Mario Rizzi con la camiseta de San Lorenzo

Mario Alberto Rizzi tiene toda una vida ligada al fútbol. Se inició en Rivadavia de Junín, su ciudad natal, a los 9 años, corriendo detrás de una pelota. Seis años más tarde, llegó a Capital Federal para cumplir el sueño de jugar en San Lorenzo, donde debutó con 21 en la Primera de la mano de Alberto Rendo, y todavía sigue ligado al club de sus amores como captador de talentos.

“Me crie rompiendo macetas en mi casa. A la 1 de la mañana, estaba con la luz prendida pateando contra la pared junto a mi hermano. El fútbol me atravesó y en Junín no había universidades. Entonces, San Lorenzo fue la facultad de mi vida. En esa época, estudiabas el secundario y luego venías a Buenos Aires porque no había universidades en el Interior. Entonces, veníamos a Capital, nos quedamos cinco o seis años, nos recibíamos, y volvíamos a la casa de los viejos con el título de ingeniero o abogado. Te ponían la chapa en la puerta de nuestra casa y era la felicidad de la familia. Yo vine a Buenos Aires a estudiar, pero también a jugar al fútbol”, recuerda el hombre de 71 años.

El ex delantero es un prócer viviente en la historia azulgrana. Además de estar en el top 25 de los máximos goleadores, Marito fue el motor del último grito sagrado que se escuchó en el Viejo Gasómetro, estadio que ya no existe más en Boedo.

“Cuando voy a Junín, me quedo en la puerta de la casa de mis viejos, donde mi crie. Ya no los tengo, pero ese fue mi lugar en el mundo. Miro esa casa y me sigo emocionando. Con Avenida La Plata me pasa lo mismo. Soy el autor del último gol en el Gasómetro y es algo que me sigue emocionando. Siempre me identifiqué con San Lorenzo. Pasé cosas muy intensas en el club. Me tocó una época muy difícil, con muchas carencias, pero siempre dije que cada vez que salía a la cancha, me miraba el escudo del club, porque el escudo de San Lorenzo es el más lindo de la Argentina”, cuenta el juninense, con una voz que se entrecorta por la emoción que le genera hablar del Santo.

Ya pasaron 46 años de aquel último grito de gol en avenida La Plata, uno de los 64 que Rizzi marcó con la azulgrana, sobre un total de 120 en su carrera. Fue en el encuentro contra Cipoletti de Río Negro, el 18 de noviembre de 1979. Aquel día, el Ciclón ganó 4 a 0, con dos tantos de Mario, el segundo y el cuarto, uno de Hugo Coscia (de penal) y otro de Miguel Ángel Torres. El último partido en el Viejo Gasómetro fue en diciembre de ese año, que terminó 0-0 contra el Boca de Juan Carlos Lorenzo.

“A nosotros nos dirigía Carlos Bilardo. Hugo Gatti le hizo un penal al Gallego Insúa, pero lo pateó Coscia y no lo pudo hacer. Ese día, atrás del arco del Loco, el Narigón puso a unos muchachos con guardapolvo blanco que simulaban ser alcanzapelotas. Eran integrantes de la hinchada del Ciclón: lo volvieron loco, con puteadas al arquero. Gatti no entendía nada y me decía ‘Mario, estos son de la barra, me putean’. Cosas de Bilardo, así era”, recuerda Rizzi en diálogo con Infobae.

Rizzi marcó el último gol de San Lorenzo en el Viejo Gasómetro

Mas allá de su paso por San Lorenzo hasta 1981, siendo participe del ascenso a la máxima categoría, el ex atacante se destacó en América de Cali de Colombia, y posteriormente regresó al fútbol argentino para vestir las casacas de Racing Club, Instituto de Córdoba, Rosario Central y Sarmiento de Junín, donde colgó los botines en 1986. Luego, se convirtió en entrenador durante casi tres décadas. Se coronó campeón con All Boys, Sarmiento y Sportivo Italiano.

“Un buen entrenador es el que enseña, el que sabe manejar la situación. Un buen entrenador es aquel que genera en el futbolista la sensación de que digan ‘yo a este tipo no le puedo fallar’”, remarca Rizzi, que fue dirigido por Bilardo y Pedernera que fue el DT que más lo marcó en su vida, dentro y fuera de la cancha.

