Llegan de todos los rincones del Reino Unido. De Edinburgo, tierra de la Incredible String Band; de Newcastle, cuna de los Animals, aquellos de “The House of the Rising Sun”; de Manchester, hogar espiritual de Oasis; y por supuesto de la mega urbe que es Londres. En la capital inglesa, los andenes de la estación de tren de Paddington se llenan ya de mochilas, bolsas de dormir y carpas, aún sin enarbolar: los fieles esperan el tren rockero que los depositará en la estación de Castle Cary, en Somerset, a un par de horas oeste de Londres. Desde allí, una flota de buses especialmente fletados los dejará veinte minutos más tarde en el verde de Glastonbury, meta final de esta héjira masiva que se produce año tras año cuando se acerca el solsticio de verano en el hemisferio norte. Mientras el planeta se desgarra a sangre y fuego en Medio Oriente, en Ucrania y mesiánicos líderes políticos se columpian rampantes sobre sus efímeros tronos, estos jóvenes van llegando en oleadas pacíficas y bulliciosas al enorme predio de la Worthy Farm, propiedad de Michael Eavis, creador e inspirador del festival de música y arte más grande del mundo.

Pero Glastonbury es mucho más que un festival de rock y géneros musicales diversos. Desde sus primeros pasos, allá por 1970, con sus idas y vueltas, con sus contradicciones y polémicas, conservó a través de las décadas el espíritu humanista, y ese afán de transformar el mundo en un lugar más justo y habitable para todos los seres humanos que encendió la llama de la Contracultura en los cada vez más evocados años ’60. El gran desafío del momento es juntar las voluntades que quieren algo diferente para nuestro presente y futuro que este clima social de odio, dientes apretados y malversación de la verdad que se ha apoderado de nuestro tiempo. Ir al rescate de esa olvidada sensación que llamábamos alegría de vivir.

Glastonbury es imponente. La enorme extensión de la Worthy Farm cobija diez escenarios principales de música, además de carpas de circo, teatro, comediantes stand-up y cine, a los que se suman innumerables espacios paralelos a lo largo y ancho del predio, y a los artistas profesionales se suman los espontáneos. Músicos, acróbatas, polemistas, exóticos disfrazados de lo que sea: de políticos caídos en descrédito, de superhéroes y personajes de cuentos de hadas, de animales míticos, y de héroes y villanos de la cultura popular, de Shrek a Drácula, del Guasón a Campanita.

Neil Young. Foto: AFP

Pero la principal vedette es siempre la música. Y en este 2025 la multitud de propuestas hace honor a la fama de variedad y eclecticismo que siempre fue uno de los bastiones de Glastonbury. Para empezar, hay tres presencias estelares de la “vieja guardia” del rock que coparán el Pyramid Stage, el escenario principal del festival. Neil Young con su banda actual, The Chrome Hearts, será la figura excluyente del sábado 28, cerrando las acciones en una noche que tendrá, también, entre sus atracciones principales, al nervio motor de Creedence Clearwater Revival, John Fogerty, quien estará presentando la versión 2025 de sus grandes éxitos con aquella brillante banda, tal cual los regrabó para el inminente álbum Legacy – The Creedence Clearwater Years, que se editará el próximo mes de agosto. La tercera megaestrella de la legión octogenaria será el inefable Rod Stewart, quien subirá al Pyramid en la tarde de este viernes 27, y ya corrió fuerte el rumor de que en algún momento de su show, se sumarán dos viejos compañeros de ruta: Ron Wood y Kenny Jones, es decir, los otros dos sobrevivientes de los Faces, en lo que será una virtual reunión de esa tremenda banda que Rod encabezó en los años ’70. A su vez, Stewart le dejará caliente el escenario a un baluarte del funk y la música disco, además de productor exquisito: Nile Rogers & Chic. Y si hay alguien que puede hacer bailar a más de 50.000 personas delante del Pyramid Stage, Nile y la versión actual de su banda sin duda son los indicados.

Una visión a vuelo de pájaro del resto de los protagonistas del escenario top de Glastonbury muestra que serán de la partida Alanis Morissette, cuya carrera musical ha tenido una rotunda reafirmación en los últimos años -como se pudo comprobar en su reciente y celebrada actuación en Lollapalooza Argentina-, y también de Burning Spear, leyenda del reggae de raíz, y contemporáneo de Bob Marley y otros pioneros del género. Y como para probar que el britpop ha vuelto con nueva intensidad en la tercera década del siglo XXI, Glastonbury 2025 presenciará el retorno de Supergrass, quienes se han reformado para celebrar el 30° aniversario de su álbum debut, I Should Coco, aunque aún sea temprano para saber si esta vuelta a la actividad implicará nuevas grabaciones. Eso sí, más tarde se los espera en Buenos Aires: tocarán el 29 de agosto en C Art Media.

