“Tengo una causa más alta y más noble que la mía, una causa a la que deben subordinarse todos los intereses y preocupaciones privadas”. Con esa convicción, Leila Khaled luchó, y con la misma certeza filmó Jocelyne Saab. Nacida en Beirut en 1948, en una ciudad marcada por la historia, el conflicto y la resiliencia, Saab comprendió desde joven que la cámara se podía convertir en testimonio vivo. Su documental Mujeres palestinas (1974), compuesto por testimonios de mujeres que la historia quiso arrojar al olvido, revela un genocidio deliberado. Pero también muestra algo más: la fuerza de las mujeres que, armadas o no, resisten la ocupación, defienden los campamentos, sostienen la memoria y rehúsan permitir que generaciones enteras sean borradas.
En 1968, cuando la realidad palestina permanecía condenada al silencio y a la invisibilidad, Jocelyne Saab, desafiando los registros convencionales, se internó en los campos de refugiados y se convirtió en la primera periodista en filmar un campo de entrenamiento palestino. En su documental El frente del Rechazo (1975) registró a hombres y mujeres que entregaban sus vidas por la liberación, retratando fracciones de comandos suicidas radicales y mostrando con fuerza la dignidad y el coraje que desafiaban tanto la ocupación como el olvido. “Es la vida o la muerte -decía Saab-, ambas cosas al mismo tiempo. No es fascinación con la muerte; es el límite extremo de lo humano en su forma más pura: defender lo que nos pertenece”. Los registros de Jocelyne Saab nos enfrentan a las palabras de Susan Sontag: “La imagen está ahí para recordar lo que no podemos olvidar”. En esos campos, Saab descubrió que la resistencia no era un concepto abstracto: era el rostro de cada mujer, cada hombre y cada niño que se levantaba contra la ocupación. Su cámara captó miradas que no cedían ante el hambre ni el despojo.
¿Cómo no estremecerse ante un niño que reclama el paraíso mientras el hambre lo devora? Saab ya había anticipado la indiferencia del mundo. Su cámara no fue registro neutro: fue registrar la brutalidad del colonialismo israelí, un testimonio convertido en grito que sigue atravesando décadas.
El pueblo palestino ha resistido desde 1917, enfrentando la Declaración Balfour y la migración sionista, y continúa su lucha. Desde 1948, con la creación del Estado de Israel, hasta la ocupación de Cisjordania en 1967, su historia ha estado marcada por conflictos, exilios y una lucha constante por la libertad. Algunas mujeres se entrenaron como fedayines, otras impulsaron la educación en los campos de refugiados o se organizaron políticamente. Pese a la tortura, el exilio y la violencia, hicieron de la opresión un motor de fuerza colectiva. Su resistencia es doble: contra la colonización israelí y contra el orden patriarcal. Fundaron milicias, participaron en entrenamientos militares y organizaron campamentos para mujeres, como relató la poeta y militante May Sayigh. Incluso enfrentando la oposición del Comité Central, lograron que Yasser Arafat les autorizara portar armas, convirtiendo cada arma en símbolo de poder, orgullo y emancipación.
Los testimonios del documental reflejan la voz de cada luchadora en primera persona, acercándonos a una realidad que para muchos resulta impensable. Voluntarias desde los 15 años, estas mujeres reciben cada año un entrenamiento intensivo de dos a tres meses. Allí inician su participación activa en la vida política y sindical de la resistencia palestina. Una joven relata los horrores sufridos bajo la ocupación: “Los israelíes soltaron perros contra mí, me golpearon violentamente, me suspendieron en una cuerda, me aplicaron choques eléctricos e incluso me obligaron a lamer y arrastrarme por las letrinas.” Pero la crueldad persiste hasta nuestros días y también los metodos de tortura. La Unidad Oketz forma parte de las Fuerzas de Defensa de Israel. Originalmente fundada en 1939 como parte de la Haganá, fue desmantelada en 1954. En 1974, Yossi Labock la reconstituó como su primer comandante, especializándose en el entrenamiento y manejo de perros para operaciones militares. Según investigaciones de ARIJ y The Guardian, muchos de estos animales son importados desde Europa y entrenados por especialistas antes de integrarse al ejército.
La historia palestina nos lleva a reflexionar sobre el fracaso occidental. Su lucha es integral, indomable: la resistencia armada se entrelaza con la reivindicación social y económica, y cada acto de militancia, cada sacrificio, cada herida, física o moral, se convierte en un cimiento para un futuro que no aceptará la dominación ni la injusticia. De allí emergen mujeres que no reconocen fronteras ni roles impuestos. Primero, en el Movimiento Nacionalista Árabe, luego transformado en el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), las mujeres ya estaban presentes, reclamando un lugar en la lucha. En la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y en Fatah, consolidaron su participación, no como acompañantes sino como combatientes, dirigentes y voces críticas del poder. Desde la Unión General de Mujeres Palestinas, articularon una militancia que combinó organización social, activismo político y defensa de los derechos de las mujeres en medio de la ocupación. Finalmente, en la Intifada, su rol se volvió ineludible: en las calles, en las barricadas, en la educación de la memoria colectiva.
Lo que dejaron no es solo un archivo de nombres y hechos, sino un legado vivo: una resistencia que trasciende lo político y se convierte en lucha vital, en supervivencia y en dignidad. Son el legado de Shadia Abu Ghazaleh, nacida en Nablus. Tras la ocupación de 1967, se lanzó sin reservas a la resistencia, ocupando un lugar central en el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) y organizando milicias femeninas, convencida de que la liberación social y nacional eran inseparables.
Las acciones de Leila Khaled aún resuenan por su carácter extraordinario. Al haber capturado la memoria y la imaginación, se convirtieron en símbolos que trascienden su propia historia, representando elementos esenciales de la identidad palestina y de la lucha de izquierda. Durante más de tres décadas, sus actos han influido en la percepción global del pueblo palestino y han asegurado su lugar en los debates sobre mujeres, Oriente Medio y las tácticas de las luchas de liberación. En paralelo, la obra de Jocelyne Saab registra, con mirada implacable, la vida y resistencia de estas mujeres. Shadia Abu Ghazaleh, Saab y Khaled, en distintas formas y tiempos, nos enseñan un mismo principio: la injusticia no puede ignorarse, porque callarla es, en sí mismo, perpetuarla.
Sus historias, grabadas en imágenes y testimonios, nos obligan a enfrentar de lleno el rostro del dolor y de la dignidad. Nos interpelan con una pregunta que trasciende fronteras e ideologías: ¿qué hacemos, cada uno de nosotros, frente a la injusticia de los demás?