– ¿Qué es de su vida, Mario?

– Estoy trabajando en San Lorenzo desde hace cinco años. Soy el director de scouting del fútbol regional. Además, creé un proyecto de escuelas de fútbol en todo el país y ya hay 30. Es un proyecto de escuelas de fútbol recreativas de San Lorenzo con captación. Es decir, van tres veces por año a las escuelas los captadores de San Lorenzo a captar a toda esa zona, y esto le provoca al club tener captación que nunca había tenido en el interior. Después, está el tema de la identidad. Hay 4.500 chicos que se ponen la camiseta de San Lorenzo entre tres o cuatro veces por semana y participan en torneos paralelos, en torneos de ligas, en el interior del país, desde Santa Cruz hasta Salta. Así que está muy bueno eso. La verdad que es un proyecto buenísimo, que tiene que ver con la identidad de ser hincha de San Lorenzo, con imágenes y videos de los chicos jugando, saliendo campeones, participando con la camiseta de San Lorenzo, con la ropa oficial del club. Esta idea la había tenido el gobierno anterior, con la dirigencia anterior, y después de la pandemia se cortó y ahora con esta nueva dirigencia la pude desarrollar.

– ¿Está cómodo trabajando en el club de Boedo?

– Sí, con todo lo que implica hoy San Lorenzo. Los que somos de San Lorenzo sufrimos todo esto de una forma distinta, porque nos criamos ahí. Es como que estén pasando cosas en tu casa, es lo mismo. Después, quiero seguir dirigiendo. Es lo mío dirigir, ya que tengo siete campeonatos ganados en el ascenso, entre el ascenso y el exterior, pero hay mucha inestabilidad en la función del entrenador y eso me hace pensar un poco. Pero extraño un montón dirigir, la verdad que sí, y quiero seguir dirigiendo.

– ¿Qué le hace dudar sobre volver a dirigir?

– El hecho de no saber cuánto vas a durar en el trabajo. No era como antes, que había más estabilidad. Hoy, perdés dos partidos y estás cerca de quedar afuera.

– ¿Por qué pasa eso hoy en día en el fútbol argentino?

– En mi época no era así, había más estabilidad. Hoy, no sé porque pasa eso, pero es una locura, todo el mundo opina y el 80% de los que opinan no saben; ese es el mal del fútbol. Pero bueno, es lo que me gusta, meterme en un vestuario con los jugadores. Además, siempre me fue bien. Por otra parte, el enseñar me gusta mucho, porque el entrenador es un docente. Es aquel que después de pasar un tiempo con un equipo, con un futbolista, ese futbolista es mejor como jugador y persona, y después incorporás estas cosas para toda su carrera.

– ¿El entrenador en su función hoy en día trabajando con chicos, les enseña también cosas de la vida o trata de no meterse en temas por fuera del fútbol?

– Yo no trabajo en esta escuela de fútbol porque es un proyecto mío. Tampoco he trabajado en inferiores, siempre en Primera. Pero no tenga duda que un entrenador, con los chicos y con los grandes, le enseña cosas de la vida misma. A mí Adolfo Pernera me marcó para toda mi vida. Lo tuve a los 26 años en San Lorenzo. Él era abrir la boca y te enseñaba, pero te enseñaba cosas de la vida y a los chicos mucho más, porque en los chicos ocurre que entran a los clubes siendo adolescentes o preadolescentes, que generalmente es cuando se empiezan a separar de la autoridad de los padres. Y aparece la autoridad del entrenador, qué para ellos pasa a ser hasta más importante, porque es al que escuchan, con el que tienen cosas en común la pelota, el fútbol que les interesa, y la figura del entrenador pasa a ser muy importante en esa etapa. Por eso, hay que tener mucho cuidado, porque la tarea de un entrenador inferior es muy abarcativa en cuanto a todo, enseñarle educación y a cuidarse en el día a día. El proyecto tiene mucho de eso.

Rizzi recuerda a Adolfo Pedernera como el entrenador que más lo marcó en su carrera

– ¿En qué trabajan con los chicos, principalmente?

