Estudiantes enrolados en la Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios (UNES), la organización juvenil que respondía al Movimiento Nacionalista Tacuara (MNT), hostigaban a sus compañeros de familias judías

Se cumplían 110 años de la muerte del Libertador General San Martín y ese miércoles 17 de agosto de 1960 los colegios argentinos pusieron especial énfasis en los actos de homenaje. El Colegio Nacional “Domingo Faustino Sarmiento”, de Arenales y Juncal, en la Capital Federal, no fue la excepción, aunque el clima distaba mucho de ser el habitual en un acto patrio escolar. Desde que había comenzado las clases, en marzo, un pequeño grupo de estudiantes enrolados en la Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios (UNES), la organización juvenil que respondía al ultraderechista Movimiento Nacionalista Tacuara (MNT), venía hostigando de distintas maneras a sus compañeros que provenían de familias judías: agresiones verbales, pintadas insultantes y cruces esvásticas dibujadas en los baños, patoteadas en los recreos o a la salida, los ataques habían ido in crescendo con el correr de los días, sobre todo después de que el 11 de mayo un comando israelí secuestrara y sacara clandestinamente del país al criminal de guerra nazi Adolf Eichmann.

Para agosto, en el Nacional Sarmiento se contaban varias denuncias por agresiones a chicos de apellido judío; en los registros figuraban las de las familias Diner, Gerchunoff, Brodsky, Sokolovsky, Pinkus, Menajovsky y Abranchik, entre otras. La situación era una bomba de tiempo que terminó estallando el miércoles 17, cuando al terminar el acto patrio los alumnos salían del edificio. De acuerdo con un informe policial que lleva la firma del jefe de la Seccional 15ª de la Policía Federal, comisario Fermín Gustavo Bunsoy, el primer enfrentamiento entre “grupos antagónicos de filiación nacionalista y pro-judía” ocurrió poco después de las 11 de la mañana en la plazoleta Carlos Pellegrini, cercana al colegio, cuando hubo “un intercambio de disparos”. La cosa no pasó a mayores en ese lugar porque los estudiantes fueron dispersados – sin que hubiera detenciones – por lo policías que custodiaban el edificio de la embajada francesa.

Los ataques habían aumentado después de que el 11 de mayo un comando israelí secuestrara y sacara clandestinamente de la Argentina al criminal de guerra nazi Adolf Eichmann

Poco después, los miembros de la UNES se reagruparon y salieron literalmente a la caza de sus enemigos, a los que cercaron en la esquina de Cerrito y Arenales. Allí hubo de nuevo gritos insultantes, vivas a Eichmann y disparos, pero de un solo lado y no “un intercambio” al decir del comisario Bunsoy. Los agredidos intentaron escapar, pero uno de ellos cayó fulminado en el suelo al recibir un balazo. “Me la dieron”, alcanzó a decir Edgardo Manuel Trilnik, de 15 años, alumno de tercer año del Sarmiento. Eso fue lo que declararon después cuatro chicos que estaban con él: posteriormente, declaración testimonial: Jorge Varela, Ernesto Socolovsky, Víctor y Eduardo Menajovsky. Alertados por los disparos, algunos vecinos salieron en auxilio de Trilnik y lo trasladaron rápidamente al Hospital de Clínicas donde, según un informe que la DAIA al gobierno del radical intransigente Arturo Frondizi, “ingresó con una herida de bala a la altura del corazón que afecta(ba) la región pulmonar”. Afortunadamente, Edgardo Trilnik sobrevivió a esa herida.

La reconstrucción del clima que se vivía en el Nacional Sarmiento en general y del ataque que casi le cuesta la vida al adolescente Trilnik que se relata en este artículo se debe al trabajo “La ‘epidemia de la esvástica’ en Argentina”, del doctor en Historia, investigador del Conicet y de la Universidad Nacional de La Plata Emmanuel Kahan publicado en junio de este año. Se trata de un episodio clave, porque marca uno de los hitos de la ola de violencia antijudía que se vivió en el país a principios de la década de los ’60 y que se acrecentó luego del secuestro de Eichmann. En palabras de Kahan: “Aunque, como evidencia la bibliografía, la ola antisemita se intensificó tras conocerse la captura de Adolf Eichmann, en mayo de 1960, las declaraciones de familiares de jóvenes judíos de colegios secundarios de la ciudad de Buenos Aires corroboran que las persecuciones y amenazas habían comenzado a inicios del año escolar, en consonancia con la ‘epidemia de la esvástica’”.

