Cuando su madre se enteró de que estaba embarazada, primero la golpeó. Después la llevó con la abortera del barrio. Fue en febrero de 1983. Alejandra Arreguez tenía 17 años y hacía siete meses que ocultaba su panza. “La escondí como pude. Pesaba, creo, 40 kilos. No se notaba absolutamente nada. Mi mamá empezó a sospechar porque notó que yo no menstruaba. Lo terminó de confirmar cuando entró a revisarme mientras me estaba bañando”, cuenta hoy, a los 60 años, con la voz firme y la memoria intacta.
La historia ocurrió en una casa común del conurbano bonaerense. En ese momento, los Arreguez se habían divorciado y Alejandra vivía junto a su madre, Dora, y sus dos hermanos menores, Stella Maris y Carlos. En el fondo del terreno, separada apenas por un alambre, estaba la casa de Jorge: el chico del que ella se había enamorado y al que su mamá detestaba. “Él quería que nos casáramos y nos fuéramos juntos, pero yo no me animé. Le tenía pánico a mi vieja”, dice.
Alejandra describe a su madre como una mujer violenta y autoritaria. Justamente, fue ella quien decidió lo que había que hacer con ese bebé “no deseado”. Como el aborto no fue posible, su madre puso en marcha otro plan: la mandó a vivir a la casa de una partera llamada Pura Clarilda Rojas. Allí, Alejandra transitó el último mes y medio de gestación, sin saber que esa mujer se dedicaba a vender bebés.
La maniobra se terminó de ejecutar el 11 de abril, cuando Alejandra fue trasladada al hospital materno infantil “Teresa Luisa Germani”, de Gregorio de Laferrère. Ese día nació Verónica. Fue registrada como NN. Alejandra la tuvo unos minutos en brazos y nunca más volvió a verla. Hoy, más de 40 años después, todavía la busca.
El plan
Las últimas seis semanas de su embarazo, Alejandra vivió en la casa de Pura, ubicada en la esquina de Tornquist y Carlos Encina, en Isidro Casanova. Su madre la había dejado allí con un bolso y, según cuenta, la visitaba una vez por semana para dejarle algunos productos de higiene personal. De aquellos días, hay un recuerdo que todavía no se le borra: el olor del jabón Nivea. “Siempre me traía uno. Hasta el día de hoy no soporto ese aroma. Me resulta desagradable”, dice.
La convivencia con Pura era buena. La mujer la trataba bien, le daba libertad para salir y hablar con los vecinos. Durante ese período, Alejandra pudo mostrar su panza por primera vez sin necesidad de esconderse. “Creo que fue el único momento en que disfruté el embarazo. Iba a hacer las compras con mi batón y me sentía libre. En la calle me preguntaban de cuánto estaba o cómo se iba a llamar. Nadie me cuestionaba”, dice.
Con el tiempo, Alejandra descubriría que esa supuesta contención tuvo un precio: su madre le había pagado a Pura para que se hiciera cargo “del asunto”. “Después supe que se dedicaba a vender chicos. No sé cuánto le pagó mi madre, pero fue el equivalente al festejo de 15 de mi hermana: ‘Por culpa de tu picardía se va a quedar sin cumpleaños’, me dijo”.
El día del parto, Pura la llevó al fondo de la casa, donde tenía montada una sala improvisada con una camilla. Intentó asistir el nacimiento allí, pero al final cambió de decisión: “Me cerró las piernas y me dijo: ‘Aguantá, porque vamos a ir al hospital’. Cuando bajé de la ambulancia, ya estaba pariendo. Lo primero que le pregunté a la enfermera fue qué color de ojos tenía, porque los del papá eran claros. Me respondió que era muy pronto para saber eso, que se definía más adelante”.
Verónica nació el 11 de abril de 1983 a las 21.15 horas y pesó 2,550 kilos. Dora, la mamá de Alejandra, jamás entró a la habitación. “Cada vez que se abría la puerta, la veía caminando por el pasillo. En el fondo, yo esperaba que viera al bebé y cambiara de opinión. Creía que iba a enternecerla o ablandarla. Esa era mi esperanza. Pero cuando vi que ni se acercó, me imaginé que algo iba a pasar”, cuenta.
La que se quedó todo el tiempo con ella fue Pura. “Me trajo un montón de ropa usada para vestir a mi bebé, porque yo no tenía qué ponerle”, cuenta. Antes de irse del hospital, Alejandra hizo algo clave: anotó todos los datos de la constancia de parto en una libreta. Grupo sanguíneo, peso, hora del nacimiento. “Esa hoja todavía la conservo”, dice.
