Steve Dahl se dedicó desde muy joven a la radio. En 1979 fue el gran propulsor de un

Un éxito imparable, un hombre profundamente enojado con ese éxito arrasador y un empresario en busca de maximizar sus ingresos. Esa fue la ecuación detrás de una presunta apuesta comercial y artística (¿y también política?) que se descontroló y provocó un desmán. El 12 de julio de 1979, hace exactamente 45 años, se llevó a cabo la Disco Demolition Night, un evento que, con el tiempo, se consideraría como un episodio de profundas raíces racistas y homofóbicas.

Fue en Chicago, en Comiskey Park, el estadio en el que el equipo de baseball White Sox de esa ciudad se desempañaba como local. La idea fue de Michael Veeck, el jefe de marketing del equipo, que tenía como objetivo central de su trabajo lograr que aumentara la asistencia en el estadio.

Creyó que, dados los malos resultados que estaban obteniendo los White Sox durante esa temporada, tenían que llamar la atención del público por alguna vía extra deportiva. Entonces Veeck pensó en Steve Dahl, un DJ de radio que cada vez que podía, desde su micrófono alentaba la resistencia del rock ante el avance de la música disco y que lo hacía con un histrionismo que al especialista en marketing le había llamado la atención como oyente.

En ese verano de 1979, la música disco arrasaba en los rankings. La película Fiebre de sábado por la noche, estrenada dos años antes, había terminado por consolidar el género. Por eso en el primer semestre de 1979 sólo tres de las 16 canciones que encabezaban los rankings de las radios no eran de artistas dedicados al disco. En 1978, el género había liderado las ventas en 37 de las 52 semanas del año.

El éxito de

El sonido disco prácticamente monopolizaba a los oyentes. Era casi imposible escuchar una radio sin que se escuchara esa música. Pero los rockeros, o al menos algunos rockeros, se oponían a su hegemonía porque sentían que perdían el terreno que habían conquistado algún tiempo atrás.

Steve Dahl era una de las voces que encarnaba ese recelo rockero ante el avance a paso firme del disco. En 1979 tenía 24 años y se autoproclamaba como un “discofóbico”. Y aunque esa postura le valió un despido de una emisora radial en 1978, tuvo otra oportunidad en WLUP Radio de Chicago, donde suponían que ese tono combativo les traería audiencia. Dahl no tenía problema en referirse a la música disco como una “temible enfermedad” e incluso parodió el éxito de “Do Ya think I’m sexy?”, de Rod Stewart, y la bautizó “Do Ya think I’m disco?”. El DJ radial no dudó en convocar a sus oyentes al “Ejército Anti Disco”.

La tarea de ese “ejército” era acompañar a Dahl en su cruzada e incluso asistir a los eventos que el DJ radial organizaba para oponerse públicamente al género musical que cada día conquistaba más audiencia. Algunos de esos eventos fueron exitosos en términos de convocatoria, aunque no estuvieron exentos de violencia. Esa convocatoria sedujo a Veeck: creyó que podía lograr que un público que nunca había pisado el estadio de los White Sox se acercara. Con suerte, los convertiría en asistentes fieles y la asistencia mejoraría.

Lo que Veeck no previó fue el caos al que se estaba exponiendo. E incluso el daño que sufriría el estadio que quería dar a conocer. Con Dahl como gran anfitrión, se organizó la Disco Demolition Night el 12 de julio de 1979. Según las estimaciones de Veeck, llegarían unos 5.000 asistentes extra a la asistencia habitual del estadio, que rondaba las 15.000 personas. Ese 12 de julio los White Sox debían enfrentar a los Detroit Tigers y la convocatoria de Dahl, que se difundió especialmente a través de la emisora en la que él conducía su programa, era para los integrantes de su “ejército”: podrían entrar a ver el partido sólo por 98 centavos de dólar si llevaban un álbum de disco que estuvieran dispuestos a destruir.

Unas 40.000 personas asistieron al estadio de los White Sox convocadas por la

Steve Dahl sería el encargado de destruir todos los discos recolectados, nada menos que con una detonación de explosivos en medio del estadio. Previendo un mayor flujo de público, Veeck contrató seguridad extra, aunque iba a quedarse corto. Estimaban 5.000 personas más de las habituales, pero en realidad entraron al estadio 40.000 personas más que las 15.000 que cada vez que había partido se acercaban a Comiskey Park. El desborde estaba a punto de ocurrir.

Además de esos 40.000 asistentes extra que coparon el estadio, varios miles más quedaron afuera e intentaron meterse saltando molinetes o trepando vallados. La Policía de Chicago tuvo que cerrar varios accesos automovilísticos de la zona para evitar que llegara todavía más gente. En términos de público, la convocatoria a la Demolition Disco Night era un éxito.

