Rubén Bruno comienza el festejo del histórico gol

“Vamos, vamos, vamos River. Vamos, vamos a ganar, que este año no paramos, hasta ser campeón mundial”. Desde la primera fecha, los hinchas millonarios sentían que ese debía ser el año. Y allí iban sus voces con este canto ilusionado. Las frustraciones se acumulaban, dolían en cada cargada, que ya entraban en su temporada número 18. Se habían vuelto tan lejanas como amarillentas las fotos que retrataban la última vuelta olímpica en la lejanía de 1957. Era una época dorada, donde River se cansaba de ganar títulos, uno detrás del otro. De pronto todo cambió. Y comenzó la sequía, con torneos perdidos de las maneras más insólitas. El sentimiento de los que tenían la banda roja sobre el pecho era que el ‘75 tenía que ser el que cortara el maleficio.

River ‘75. Una marca registrada que se sentó a la mesa reservada para los equipos más emblemáticos en la historia del fútbol argentino. De aquellos que llevan adheridos el don de ser recordados por los hinchas de otros cuadros y de poder ser recitados de memoria, aún 50 años después: Fillol; Comelles, Perfumo, Ártico, Héctor López, Juan José López, Merlo, Alonso; Pedro González, Morete y Más. Con la dirección técnica de un prócer del club. Quizás el único hombre que tenía la plena convicción de quebrar la racha: Ángel Labruna

Además de un excelente plantel y un entrenador ganador como pocos, River contó con algo más: una hinchada que estuvo a la altura de las circunstancias, acompañando desde la fecha inicial y que fue puntal anímico, cuando los viejos fantasmas volvieron a rondar por el Monumental, en el momento en que el Metropolitano, ingresó en la recta final y nada menos que Boca, recortó la diferencia de una manera peligrosa. Como detalla el colega Diego Borinski en su muy buen libro sobre Ángel Labruna, de editorial Galerna, en la tarde del lunes 11 de agosto se realizó una reunión entre Futbolistas Argentinos Agremiados y la conducción de AFA por la firma del convenio colectivo de trabajo. No llegaron a un acuerdo y por ese motivo, el gremio decretó la huelga. Al día siguiente, el Ministerio de Trabajo dictó la conciliación obligatoria, pero Agremiados no dio el brazo a torcer. El Gobierno declaró ilegal a la medida de fuerza al tiempo que la AFA disponía que todos los partidos correspondientes a la fecha 37° se jugaran igual, aún con elementos amateurs, el jueves 14.

Fernando Zappia estaba en las divisiones inferiores y fue parte muy importante de aquella noche inolvidable. En diálogo con Infobae, recordó como comenzó esa jornada que quedaría marcada con una banda roja en el alma Millonaria: “Yo jugaba en tercera, y éramos pocos lo que habíamos logrado pasar desde la cuarta. El día del partido, en horas de la mañana, cuando llegué a la utilería del club, para retirar la ropa del entrenamiento, me lo encontré a Federico Vairo, que era nuestro entrenador, junto a Ángel Labruna. Estaban seleccionando jugadores de distintas categorías para formar el equipo que debía afrontar ese partido tan importante. Al rato nos dijeron que subiéramos a la concentración y antes del almuerzo nos explicaron que Futbolistas Argentinos Agremiados había decretado una huelga y que AFA obligaba a los clubes a disputar la fecha esa noche. Durante la tarde en la concentración, horas antes del partido, se produjo un hecho curioso, porque vinieron tres muchachos del plantel profesional a sugerirnos que no nos presentáramos a la noche. Eso motivó una reunión entre nosotros, donde se hizo una votación y todos, menos uno, lo hicimos en forma afirmativa para jugar. De pronto, éramos nosotros, ese grupo de chicos, los que podíamos darle ese logro tan importante y esperado al club”.

La formación de aquella noche. Parados: Luis Jometón, Orlando Ponce, Rodolfo Raffaelli, Alberto Vivalda, Fernando Zappia. Abajo: Héctor Bargas, Leonardo Labonia, Rubén Cabrera, Ramón Gómez, Rubén Bruno y Francisco Groppa

Los hinchas, sufridos e ilusionados, reventaron todas las canchas y batieron récord de recaudación. Entre ellos, estaba un muchacho de 15 años, futbolero y fanático de la banda desde su infancia, que lo siguió a todos lados, sintiendo que era el año para romper el maleficio. Era Beto Casella, que así nos recordó cómo vivió las horas previas: “Era un tiempo sin canales de cable, que pudiesen adelantar la marcha de la situación y solo la radio acercaba las novedades más o menos rápido. No tengo dudas que la mayoría de la gente, ese mismo día, cerca del mediodía, tuvo conocimiento que el partido se disputaría pocas horas más tarde, por ese medio. La situación de confusión, más el hecho que ni remotamente se podía pensar en las ticketeras para sacar las entradas previamente, llevó a una gran aglomeración en los alrededores de la cancha. No había vallados de seguridad, por lo que el que tuvo la suerte de llegar temprano a las boleterías y conseguir una entrada, fue un afortunado. En mi caso, no fue así. Me quedé esperando y ver de qué modo, en medio de la turba, podía meterme por los escalones repletos como pocas veces”.

