Soledad Deza

Si este texto fuera una crónica, probablemente las primeras palabras serían las mismas que abren el tráiler de la película: una chica de campera rosa con flores, rulos largos, voz atormentada, ante un tribunal: “Yo no parí ningún bebé”.

O quizás la escena inaugural sería, como en el film, la de una chica de 24 años, asustada, doblada de dolor, llegando con su mamá a la guardia del hospital Nicolás Avellaneda, un hospital tucumano. Y la del arrasamiento que sobrevino sobre ella poco después. Un diagnóstico de “abdomen agudo”. Una hemorragia repentina. Un nuevo diagnóstico: “un aborto espontáneo incompleto”. Un raspaje de útero. Una denuncia. Unas esposas. Una caja en la que supuestamente había un feto aparecido en un baño que le estaban endilgando. Una chica que no entendía qué sucedía. Que no sabía que estaba embarazada. Que entró a una institución de salud a pedir ayuda por un dolor de panza y salió en un patrullero.

O podría comenzar con la potencia de los grupos de mujeres pintando banderas en distintos puntos del país, atándose pañuelos verdes a las muñecas, levantando carteles en lo que fue la primera marcha nacional organizada por la Mesa Provincial para la Libertad de Belén: representantes de diferentes organizaciones progresistas, feministas y de derechos humanos que llevaban meses trabajando y manifestándose para hacer visible la causa y exigir la anulación de la condena. Y que el 12 de agosto de 2016 lograron extenderla por Argentina. Mujeres unidas al grito de: “Todas somos Belén”. Porque, es cierto: cualquier persona con útero podría serlo.

O cuando Soledad Deza, la abogada feminista que logró en cinco meses su libertad —con el mismo expediente que los tres defensores anteriores habían tenido durante dos años— le dijo a la joven en la cárcel que para poder sacarla su caso debía hacerse público y le eligió el seudónimo que resguarda su identidad hasta hoy, bautizando una causa histórica que parece ficción pero no es: “Belén”.

Pero no es crónica. Es diálogo. Uno en el que Soledad Deza, en medio del furor por la película que dirige y protagoniza Dolores Fonzi —en la que se pone en su piel— recuerda cómo se enteró de lo que le sucedió a Belén; cómo se movió para sacarla. Porque saberla presa, víctima de un sistema abúlico, apoltronado en una sociedad conservadora en la que la maternidad era —¿era?— mandato obligatorio, un sistema al que le bastaron una acusación de aborto, una hemorragia y un feto supuestamente encontrado a la misma hora que nadie vio, para encerrarla, no la dejaba dormir. Un diálogo en el que también recuerda cómo en veinte semanas puso el caso de Belén en escena, lo impulsó fronteras afuera y lo resolvió. Y cómo vive hoy que su historia, llevada al cine, sea la candidata argentina en la preselección de “Mejor film internacional” en los Oscar y en el rubro de “Mejor película iberoamericana” en los Goya.

Entonces empieza de otra manera.

Empieza con una Belén presa. Empequeñecida. Una Belén que lleva 24 meses privada de su libertad “preventivamente”. A la que hicieron creer que era culpable de algo que no terminaba de decodificar, pero a esas alturas se había convencido: tenía que ser culpable de algo porque eso le habían dicho hasta el hartazgo. Porque en la prensa hegemónica que construye discursos era “la matahijos”. Porque abortar en Tucumán, en el año 2014, era un asesinato. No importaba si ella sabía o no que estaba embarazada. Si había sido una decisión o un hecho fisiológico. La ignorancia patriarcal sobre el organismo de un cuerpo que gesta descansa, encuentra aval, en el poder del mandato férreo. En el poder del relato.

Empieza con una Belén encerrada y sometida que un día recibe una visita inesperada: una abogada feminista que le dice que ella no es culpable de nada. Que es víctima. Que confíe. Que la va a sacar. Y le da un libro: Jaque a la reina. Uno que la abogada había escrito junto a otras dos colegas —Alejandra Iriarte y Mariana Álvarez—, en el que recorren, con perspectiva de género, los laberintos que atraviesan las mujeres para abortar en Tucumán, los escollos y costos para acceder a la salud. Entre las historias está la de María Magdalena —otro nombre ficticio puesto por Soledad, su primer caso de este tipo—: una joven acusada y procesada por aborto que Deza había defendido. Un precedente de Belén.