– En la inserción del chico en el deporte. Ahí es donde trabajamos sobre saber ganar y perder. También, ser respetuoso con el árbitro, con el rival y cuidarse de los vicios, de que no hay que tomar alcohol ni meterse mucho menos en otro tipo de situaciones. Todo un mensaje en una etapa en la que ellos tienen que ser muy conscientes y en una etapa donde ellos se están formando, están incorporando situaciones y conceptos de la vida. Es muy importante el entrenador en esa etapa, para eso, para la parte está de prepararlos para la vida y de educarlos.

– ¿Por dónde pasa ser un buen entrenador?

– Eso se gana un poco con el tiempo, con la comunicación, el entrenamiento, el disputar los partidos y con comportarse en el vestuario. Cuando llega un entrenador a un club, llega en situación de conflicto, porque llevan a un técnico porque otro se fue porque perdió. Es raro que llegue un DT a un club que salió campeón. A veces pasa, pero es raro. Entonces, entra en conflicto, y a partir de ahí, tenés que empezar a moverte para resolver cosas. Yo tengo esa frase de “manejo de situación”, de cómo se maneja un vestuario, de darle lugar a los más grandes, que los más chicos se vean respetados, que haya una línea, un momento y un lugar donde todos sean iguales. Pero después, todos no son iguales. Cuando abrís la boca en el vestuario, el futbolista es muy sensible. Por ahí, no tiene la tiene la universidad, pero si una sensibilidad distinta. Te capta cuando abrís la boca, porque el futbolista es vivo. No existe un futbolista que no te june. Cuando abrís la boca, ya te mira y sabe si vos sabes de fútbol o no.

– ¿Cómo viven los chicos hoy en día el futbol? ¿Tienen ganas de meterse en el fútbol, lo miran, o lo toman como algo más?

No, no miran fútbol. No, no miran. Evidentemente, la modernidad y la aparición de los celulares, la electrónica y todo eso ha hecho que no miren tanto futbol y estén todo el tiempo con su celular. Además, yo soy director de la Escuela de Fútbol de ATFA, de San Isidro. Tenemos 170 alumnos y ahí es de lo que hablamos. El entrenador tiene que mirar fútbol, y los chicos tienen que mirar fútbol porque se aprende. El entrenador por ahí muestra y enumera situaciones de juego o de posiciones o de acciones de determinado jugador, de determinado puesto, las marcas como aciertos, como errores, y el chico o el futbolista tendría que verla después cuando ve fútbol, para aprender. Evidentemente, esta parte de la modernidad ha perjudicado. Después, la falta de identidad de los jugadores en los clubes. Yo escuché como una persona en San Lorenzo, un chico que tenía siete partidos dijo que quería continuar su carrera en Europa y jugó siete partidos en San Lorenzo.

– ¿En su época fue igual?

– No, era distinto. Nosotros convivíamos en el club y como no había transferencias al exterior, el club pasaba a ser parte de nuestra vida. Entonces, cuando jugás y perdés, sentís otra cosa, porque al club lo terminas queriendo, por el tema de la identidad que todavía hay en algunos chicos, sobre todo los que están en inferiores de chiquitos.

– ¿Los chicos de hoy piensan más en hacer dinero cuando juegan tres o cuatro partidos en Primera? ¿Se quieren ir rápidamente cuando debutan para hacer una diferencia económica?

El 90 por ciento piensa así, lamentablemente. Porque hay chicos que tienen que hacer su cuenta acá, ya que la vida útil del futbolista es casi hasta los 40 años, el doble de lo que fue la nuestra porque a los 30 ya nos jugamos más. Siempre me preguntó ¿qué les cuesta a los chicos de hoy quedarse un año, dos años más en el club que lo formó? Hay muchos que los han vendido al exterior porque juegan dos partidos bien, llegan a Europa, pero después no tienen las herramientas para que les vaya bien. Y a veces cortan su carrera. Pero bueno, están ahí unos años sin jugar y ya vuelven, ¿no?

– ¿Cómo fue su infancia con el fútbol?

