El aterrizaje del avión en las Malvinas significó el inicio de una acción inédita por la soberanía argentina sobre las islas (Crédito: Hector Ricardo Garcia)

El avión sobrevoló tres veces la pista antes de aterrizar y cuando lo hizo bajaron 18 jóvenes armados que se atrincheraron debajo del fuselaje. El reloj de la torre de control del aeropuerto de la pequeña ciudad que los ingleses habían bautizado Port Stanley marcaba las 8.42 de la mañana y el almanaque decía que ese día era el miércoles 28 de septiembre de 1966. Para los kelpers, acostumbrados a las ovejas y el sonido del viento, eso resultaba incomprensible. Muchos se agolparon alrededor del DC4 de Aerolíneas Argentinos y los jóvenes le dieron panfletos en inglés donde explicaban que era un acto pacífico de justicia y no un ataque. Sin embargo, algunos –entre ellos el joven jefe de la policía local, que no portaba armas- fueron tomados como rehenes. Dos de los recién llegados – un hombre y una mujer – le ordenaron al policía que los condujera a la residencia del gobernador de las islas.

No era lejos y llegaron apenas pasadas las 9. Sir Cosmo Haskard, gobernador de la ocupación británica en las Malvinas, los recibió todavía sorprendido por la imprevista llegada del avión. No sabía que los dos argentinos que tenía delante se llamaban Dardo Cabo y María Cristina Verrier. Su sorpresa fue aún mayor cuando escuchó las primeras palabras de Cabo:

-Señor, como argentinos, hemos venido a esta tierra para quedarnos, ya que la consideramos nuestra – dijo con voz firme.

-¡Fuera de aquí! Ustedes no están en su casa – respondió, cortante, apenas salió de su estupefacción.

El Comando Cóndor sosteniendo la bandera argentina que flameó en Malvinas (Crédito: Héctor Ricardo García/Diario Crónica)

Haskard ignoraba todavía – aunque quizás lo presintiera – que acababa de convertirse en involuntario partícipe de un hecho que pasaría a la historia como “El Operativo Cóndor”, una audaz operación ideada por un grupo de jóvenes peronistas para reclamar, desde el mismo suelo de las islas, la soberanía argentina sobre las Malvinas. Para concretarla, un grupo comando de 17 hombres y una mujer había tomado el avión – que tenía como destino Río Gallegos – en pleno vuelo y había obligado al piloto a desviarse hacia las islas, en lo que fue el primer secuestro aéreo de la historia argentina.

El gobernador tampoco sabía que entre los pasajeros del avión había uno que registraría minuto a minuto el operativo para contárselo desde las páginas de su diario a todos los argentinos. A esa altura de su vida, Héctor Ricardo García ya había marcado caminos en el periodismo argentino. Reportero gráfico de oficio original, en 1954, cuando tenía apenas 21 años, “inventó” Así es Boca, la revista deportiva que lo metió en la gráfica. Después la transformó en Así, un bisemanario que revolucionaría el periodismo con sus fotografías y sus notas policiales. Para 1966, el diario Crónica – fundado tres años antes – era el más vendido de la Argentina si se sumaban sus tres ediciones diarias.

“Es usted o nadie”

La tarde anterior, alrededor de las 6, había sonado el teléfono en el despacho del director de Crónica, que de inmediato se inundó con el aroma fuerte de la noticia. Al atender la llamada, García reconoció la voz de su interlocutor antes de que le dijera su nombre.

-Buenas tardes, soy Dardo Cabo, ¿podríamos vernos dentro de una hora en la confitería El Ciervo? – lo invitó la voz.

El Gallego, como todos llamaban a García, no dudó. Sabía que Dardo Cabo era dirigente de Tacuara e hijo de Armando, un reconocido militante de la Resistencia Peronista. Ahí, seguramente, había una noticia. Valía la pena acudir a la cita. Poco antes de la hora señalada, el director de Crónica caminó las dos cuadras que separaban la redacción del diario, en Riobamba al 200, de la emblemática confitería de Callao y Corrientes y reconoció a Cabo sentado con otro hombre en una de las mesas. Cuando se saludaron, se presentó como Alejandro Giovenco.

