La foto es sencilla y áspera a la vez: se multiplicó el uso de crédito para vivir, no para invertir. Con salarios reales que no despegan y servicios que corren por arriba del IPC, el financiamiento pasó de ser un puente a transformarse en una necesidad permanente.
Según las lecturas del BCRA y EPH procesadas por el Instituto Argentina Grande (IAG), hoy conviven dos fenómenos que se retroalimentan: más personas con deuda bancaria y más hogares que declaran haber tenido que pedir plata —a entidades o a familiares— para directamente llegar a fin de mes.
La deuda promedio ronda los 3,7 millones de pesos y la mediana se ubica entre 750.000 y 1 millón, lo que implica que la mitad de los deudores deben montos que se encuentran en este intervalo o por debajo.
Para cancelarla harían falta cerca de tres salarios privados registrados netos (el más alto de la economía). Todo esto sucede mientras el monto real adeudado desde noviembre de 2023 creció alrededor del 69%, con salarios que no acompañaron (IAG en base a BCRA y SIPA).
Cuando miramos la situación de los deudores, que son cerca de 22 millones en total sumando empresas, hay por lo menos 15% en situación de 3 a 5. La situación 3 en la Central de Deudores del BCRA se refiere a un riesgo medio con atrasos de 90 a 180 días, mientras que la situación 5 indica un riesgo muy alto, con deudas consideradas irrecuperables y atrasos superiores a 180 días. En junio de 2023 eran menos de 11% de los deudores en esta situación.
Mapa social
El mapa social lo confirma por otra vía. En el primer trimestre de 2025, el 23,4% de los hogares declaró que tuvo que endeudarse para llegar a fin de mes (vía entidades financieras, familiares o ambas). Dentro de ese universo, el 12% recurrió específicamente a bancos o financieras sólo con ese fin, no para comprar un bien durable ni para invertir en un emprendimiento.
Es decir: no es “gestión del consumo”, es sustitución de ingresos que no llegan. Desde 2023 cambió además la composición: bajaron los hogares que sólo piden a conocidos, subieron los que acuden al sistema financiero y subieron fuerte los que combinan ambas estrategias. La señal es inequívoca: la deuda se corrió del margen al centro de la mesa familiar (IAG en base a microdatos EPH).
La anatomía por tramos del BCRA ayuda a entender de qué está hecha la madeja total. Si se mira la tabla de “cantidad de deudores por tramo” (personas humanas), predomina una masa de deudores con saldos que, aunque parecen “manejables” en términos nominales, se vuelven pesados al cruzarlos con ingresos que perdieron varios escalones de poder adquisitivo.
La mediana en 750.000–1.000.000 de pesos es consistente con ese patrón: muchos deudores relativamente “chicos”, pero con tasas de financiación que, en el régimen actual, superan con holgura la inflación anualizada y empujan el servicio de deuda por arriba de lo que el salario puede sostener.
Las tasas de interés reales vienen creciendo desde abril, debido al apretón monetario del gobierno, ubicándose la tasa de créditos personales y la de financiamiento de la tarjeta de crédito entre 82 y 87% nominal anual (según relevamiento del IAG en base al BCRA). Esto las sitúa 50 pp. sobre el 28,3% que resulta de anualizar el 2,1% de inflación de septiembre.
La mora
Con estos datos, no sorprende que el indicador de mora sobre los préstamos a las familias se haya ubicado en el 6,6%, alcanzado el máximo histórico de la serie que comienza en el 2008. Con este récord en por lo menos 17 años, se consolida un ciclo de 10 meses seguidos en ascenso. Por su lado, la cantidad de cheques rechazados por falta de fondos, se encuentra en cifras no vistas desde la pandemia, encontrándose sin fondos 71.708 cheques solamente en el mes de agosto. Esta cifra más que duplica los cheques rechazados por este motivo en agosto del 2023.
El contexto macro cierra el cuadro. La desaceleración del pass-through al mostrador —ese “desacople” entre dólar/mayorista en alza y precios minoristas que no replican uno a uno— no es gratis ni sostenible por arte de magia: se financia con márgenes comerciales más finitos y con ventas en baja.
