Este columnista no sabe –al menos no puede determinarlo– si el peronismo es nomás, y verdaderamente, “el hecho maldito del país burgués” como definió hace muchos años John William Cooke. Pero sí sabe que hoy esa expresión, en la vida cotidiana argentina, divide aguas y provoca enfrentamientos estériles.

No obstante, esa expresión sigue siendo un utilísimo punto de partida para entender no sólo al movimiento, partido político y corriente de pensamiento nacional que Juan Domingo Perón legó al pueblo argentino, sino también para analizar ahora –décadas después– al gobierno que Usted preside y que es incomparablemente inferior a aquél en cualquier análisis político, económico, social y sobre todo psiquiátrico.

Y es esa inferioridad suya –que en esencia es moral– la que suele conducirlo a usted a un autoritarismo grosero y violento, sobrado de amenazas con las que intenta rebajar y atemorizar a quienes no acuerdan con usted y en cambio se le oponen, como sucede con miles de compatriotas que sufren hambre y desempleo, y otra vez hambre, y que hoy son clara mayoría en la Argentina.

Y lo cual, más allá del dolor, frustración e impotencia que causan sus decisiones políticas, hacen pensar o ver, a buena parte de la ciudadanía, que usted es de esa clase de personas que se sienten atraídas obsesiva e irrefrenablemente por lo desagradable, lo cruel y hasta lo morboso. Lo que para cualquiera sería indiferente si no fuese usted el primer mandatario de esta república en desgracia.

Por eso es obvio que el espíritu con que se redacta este texto deviene de la degradación, preñada de carencias, a la que de manera brutal y hasta morbosa usted y sus secuaces vienen condenando al país real, o sea la Argentina popular trabajadora, urbana, campesina y en la que se valoran los principios y postulados de la Justicia Social, la Independencia Económica y la Soberanía Nacional, que son valores que desde hace medio siglo definen al peronismo y también a todos los sectores políticos democráticos.

Está muy claro que esos son precisa y puntualmente los principales factores que irritan y hasta enloquecen a gran parte de las acomodadas burguesías urbanas y rurales que en todo el territorio nacional configuran la oligarquía argentina. Esa que se concentra en respuestas irónicas o elusivas y en fortunas tantas veces inexplicables.

Lo cierto es que esta nota –si acaso la entiende– no busca ni pretende identificar, ni mucho menos clasificar, a buenos de malos. Hoy todo el pueblo argentino conoce a los villanos de esta película, y los distingue muy bien, por la sencilla y elemental razón de que su cargo –el suyo, Presidente– a menos de cumplirse 2 años desde su juramento en diciembre de 2023 sólo muestra lo desastroso en todos los sentidos: el desastre económico y social argentino es indisimulable y va a dejar a casi 50 millones de argentinos y argentinas en la ya creciente miseria. Y peor aún: es grotesco y perverso su empecinamiento en acabar con la Salud y la Educación a la vez que el cuadro social de nuestra amada República sólo muestra retrogradación industrial, liquidación de la Salud Pública y una sistemática pérdida de Soberanía en todas las tierras y aguas, todo lo cual configura y defibe a su gobierno como cipayo, antiargentino, servil a intereses extranjeros y minúsculas minorías locales que de argentinas sólo tienen, si acaso, partidas de nacimiento.

Lo cierto e indesmentible es que su gobierno en menos de 24 meses ha logrado quebrar económica y moralmente a por lo menos la mitad de esos 50 millones de argentinos, muchísimos de los cuales –hay que reconocerlo y decirlo– se llevaron el chasco de sus vidas porque a usted lo votaron y hoy sobreviven empobrecidos y miserabilizados por decisiones fríamente calculadas.

Afortunadamente, quien le escribe esta carta no es economista ni menos financista, sino apenas un intelectual que desde el periodismo y la literatura se basta y sobra para comprobar y sentir que lo que usted está haciendo desde la más alta magistratura de nuestra República, es un absoluto desastre.

Opinión que usted descartará –no lo dudo– como tampoco dudo que es compartida por los millones de argentinas y argentinos que padecen sus decisiones políticas, económicas, clínicas, educativas y humanísticas que sólo han servido para aumentar el dolor, el hambre, la desilusión, el embrutecimiento y el desamparo de todo un pueblo, y para colmo entregando la Soberanía Nacional en todos los órdenes productivos, rurales y fluviales, destruyendo así a conciencia tanto la salud de la población como la producción industrial y las relaciones con los pueblos hermanos que respetan a la República Argentina en toda Nuestra América y en el mundo entero.

Esta columna es consciente de que al leer esto usted se reafirmará en las atrabiliarias obsesiones que lo conducen a reafirmar sus disparatadas, racistas y autoritarias ideas y decisiones. Por eso bien sé de antemano que la sola lectura de este texto le importará lo que se dice vulgarmente un pito, pero pito que, como tantas veces en la historia de la Humanidad, podría terminar en violencias que las y los argentinos repudiamos.

Por todo lo anterior, y con el debido respeto a su investidura, corresponde recordarle que la Historia, los Valores y las Banderas que ama nuestro pueblo siempre han superado dictaduras y autoritarismos. Y así fue como el Honorable Pueblo Argentino resistió y se impuso a todas las dictaduras. Honra que es evidente que usted no comprende ni comparte y que –quizás por eso mismo– se está quedando tan solo y tan crecientemente enfurecido. Lo cual, decía mi madre, nunca es cosa buena, y acéptelo como irónico consejo, que eso es exactamente. Porque en política furias y gritos no sirven. Todo autoritarismo repugna, como toda fantasía íntima es inservible. Sólo el diálogo sereno, cuando sincero y constructivo, y si denota amor a la Patria, sirve para servirla. No hay atajos, Presidente. No hay grito ni furia que valga.@