Rodrigo Mellera

“Yo vivo para los bomberos”, asegura Rodrigo Mellera. Desde hace 17 años, dedica sus días —y muchas de sus noches— a combatir incendios, rescatar personas en distintos accidentes y a sostener, junto a sus compañeros, un cuartel que funciona a pulmón. Como bombero voluntario en Santa Teresita no conoce horarios, feriados ni salarios.

En esa localidad del Partido de La Costa, las torres crecen como respuesta al turismo y la urbanización, por eso, Rodrigo encabeza una campaña urgente: busca reunir 70 millones de pesos para comprar un camión con escalera, una herramienta clave que no existe en 200 kilómetros a la redonda. “Hay más de 400 edificios y no tenemos cómo acceder a los pisos altos. La única unidad cercana estaba en Mar de Ajó, pero se rompió. Hoy, la más próxima está a dos horas en auto, lo que equivale a 4 horas en camión. Imaginate lo que puede pasar en ese tiempo”, explica.

Esa falta no es menor: un incendio en un edificio puede volverse incontrolable si no se interviene con los equipos adecuados. Y en esta zona, la respuesta depende de voluntarios que, como Rodrigo, hacen todo: apagan fuegos, reparan vehículos, se capacitan, organizan eventos para juntar el dinero y limpian el cuartel. “A veces se ve al bombero cuando apaga un incendio, pero no se ve todo el trabajo que hay atrás”, dice el hombre de 36 años.

El frente del cuartel

Una vocación a tiempo completo

Rodrigo comenzó su vida como bombero en 2007, cuando apenas había terminado la secundaria. “De chico me encantaban los camiones de bomberos. Ese fue mi primer contacto. Recuerdo cuando iba a una escuela técnica donde mi profesor era el jefe del cuartel y yo estaba encantado con él y lo que hacía. Me dijo que hasta que no me graduara, no me iba a dejar entrar, así que apenas terminé la escuela, fui de cabeza para anotarme”, recuerda. A la par, estudiaba para ser instructor de golf, su otra gran pasión. Eso le dio un buen trabajo en Buenos Aires, pero renunció a todo para volver a su ciudad natal y dedicarse al cuartel. “Podría estar ganando más, pero esto es lo que me llena. La pasión va más allá del sueldo”, asegura el hombre que además trabaja en Defensa Civil.

Sobre su vida como instructor cuenta: “Yo vivía en Hurlingham, enseñaba golf en un club y justo en la esquina estaba el cuartel. Cada vez que sonaba la sirena me daban ganas de salir corriendo para ayudar”. Esa necesidad fie la que terminó por definir su rumbo. “Un día entendí que tenía que elegir. Me volví a Santa Teresita y decidí dedicar mi vida a los bomberos. Dejé todo por esto. Después trabajé en el municipio, como parte de Defensa Civil, pero siempre con el cuartel como centro”, asegura.

Pese a que la adrenalina ganó la pulseada, su vínculo con el golf había empezado años antes, de manera casi casual. “Cerca de mi casa había una cancha y yo de chico iba a buscar pelotitas. Me gustó todo lo que vi y un día fui, empecé a jugar y después me metí a estudiar en Profesores de Golf Asociados de Argentina. Me recibí como instructor nacional, con título avalado por el Ministerio de Educación. También soy técnico en informática, pero nunca lo ejercí: el golf y los bomberos son lo mío”, asevera. Aunque hoy da pocas clases, lo sigue considerando parte de su identidad: “Nada que ver una cosa con la otra —admite—, pero son mis dos pasiones. Sólo que una me terminó pidiendo todo”.

Junto a su amigo Giuliano, quien falleció en un trágico accidente

Su rutina combina emergencias, rescates, incendios, cursos obligatorios y gestión económica. “Hacemos unos tres mil servicios al año”, agrega. Aunque la actividad sea voluntaria, tienen grandes gastos. “Sólo en combustible gastamos entre dos y cuatro millones de pesos por mes. Y todo sale de eventos, rifas, ventas de empanadas y lo que podemos hacer. Si no fuera por la cooperativa local, no podríamos sostenernos”, admite el bombero que también forma parte del Rotary Club. Entre las faltas importantes está la de camiones nuevos: aunque en Argentina se fabrican camiones de bomberos, la producción nacional se enfoca principalmente en autobombas y vehículos de rescate. Los vehículos de gran porte (o los que hay en el país con escalera), se compran usados en Europa, las reacondicionan y pintan ellos mismos. “Las ves y parecen nuevas, pero están armadas con lo que conseguimos”, agrega.

