El autor de la recordada masacre escolar de Carmen de Patagones cumplirá en octubre 37 años. Rafael Juniors Solich tenía 15 aquella mañana trágica del 28 de setiembre de 2004 cuando en segundos decidió vaciar el cargador de la Browning 9 milímetros de su padre -suboficial de Prefectura Naval Argentina- dentro del aula y mató a tres de sus compañeros del primer año del polimodal en la escuela Islas Malvinas de Carmen de Patagones. El reloj marcaba las 7.35 horas en punto cuando a causa de los disparos murieron Sandra Nuñez, Evangelina Miranda y Federico Ponce. Mientras que Nicolás Leonardi, Natalia Salomón, Cintia Casasola, Pablo Saldías y Rodrigo Torres sufrieron heridas graves.
La investigación que surgió ante semejante tragedia puso en evidencia la violencia que ejercía sobre él su padre, Rafael Solich, desde muy niño. Lo castigaba a golpes en las nalgas con un machete desde que tenía nueve años. O cuando ya de adolescente lo sorprendió fumando y le dio una trompada que le hizo sangrar la nariz. Al llegar a la casa fue por más y empezó a darle patadas y lo dejó encerrado.
Juniors vivía atormentado por la violencia de su progenitor. Tanta que tenía pesadillas con él como protagonista. Una madrugada soñó que estaba mirando televisión con su abuela, sus tíos, sus padres y su hermano Ayrton. Y sin que nadie lo percibiera él tomaba un cuchillo y apuñalaba a su papá. Pero en el sueño no moría, si no que le preguntaba por qué lo había hecho mientras él le arrojaba una silla y salía corriendo rumbo a su cuarto para encerrarse. El padre le decía que lo perdonaba, pero no le creía, y entonces Juniors abría la puerta y le tiraba una bicicleta.
Padre e hijo se peleaban fuerte y en forma continua. El joven se quejaba de que no lo provocaba, pero él igual le descargaba su bronca a golpes. Lo enfurecía que siempre estuviera solo, que no tuviera amigos, y que tampoco dialogara con el resto de la familia, su madre, Ester Pangue, y su hermano. Pensaba también que quizás lo trataba así porque había bajado algunas notas y eso potenciaba su furia. Sentía que era autoritario y que además lo discriminaba con sus comentarios peyorativos.
“¿Vos estás loco, querés que te cague a trompadas”.
Era innegable que venía acumulando rabia contra su padre con quien se había enfrentado muy fuerte el día previo a ejecutar su plan macabro. Esa tarde el hombre salió de trabajar del Museo de Prefectura donde prestaba servicio como suboficial de la fuerza y los pasó a buscar en el Renault 12 familiar a él y a Fernando, su hermano. Cuando llegaron a casa les indicó que pusieran la mesa para el almuerzo.
Juniors le respondió sin vueltas: “Dejame de hinchar las pelotas. Que lo haga éste” (por su hermano). El padre enfureció, se metió un rato en su habitación, y luego salió y llamó a su mujer y a sus hijos. Les dijo que la cosa así no iba más y que ellos debían asumir responsabilidades tanto en el colegio como en la casa: “Saben muy bien las necesidades que pasé de pibe; por eso con su mamá trabajamos para que ustedes tengan un futuro. Vos que sos el mayor (lo increpó a Juniors), si no querés estudiar vas a tener que trabajar. Se acabó la joda. Me tienen repodrido siempre con el mismo quilombo”.
“Voy a seguir yendo a la escuela si me dejás de romper las bolas, te lo vuelvo a decir. Si no, me voy a vivir con la abuela y listo”, le respondió Juniors acercándose a él cara a cara. El padre no se calló y subió el tono: “Ah, el señorito la hace fácil yéndose con la abuelita. ¿Quién carajo te va a mantener? Vos te quedás acá, te dejás de joder y empezás a comportarte, pendejo irrespetuoso”. Y luego lo desafió: “¿Vos estás loco, querés que te cague a trompadas”. Mientras tanto, Juniors le contestaba: “Dale, pegame otra vez”. Y se fue a su habitación dando un portazo.