-Le propongo una nota periodística muy importante – le dijo Cabo.

-¿Qué es? – quiso saber García, hombre de preguntas directas.

-Si quiere saberlo tiene sacar un pasaje en el avión de Aerolíneas que sale a las 0.30 desde Aeroparque a Río Gallegos.

-¿Para qué? – insistió García.

-Es lo único que puedo decirle – fue la respuesta.

El periodista pensó un momento y trató de “apretar” a su interlocutor para que le diera más datos:

-Yo tengo otros compromisos, si no me dice para qué, no voy. Lo que puedo hacer es mandar a un periodista del diario.

Héctor Ricardo García aceptó la invitación de subir a ese avión sin ningún detalle, solo con la promesa de una

-Es una lástima, es usted o nadie – lo cortó Cabo.

García demoró apenas algunos segundos en responder, decidido:

-Está bien, entonces voy yo.

Poco antes de la medianoche llegó al Aeroparque Metropolitano, armado con una cámara y una libreta de apuntes, y sacó un pasaje con destino a Río Gallegos en el vuelo sin escalas AR-648. Vio a Giovenco y a Cabo entre los pasajeros que esperaban abordar el avión, pero éstos se hicieron los desentendidos. Años más tarde, el director de Crónica contaría que en ese momento se puso nervioso, pero que su hambre de una noticia sensacional pudo más y se subió al vuelo.

Cuando el Douglas DC4 LV-AGG “Teniente Benjamín Matienzo” de Aerolíneas Argentinas despegó casi puntual con destino a la capital santacruceña, García se removió expectante en su asiento, sin siquiera imaginar lo que iba a pasar.

Una acción de soberanía

Hacía tres meses que los argentinos vivían aplastados por las botas de la dictadura de Juan Carlos Onganía tras derrocamiento del radical Arturo Illia. A fines del año anterior, el gobierno constitucional había dado un paso trascendente en el reclamo por la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas al lograr que el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas reconociera los derechos argentinos sobre el Archipiélago Sur – Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur – por 94 votos a favor, 14 abstenciones y ningún voto negativo. A criterio del organismo se trataba de “una situación colonial” e instaba al Reino Unido y a la Argentina a dialogar para resolverlo.

Pero Illia ya no estaba en la Casa Rosada y Onganía pretendía quedarse veinte años en el poder. En ese contexto, Dardo Cabo vio la posibilidad de una jugada resonante que tendría dos objetivos: el reclamo por la soberanía argentina sobre las Malvinas y dar un golpe propagandístico contra la dictadura que se había autodenominada pomposamente “Revolución Argentina”. Así surgió la idea de tomar un avión durante el vuelo, desviarlo a las islas y hacer una ocupación simbólica que llamara la atención al mundo entero.

Para llevar a cabo el proyecto reunió a un grupo de 18 jóvenes de entre 17 y 31 años, todos ellos militantes peronistas, aunque de diversas agrupaciones. A Cabo, de 25 años, y Giovenco, de 21, que comandarían la operación, se sumaron María Cristina Verrier, dramaturga y periodista (27), hija de César Verrier (juez de la Suprema Corte de Justicia y funcionario del gobierno del expresidente Arturo Frondizi); Fernando Aguirre, empleado de (20); Ricardo Ahe, empleado de (20); Pedro Bernardini, obrero metalúrgico (28); Juan Bovo, obrero metalúrgico (21); Luis Caprara, estudiante de ingeniería (20); Andrés Castillo, empleado de la Caja de Ahorros (23); Víctor Chazarreta, obrero metalúrgico (32); Norberto Karasiewicz, obrero metalúrgico (20); Fernando Lisardo, empleado (20); Edelmiro Jesús Ramón Navarro, empleado (27); Aldo Ramírez, estudiante (18); Juan Carlos Rodríguez, empleado (31); Edgardo Salcedo, estudiante (24); Ramón Sánchez, obrero (20); y Pedro Tursi, empleado (29).