Entonces, empieza con una mujer presa y derrumbada que un día recibe a otra que le dice que no es ella: es el patriarcado. Le da un libro. Le cuenta sus derechos. Y la empodera.

—[De ese primer encuentro] yo me acuerdo una campera rosa. Me acuerdo una Belén superculpabilizada, una Belén desolada, una persona arrasada en su subjetividad. A la vez desconfiada, con razón, por supuesto. Absolutamente descreída de ese momento en el que yo le decía: “Mirá, vos no deberías estar acá, vos sos una víctima. Esto funciona así, así, así“. Y le llevé el libro Jaque a la reina, tal y como está en la película. Charlamos mucho, mucho, mucho, nos abrazamos. Me acuerdo de que lloramos las dos, mucho. Producto de que éramos dos personas que pudiendo haber estado en la misma situación, una estaba en un lugar y la otra en el otro por razones tan accidentales como injustas. Ella tenía que preparar sus últimas palabras porque el último día de su juicio, que es cuando la imputada dice sus últimas palabras y el tribunal dicta el veredicto, iba a ser el martes siguiente [N. de la R.: tres días después de ese primer encuentro que fue un sábado]. Y fui el lunes, no me dejaron entrar, pero después la vi el día de la condena. En el interín traté de hablar con la defensora, como está ahí, en la película. La defensora llegó tarde…Y bueno, yo tomé ese día, el día de la condena, la representación de Belén. Y por qué te cuento esto, porque la vez siguiente que yo la fui a ver, después de que ella no solo escuchó de mí, sino que leyó en un libro que existía otra mujer que había pasado por lo mismo, yo ya la encontré parada de otra forma. Y me parece que eso también es parte de lo que podemos hacer cada uno, cada una desde nuestros lugares de poder mínimos: acercarle un derecho a otra persona. Por eso yo siempre enseño en la facultad que operadores del derecho no somos solamente los abogados y las abogadas. Por ahí dentro de los procesos, sí. Pero todas las personas que conocemos un derecho y se lo podemos acercar a alguien estamos operando, de alguna forma, mayor justicia.

—Fuiste a una escuela de monjas; creciste en Tucumán que, como tantas provincias del interior, suele tener una idiosincrasia de corte más conservador: ¿cómo te convertiste en abogada feminista?

—Yo fui a un colegio de monjas, efectivamente, desde jardín hasta quinto año. Primero me convertí en abogada. Trabajo desde los 19 años, hice toda mi carrera trabajando, y en 2008 decidí hacer una maestría de género. ¿Por qué? No sé muy bien, pero me decidí a hacer Derecho para las mujeres. Y después, en el año 2011, yo decido abortar y era ilegal. Yo ya tenía mi maestría, estaba dentro del feminismo, pero no sé si mi praxis era feminista. Y cuando aborté tuve que ir al circuito clandestino. Hasta que di con una médica amigable pasé muchísimo miedo. Temí, no solamente ir a la cárcel, temí por mi vida. Me acuerdo mucho de estar a la salida de un lugar al que había ido porque me habían pasado un papelito para que fuera, estar ahí llorando, me acompañaba mi marido. Y decir: “Qué va a ser de mi vida”. Creo que ahí junté un poco la teoría con la praxis. Y tomé conciencia, dije: “Si a mí, que tengo un montón de privilegios, me pasa esto, no quiero imaginar a las que no los tienen”. Y al año siguiente vino el caso de María Magdalena, y de ahí ya no paré de trabajar en cuestiones que hacen a la violencia contra las mujeres y a la criminalización de las mujeres, en defensa de mujeres criminalizadas.

Soledad Deza lleva más de una década dedicada a defender los derechos de mujeres criminalizadas y víctimas de violencia

—Entonces tu propia experiencia te marcó también en lo profesional.

—Y sí porque uno puede estudiar muchos temas y puede tener todos los fundamentos teóricos de la interseccionalidad, del feminismo, pero creo que, al menos en mi caso, no digo que todas las trayectorias sean iguales, esa experiencia encarnó las desigualdades estructurales, me las puso enfrente.

—El primer caso de este tipo en el que trabajaste, entonces, fue el de María Magdalena, que fue similar al de Belén pero en el que ella no estuvo presa, ¿es así?