Después, llegó el momento más doloroso. Cuando salió del hospital regresó a la casa de Pura con su hija en brazos. Al llegar, la mujer la hizo bajar del auto, le pidió que dejara a la beba sobre una cama y le ordenó que se fuera: “Tu mamá te está esperando en el auto”. Alejandra obedeció. Besó y abrazó a Verónica, se subió al coche y lloró todo el camino de regreso. “Lo último que me acuerdo es haber llegado a lo de mi mamá y que estuvieran haciendo un asado. Me vestí y oscurecí en mi dormitorio”, dice.
Un reencuentro y una pregunta
Dos años después de que la separaran de su hija, Alejandra se fue a vivir con su padre, Juan Carlos. Fue entonces cuando se reencontró con Jorge. Él le dijo que la había buscado y quiso saber qué había pasado. Ella no se animó a contarle la verdad. “Me daba vergüenza. Le dije que me habían hecho un aborto”, recuerda. Pero Jorge no le creyó. “¿Cómo un aborto si estabas de siete meses? Tu vieja es una asesina”, le dijo. Finalmente, Alejandra confesó todo. Jorge volvió a insistir con algo que ya le había propuesto tiempo atrás: casarse y buscar a su hija.
“Yo le decía que ‘Sí’, pero siempre fui infeliz para atreverme. Siempre tuve miedo de todo”, dice ella.
A pesar de sus temores, avanzaron. Hablaron con sus respectivas familias. El padre de Alejandra y los padres de Jorge estuvieron de acuerdo. Pero Dora, una vez más, se opuso. “Si vos te querés casar con mi hija, primero conseguite un trabajo, comprá una casa y muebles”, exigió. Jorge respondió que lo iban a hacer, pero juntos y de a poco. “Mientras tanto no la vas a ver”, sentenció ella.
Durante esa conversación, Alejandra no dijo una palabra. “Estaba sentada en un sillón, inmóvil. No miraba a nadie. Ni a mi vieja, ni a Jorge, ni a mi viejo”, recuerda. Jorge se puso de pie, la miró fijo y le dijo: “Sí que nos vamos a ver”. Pero ella mantuvo la mirada clavada en el suelo. Entonces agarró su campera y se fue. Antes de salir, se dirigió a Dora con una frase que todavía resuena en la memoria de Alejandra: “Usted nos tiene que decir qué hizo con nuestra hija”.
Hasta ese momento, Alejandra todavía creía que su hija estaba con Pura. “Pensaba que se la había quedado ella. Jamás me imaginé toda esta historia que descubrí décadas después”, cuenta. Por eso volvió dos veces a la casa de la partera, con la esperanza de encontrar alguna pista. La primera fue a los 21 años. Golpeó la puerta y le dijo a Pura que quería averiguar sobre un aborto. “Ella ni se acordaba de mí. Le pedí pasar al baño para ver si había cepillitos o juguetes de nena, algo que me diera un indicio, pero no vi nada. Ni siquiera fotos. Miraba todo y no registraba nada”, recuerda.
La segunda vez fue casi una década más tarde, poco antes de tener a su segundo hijo, Mauro. Tampoco encontró ninguna señal.
Después de eso, dejó de buscar a Verónica. “No quería lastimar a mi pobre vieja”, dice. Pero el cuerpo empezó a hablar: “Arranqué con dolores de cabeza muy fuertes. Después no podía mover el pie derecho, se me aflojaba la pierna. Más adelante me internaron y me sacaron la vesícula. Bajé como 20 kilos. Llegó un momento en que tuve que elegir: era ella o yo”.
“Hijo, tenés una hermana”
Alejandra volvió a ser mamá en abril de 1997. A diferencia de lo que sucedió con Verónica, cuando nació Mauro, su madre fue a la clínica y se instaló en la habitación con ella. “En ese momento la odiaba. Pensaba: ‘No necesito esto ahora. Lo hubiera necesitado antes y no lo hiciste’. Jamás se lo dije”, cuenta.
El vínculo entre ellas seguía siendo opresivo. “Nunca me dio explicaciones de nada”, asegura Alejandra que, durante años, sintió que no tenía decisión propia. “Me da un poco de vergüenza contarlo, pero hasta hace muy poco, mi vieja me daba terror. Si en un almuerzo yo decía: ‘Me gustaron unas botas’ y ella respondía: ‘¿Por qué no te las comprás?’, me las compraba. Pero si me decía: ‘¿Más botas?’, no lo hacía”.