Cuando su padre se fue de la vivienda para alcanzar a su madre al trabajo en un restaurante de Viedma, Juniors organizó su plan. Fue a la habitación de sus padres y sacó de la parte de arriba del ropero la Browning 9 milímetros de su padre, tres cargadores completos de balas, y guardó todo en su mochila escolar que puso debajo de la cama. Y colocó sobre una silla el camperón camuflado que su progenitor ya no usaba.
Venía desde hacía tiempo acumulando bronca contra sus compañeros de escuela, casi la misma que por su padre. Aprovechó su salida también para sacar del modular del living un cuchillo y guardarlo en un bolsillón de la campera.
Al otro día, pasadas las 7 horas de la mañana, salió para ir al colegio y llegó 25 minutos después. Cuando entró al aula no tardó más de diez segundos en disparar una ráfaga de la Browning hasta vaciar el cargador, moviendo su mano de derecha a izquierda, para terminar con la vida de Federico Ponce, Evangelina Miranda y Sandra Nuñez. Y dejando seriamente heridos a Pablo Saldías, Rodrigo Torres, Natalia Salomón, Nicolás Leonardi y Cintia Casasola.
Luego salió del aula, colocó otro cargador y cuando se cruzó con “Bocha”, el kiosquero, también le tiró, no acertó y el arma se le trabó. Estaba obnubilado, hasta que se topó con José Morón, padre de un alumno de tercer año, que le preguntó, “¿Qué hiciste, pibe?”, mientras policías y ambulancias ya viajaban hacia la escuela. Y de inmediato fue trasladado a la comisaría de Patagones.
La jueza Alicia Georgina Ramallo, titular del Juzgado de Menores N° 1 de Bahía Blanca, quien intervino en el caso, apenas le informaron salió a su encuentro, mientras un móvil ya trasladaba a Juniors rumbo a dicha ciudad. Se cruzaron en la ruta 3 y se produjo este diálogo que consta en el expediente judicial y en el libro “Juniors, la historia silenciada de la primera masacre escolar de Latinoamérica”, escrito por los periodistas Pablo Morosi y Miguel Braillard.
“Se me nubló la vista y tiré”.
– Hola. Soy la jueza que va a trabajar con vos por lo que hiciste. ¿Te sentís bien? ¿Me querés contar qué pasó?
– Eh… algo me acuerdo… No, no sé, en realidad fue todo muy rápido…
– ¡Pero, qué barbaridad, querido! ¿Te das cuenta de lo que hiciste a tus compañeros? ¿Sos consciente de la gravedad de los hechos?
– Sí, sí… bah, no sé…
– ¿Cómo te sentís… estás angustiado?
– …Sí…
– Es terrible,… ¿supongo que estarás arrepentido?
– Y, … sí.
– Bueno, Juniors, ahora lo importante es que estés tranquilo, que pienses un poco…, le dijo la jueza que siguió viaje hacia la escuela en Patagones y dio instrucciones a los uniformados que continuaran rumbo a Bahía Blanca. Al otro día la jueza lo recibió en su despacho junto a su secretaria y la asesora de incapaces.
-Bien Juniors, aunque no estás obligado, es importante que si tenés ganas nos cuentes lo sucedido, lo que pasó, pero, sobre todo, lo que te pasó a vos.
–No, no me dí cuenta lo que pasó, se me nubló la vista y tiré. Todo fue muy rápido, no me pude frenar. No era yo, era como si no fuera yo.
-Contanos tranquilo lo que pasó.
-Cuando papá salió con mamá me metí en la pieza y saqué la pistola y los cargadores.
– ¿El arma estaba cargada?
– … asintió con la cabeza.
– ¿Y después qué pasó, te fuiste a dormir así nomás?
– No… no dormí nada…
– ¿Por qué? ¿Estabas nervioso?
– Tenía escalofríos.
– ¿Te sentías mal? ¿Habías comido algo?
– No comí a la noche ni desayuné a la mañana, estaba medio descompuesto.
-¿Y qué hiciste a la mañana siguiente?