—Exactamente. María Magdalena, con 26 años, llega también con un dolor de estómago, no sabía que estaba embarazada. Llega con su mamá y su esposo, una madrugada, a la maternidad Nuestra Señora de las Mercedes —que es la segunda en partos de América Latina, la más importante de Tucumán—. Ella ya tenía tres chiquitos. Le diagnostican un aborto pero la acusan de habérselo provocado. Ella dice que no sabía que estaba embarazada; la médica de guardia le dice que si se moría ni flores le iban a llevar a la tumba. La legran sin anestesia. Pero a diferencia de Belén, y me parece a mí que eso también hacen las defensas, María Magdalena estuvo tres años procesada pero no estuvo presa nunca y fue absuelta en el año 2015. Ese fue mi primer caso.

—¿Y vos te enteraste de ese caso y dijiste: “Voy”? ¿Cómo supiste de María Magdalena?

—Tanto con María Magdalena como con Belén fue lo mismo. Con María Magdalena me entero porque una de las psicólogas que la atendió me escribió un correo. Era 24 de enero, yo estaba de vacaciones en Brasil, y leo: “Mirá, no te conozco, pero vos una vez me diste una charla sobre secreto profesional y derecho de las pacientes. Pasó esto”. Por suerte el equipo de psicólogas de la maternidad de ese momento intervino de manera adecuada: sacó al personal policial que interrogaba a María Magdalena de la sala de partos, registró en la historia clínica la violencia institucional. Entonces yo llegué para defenderla. En el caso de Belén fue similar, pero en aquel momento no hubo la misma intervención del equipo de salud mental. Belén termina siendo apresada y a mí me llaman dos años después cuando una de las psicólogas tenía que declarar ya en el juicio. Me sumo porque también me contacta una psicóloga. Pero, para mostrar cómo el abordaje de mucha gente tiene que ser respetuoso de los derechos, vos fijate que en María Magdalena un grupo de psicólogas logra impedir el encarcelamiento. No sé qué hubiera pasado si ellas no intervenían de esa forma. En el caso de Belén ocurrió distinto, las psicólogas no hicieron la misma intervención y recién cuando las llaman a declarar en el juicio me llaman y me dicen: “Che, ¿cómo es?”, por el secreto profesional, “¿puedo declarar?”. Y después me dicen: “Ojo que esta chica está presa”. Yo ahí casi me muero.

—Y llevaba, en ese momento, dos años presa…

—Veinticuatro meses presa. Porque su juicio se hizo dos días antes de que venciera la preventiva. El encarcelamiento preventivo tiene un máximo de dos años. Entonces, su investigación duró un mes pero la tuvieron arrumbada ahí veintitrés meses, y le hicieron el juicio en 48 horas y la condenaron el tercer día.

—Realmente suena a ficción de terror: vas a un lugar donde se supone que te van a cuidar y te terminás yendo en un patrullero a la cárcel como si fueras una delincuente. Cómo pasa esto si en la primera página de su historia clínica, contaste un montón de veces, decía “aborto espontáneo incompleto”. ¿Cómo un profesional de la salud lee eso y decide llamar a la policía y acusarla por habérselo provocado? ¿Fue una cuestión ideológica? ¿Por dogma, por conservadurismo?