Sumida en esa dinámica, algo cambió cuando Dora sufrió un ACV isquémico a mediados de 2022. “Quedó internada en el hospital de Clínicas y yo estaba segura de que no volvía. Así que planifiqué mi vida en base a eso. ‘Voy a poder buscar a mi hija, le voy a poder contar a Mauro que tiene una hermana y también voy a poder hablarlo con mis amigos’, pensaba”. Pero cuando los médicos le confirmaron que a su madre no le habían quedado secuelas, el impacto fue brutal. “Ahí empecé terapia”, cuenta.
Lo primero que hizo fue hablar con su hermano menor, Carlos. Le dijo que no podía vivir más con su madre y él aceptó llevársela a su casa. Para ese momento, Alejandra ya había llamado a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CoNaDI) y tenía turno para dejar una muestra de sangre. Estaba convencida de que el resultado le iba a dar positivo, no sabía por qué, pero lo sentía así. Por eso, cuando en julio de 2023 le informaron que era negativo, el golpe fue fuerte.
El siguiente paso fue contárselo a Mauro. “Me preocupaba su reacción. Se lo dije después de que mi mamá se fue, el primer fin de semana que nos quedamos solos. Al principio no me contestaba nada. ‘¿Estás enojado?’, le pregunté. Y pobrecito, se puso a llorar: ‘Tengo una hermana’, decía”. Después organizaron una reunión familiar. Delante de todos, Alejandra le dijo a su madre que iba a buscar a su hija, que Mauro ya lo sabía, que iba a contar su historia en redes sociales y que no iba a ocultarla más. Fue entonces cuando comenzaron a aparecer otras piezas del rompecabezas.
“Mis primas me contaron que dos de mis tías estaban involucradas, que mi vieja no lo hizo todo sola. Me sorpendí. Yo pensaba que nadie en la familia lo sabía. Pero cuando empecé a abrirme, me decían: ‘Ay, nosotros decíamos: ¿cuándo irá a buscar?’”. Esa sinceridad repentina le provocó una mezcla de alivio y enojo. “Me caía bien y me caía mal. Porque pensaba: ‘¿Vos lo sabías y nunca me diste pie a hablar?’”.
“Hija, te busco”
Hacer pública la búsqueda de Verónica fue un quiebre. “Era angustiante ir al trabajo, completar un formulario y tener que mentir cuando preguntaban cuántos hijos tenía. O cuando Mauro me pedía algo y yo le decía que no. ‘¿Cómo le vas a decir que ‘No’ a tu primogénito?’, me decía en broma. Ahora ya soy libre de decir: ‘Tengo dos hijos. Uno vive conmigo y a la otra la estoy buscando’”.
A partir de entonces se abrieron puertas: consiguió la constancia de parto, se hizo un ADN ancestral, pero aún no hay respuestas. “Agoté todas las instancias. Fui a la Defensoría del Pueblo y conseguí que hicieran un barrido en el Registro Civil de 1983. El tema es que pueden haberla anotado en el ’82 o en el ’84. Si ella no duda de su origen, si no se hace un ADN, no la voy a encontrar”, lamenta.
La publicación en Facebook, en el grupo Tu historia. Mi historia. Te busco, multiplicó la información: supo el nombre y apellido completo de Pura y del médico que trabajaba con ella —Julio César Sáenz Franco—, los números de documentos y sus matrículas. “Pura falleció hace ocho años. Una chica me dijo que viajaba mucho al Sur, a Córdoba, a Entre Ríos”, cuenta.
Otra pista la llevó hasta una enfermera que había trabajado con Pura. “Fui con una amiga, le conté todo y me dijo: ‘¿Cómo no me voy a acordar de lo que hacía?’. Le ofrecí dejarle mi número por si se acordaba de algo. ‘No, querida —me respondió—. ¿Sabés cuántos bebés fueron? Cientos. Qué te voy a decir’”.
—¿Qué hacés cada 11 de abril?
—Antes me aislaba. En el trabajo ya sabían que ese día o el siguiente yo no iba a estar. Me iba sola. En 2023 fue la primera vez que estuve acompañada. Hablé con mis compañeros, hicimos una movida en Twitter y Facebook con el hashtag #VeroTeBusco. Fue distinto. Cada 24 de marzo voy a las marchas con el cartel. Ahora me queda visibilizar. Ver si alguien se encuentra parecida a mí en una foto, algo que le haga dudar.
—¿Te imaginaste alguna vez un reencuentro con Verónica?
—Así como no la imagino a ella, tampoco puedo imaginar cómo sería ese momento. Pero estoy preparada para todo: para que sea un reencuentro hermoso o para que no quiera saber nada de mí.
—Si ella estuviera leyendo esta nota, ¿qué te gustaría decirle?
—Que me perdone por haber sido cobarde.
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