Un capo don Waldemar. Estéticamente no era un dotado de virtudes, petiso y regordete, pero muy amable y cordial con la gente, en el baile no había con que darle, despertaba admiración y envidia. No había dama que dejase escapar la posibilidad y sentir el placer de tirar una tanda con él, es más, rompía todas las reglas, ya que eran ellas, quienes lo invitaban a bailar. Una famosa bailarina japonesa, de visita por Argentina, recaló una noche en la milonga a la que iba don Waldemar. Intersada por conocer la noche tanguera de Buenos Aires debido al auge que el tango argentino estaba desarrollando en toda Europa y otros lugares, pero fundamentalmente en Japón, vio que en ese ambiente coqueto, abrazador y cálido estaba la persona del que todos hablaban: “El Peti Mussopappa”.