– Me crie rompiendo macetas en mi casa. A la 1 de la mañana estaba con la luz prendida en Junín pateando contra la pared con mi hermano. Desde los 9 años, empecé allá (Junín) en los torneos infantiles, y después a los 15 llegué a la Primera de Junín. Así fue toda mi vida. El fútbol me atravesó y en Junín en esa época no había universidades. Entonces, San Lorenzo fue la facultad de mi vida. En esa época, en los pueblos vos estudiabas el secundario y luego te tenías que venir a Buenos Aires a estudiar, porque no había universidades en el Interior. Entonces, veníamos a Capital, nos quedamos cinco o seis años, nos recibíamos y volvíamos a la casa de los viejos con el título de ingeniero o abogado. Te ponían la chapa en la puerta de la casa de los viejos y era la felicidad de la familia. Yo vine a Buenos Aires a estudiar, pero también a jugar al fútbol.

En San Lorenzo marcó más de 60 goles

– ¿Qué fue San Lorenzo en su vida?

– Llegué a San Lorenzo y aquí me eduqué, aprendí códigos y una forma de vivir en grupo. También, tuve la suerte de conocer el mundo, viajar y estar en hoteles importantes. Eso fue San Lorenzo para mí. Me marcó tremendamente para toda mi vida. Me formó, me educó, me enseñó a respetar, porque el fútbol tiene los valores de la disciplina, el respeto, la autoridad, la pasión por el deporte y de la alegría con lo que es un vestuario. Yo a veces les digo a los chicos: “Vos podés jugar en un pueblo de Villegas, de donde estoy dirigiendo, o en el Inter de Miami”, pero tenés que actuar igual en todos lados. A mí me costó mucho y por eso, estoy muy identificado con el ascenso, Fui campeón con All Boys, Tigre, Sarmiento, Deportivo Italiano, tanto en el interior como en el exterior, siendo entrenador.

– ¿Cómo fue su debut en Primera?

– Llegó el debut en Primera de San Lorenzo. Un ataque fabuloso: a mi derecha, el Gringo Scotta; a mi izquierda, el Negro Ortiz. Fue algo impresionante. Nosotros, los más pibes, admirábamos a muchos de nuestros compañeros. Sobre todo, porque no eran autoritarios. Existían otros códigos entre grandes y pibes. Por ejemplo, en un entrenamiento se iba una pelota lejos y éramos los más chicos quienes teníamos que ir a buscarla. Te mandaban a buscar la pelota, pero no lo hacían con mala intención. Ellos pateaban al arco, le erraban, y tenías que ir a buscarla. Existía mucho respeto hacia el futbolista con trayectoria. Mientras tanto, nosotros esperábamos y aguardábamos nuestro lugar. Era un respeto por los mayores que hoy no existe y me parece muy mal. Era otra época.

– ¿Antes había una identificación con el club que te formó, que hoy no existe?

– Los futbolistas de mi generación se identificaban mucho con sus equipos porque convivíamos con los clubes. Aprendíamos a quererlos, nos identificábamos y eso hacía que las sensaciones fueran más fuertes. El fútbol se vivía de otra manera y no todo era dinero. Ahora, los pibes meten cuatro goles y están pensando en ser transferidos. El 90% de los jugadores está pensando en la plata. Lo lamento por ellos, porque la sensación de identidad que genera un club hay que saber valorarla.

– ¿Cuál fue el entrenador que más lo marcó?

– Yo lo tuve a Adolfo Pedernera, que tuvo una metodología especial, pero también tuve a Carlos Bilardo y a Toscano Rendo. Tuve muchos entrenadores. Bilardo fue cuando empezaba con la idea de una línea de tres centrales o de cinco defensores. Carlos me pasaba a buscar acá por Flores, por la Ciudad Deportiva, y me daba indicaciones. Así que, desde ese momento, imagínate.

– ¿Qué fue Pedernera en su carrera?