En horas de la tarde se disputaron otros encuentros, todos con elementos de divisiones inferiores. Uno constituyó una situación muy particular y fue el de Racing frente a Rosario Central, en Avellaneda. A las 15:15, el árbitro Abel Gnecco completó la planilla, puntualizando que el cuadro local “no presentó equipo”. Sin embargo, sus dirigentes, lograron juntar algunos muchachos de octava y novena para presentarse, aunque sea más tarde, porque la consigna era jugar de cualquier manera para no quedar expuestos ante la AFA. Las lógicas diferencias de edad y físico contra sus adversarios de tercera y cuarta, desencadenó en una parodia, donde el elenco rosarino se impuso por 10-0, produciéndose la más pobre recaudación del profesionalismo, ya que solo se vendieron 5 entradas…

La incertidumbre se mantenía y corrían las agujas de los relojes. Para Beto Casella fue una jornada inolvidable y no solo por lo futbolístico: “El principal milagro de aquella noche es que no haya ocurrido una calamidad similar a lo que fue conocido como ‘Puerta 12′, con víctimas fatales, porque posiblemente afuera del estadio hubiese la misma cantidad que adentro. Era otro país, sin internet, Google ni portales, y el recuerdo que tengo es que la confirmación de la realización del partido se comunicó muy sobre la marcha, a escasas horas del inicio y sin la menor organización, porque la huelga y la situación que atravesaban los jugadores profesionales lo enrarecía todo. Había versiones muy fuertes sobre que se iba a esperar a que esa situación gremial se resolviese”.

Fernando Zappia con la camiseta que utilizó esa noche, que está en el museo de River

En el torneo, River tuvo un arranque arrasador. Luego de empatar en cero ante Estudiantes en el debut, sumó nueve triunfos consecutivos, anotando 20 goles en 10 fechas. El invicto lo perdió en la jornada 14° frente a Newell´s en el Monumental (4-1). Al terminar la primera rueda, aventajaba por ocho puntos al segundo, que era el muy buen Unión que armó el Toto Lorenzo. El equipo tuvo una pequeña merma de rendimiento durante las revanchas. En la fecha 29 igualó con Independiente 1-1 en Avellaneda, sufriendo un hecho que sería clave para las semanas siguientes: el Beto Alonso fue expulsado y recibió una suspensión de seis partidos. En principio no pareció grave, porque sin jugar bien, venció a Gimnasia y Ferro, hasta que llegó la semana fatídica. El domingo 20 perdió sorpresivamente contra Atlanta en el Monumental. Tres días más tarde se repitió el score en la caída frente a Newell´s en cancha de Vélez, donde el cuadro rosarino accedió a hacer de local. El domingo 27 era un momento clave, porque River recibía a Boca, que estaba a 5 puntos y venía en franco ascenso. El golazo de Osvaldo Potente de tiro libre, decretó el tercer 0-1 consecutivo, que hizo reaparecer a todos los fantasmas de los 18 años de penurias.

Hubo fecha entre semana, donde ninguno de los dos pudo superar a los equipos del sur. Boca igualó en cero en su estadio con Banfield, al tiempo que River no pasó del 1-1 ante Temperley en campo de Racing. El domingo 3 de agosto reapareció el Beto Alonso. Como todo predestinado, traía en la manga, la alegría que los Millonarios esperaban. Con dos goles suyos, vencieron a San Lorenzo por 2-0, mientras los Xeneizes perdían con Huracán en Patricios. Con solo cuatro puntos en juego, River le había sacado tres al Globo, nuevo escolta, y preparaba la fiesta. No hubo fecha el domingo 10, por la presentación de Argentina en la Copa América (descomunal goleada 11-0 a Venezuela en cancha de Rosario Central). Todo estaba preparado para desatar la fiesta contra Argentinos Juniors. Pero la historia iba a tener miles de matices…

Había llegado el momento. La ansiedad del pueblo riverplatense desbordaba las tribunas y plateas de la cancha de Vélez y del país entero. Estaba a un paso de concretar un sueño que se había convertido en pesadilla. Fernando Zappia no solo tuvo el honor de ser parte de esos 11 titulares, sino el capitán: “De los 20 jugadores que citó Federico Vairo, solo cuatro éramos de tercera: Labonia, Cabrera y yo que fuimos titulares y Giménez, que estuvo en el banco. La emoción fue enorme cuando el DT se decidió por mi para darme el brazalete de capitán. Bruno siempre dice que me dio un empujón en el momento de salir a la cancha, encabezando el equipo. No lo recuerdo, pero no creo que haya sido así, porque si me pongo a pensar lo que significaba ese partido para River y para mí, creo que me hubiese bloqueado. Estaba concentrado y compenetrado en lo que se venía. Son sensaciones únicas e inexplicables que te regala el fútbol”.