Dardo Cabo junto a Cristina Verrier (Crédito: Hector Ricardo Garcia)

El secuestro del avión

El vuelo AR-648 despegó a las 0.34 con 42 pasajeros a bordo, entre los que se contaba, como si fuera una jugada del destino, el gobernador del Territorio Nacional de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, contraalmirante José María Guzmán. La tripulación técnica estaba compuesta por el comandante Ernesto Fernández, el primer oficial Silvio Sosa Laprida, el técnico de vuelo Aldo Baratti y el radioperador Joaquín Soler. A las 7.27, el comandante del vuelo se comunicó con la torre de control sólo para dar un mensaje:

-Siendo las 06.05, comandos a bordo toman aeronave solicitando poner rumbo 105 Malvinas para aterrizaje – dijo y cortó la comunicación.

A esa hora, cuando el avión se encontraba entre Comodoro Rivadavia y Puerto San Julián, los integrantes del grupo comando, liderados por Cabo, se habían levantado de sus asientos y mostraron sus armas. El propio Cabo y Giovenco se dirigieron entonces a la cabina, apuntaron con sus armas a los tripulantes y le exigieron al piloto que pusiera rumbo a las Malvinas.

-Mi nombre es Dardo Cabo y con el Comando Cóndor a mis órdenes tomamos desde este momento el control del avión para dirigirnos a las Islas Malvinas y ejercer el gobierno de las mismas, por derecho histórico argentino y porque el honor de la patria así lo exige. Somos dieciocho patriotas dispuestos a morir en el intento… Pongan rumbo ciento cinco desde Puerto Deseado, que nos llevará a Malvinas, donde aterrizaremos y tomaremos el gobierno como sea; estamos armados, ¡y decididos a morir si es necesario! – fueron las palabras del líder del grupo.

El comandante, pensando que era una broma – nunca se había secuestrado un avión en la Argentina, esas cosas pasaban en lugares remotos-, les dijo que no conocía el rumbo a Malvinas. Como respuesta, Giovenco sacó un mapa y le dijo:

-Acá tiene las cartas de navegación.

El DC4 tuvo el combustible suficiente como para llegar, hacer tres pasadas por la pista hasta aterrizar ese frío y ventoso miércoles 28 de septiembre a las 8.42 en lo que los ingleses llamaban Port Stanley, y al que los “cóndores” bautizaron “Antonio Rivero” en memoria del gaucho que en 1833 resistió como pudo la ocupación británica.

Dardo Cabo, fumando un cigarrillo junto a su pareja Cristina Verrier, fue el ideólogo de la ocupación simbólica de las islas (Crédito: Héctor Ricardo García/Diario Crónica)

En las Malvinas

Después de la entrevista con Sir Cosmo, Cabo utilizó la radio del avión para enviar un mensaje que fue captado por el radioaficionado Anthony Hardy, quien a su vez lo hizo circular: “Operación Cóndor cumplida. Pasajeros, tripulantes y equipo sin novedad. Posición Puerto Rivero (islas Malvinas), autoridades inglesas nos consideran detenidos. Jefe de Policía e Infantería tomados como rehenes por nosotros hasta tanto gobernador inglés anule detención y reconozca que estamos en territorio argentino”.

Héctor Ricardo García tomaba notas en su libreta y registraba todo con su cámara fotográfica. Estaba nervioso y a la vez exultante: con esa primicia dispararía las tiradas de Crónica y de la revista Así a niveles siderales. Un rato después, el grupo comando pidió tomar contacto con el cura católico de las islas, Rodolfo Roel, quien les dio misa a los participantes del operativo y, además, alojó a los pasajeros del avión. A las seis de la tarde, los integrantes del Operativo Cóndor se encerraron en el avión. La madrugada del jueves 29, un emisario del gobernador inglés les llevó un mensaje:

-Están cercados, si intentan salir del avión los soldados y policías tienen orden de tirar. No respondemos por sus vidas. Es mejor que se rindan – decía.

