva y viral. Cualquiera que pase tiempo en redes sociales se puede dar cuenta de cómo ocurren estas viralizaciones: de repente todos vemos lo mismo, el algoritmo se descontrola, se escapa de nuestra curaduría y nos ofrece la misma discusión, la misma indignación, la misma noticia. Y con la IA se amplifica el problema de que lo viralizado puede no ser real. Es casi imposible separar lo que es cierto de lo que es puro ruido, ninguno de nosotros es capaz de hacerlo, aunque crea que sí. Y esto por un motivo sencillo: la Internet Muerta de la conspiración se está haciendo realidad. Hoy, ya es mayor el porcentaje de bots que de personas en la red, se estima que el balance estaría en 51% vs 49%, pero puede ser más. Esa canción que todos escuchamos quizá no sea la que más gusta: es que se contrató a un ejército de bots para que se haga trend. El rapero Drake, hace unos años, acusó a una discográfica de pagar bots para hacer inmensamente popular una canción en la que su rival, Kendrick Lamar, lo insultaba. ¿Era cierto? ¿Los pagó en realidad Drake, para provocar la controversia? ¿La canción fue popular espontáneamente o, digamos, solo impulsada por la publicidad “normal”? Las redes sociales, los lugares donde solíamos comunicarnos, cambiaron drásticamente, y los usuarios lo notamos. Dejamos de publicar con frecuencia y por el solo impulso de compartir. Las usamos sobre todo para trabajar y promocionar. Es normal: a las redes ya no les importan las interacciones humanas: los algoritmos prefieren perfiles profesionales, mejor producción y publicidad. Así, no tiene sentido postear algo, porque lo verá muy poca gente: el algoritmo lo desecha, desprecia y oculta.
Sin embargo, seguimos escroleando. Horas y horas de pasar el dedo índice por la pantalla, y de leer comentarios e hilos. ¿Cómo nos mantiene enganchados? Hay múltiples métodos, pero uno es lo que se llama el “algoritmo de la rabia” y es muy eficiente en redes sociales. El algoritmo amplifica tres contenidos que causan emociones adictivas: el sexo, el miedo y la rabia. Así aumenta la participación de usuarios y, en consecuencia, se genera dinero. Un posteo que sea carnada para hacer enojar, el rage bait, tiene más likes y más comentarios, se comparte más. El bot aprende que eso gusta, crea contenido similar, lo normaliza, y la burbuja de negatividad y malhumor no se termina más. Internet es cada vez más un lugar donde la pasamos mal, donde nos amargamos. El algoritmo nos condiciona a ser más provocativos, picantes y agresivos, porque eso llama la atención. No es conspiración: es el puro mecanismo de las redes. Y así estamos, haciéndonos mala sangre y perdiendo el tiempo con robots en una zona muerta.
Uno pensaría que la mayoría de esa minoría de humanos en internet querría salir de la lógica de la pelea y la indignación sin fin. Pues no. Un ejemplo es el de la tiktoker Winta Zesu, una influencer de 22 años que produce videos sólo para hacer enojar. Uno de ellos tuvo 24 millones de likes, se sigue compartiendo en X, y los usuarios siguen creyendo que es verdad, como un fantasma que se niega a desaparecer. La actuación de Winta en el video es muy convincente. Pide un brunch. Se lo sirven y ella se queja porque el huevo no está ubicado sobre el salmón. Y arma un lío tremendo, maltrata a la moza –que está fuera de cámara– y se comporta como una total imbécil privilegiada y jodida. Un usuario de X lo posteó diciendo: “Nada da más miedo que esta generación TikTok” y empezó el espiral, primero de “no lo puedo creer” hasta “hay que encontrarla y cagarla a piñas”. Ella sólo hizo el video para tener más seguidores y lo consiguió: medio millón en cuestión de días.
Es por eso que internet se volvió un lugar tan rabioso, agresivo, violento, no sólo porque la gente esté “rota”. El algoritmo es el martillo, en todo caso. Nos vuelve más violentos porque tiene que ser alimentado, pide más, y la IA produce ese contenido. Puede crear discusiones. Todas esas rabietas que vemos, especialmente en comentarios, pueden ser solo robots hablando los unos con los otros, e incluso el contenido sobre el que comentan puede ser artificial. Jamie Cohen, profesor de cultural digital en Queens College y especialista en el tema, explica: “La rabia se volvió normal, entonces hay que ser cada vez más extremo. El crecimiento del contenido rabioso hace que cada vez sea más difícil para la gente chequear si el original es real. O, peor, como chequear es obligatorio para saber si lo que vemos es verdadero, la gente se desinteresa. Todos somos vulnerables ahora, porque no podemos prestar tanta atención. Internet ya no es un lugar seguro ni divertido. Y es triste”. Podemos pensar: siempre consumimos sexo, violencia y miedo, o acaso no son eso la prensa amarilla, la pornografía, el sensacionalismo. Claro que sí. La diferencia es de escala. No es lo mismo pasar un rato con esas emociones manufacturadas que tenerlas en la mano durante doce horas. No es lo mismo que esta dificultad de desconectarse, donde le gritamos a un espejo negro en el que ya no hay humanos. Así ocurre este presente. Es posible que el futuro de las redes sociales sea convertirse en cementerios luminosos, lápidas con insultos, bots que se insultan en el vacío.