– Fue mi maestro, un maestro de la vida, un tipo que abría la boca y todos los escuchaban. Con Pedernera fue con el que más me identifiqué, en cuanto a la forma. Adolfo llegó a San Lorenzo un día, era un maestro, pero un maestro de la vida, un tipo que abría la boca y todos escuchaban. Y teníamos un equipazo, no le ganábamos a nadie. Habían pasado como cuatro técnicos y luego llegó Adolfo, un sábado a la mañana al vestuario, un día lluvioso y con un pilotín ¿viste? Estábamos entrenando en San Lorenzo. No le ganábamos a nadie. Llegó Adolfo, ya grande, con la pelota y la pone arriba de la camilla. Todos estábamos alrededor sentados y él, que hablaba medio lunfardo, nos dijo: “Yo les pido dos cosas: vamos a tratarla bien a ella – la pelota – y la levantó. Porque tiene nombre de mujer y a las mujeres se las trata bien. Vamos a pisarla bien. Si nosotros estamos contentos la pasamos bien entre nosotros y vamos a jugar mejor”. Después de esa charla, cuando entrenábamos, nos daban ganas de estar todo el día con la pelota y estuvimos como 16 partidos sin perder. Cuando dijo, vamos a tratarla bien a ella, ¿sabes qué estaba diciendo?

– ¿Por qué lo decía?

– Acá pongo a los que juegan bien. Entonces, sacó un par que eran medio picapiedras, y puso a los que jugaban bien. Un maestro. Estaba loco, pero era también de defender a los jugadores cuando alguno no cobraba. Cuando terminó el campeonato, en diciembre, nosotros nos fuimos de vacaciones, él se fue y llamó a un dirigente. Le dijo “si no le pagan a los jugadores -en esa época eran 30 mil pesos por partido- me voy”. Le respondieron “No, Adolfo, quédese tranquilo”. El entrenador le pidió que le conteste al otro día porque “estos jugadores han jugado gratis y habían hecho un esfuerzo enorme todos los días, ya que vivieron cuatro meses sin cobrar”. Hubo chicos que venían en colectivo y les dábamos la plata para que puedan viajar. Y tampoco nosotros teníamos tanto para darle. Resulta que, al otro día, Alfredo llamó y dijo “¿me van a contestar?”. Le dijeron “No, Adolfo, la semana que viene”. Entonces decidió irse y se fue.

¿Cómo era la relación entre Pedernera y los futbolistas?

– Muy buena, de respeto. Cuando vos tenés una relación afectiva, se arma un buen grupo. Un día, empecé a levantar fiebre. Tenía como 40 grados. Jugábamos contra Banfield. Alfredo me dice: “Mario, ¿no te animás a jugar? Pero abrígate que te necesito y sentate en el banco, porque si no, vamos a quedar mal, con un suplente menos”. En esa época, eran cinco los suplentes. Fui temblando, con 40 grados de fiebre, estuve todo el partido en el banco, tapado, únicamente porque él me lo pidió, ¿entendés? Parece un ejemplo tonto, pero imagínate el compromiso que tenés después en el juego y en todo con una persona así, ¿entendés? Bueno, y después la forma de hablar, la forma de comunicarse, de hablar de la vida, que te enseña para vivir, ¿no? Para jugar al fútbol solamente.

Rizzi es muy querido en San Lorenzo

– ¿Y Bilardo cómo era? ¿Fue un adelantado del fútbol?

Bilardo es extraordinario. Yo jugaba de 10. Ese preconcepto que Bilardo era defensivo es erróneo, ni loco. Lo que tenía Carlos es que le costaba comunicarse. Él tenía a Ricardo Echeverría, su mano derecha. El profesor era un papá que teníamos todos. Venía, te abrazaba, te decía “ándate a aquella loma y volvé, te abrazabas y te sentabas a su lado a charlar”. Un tipazo, un tipazo generoso. Era el complemento de Carlos. La parte esa de Carlos no tenía en cuanto a la comunicación y el acercamiento. Cuando le faltó Echeverría a Bilardo, ya no fue el mismo.

– ¿Hubo hinchas que simularon ser alcanzapelotas en un partido por pedido de Carlos?

– Era un personaje, eso sí. Tenía tanta entrega, tanta dedicación, que te la contagiaba. En el último partido en el Viejo Gasómetro, de San Lorenzo frente al Boca del Toto Lorenzo, atrás del arco de Gatti, puso a unos muchachos con guardapolvo blanco que simulaban ser alcanzapelotas. Eran integrantes de la hinchada del Ciclón: lo volvieron loco con puteadas, je. Gatti no entendía nada. Cosas del Narigón, El Loco Gatti me decía “Mario, estos son de la barra, me putean”. Y después desde lo táctico nada que ver a lo que es, el preconcepto. Claudio era el cinco, Marangoni.

