Julieta (Camila Plaate) va a la guardia del hospital de San Miguel de Tucumán por unos dolores muy fuertes en la zona del abdomen. Mientras está recostada en una camilla y siendo atendida de urgencia, ingresa un grupo de policías con una caja de cartón manchada con sangre. No hay visos de amabilidad en los recién llegados. Al contrario, es evidente su disgusto ante lo que ellos aseguran que es un asesinato. Y no cualquiera, porque la víctima no es otra que el supuesto bebé en gestación de Julieta, quien, siempre según la teoría elaborada al instante por los oficiales, lo ahogó en el inodoro del baño de mujeres, de donde volvió con las piernas chorreando sangre. Ella dice que no es posible, que no sólo no tenía panza, sino que ni siquiera sabía que estaba embarazada, pero igual termina esposada y detenida por homicidio agravado por el vínculo.
Si Blondi exudaba localismo incluso en la universalidad, ahora Fonzi se sumerge en las aguas de los “dramas basados en hechos reales” mediante un estilo que podría denominarse “internacional”. Entre sus ingredientes están una dirección invisible detrás del dispositivo, la puesta en escena tan clásica como el camino de la heroína que recorre la protagonista y la información dosificada con precisión. También, la impecable dirección de actores, el guion de hierro, pero preciso y algunas pizcas de humor para alivianar la flejes más truculentos y dolorosos de largo, tortuoso y muy irregular recorrido jurídico-policial que atravesó Julieta a partir de su aborto espontáneo, en 2014. Un proceso de varios años que fue uno de los mascarones de proa del movimiento Ni una menos primero y, después, de la disputa de sentido que terminaría desembocando en la sanción de la ley de Interrupción voluntaria del embarazo.
Fonzi se reserva el papel central, el de la abogada Soledad Deza, cuyo ingreso al caso se produce al escuchar de refilón en el juzgado una queja de la madre de Julieta (Liliana Juárez) por la falta de respuestas de la abogada oficial (Julieta Cardinali) y las penurias vividas por su hija en la cárcel. En una charla entre Deza, su socia y amiga (Laura Paredes, coguionista junto a Fonzi) y su colega comprobarán que, efectivamente, ella no está muy preocupada por su representada. Una vez que culmine el juicio en que Julieta -o Belén, como se la conocerá para proteger su identidad cuando decidan hacer pública la causa- es declarada culpable, ellas se harán cargo de una cruzada motivada tanto por su fuego interno feminista, avivado por el hecho de que Deza tiene una hija adolescente, como por la búsqueda de Justicia para una chica inocente.
A diferencia de los court room estadounidenses y los dramas judiciales, la película nunca apela a la variable de la duda alrededor de su inocencia, ni juega con el suspense sobre lo ocurrido en aquella noche aciaga. Tampoco hay momentos de investigación ni disputas retóricas entre abogados como elementos clave en la resolución, lo que deja casi toda la faceta jurídica fuera de campo. Quizás porque es sabido que todo culminó con la absolución dictada por la Corte Suprema provincial, aunque también porque a Fonzi está más interesada en la faceta humana y en las resonancias sociales de todo el proceso antes que en la fría letra de las leyes. Se trata, entonces, de ponerle nombre, apellido y rostro a lo que hubiera sido un simple número de causa.