A finales del año pasado, el mundo tecnológico se sacudió con un anuncio que venía de China: una empresa llamada DeepSeek decía haber logrado un hito que cambiaría la inteligencia artificial para siempre. Presentaron su modelo de lenguaje de código abierto como una revolución sin precedentes. Lo más impactante, aseguraban, era que lo habían entrenado sin depender de los chips de NVIDIA, el estándar mundial en este campo, y que el costo había sido sorprendentemente bajo: apenas unos millones de dólares frente a los cientos de millones que supuestamente gastaban sus competidores. La noticia se expandió como pólvora. Los mercados reaccionaron de inmediato, las acciones de varias tecnológicas se desplomaron y se esfumaron miles de millones en valor bursátil. La narrativa era clara: China había encontrado el camino para superar a Estados Unidos en el terreno más competitivo del momento.