– ¿Bilardo luego lo llevó a Estudiantes?

– Sí. Yo me voy a Colombia y cuando vuelvo, él me va a buscar para llevarme a Estudiantes, ese equipo campeón que arma siendo uno de los mejores equipos de la Argentina. Jugaban Marcelo Trobbiani, Alejandro Sabella, Omar Ponce, Miguel Russo, era un equipazo.

– Convirtió el último gol en el Viejo Gasómetro y quedó marcado para siempre eso. ¿Qué le genera haber quedado en la historia del Ciclón?

– Cuando voy a Junín, me quedo en la puerta de la casa de mis viejos, donde mi crie. Ya no los tengo a mis viejos, pero ese fue mi lugar en el mundo. Miro esa casa y me sigo emocionando. Con Avenida La Plata me pasa algo parecido. Soy el autor del último gol en el Gasómetro y es algo que me sigue emocionando. Siempre me identifiqué con San Lorenzo. Pasé cosas muy intensas en el club. Me tocó una época muy difícil, con muchas carencias, pero siempre dije que cada vez que salía a la cancha me miraba el escudo del club, porque el escudo de San Lorenzo es el más lindo de la Argentina. En esos tiempos difíciles, nos estábamos jugando la categoría ante All Boys en cancha de Ferro y terminamos empatando. Estábamos en el vestuario y nos dicen: “Muchachos, hay tres mil personas afuera”. Salimos envalentonados junto con Tomatito Pena, mi amigo. Todo el mundo nos pedía explicaciones. Cuando abrimos la boca, les dijimos que nos debían cinco meses de salario. Nos pidieron disculpas. Eran una multitud. No teníamos ni camisetas. Tan así que nos teníamos que coser una todos los partidos porque estaban rotas. La fecha siguiente nos jugábamos el descenso contra Unión. La barra nos pidió tranquilidad. Fueron ellos quienes nos pagaron el hotel Bauen y nos compraron un juego de camisetas. Sí, la barra. Fue un partido histórico porque se suspendió el domingo por lluvia y lo jugamos el lunes por la noche. Arrancamos ganando, nos dieron vuelta el partido y terminamos ganando 3 a 2 con tres goles míos. Menos mal, porque nos íbamos al descenso. Luego, me enteré de que esa noche murieron dos hinchas infartados en la platea.

– ¿Fue contra Cipoletti que marcó el último tanto?

– Si, Hugo Coscia erró un penal, si no era el último convertido por él. Contra Cipolletti ganamos 4 a 0. Yo metí el segundo y el cuarto, y este fue el último gol. El Viejo Gasómetro era algo único nos decían los otros jugadores y otros equipos. Era todo distinto, un templo. El grito de la hinchada se sentía distinto. Y después, debajo de las tribunas había como 40 disciplinas. Yo vivía ahí abajo. Todas las disciplinas eran campeones olímpicos: yudo, hockey, sobre patín, básquet y el vóley. Y bueno, me la pasaba ahí debajo de las tribunas.

– ¿Por qué vivió ahí en el Viejo Gasómetro?

– Vivía cerca del estadio. Terminaban los partidos y nos quedamos ahí. Comíamos en el bar de enfrente, que ahora lo remodelaron. En esa época, estaban Horacio García Blanco, Carlos Juvenal y se iban enfrente a tomar algo con nosotros, a hablar de fútbol. Eran unos capos que iban y por ahí preguntaban esto, aquello. Hablábamos y compartíamos ahí. Había valores, otros códigos que hoy se fueron perdiendo. Ahora, está el tema de cómo se descalabró todo en cuanto a los valores. Es todo plata. Es todo negocio, todo traición. El fútbol sigue manteniendo su esencia. No hay cosa más linda que ir a una cancha de fútbol. Yo me sigo emocionando. Yo estoy ahí y veo pasar a los chicos y me da ganas de pedirles un autógrafo. Yo que metí más de 100 goles en el club. Pero te juro que los miro con esa mirada mía de chico, de ver los que juegan en Primera como unos ídolos. Y los miro. Entre los que están ahí, está el Pocho Cerutti, que lo tuve en Sarmiento de Junín a los 15 años. Esa cosa genera el fútbol, el tema de la pasión y lo que se genera a través de vivirlo. Y ni hablar de que lo puede jugar y practicar o dirigirlo.