La UNES, Tacuara y los ataques

Si se busca identificar a los líderes de la ola de violencia antijudía de principios de la década de los ’60, el nombre del Movimiento Nacionalista Tacuara aparece en primer plano. Surgida en 1957 en el ámbito estudiantil y vinculada a la ultraderecha peronista, Tacuara era una organización falangista, nacionalista y manifiestamente antisemita y anticomunista que actuaba como grupo de choque y a la cual se le adjudicaban varios atentados terroristas. Promovía principalmente la restauración de la enseñanza religiosa abolida en los últimos tiempos del gobierno de Juan Domingo Perón y la instauración en Argentina de un Estado Nacional-Sindicalista, al estilo del modelo falangista, así como el combate contra el judaísmo y el comunismo. Justificaba su accionar en la existencia de conspiraciones comunistas y judías internacionales para dominar el mundo, como la que postulan los apócrifos “Los Protocolos de los Sabios de Sion”, y sus integrantes rescataban las acciones de Adolf Hitler y Benito Mussolini contra los judíos a pesar por su derrota en la Segunda Guerra Mundial. La Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios tenía en realidad una existencia previa a la creación de Tacuara, pero al surgir esta organización quedó integrada a ella como su agrupación juvenil, con un accionar focalizado en los colegios secundarios.

La mayoría de los militantes de Tacuara eran de Buenos Aires, pero en su momento de mayor auge tuvo muchos comandos en diversos puntos del país, especialmente en Rosario, Santa Fe, Mar del Plata y Tandil. A nivel nacional, sus ideas eran difundidas fundamentalmente a través de publicaciones propias y de solicitadas en las diferentes publicaciones nacionalistas del país. La revista “Ofensiva”, órgano de la Secretaría de Formación de Tacuara, llevaba en su portada un escudo con un águila feudal germana. La bandera tenía tres franjas horizontales: las dos de los extremos superior e inferior eran de color negro y simbolizaban la revolución nacional; la central era roja y representaba la revolución social. Sobre esta franja había una Cruz de Malta celeste y blanca. Sus militantes solían exhibir en sus solapas una cruz de Malta celeste y blanca, la estrella federal de ocho puntas, color rojo punzó, o un crucifijo que colgaba del llavero.

Tacuara era una organización falangista, nacionalista y manifiestamente antisemita y anticomunista surgida en 1957 en el ámbito estudiantil y vinculada a la ultraderecha peronista

Luego del ataque de que fueron víctimas los estudiantes de origen judío del Nacional Sarmiento y que casi le cuesta la vida a Edgardo Trilnik, Tacuara y otros grupos antisemitas perpetraron una seguidilla de atentados con bombas – tanto explosivas como de alquitrán – contra colegios judíos y sinagogas. Las crónicas de la época también registran un ataque de un comando tacuara a un campo de Mercedes donde se realizaba un curso agropecuario para futuros emigrantes a Israel, que se preparaban para trabajar en un kibbutz. Atacaron el lugar de noche, les dio una grave paliza a los jóvenes que estaban allí y arrasó instalaciones. En 1961, la familia Trilnik fue nuevamente blanco de Tacuara, cuando un grupo ingresó al edificio donde vivía y amenazó en el ascensor a la hermana de Edgardo, Carina. Rara vez se dio con los responsables de los atentados, debido a que, sobre todo en la Capital Federal, la organización tenía fuertes vínculos con los altos mandos policiales.

Una esvástica en el pecho

Si la ola de violencia antijudía se acrecentó luego del secuestro de Eichmann, la ejecución en Israel en junio de 1962 del nazi responsable de implementar la “solución final” le dio un nuevo impulso. El 21 de ese mes, un grupo comando secuestró a Graciela Narcisa Sirota, una estudiante universitaria judía de 19 años cuando salía de su casa en el barrio porteño de Mataderos. Tres hombres jóvenes bajaron de una camioneta gris, le dieron un golpe en la cabeza que la dejó inconsciente y la llevaron a un lugar desconocido donde la encerraron en una habitación. Cuando la joven recuperó el conocimiento, uno de los secuestradores le estaba marcando con una navaja una cruz esvástica en el pecho; luego, otros dos la torturaron quemándola con colillas de cigarrillos en diferentes partes del cuerpo. “Por culpa de ustedes mataron a Eichmann”, le escuchó decir a uno de ellos antes de volver desmayarse por el dolor. Horas más tarde la abandonaron en la calle Yerbal, cerca de la estación de trenes de Caballito.