Con demanda fría, subir a libro es vender menos; por eso el comercio amortigua y el hogar, para sostener consumo básico, estira la tarjeta o pide un préstamo. Resultado: menos precios “arriba”, más deuda “adentro”.
En paralelo, los servicios regulados (luz, gas, transporte) fueron los grandes ganadores desde noviembre de 2023 y explican buena parte de la sensación de asfixia del ingreso disponible: la boleta compite con la cuota de la deuda y ambas le ganan al resto del gasto. Así, con ponderadores actualizados, la inflación acumulada del período habría sido mayor (247% versus 233%), porque en el esquema actual.
El escenario
¿Qué pasa si después de las elecciones hay devaluación? Si el tipo de cambio oficial sube con un shock, el costo de reposición de bienes importados y de insumos pega primero en mayoristas y muy rápido en servicios dolarizados directos o indirectos.
Con un pass-through minorista contenido por demanda débil, el primer canal de ajuste no sería el precio en góndola sino el margen: más presión sobre comercios y PyMEs, más riesgo de cierres, más empleo en tensión.
Para los hogares, el shock llega por tres vías simultáneas: (1) transporte, que ya venía por arriba, y vuelve a moverse, combustibles y tarifas; (2) cuotas de deudas a tasa variable o refinanciaciones más caras; (3) pérdida de ingreso disponible al intentar recomponer stocks básicos preventivos.
El encadenamiento es conocido: si el salario no recupera post devaluación rápidamente -como pasó en diciembre del 23’- y la tasa no afloja, la deuda de corto plazo se vuelve estructural y el moroso “potencial” se multiplica. Es la antesala de una mora más alta, no porque los montos sean particularmente grandes, sino porque el flujo para pagarlos se achica.
¿Y si no hay devaluación pero siguen las tarifas? El deterioro llega igual, solo que por goteo. Con servicios liderando la nominalidad, la actualización periódica de boletas erosiona el ingreso disponible y obliga a recalibrar carritos: menos proteínas, menos bienes semidurables, más diferimiento médico, más tarjeta en el súper.
En esa dinámica, la “calma” cambiaria no es sinónimo de mejora social si la tasa y las tarifas siguen arriba: el hogar financia al Estado (vía tarifas) y al sistema (vía intereses) con la misma billetera. Cuando se agotan los atajos —refinanciar, patear, pedir a la familia— aparece el desenganche: moras al alza, consumo estancado y, por la vía empresarial, más cierres (IAG en base a INDEC, BCRA y SRT/SIPA).
El punto distributivo importa. La pirámide salarial más empinada, que se evidencia cuando se compara la evolución que viene teniendo el salario promedio y el salario mediano (SIPA), significa que la contención del “arriba” convive con un abajo que llega con lo justo.
Para los deciles altos, la deuda es gestión financiera y posibilidad de acceso a bienes durables; para la mayoría, es subsistencia. El indicador que lo resume mejor no es cuántos pesos se deben, sino cuántos salarios se necesitan para cancelarla: hoy son alrededor de tres sueldos privados registrados por persona endeudada, una referencia que, en contexto de empleo debilitado y mayores tasas, equivale a varios meses de ingreso disponible. Con esa carga, cualquier shock se magnifica (IAG en base a BCRA y SIPA).
Endeudarse no es “malo” per se; de hecho, el crédito sano ordena la vida económica. Lo problemático es endeudarse para vivir y, encima, a tasas reales positivas muy altas y en un contexto de suba de la morosidad (de créditos, de tarjetas de crédito). Entre tarifas que corren, salarios que no alcanzan y financiamiento caro, la macro le puso rueditas al presupuesto familiar, pero cuesta arriba.
Si después de las elecciones hay un salto cambiario, el riesgo es que ese carrito se dé vuelta: más deuda impagable, más ajuste por cantidades (ventas y empleo) y menos margen para amortiguar. Si no lo hay, el goteo igual erosiona.
En ambos escenarios, la solución no es “menos crédito”, sino un combo que baje tasas efectivas, ordene tarifas, proteja ingresos y libere oxígeno al consumo básico. De lo contrario, seguiremos financiando la supervivencia con una tarjeta que cada mes trae menos comida y más intereses.