Al principio se negaron, pero a la tarde siguiente decidieron entregarse. Días después, Héctor Ricardo García relataría en Crónica la rendición: “A las 17 (hora local), todos los componentes, con el sacerdote y el comandante formaron junto a la bandera argentina que estaba flameando desde el día anterior y procedieron a arriarla. Luego, con ella en brazos, entonaron el himno nacional argentino, de viva voz, mientras atónitos custodios ingleses, sin moverse de sus puestos, pero siempre con armas listas, seguían con atención la emocionante ceremonia. Media hora más tarde, el comandante Fernández García recibía sobre su avión todas las armas y entregaba a los argentinos las mantas y almohadas de la aeronave. A las 18, en varios jeeps, y luego que las fuerzas locales palparon de armas a uno por uno, marcharon a la iglesia, y allí fueron alojados hasta el sábado a las 14 horas”.

Mientras todo eso ocurría, se desarrollaban febriles negociaciones entre el gobierno argentino y el británico. De pronto, los integrantes del grupo comando se enfrentaron a una posibilidad que no habían previsto: ser trasladados a Inglaterra para ser juzgados. El sábado a la mañana, el sacerdote católico les dio una noticia que los alivió: los subirían a un barco y los llevarían a un puerto argentino. Los jóvenes le pidieron que rezara con ellos el Padrenuestro. Finalmente, una lancha carbonera llevó a los detenidos hasta el buque de la Armada Argentina Bahía Buen Suceso. El traspaso se hizo en alta mar.

A la derecha, Héctor Ricardo García, fundador de Crónica, con su cámara fotográfica colgando del cuello (Crédito: Hector Ricardo Garcia)

La crónica de García

Todos los miembros del comando quedaron detenidos y fueron llevados al Penal de Ushuaia, la prisión más austral de la Argentina. Los 18 integrantes del grupo fueron juzgados, la mayoría con penas leves de nueve meses. Dardo Cabo, Alejandro Giovenco y Juan Carlos Rodríguez tenían antecedentes penales, por lo que debieron pasar los siguientes tres años en prisión. Cabo y Verrier se casaron en la cárcel.

Héctor Ricardo García estuvo a punto de correr la misma suerte. Al principio, los ingleses lo identificaron como un pasajero más, pero cuando supieron de quién se trataba, lo separaron de los otros pasajeros y lo mantuvieron detenido con los integrantes del comando. No podían creer que hubiera abordado el avión inocentemente, como él sostenía en su defensa. También le confiscaron la cámara y los rollos, pero se las ingenió para que lo dejaran comunicarse por radio con Crónica para pedir que enviaran a un periodista a Río Gallegos con la misión de comprarle fotos a los pasajeros del avión apenas desembarcaran allí.

La bandera argentina flameando en las Islas Malvinas (Crédito: Hector Ricardo Garcia)

Al final, la dictadura de Onganía decidió liberarlo porque no quería pagar el precio de la detención del director de uno de los diarios de mayor circulación de la Argentina. De regreso en Buenos Aires, El Gallego escribió una larga crónica publicada en tres partes, en las páginas centrales del diario. Había conseguido la primicia de su vida. La tituló así: “Yo vi flamear la bandera argentina en las Malvinas”.

Con el correr del tiempo, los líderes del Operativo Cóndor siguieron caminos muy diferentes, con posiciones políticas que los enfrentaron a muerte. Dardo Cabo formó la agrupación Descamisados que en 1972 se incorporó a Montoneros. Alejandro Giovenco se convirtió en “culata” de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) y fue jefe militar de los grupos armados de la banda ultraderechista Concentración Nacional Universitaria (CNU). En 1974 una granada le explotó en las manos y murió en la sede de la UOM.

Cabo fue detenido un año después junto a Juan Carlos Dante Gullo y otros dirigentes montoneros. El 1 de enero de 1977 cumplió 37 años en la Unidad 9 de La Plata. Seis días después, lo sacaron para “un traslado” junto a Rufino Pirles. Al cabo de unas horas fueron fusilados en la localidad de Brandsen “por intento de fuga”.