—A ver, yo creo que hay varias cuestiones. Por un lado hay una gran dosis de desinformación. Estos temas deberían estar dentro de la formación de grado de todo el personal de salud, independientemente de la disciplina a la que se dediquen —porque es la Medicina, pero es el Trabajo Social, es la Enfermería, es la Salud Mental—, todas deberían ofrecer una formación en eventos obstétricos y en atención, todas las disciplinas deberían incluir capacitación sobre los derechos de los pacientes. Medicina legal se suele pensar, dentro de las profesiones, no como un campo que ve cuáles son las obligaciones del personal de salud y cuáles son los derechos de las usuarias, sino en términos forenses: ven autopsias, lesionología y demás. Así, hay una fase del ejercicio de las profesiones, que es la que junta obligaciones del personal de salud y derechos de las usuarias, que no se ve. Entonces, la ignorancia por un lado. Y por otro, también los prejuicios que históricamente han desanudado los derechos de la atención de mujeres que abortan. Al contrario de lo que ocurre con alguien que va a atenderse por una apendicitis o alguien que llega con un cuadro clínico de un abdomen agudo o un cólico, que tiene claramente derechos, la persona que aborta es sospechada desde el inicio y se la trata como una delincuente. En esa unión de ignorancia y prejuicios hay también un sesgo de género que me parece a mí que se construye dentro de las disciplinas de la salud y del derecho, porque ahí hay una cosa unida que ha marginado las experiencias de las mujeres en ambos campos disciplinares: hay una mujer y se presume que por el hecho de tener útero sabe que está embarazada, sabe cuál es la edad gestacional, sabe cuáles son los síntomas compatibles con un aborto o con un parto de manera tal de poder evitarlo. Presumen que todas las mujeres tienen el mismo acceso a bienes y servicios de forma tal de poder contar con la ayuda que permita evitar estos eventos. La presunción de inocencia, que es una garantía constitucional, desaparece para el caso de las mujeres. ¿Por qué? Por esa ignorancia y por esos prejuicios.

Soledad supo del caso de Belén cuando una psicóloga que debía declarar en el juicio se contactó con ella. Para ese momento la joven llevaba dos años presa injustamente

—Lo que no termino de comprender es por qué, si ella fue a un hospital, los médicos vieron qué es lo que sucedió en su cuerpo, aún así la inculparon de algo que era evidente que no había ocurrido. De repente se arma toda una escena para incriminarla. Esto que contás que ella va a un baño cuando empieza con la hemorragia y después encuentran —o dicen que encuentran— en otro baño del lugar un feto, que vos concluís que se lo plantan, todo suena delirante. ¿Cómo fue eso?

—Ella entra al hospital cerca de las tres de la mañana. La atienden, queda internada en la guardia. Después de estar medicada por vía, a propósito del diagnóstico que le hace el jefe de la guardia, pide permiso para ir al baño. ¿Qué es lo que pasa? Vuelve del baño, tiene una hemorragia, la suben al quirófano y ahí le diagnostican aborto espontáneo incompleto sin complicaciones. Una hora más tarde aparece una policía que dice que encontraron un feto en el baño y los vinculan, por supuesto, porque coincidieron en el mismo tiempo y espacio, nunca hicieron un ADN. Cuando yo tomo la defensa de Belén estando ella ya condenada, tal y como está en la película, yo me voy al hospital un día sábado y me doy con que el hospital Avellaneda tiene ocho baños. Con ninguno daban los tiempos para haber ido y haber vuelto en los minutos que declaraban las enfermeras que Belén se había ausentado de la sala de guardia donde estaba internada. Entonces, ahí es donde yo empiezo a decir: “Le plantaron un feto”. Imaginate que acá casi se desmayan. Porque decir que le plantaron evidencia es algo asociado con el narcotráfico, con otros delitos. Ahora, cuando uno toma el expediente y se da cuenta de que no se acordonó la escena del crimen, no se había individualizado qué baño había sido el del hallazgo, no se había hecho ADN y luego yo encuentro que dice que quisieron hacer el ADN y el subdirector del hospital respondió: “El feto fue extraviado”, ahí es cuando digo: “No, esto viene de otra parte, están uniendo dos partes que no son tales”.

—¿Pero alguien lo vio? ¿efectivamente estaba o dijeron que había un feto?

—Lo que cuenta Belén es que entraron a la sala de parto cuando la estaban legrando y le mostraron una cajita. Eso se ve en la película: una cajita. Luego aparece una autopsia sobre un feto que en algunos lugares del expediente dice que tiene piel blanca, en otros morena. En algunos lugares dice que tiene 15 semanas, en otros 18, en otros 20 y la autopsia llega a decir que tiene 33 semanas de gestación. Lo que yo planteo en el recurso, cuando pido que se anule la condena es: evidentemente ese feto no se corresponde con el evento obstétrico de Belén.

—Cuando a vos te llaman por teléfono y te enterás del caso de Belén, ¿lo primero que hacés es ir a la cárcel a verla?