– Salí a las siete, como siempre me fui caminando a la escuela…
– ¿Qué pensabas en el camino?
– …Nada…
– ¿Qué hiciste cuándo llegaste a la escuela?
– Entré y me fui a formar en la fila para subir la bandera…
– ¿Le mostraste el arma a alguien?
– La pistola no. El cuchillo se lo mostré a Dante (un compañero).
-¿Cómo hiciste, lo sacaste delante de todos?
-No, me levanté el saco y se lo mostré solo a él.
– ¿Estaban con algún profesor?
-No.
– ¿Es común que ingresen sin la presencia de un docente?
– Siempre entramos solos.
– Contanos lo que recuerdes, ¿qué hiciste dentro del aula?
-Me senté en el primer banco. Cuando pasaron mis compañeros me puse de pie y caminé hacia el pizarrón, cerca del escritorio de los profesores. Me puse de frente y saqué el arma lista para disparar, vacié el cargador. Salí al pasillo y recargué. Le disparé a un señor que estaba ahí. No sentí voces, gritos ni ruidos. No era yo.
-¿Por qué lo hiciste? ¿Estabas enojado?
-Sí.
-¿Con quién? ¿Con tus compañeros?
-Sí.
-¿Con tu familia?
-También.
-¿Por qué con tus compañeros?
-Me molestan, siempre me molestaron, desde el jardín. Desde séptimo grado que pensaba en hacer algo así.
-¿En la secundaria tenías los mismos compañeros que en el jardín?
-Sí, varios,
-¿Y cómo es que te molestan?
-Y, me cargan. Dicen que soy raro. Me joden porque tengo este grano en la nariz.
-¿Todos te cargan?
-Y, casi todos.
Enseguida salió el tema de la pésima relación con su padre.
-¿Tenés problemas con tu papá?
-Nos peleamos seguido. Él también me discrimina.
El padre no soportaba además que Juniors escuchara AC&DC, Depp Purple, Judas Priest, Megadeth, Iron Maiden, Ramones, Todos tus muertos y Marilyn Manson, y se sorprendió aún más cuando encontraron en su vivienda varios bosquejos y dibujos que incluían el término Ku Klux Klan. No era todo, había pedido una reunión urgente con las autoridades del colegio cuando se enteró que su hijo era admirador de Adolf Hitler.
Destino incierto
La jueza Ramallo lo terminó declarando inimputable por ser menor de edad. Primero Juniors pasó noventa días en una base de Prefectura Naval en Ingeniero White. En 2005 fue a parar al Instituto de Menores El Dique, para adolescentes, ubicado en Ensenada, muy cerca de donde luego fue destinado el padre, por lo que la familia se instaló en un barrio de Punta Lara, junto al río. Ahí lo bautizaron “Matapibes”, y el clima era tal que se autoprovocó lesiones que encendieron alarmas. Hasta que por su integridad se decidió su traslado al neuropsiquiátrico Santa Clara en la ciudad de San Martín.
Los diagnósticos hablaron de esquizofrenia, de trastorno de personalidad, y provocaban distintas opiniones de los propios profesionales que lo atendían, siempre teniendo en cuenta la peligrosidad hacia terceros y hacia sí mismo. En 2007 la jueza Alicia Ramallo permitió un régimen de salidas transitorias a su hogar, primero por algunas horas, que luego fueron en aumento a 24, 48, 72. siempre ajustando los tiempos a estrictos informes médicos.
Dos años más tarde, cuando fue mayor edad, su expediente pasó al Juzgado de Familia N° 4 de La Plata y cuando se logró una vacante fue trasladado a una clínica neuropsiquiátrica para adultos de La Plata. Allí conoció una joven con la que tuvo un romance y un hijo, pero hoy está separado y reside según los últimos datos en la periferia de Ensenada. Su caso continúa bajo el control de la justicia platense que realiza un seguimiento de su estado de salud de acuerdo a un tratamiento ambulatorio que cumple y en el que le realizan exámenes psicológicos y psiquiátricos periódicos, ya que en sus antecedentes figura la peligrosidad para sí mismo y para terceros.