Cada escenario de Glastonbury tiene su personalidad, y The Other Stage no es la excepción. En épocas ya lejanas, se llamaba The NME Stage, en honor a la publicación del mismo nombre que supo ser vanguardista tanto por el espacio que dedicaba a las manifestaciones más urticantes del punk y la new wave inglesa, como por la afilada pluma de sus redactores. Y buena parte de esa vibración punzante se sigue colando en su programación, que este año tiene como uno de sus puntales a la frenética banda de Melbourne, Australia, Amyl & The Sniffers, estrenando un poderoso tercer álbum, Cartoon Darkness. Y hablando de estrenos, convendrá llegar temprano al recital de las chicas de Wet Leg. El dúo oriundo de la Isla de Wight ya tiene listo su segundo álbum, Moisturizer, y si se toma como referencia su previa actuación en Glastonbury, que llevó legiones de fans a atiborrar todos los caminos que conducían a su show, no es difícil predecir un lleno total para su presentación de la media tarde del viernes. Lo mismo puede afirmarse del espacio estelar del sábado, consagrado a Charli XCX, una experta en el cruce de géneros, que mezcla pop alternativo con guiños al house y a un abanico de beats danzantes.

Charli XCX.

Si The Other Stage puede cautivar con la receta de mezclar artistas ya consagrados que mantienen su legión de fans (caso Franz Ferdinand), con el empuje de bandas que vienen pisando fuerte, como Turnstile, o cantautoras que son una revelación en ciernes, como Nadine Shaw, a pocos metros de allí y trepando una escénica colina se encuentra otro escenario cuyo prestigio creció gracias a la calidad extrema -y muchas veces transmitida de boca en boca- de artistas con una personalidad poderosa que no siempre se reflejó en las listas de ventas. Hoy día, sin embargo, The Park es el escenario donde lo clásico se junta con lo exótico como dos lados de la misma moneda. Este año todas las fichas apuntan a un gran cierre de viernes con la música angelical y oscura a la vez de Anohni and The Johnsons. Pero también hay que tener en cuenta la posibilidad de rutas congestionadas para la actuación vespertina de English Teacher y su pop inteligente, un show que promete aumentar aún más su base de fans. The Park siempre va a más y hace que más de un fan glastonburiano con hambre de cosas nuevas, o de reconocer ídolos de generaciones previas que siguen alimentando la llama de su música, se quede en sus alrededores para investigar el dejo nostálgico de una cantautora de pluma melancólica y sagaz como Lucy Dacus, o el retorno de un pionero del pop electrónico en plena era punk como Gary Numan. Y también la elegancia y el espíritu oníricamente confesional de Beth Gibbons, que supo ser la voz de Portishead, y que el año pasado sacó un álbum tan exquisito como doliente llamado Lives Outgrown.

Adentrarse en el “Glastonbury profundo” inevitablemente conduce al escenario West Holts, que este año verá muchos pares de ojos contemplar el contundente set de Ca7riel & Paco Amoroso. El dúo pasó por Londres arrasando, al punto que cuenta el rumor que los empresarios ingleses tuvieron que moverlos a un local más grande dos veces debido a la demanda creciente de entradas. Un rato más tarde, el West Holts Stage ratificará su espíritu ecuménico-musical presentando el blues del desierto del guitarrista maliense Vieux Farka Touré y también tendrá espacio para el catártico show de Bob Vylan, que suele ser una combinación de bronca, protesta, positivismo y alegría. Tampoco faltarán las emociones en la actuación de Kneecap, cuyos urticantes sets y diatribas escénicas han causado polémicas respuestas en varias partes del mundo.

El Acoustic Stage siempre tuvo un encanto especial. Lo de acústico hay que tomarlo con una pizca de sal, porque no faltan instrumentos ni actuaciones eléctricas, o más bien electrizantes. Muchos fans de Led Zeppelin se preguntaron, cuando apareció su tercer álbum, allá por 1970, quien sería el tal Roy Harper, ante el cual -según el título de una de las canciones- decían Plant, Page y compañía que había que sacarse el sombrero. Pues bien, Harper es un coloso del folk inglés, aunque lo de folk le queda irremediablemente chico porque a la manera de los grandes creadores, Roy jamás se quedó en un estilo ni se desvió un ápice de los dictámenes de su musa. Hoy, a los 84 años, va a liderar el programa del domingo 29 en el Acoustic Stage y se recomienda llegar temprano. Este mismo lugar quiso el destino que vaya a ser el recital despedida de una banda legendaria llamada The Searchers, aquellos liverpulienses de prístinas armonías vocales, que adornaron hits como “Needles and Pins” -mucho antes que la versión de los Ramones- y que por un breve espacio de tiempo, allá por 1963, le asomaron algún resabio de competencia a los mismísimos Beatles en la escena musical de esa ciudad norteña inglesa. Y hablando de Beatles y su descendencia, la carpa Acoustic será también anfitriona del hijo de George, Dhani Harrison, quien justamente será el número de semifondo la noche del viernes.

En los días previos del festival de música más grande del mundo, los escenarios grandes, aún silentes, suelen dar paso al “otro” Glastonbury, el que permite escuchar sonidos diferentes, y también pasear sin prisa por los espacios temáticos y los campos verdes. Lugares donde las profecías distópicas se equilibran con los planes de gente que aún confía en que vale la pena el esfuerzo de rescatar al planeta de la locura bélica y la negligencia ecológica, entre otros males que nos aquejan.

Hoy empieza el Glastonbury clásico. Y la premisa es la misma: difundir música creativa, inteligente y movilizadora… Y crear conciencia. ¿Quién dijo que todo está perdido? ¡Que sea rock!