Beto Casella contó sus recuerdos de aquellas jornadas históricas para River Plate

Fueron 90 minutos peleados, donde los nervios eran patrimonio de los dos equipos, aunque River siempre fue más, en medio de las avalanchas que se descolgaban de ambas cabeceras. El informe oficial detalló 55.324 localidades vendidas, pero nunca se sabrá cuanta gente estuvo allí. En el entretiempo, Diego Maradona, que estaba en octava división, era uno de los alcanza pelotas. Estaba a dos meses de cumplir 15 años e hizo jueguito, como era habitual, para deleite del público. Hasta que llegó el momento cumbre a los 69 minutos. El lateral derecho Raffaelli se la dio a Héctor Bargas, quien avanzó unos metros y le puso un pelotazo en profundidad a Rubén Bruno. La pelota picó, se produjo un mal rechazo de un defensor y el número 10 de River se la llevó con la cabeza. Cuando le salió el arquero Norberto Díaz, definió con enorme precisión, para poner el 1-0 y desatar el grito que tantas gargantas tenían atravesado desde 1957. Ya no había que soñarlo más. River y campeón volvían a encontrarse en la misma frase, para retomar el eterno romance.

Para Fernando Zappia no fue un momento de festejo alocado ni de liberar las tensiones acumuladas. Tomó una decisión particular: “Cuando terminó el partido, me encontraba a pocos metros de la boca del túnel y salí corriendo hacia allí, porque sentía que los muchachos del plantel profesional, que habían luchado toda la temporada para cortar la racha de tantos años sin títulos, merecían estar en la cancha en el momento de la consagración. Cuando ingresé, no había nadie, a excepción de un chico al conocía y que en ese momento escribía en la revista River. Me saqué la camiseta y se la regalé. Ese hecho produjo que esa casaca histórica, hoy se encuentre en el museo del club, porque él la cuidó como si fuese un verdadero tesoro y fue la única que sobrevivió. Después de haber sufrido tantos años como hincha de River, terminé festejando solo en el vestuario y siendo parte de una historia increíble”.

Del otro lado, aunque del mismo lado, estaban los hinchas como Beto Casella: “Debo haber observado apenas unos fragmentos del partido, asomando la cabeza entre la multitud, como para decir ‘yo estuve ahí’. Me acuerdo haber vivido ese partido, más que haberlo visto, en medio de una muchedumbre que seguía apretando con el único objetivo de ingresar de cualquier manera. Fue un verdadero milagro que haya podido terminar. A la hora de las celebraciones, tampoco había una tradición de ir al Obelisco o a algún lugar determinado. Supongo que algunos fueron al Monumental, pero la mayoría tenía que levantarse temprano para ir a laburar al día siguiente. El verdadero festejo fue tres días más tarde, por la última fecha del torneo, contra Racing en el Monumental, el partido se interrumpió al terminar el primer tiempo, ganando River 2-0, por la invasión del público y que nunca se reanudó. Aquella noche contra Argentinos Juniors fue una verdadera locura Fellinesca”.

Los héroes de aquella noche fueron Alberto Vivalda, Rodolfo Raffaelli, Orlando Ponce, Fernando Zappia, Luis Jometón, Rubén Cabrera, Héctor Bargas (Sergio Gigli), Norberto Bruno, Leonardo Labonia, Ramón Gómez y Francisco Grippa (Luis Giménez). Pero el éxito fue efímero, la mayoría no logró tener continuidad en la primera del club y fueron quedando libres en los años posteriores. Vivalda se destacó como arquero en Chacarita, Racing y el fútbol colombiano, Raffaelli como lateral en Atlanta y Zappia, con 12 años en Europa. Del lado de Argentinos Juniors se dio la curiosidad: uno de los chicos que actuó esa noche, Aldo Méndez, no se fue a los vestuarios al culminar el partido, sino que se sumó los festejos, por ser fanático de River (gracias por el dato a Javier Roimiser, historiador del cuadro de La Paternal).

A manera de epílogo, Beto Casella nos dejó una interesante reflexión futbolera: “Esa noche fue de los chicos y quizás, haya sido un acto de justicia, una especie de simbolismo, por todo el semillero que River ha dado a lo largo de sus años. Que la jornada emocional más fuerte de su historia la hayan protagonizado ellos, capaz que fue una cosa hasta metafórica de lo que ha sido y es River promoviendo pibes nuevos”.

La noche que los Millonarios cortaron el maleficio fue mucho más que el histórico gol de Bruno, gritado hasta la más dulce afonía. Tuvo un inmenso entramado de intereses. Pero lo concreto fue que aquellos pibes, se dieron el gusto de sus vidas. Y al momento de dar la vuelta olímpica, en andas de los hinchas, movían los brazos frenéticamente. Estaban ahuyentando definitivamente, los fantasmas de 18 años de dolor futbolero.