Al revivir una de las situaciones más difíciles que tuvo que atravesar en un incendio, recuerda el triste momento en que el fuego se llevó la vida de dos niños. “Fue en un dúplex que se prendió fuego en el entrepiso. Estaba con mi compañero, que es padre, y sabiendo que estaban los chiquitos, quiso buscarlos pese a que estaba ardiendo todo. Yo le decía que nos fuéramos porque se venía todo abajo. Pero siguió y fui detrás de él. Dimos unos pasos y se nos vino el techo encima. Era una estructura toda de madera, la escalera también. Cuando nuestros compañeros vieron de afuera que todo se cayó, entraron. Nos salvaron ellos, que nos sacaron. No pudimos llegar a los nenes, lamentablemente. Luego supimos que eran cuatro hermanitos: los tres más grandecitos salieron, y uno de ellos entró a buscar al bebé, y no pudieron salir. Fue tremendo”.

Otro golpe le llegó en 2023: su padre falleció repentinamente y, semanas después, perdió a Giuliano, su mejor amigo y compañero del cuartel, en un accidente. “Lo fui a buscar al auto. Me metí para confirmar que no fuera él. Y era. Fue un año durísimo”, lamenta.

En contraste, hay recuerdos que le devuelven la sonrisa. “Un día vino al cuartel un hombre a darme una remera. Me dijo: ‘Vos me salvaste la vida. Me estaba ahogando, mi hija llamó a los bomberos y viniste’. Yo ni me acordaba de ese momento, porque son muchas las situaciones que nos tocan vivir. Pero son esas cosas las que te marcan para siempre. La gente es muy agradecida con nosotros”, dice conmovido. También lo emociona la gratitud silenciosa: “Cuando estás cansado, con calor, y alguien se acerca con una botella de agua, eso vale más que cualquier cosa”.

Las unidades con las que cuenta el cuartel

Una urgencia estructural

La falta de un camión con escalera es una carencia tangible que se repite en cada emergencia en altura. En los últimos cinco años, el cuartel de Santa Teresita registró más de 150 situaciones en las que hubiera sido indispensable contar con ese equipo. Pese a ello, los intentos por conseguir financiamiento para adquirirlo no tuvieron éxito.

“Eso es frustrante —admite Rodrigo—, porque sabemos que puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Y uno no pide para uno: pide para la comunidad, para poder hacer mejor lo que amamos hacer”. Hasta el momento, cuenta, presentaron tres veces el proyecto a la Embajada de Japón, pero no fue aprobado. “Nos dijeron que iban a priorizar cuarteles más necesitados. Pero el nuestro parece nuevo porque lo mantenemos muy bien entre todos. Todo lo que ves lo hicimos nosotros, con las manos”, describe. Un camión nuevo cuesta entre 700 mil y 800 mil dólares, una cifra imposible. Por eso buscan traer uno usado desde Europa, con el objetivo de reducir los tiempos de respuesta, llegar más alto y trabajar con mayor seguridad.

Rodrigo y su equipo lo tienen claro: los incendios en altura, los rescates desde balcones o tanques de agua, las emergencias con personas en crisis o atrapadas en pisos elevados no pueden seguir resolviéndose con sogas desde las terrazas. “Hoy tenemos que subir dos pisos más arriba y bajar con cuerda. Pero si la persona está asustada o en crisis, te patea, te pone en riesgo a vos y a ella. Con una hidroescalera, eso no pasa. La subís en la canasta y la bajás sin que se asuste”.

La campaña para colaborar con el cuartel de Santa Teresita y el Rotary Club de la localidad para comprar el camión con escalera

Sobre eso, agrega: “Nosotros estamos preparados y bien equipados, pero todo lleva mucho más tiempo y es más peligroso —explica—. Si hay una explosión o si algo colapsa, el riesgo es altísimo. En cambio, con una hidroescalera podés atacar el fuego desde afuera sin exponer a nadie. Ni siquiera hace falta que suba un bombero: llevás la canasta y empezás a tirar agua desde arriba. Y si se trata de un rescate, la víctima se siente más segura al ver una estructura firme y visible, no una cuerda desde una terraza. Hoy ese tipo de rescates los hacemos dos pisos más arriba, con técnica, sí, pero también con mucho riesgo para todos”.

Además de las emergencias humanas, están las estructurales. “Los supermercados hoy no son lo que eran antes. Se prenden fuego y necesitás llegar alto y rápido. Acá no hay red de agua, todo sale del camión. Y cada vez hay más edificios. No podés quedarte esperando cuatro horas a que llegue una unidad desde Mar del Plata o Chascomús”, enfatiza.

La situación de Santa Teresita no es excepcional: en Argentina, la mayoría de los camiones con escalera en funcionamiento son unidades usadas importadas desde Europa, en su mayoría de Alemania, Bélgica o Finlandia. La producción nacional de este tipo de vehículos es prácticamente inexistente. Empresas locales fabrican autobombas y unidades especiales, pero no camiones con escalera de gran porte. En consecuencia, muchos cuarteles —como el de Rodrigo— dependen de modelos de descarte europeo que reacondicionan a pulmón, como todo lo que hacen.

“No vemos un mango desde que entramos y hasta que te vas. Pero esto nos apasiona, por eso lo hacemos. Esto no es por plata. Es por vocación”. Y esa vocación, hoy, necesita ayuda.