– ¿Haría todo lo posible para volver el tiempo atrás, ponerse los cortos e ingresar una vez más al campo de juego?

– Ni hablar. Un día, cuando iba a empezar a dirigir, fui a verlo a Pedernera. Él estaba en River. Yo me iba a dirigir a La Pampa. Empezaba como técnico. Y fui a hablar con Adolfo. Él siempre me decía que yo iba a ser entrenador por la forma que tenía de hablar y de ver el fútbol. Él agarra y me dice en la confitería de River: “Ayer me pasó algo, Mario. Estaba sentado en el banco y estaban jugando los chicos. Vino la pelota donde yo estaba y la pare con la suela. Eso me hizo un nudo en el estómago”. Eso nos pasa a la mayoría cuando dejamos el fútbol. La mayoría de nosotros tenemos artrosis en la cadera. Al no haber antidoping, nos daban corticoide hasta para desayunar. Y estamos todos sin poder correr. Muchos de nosotros. Yo a veces paso cerca de mi casa, y me paro a ver un partido cualquiera, diez gordos que están corriendo, y no sabes cómo los envidio, de poder jugar un partido de fútbol.

– ¿Hace mucho que no juega un partido de fútbol?

– Sí, más de 20 años. No pude más por la cadera, ya que no puedo correr. Sí, se extraña. Pero bueno, qué sé yo, así es la vida. Hemos vivido momentos tan lindos. Les digo a los jugadores que tienen que aprovechar el fútbol porque son los mejores momentos cuando estás dentro de una cancha. La vida se trata de buenos momentos, de pasarla bien y de juntarse. Solo el hecho de juntarnos ya nos hace bien. Y no lo hacemos. Tengo compañeros que hace 20 años que no veo. Y por ahí me llaman por algo, le escucho la voz y exploto de alegría. Pero es la vida así.

– ¿Ve factible la vuelta a Boedo o ya perdió las esperanzas?

– No, las esperanzas no las pierdo. El Viejo Gasómetro significó algo especial para la gente. ¿Sabés que pasa? Que ibas con tu papá al estadio. Entonces, yo te puedo contar historias, en otro momento, tremendas y emocionantes, pero a un nivel que vos decís, ¿cómo puede ser? En San Lorenzo, más allá de las actividades que había, todo el barrio iba a hacer actividades, estaban los mejores bailes de Buenos Aires que se hacían ahí. Y muchas parejas se conocieron en los bailes de San Lorenzo. Era único. Yo te digo algo. Si quiero algo en la vida de corazón, antes de irme, es que el Gasómetro se inaugure en avenida La Plata. Quiero volver a verlo ahí a la sede, ¿viste? A mí me identifican mucho con el último gol y hasta a veces me enojo, ¿viste?

– ¿Por qué se enoja?

– Porque ya saben que no me gusta y me lo dicen a propósito “Mario hizo el último gol”. Marqué 100 goles en el club, pero me recuerdan solo uno. Ojalá, qué se construya el estadio. Qué sé yo, no sé quién se tiene que iluminar porque es el deseo de los hinchas; es el sueño de los hinchas. Muchos que han puesto plata y se han muerto. Ellos no lo van a poder ver, pero por ahí que lo vean sus hijos. Claro, sus familiares. Que el papá que puso la plata para comprar los terrenos y que estuvo ahí en esos lugares lo puedan ver. La otra vez, un hincha me dijo en Ciudad Deportiva: “Mario ¿sabes qué es lo que quiero? Yo quiero otra vez que vuelva la cancha a Boedo, para venir con mi hijo. Quiero tomarme el 126 y caminar hacia el estadio. Yo tengo auto, pero agarraría el 126 en Mataderos y me bajo en la avenida Directorio, y voy caminando de la mano con mi hijo hasta la puerta de la cancha”. El hincha quería volver al pasado como era antes. Yo hacía eso con mi papá, pero él ya no está y no se si van a construir el estadio en avenida La Plata, ojalá que lo puede ver antes de partir.

Fotos: Gastón Taylor