—Sí, empiezo a mover cielo y tierra para dar con ella, para hablar con ella. A veces no dimensionamos lo fácil que es entrar a la cárcel y lo difícil que es comunicarse desde adentro o dar con una persona que está privada de su libertad. Pasaron 72 horas hasta que pude dar con ella. Yo me fui el jueves siguiente, le dejé un papelito, no me permitían entrar porque las personas internas solo pueden ver a otras, sea a su propia abogada o a familiares, los días de visita. Entonces le dejé un papelito y la madre de Belén, que había ido a visitarla, me llamó el viernes a la noche y me dijo: “Mañana, doctora, la espera mi hija a la mañana”. Entonces me fui ese sábado a las 9 de la mañana y estuve ahí como tres horas charlando con ella.

—Y a partir de que tomaste su defensa, ¿cómo fue? ¿Cuándo te planteaste que al margen del proceso judicial tenías que hacer algo más que ejerciera presión social y se arma la Mesa por la Libertad de Belén?

—Ese día de abril de 2016, cuando la condenan a ocho años de prisión por homicidio agravado por el vínculo, la que era su defensora hasta ese momento me entrega lo que se llamaba “radiografía” con el viejo sistema inquisitivo. La radiografía sería como el expediente que tiene la defensora para defender a su cliente, es lo que considera que es lo más importante. Cuando yo lo veo y me doy cuenta de que tenía no más de 40 páginas y que ahí adentro no había una historia clínica, yo digo: “Esto algo mal tiene”. Entonces empecé a tratar de dar con el expediente. Cuando finalmente lo consigo, hago los recursos una vez que estructuro una defensa legal técnica sólida, cuestionando los argumentos de la condena y cuestionando los argumentos de la prórroga de la prisión preventiva. Yo hago hincapié en que hay que hacer un cuestionamiento jurídico porque los recursos tienen una parte técnica. A veces se piensa que solo con la movilización en la calle vamos a lograr dar vuelta una condena y eso no es así. Entonces, una vez que ya estaba hecho eso, nosotras nos damos cuenta de que para acortar los tiempos del poder judicial —y sabiendo que una mujer estaba injustamente presa, entonces necesitábamos que no se tomaran años para revisar la condena— teníamos que hacer algo más y armamos la Mesa por la Libertad de Belén. Y la verdad que en las primeras marchas éramos muy poquitas. En parte, lo que pasaba era que el caso se había instalado como el de “la matahijo”, “la asesina”, en la prensa hegemónica. Entonces, ahí es cuando articulamos una defensa que iba en tres direcciones: la defensa legal, la comunicacional y la Mesa para la Libertad de Belén. Todo subordinado a la estrategia legal. Yo hago hincapié en eso porque tampoco se puede hacer público un caso si la protagonista no quiere.

—Y ahí nace “Belén”.

—Ahí es donde surge “Belén” como un nombre ficticio para resguardar su identidad. Y cuando hacemos la primera nota, que la hacemos con APA [N. de la R. Agencia de Prensa Alternativa, un medio tucumano independiente]. La Mesa era el dispositivo adecuado para incrementar las bases de legitimidad del reclamo. Porque nos dábamos cuenta de que era mucho más impopular el pedido de justicia de lo que pensábamos. Y nos empezamos a juntar todos los lunes de seis de la tarde a nueve de la noche. Iba una representante por espacio y le explicábamos cuáles eran los argumentos del recurso y por qué en la condena no era verdad tal cosa, o tal otra era arbitraria, para que ellas a su vez fueran a sus espacios y pudieran traducir ese derecho que se enmascara a veces para que no se lo comprenda. Y así fuimos creciendo hasta que el 12 de agosto nacionalizamos la marcha para la libertad de Belén.

Apenas supo que Belén estaba presa Soledad fue a verla: le explicó que ella era una víctima, no una criminal, le dio herramientas, le habló de sus derechos y la empoderó

—Cuando dijiste “empezamos a juntarnos todos los lunes a las seis de la tarde”, salvando distancias, se me vinieron a la cabeza las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo cuando deciden juntarse todos los jueves a la misma hora en la Plaza. Hay cosas que nos enseña la historia.

—Encontrarnos, encontrarnos, encontrarnos. Exacto.

—¿Y en qué momento el caso adquiere mayor popularidad y se vuelve ícono de la lucha por los derechos de las mujeres y de la marea verde?