Graciela Sirota en la única aparición pública que hizo luego de sufrir el violento secuestro y ataque

Cuando fue con su padre a hacer la denuncia en la Comisaría 42° no la tomaron en serio porque, les dijeron, algunos puntos del relato no “cerraban”. Por ejemplo, que no hubiera testigos del momento del secuestro ni de la liberación y que hubiera perdido el conocimiento a pesar del dolor. Sólo dos días más tarde, en otra seccional, aceptaron la denuncia, cuando se presentó ella misma y se comprobaron las heridas en la piel. Ante la gravedad del caso, la DAIA pidió la intervención estatal al más alto nivel. En un telegrama enviado al presidente de la Nación, José María Guido, señaló: “Interpretando indignación y alarma colectivos reclamamos inmediata acción represiva y preventiva contra bandas nazifascistas que ofenden impunemente la dignidad humana y procuran destruir la democracia”. Aunque no daba nombres, cuando la DAIA hablaba de “bandas nazifascistas” se refería casi exclusivamente al Movimiento Nacionalista Tacuara.

Aún así, la Policía Federal se negó a actuar. A través de un cable de la agencia de noticias Saporiti, hizo trascender que la cruz esvástica sobre el pecho derecho de la chica “sólo es un pequeño rasguño que muy probablemente cicatrice en los próximos días”. La información agregaba que el relato de Sirota “se hace muy confuso” y concluía que “se duda que el atentado sea realidad”. Poco después, Tacuara editó un folleto de 32 páginas titulado “El caso Sirota y el problema judío en la Argentina”, que se vendió en los kioscos. En esa publicación se afirmaba que el caso Sirota había sido fabricado por la colectividad judía con la finalidad de “conseguir una coraza protectora”. Y se hacía una burda y deplorable reivindicación de los nazis, a los que se glorificaba como “hombres que murieron como hombres, en procura de ideales que incluían la ambición de un mundo sin comunistas, de una Europa unida y de naciones libres para el cumplimiento de su propio destino”. El caso nunca se resolvió, pero Graciela Sirota quedó en la mira de la policía: dos años después la detuvieron por “tenencia de propaganda comunista”.

Muerte e impunidad

Mientras Tacuara continuaba su escalada de pintadas antijudías y atentados con bomba, en 1964 uno de sus grupos comandos perpetró el asesinato de Raúl Alterman, elegido por su doble condición de judío y comunista. Luego del asesinato, la organización envió una carta a los padres de Alterman: “Nadie mata porque sí nomás; a su hijo lo han matado porque era un perro judío comunista. Si no están conformes que se retiren todos los perros y explotadores judíos a su Judea natal ¿Qué hacen en nuestro país?”, decía.

Rául Alterman fue asesinado por judío y comunista

El asesinato de Alterman tampoco fue resuelto, lo que dejó en claro una vez más la impunidad con que actuaba Tacuara, imposible de obtener si protección política y policial. Ante cada reclamo, los gobiernos prometían medidas rápidas, pero en la práctica todo quedaba en la nada. Las presidencias de Frondizi y Guido eran demasiado débiles como para quebrar la connivencia policial con Tacuara o para controlar a sus funcionarios pronazis. En ese contexto, muchos policías confesaban abiertamente su ideología ultraderechista y hasta muchos sectores políticos moderados no dejaban de destacar la presencia “de comunistas” en las manifestaciones de repudio a la violencia contra la comunidad judía.

Con el correr de los años, los miembros de Tacuara siguieron diferentes caminos, incluso antagónicos, como los casos de Rodolfo Barra, funcionario del menemismo, y Joe Baxter, que se sumó a la IV Internacional y formó parte del PRT-ERP. Otros se sumaron a organizaciones paraestatales de ultraderecha, como la Concentración Nacional Universitaria (CNU) y la Triple A creada por José López Rega.