Pero el descontrol se evidenció enseguida. Muchos asistentes prefirieron quedarse con el disco que habían llevado para destruir en vez de depositarlo en la caja que “recaudaba” el material que Dahl iba a destruir ante los ojos de todo el estadio. Decidían quedarse con los discos para usarlos casi como proyectiles y tirarlos al campo de juego agresivamente.

“Los discos cortaban el aire”, llegó a decir Rusty Staub, uno de los jugadores de los de Detroit, respecto de aquella noche. Fue él quien recomendó a sus compañeros que se protegieran con los cascos que solían usarse sólo para batear por si alguno de esos discos les impactaba en la cabeza. “Nunca vi algo tan peligroso”, declaró a la prensa.

Al campo de juego no sólo caían discos (de disco), sino también botellas, encendedores y petardos. Hubo que frenar el partido más de una vez. A la hora señalada, en una pausa del encuentro, Steve Dahl entró al campo de juego conduciendo un jeep y vestido con indumentaria militar. “¡Esta es oficialmente la convocatoria anti-disco más grande del mundo!”, gritó el DJ: su público rugió enardecido.

Décadas después de la convocatoria, Dahl publicó un libro sobre aquella noche: aseguró que nada tuvo que ver con el racismo y la homofobia

Mostró todos los álbumes reunidos en enormes cajas y encendió los explosivos: los discos quedaron inmediatamente destruidos y el campo de juego se volvió un cráter. La detonación terminó de descontrolar al “ejército” que Dahl había enfurecido en cada una de sus emisiones radiales y esa misma noche. Entre 5.000 y 7.000 personas invadieron el campo de juego, burlando cualquier intento de los empleados de seguridad por recuperar el orden.

Prendieron hogueras, arrancaron asientos, se agarraron a trompadas, destruyeron la jaula de bateo y robaron las bases de los White Sox y bates de los dos equipos. El propietario del equipo rogaba por megáfono para que todo volviera a ordenarse, pero no había forma de detener el caos. Sólo con la llegada de la Brigada Antidisturbios de la Policía de Chicago pudo empezar a contenerse el desborde. Hubo al menos nueve heridos y, según las crónicas periodísticas, “fue un milagro que nadie muriera en medio de esa locura”.

Como todo se había salido de eje, los White Sox no pudieron jugar el segundo partido agendado para esa noche, también contra los Tigers. El campo de juego estaba inutilizable, así que perdieron los puntos, lo que los perjudicó todavía más en una temporada que ya era mala para el equipo de Chicago.

Las lecturas sobre ese caos y esa violencia inédita en nombre de una presunta disputa entre géneros musicales no tardaron en llegar. Más allá de lo estrictamente artístico, hubo críticos musicales de la época y, sobre todo artistas, que no dudaron en asegurar que lo ocurrido en la Disco Demolition Night llevaba detrás profundas raíces racistas y homofóbicas.

Es que muchos de los artistas que más habían aportado a la revolución disco eran afroamericanos, y la música de esa población le había servido de gran influencia al género que en ese momento crecía cada vez más en cuanto a su popularidad. A la vez, se trataba de un género especialmente denostado por la juventud que más defendía la supremacía blanca en Estados Unidos.

Village People, artistas criticados por sus formas de vestir y de moverse sobre el escenario por quienes criticaban la música disco

Al mismo tiempo, quienes criticaban el género no dudaban en remarcar que se trataba de una manifestación artística enormemente popular entre la comunidad LGBT+, más allá de la popularidad generalizada de la que gozaba. Incluso desde los medios de comunicación se destacaba el vínculo entre la llamada “cultura gay” y la música disco: se referían no sólo a las canciones, sino también a la vestimenta de algunos artistas –Village People, por ejemplo- y a sus formas de bailar y de moverse sobre el escenario.

Había, entonces, un trasfondo mucho más complejo y agresivo en esa destrucción del disco: el que quería arrasar con esa manifestación artística también quería arrasar con las raíces afroamericanas de la música que no paraba de crecer, o con la comunidad LGBT+, o con las dos cosas a la vez. El rock se volvió, para algunos que estaban cargados de odio, un “refugio del predominio blanco” en Estados Unidos. Había quienes veían en el rock una defensa de “lo rudo”, “lo áspero”, “lo masculino”, y en la música disco, algo más “femenino”: eso enojaba a los que estaban en contra de los derechos de la comunidad gay y también a los que estaban en contra de los avances más recientes del feminismo.