—Nosotras empezamos las reuniones [con la Mesa] a mediados de abril, cuando yo tomo la defensa. Y en mayo, junio, aproximadamente, fue que Dolores [Fonzi, en una premiación por la película La patota en Punta del Este] levantó el cartel que decía “Libertad para Belén”. Y eso fue una gran inyección. La tapa de Página 12 de Mariana Carbajal titulada “Yo no maté a nadie”, también. Mariana se vino a entrevistar a Belén a la cárcel y eso fue todo un tema. Y yo no me acuerdo si unos días antes, unos días después, Dolores levantó ese cartel. A veces es muy difícil desde Buenos Aires sentir lo que nosotras, quienes somos del interior, sabemos: que lo que no pasa en Buenos Aires no existe. Entonces todo eso fue una inyección porque por un lado teníamos a la periodista nacional, la que cubría para todo el país. Y por otro lado tenías a alguien que no era del palo de los derechos específicamente pero que desde su lugar, una famosa, se sumaba. Y también fue importante cuando vinieron a Tucumán Charo López, Male Pichot, que en ese momento tenían el espectáculo Persona, y en el escenario pidieron “Libertad para Belén”. Entonces nos empezamos a legitimar. Dejamos de ser un poco las embusteras, las activistas: las mi-li-tan-tes.

—¿Y ese cambio se reflejó también en la prensa hegemónica tucumana? Esos que titulaban “La matahijo”, cuando empezaron a ver todo lo que se estaba gestando, ¿cambiaron de actitud?

—Ahí empezó a bajar la espuma; y luego el Comité de Derechos Humanos también se pronunció, en julio, pidiendo la libertad de Belén. Entonces, no es que empezaron a salir notas a favor, pero empezó a disminuir el volumen de la narrativa en contra del caso. Y se armó como una meseta de silencio. Pero, a decir verdad, La Gaceta, por ejemplo, que es el diario local de mayor circulación, cambió su narrativa en pos de la libertad cuando salió el dictamen del Ministro Público Fiscal, que fue el 26 de julio —me acuerdo patente porque era el día antes de mi cumpleaños—. ¿Por qué te cuento esto? Porque a veces no medimos la función autolegitimante del discurso del derecho: lo que veníamos logrando a nivel nacional no alcanzaba a desacreditar el discurso jurídico de una sentencia. Solo un instrumento equivalente, proveniente del mismo poder y con la misma lógica, empezó a dar vuelta en los hechos. Pero fue una estrategia exitosa porque la libertad, que usualmente hubiera demorado un año, un par de años, la terminamos obteniendo en cinco meses y la absolución en los meses posteriores, en marzo.

—¿Qué decía Belén cuando, de repente, en tus visitas sucesivas le contabas todo lo que se estaba generando? Después de veinticuatro meses encerrada, en unas semanas se había levantado todo un revuelo nacional alrededor de ella. ¿Cómo fue su reacción, su transformación?

—Yo de verdad creo que su vida empezó a cambiar cuando alguien le habló desde otro lugar que no era el del juicio moral o la culpa. Y digo que empezó a cambiar de manera casi vertiginosa. Y también empezamos a estrechar un vínculo. Yo al día de hoy sigo hablando con ella, porque eso también es el feminismo. Creo que el momento en el que peor la pasó fue cuando en la cárcel se enteraron de que la de las noticias era ella. Porque adentro nadie sabía que ella era Belén. Entonces lo vivía muy agradecida. Le llegaban cartas, nosotras le llevábamos los diarios para que viera cómo iba cambiando la opinión pública, pero también lo vivía de una manera muy reservada porque nadie sabía que ella era ella. Cuando sale el dictamen del Ministerio Público Fiscal, dos de los jueces del tribunal que la habían condenado, en un acto que yo le llamo de despecho judicial, porque ya se veían venir que la corte iba a revertir esa condena y le iba a dar la libertad, salieron en La Gaceta y dijeron su nombre real. Ese fue un momento bien duro porque de verdad yo le había prometido que eso no iba a ocurrir.

—¿Y adentro de la cárcel eso le trajo consecuencias?

—Y al principio sí. Pero la verdad es que es intransmisible lo que pasó en el medio. Porque ella pasó de ser la peor persona que podría estar dentro de la cárcel en nuestra cultura occidental y cristiana, que es “la que mata a su bebé” o la que aborta, la que de alguna forma desafía el mandato de maternidad obligatorio, a irse vitoreada por sus compañeras. Porque ella, en ese modificar su propio posicionamiento, les empezó a llamar la atención a sus compañeras, y les decía: “Pero cómo, ¿tu abogada no viene a verte? ¿No te cuenta qué escritos presentan? ¿No te dicen en qué está la causa? ¿No te trae noticias?”. Ella empezó, desde su lugar, y dentro de su mínima disposición de poder, a acercarle un derecho a las otras reclusas. Eso cambió su lugar. Creo que al correrse de la culpa y la victimización, pudo tener un rol emancipador frente al resto de sus compañeras. Y eso también es una construcción feminista. Entonces, cuando se iba la aplaudían, le gritaban: “Bravo, Belén”. Que es esa imagen de la película en la que nos estamos yendo de la cárcel, que fue así, salimos con máscaras y las internas aplaudiéndola, y algunas guardiacárcel también. Fue muy fuerte.

Gracias a su defensa, que además de ser sólida ante la Justicia incluyó volver pública la causa y la formación de un grupo de mujeres, la Mesa para la Libertad de Belén, que se manifestaba para pedir la anulación de la condena, cinco meses después de que Soledad se pusiera al frente del caso Belén era liberada (Prime Video)

—Es fuerte escucharlo, imagino vivirlo… ¿Y cómo fue cuando te enteraste que se iba a hacer una película?

—Dolores [Fonzi] me contactó y yo casi me desmayo, imaginate. Yo ya sabía que K&S había comprado los derechos del libro de Ana Correa, pero había quedado en stand by. Y un día hace, no sé, un año y pico, recibo un mensaje de WhatsApp: “Hola, Sole, aquí Dolo Fonzi”. Yo digo: “Acá me están cargando, no puede ser”. ¿Y cómo fue? ¡Hermoso! Imaginate que una abogada jamás va a pensar que va a vivir esto. Uno vive un poco una película de terror dentro de estos procesos, pero nunca toda la aventura que es el backstage de una película. Leer un guion, porque fueron tan generosas que compartieron conmigo el guion antes; charlar: “Esto fue así”, “esto, ¿cómo?, ¿qué pasaba acá?”, mandarles una foto… No es que yo tomé decisiones ni muchísimo menos pero también fue una construcción feminista. Alguien ocupado por que Tucumán se reflejara en los hechos, por que hubiera locaciones tucumanas, por que hubiera actores y actrices tucumanas, por que yo me sintiera lo menos expuesta posible. A mí no me fue fácil verme, ver la parte de mi vida privada… Pero fue una hermosura, no tengo más que palabras de agradecimiento para Dolores, para Laura Paredes que hizo el guion, para Leticia Cristi [productora] que realmente fue incondicional en todo este proceso y yo creo que eso se ve. Y eso es lo que ve la gente cuando termina la película, creo que ve un hacer amoroso. Entonces, de un evento superdesafortunado, traumático y doloroso, se construyó una historia de libertad, porque no es la historia de una presa injustamente, es mucho más que eso. Es una historia de libertad construida en desventaja, pero a propósito de la unión y conjunción de un montón de esfuerzos. Yo creo que lo mismo hubo en el rodaje.

—¿Y cómo estás viviendo todo lo que está pasando con la película ahora?

—Yo lo vivo con esperanza. A mí me pone muy contenta ver que es una película que emociona a varones, mujeres, chicos, grandes, porque es una historia de una injusticia y de cómo un grupo de personas puede revertirla porque no mira para otro lado y me parece que por eso es esperanzadora. Me da mucho orgullo lo que la gente devuelve, incluso quienes no están a favor del aborto, porque comprenden con la película que la libertad se construye así, un poco con empatía, un poco con esfuerzo, un poco con unión. En estos momentos de tanta crueldad y donde pareciera que uno no ve futuro, yo creo que la gente queda aplaudiendo hasta el final por eso, ¿no? Porque hay esperanza. Y como la película está muy bien contada, y en esto es el ojo de Dolores que es punzante y a la vez amoroso, me parece que también al tener dosis de humor, al no tener golpes bajos y al haber podido ella humanizar a los personajes y mostrar que hay una vida privada que tienen las personas, que también nos atribulamos y que nadie es completamente una heroína ni completamente una villana, bueno, creo que ahí un poco estamos todos y todas en esa historia.