Muchos de ellos fueron al estadio de los White Sox con su disco y su enojo. Alentaron esa quema que era una manifestación de la agresividad de la que eran capaces. Dave Marsh, crítico de la revista Rolling Stone, definió la Disco Demolition Night como “una expresión de intolerancia, racismo y sexismo”, mientras que Nile Rodgers, fundador de la banda Chic y reconocidísimo productor musical, comparó lo ocurrido en el estadio de los White Sox con la quema de libros que impulsaba el nazismo. Gloria Gaynor no dudó en asegurar que había motivos económicos detrás de aquel evento, y apuntó a los que, por las ganancias del género disco, perdían por dedicarse a otro tipo de música.

Steve Dahl negó todo tipo de rasgo racista u homofóbico en la Disco Demolition Night. Lo hizo en entrevistas y también en el libro que publicó en 2016, Disco Demolition: la noche que el disco murió. En una declaración pública, el DJ radial aseguró: “Estoy cansado de defenderme como un homófobo racista. El evento no fue antirracista ni anti-gay. Estaba defendiendo el estilo de vida rock’n’roll de Chicago de una invasión musical no deseada”. Dahl sostuvo incansablemente que se trató de una acción para dar cuenta de que, entre otras cosas, no irían a discotecas en las que se impusiera el género que repudiaban.

En 2014, antes de publicar su libro, Dahl definió el evento como “una juerga sin gran significado cultural”. Vince Lawrence, que en 1979 era un adolescente afroamericano que trabajaba acomodador en Comiskey Park, declaró que esa noche vio que los asistentes a la convocatoria no sólo llegaban con álbumes de disco, sino con “cualquier cosa hecha por un artista negro”. “No había álbumes de género disco que provinieran de artistas blancos (…) Mientras se desataba el caos en el estadio, alguien me gritó en la cara: ‘¡Hey, tú, el disco apesta!”. En ese momento, Lawrence tuvo claro lo que ocurría: “Me están atacando sólo porque soy negro”, pensó.

El

En un primer momento, la Disco Demolition Night fue una desgracia para Veeck y un éxito para Dahl. Veeck, el jefe de marketing de los White Sox, perdió puntos en la liga por no poder jugar el partido siguiente al evento, vio cómo se arruinaba el campo de juego y se convirtió en el ideólogo de un desmán. En una entrevista posterior a aquella noche, aseguró: “Apenas vi a la primera persona que invadía el campo de juego, supe que iba a ser un desastre”.

Dahl, en cambio, vio cómo la popularidad del género que violentaba públicamente decayó en los meses posteriores al evento. “El disco probablemente ya estaba en declive, pero la Disco Demolition Night aceleró su desaparición”, dijo, años después.

El impacto de los hechos en el estadio fue tal que muchas compañías discográficas empezaron a etiquetar como “música dance” sus nuevos álbumes, para evitar categorizarlos como “disco”, e ignoraron a algunos de los artistas de esa corriente, incluso a los que les habían generado grandes ganancias. Incluso los Grammy cancelaron la categoría “Mejor álbum Disco” por un año.

Esa violencia que se había visto en el estadio de Chicago amedrentaba a quienes antes habían apostado al género disco. Sin embargo, esa especie de desaparición del mainstream se volvió un incentivo para los artistas que seguían creyendo en ese género como la mejor manera de expresarse. El disco se replegó a los escenarios underground y a sus oyentes “de siempre”, y eso lo volvió más creativo, más dispuesto a correr riesgos. Ya no quedaba mucho por perder.

Apenas unos años después, en 1984, Vince Lawrence, aquel adolescente afroamericano que había sido agredido en el estadio de los White Sox, empezó a dedicarse a la música disco y house: algunas de sus composiciones fueron un éxito. Los artistas más exitosos de la segunda mitad de los ochenta volvieron a adoptar algunos de los mejores recursos de la música disco, más allá de si la categorizaban o no como tal. Madonna y Michael Jackson fueron dos de los más importantes.

Steve Dahl no perdió su capacidad para canalizar su odio en eventos públicos: organizó encuentros para destruir merchandising de Justin Bieber y de Miley Cyrus, y siguió su carrera en radio y en el mundo de los podcasts. Pero, a pesar de que tuvo sus primeros meses de éxito en 1979, no logró (por suerte) lo que se proponía: destruir un género musical. O a sus seguidores, o a sus artistas, o a las raíces y costumbres de sus protagonistas. La música disco tiene su lugar en la historia y su influencia llega hasta hoy. Los violentos de aquella noche la eclipsaron apenas por un rato.