Mara Barros, como su mentor, fuma tabaco. Primera sorpresa: nadie que la haya escuchado cantar imagina que detrás de esa voz tan limpia habita una fumadora. Lleva siempre un aceite de oliva en la cartera -vicio de andaluza- y está cansada, “a tope”, de comer asado desde que aterrizó en la Argentina, hace casi un mes.
Desde 2009, la artista es quien acompaña a Joaquín Sabina en sus discos y en cada una de sus giras. “Marita” -como le gusta llamarla Sabina en escena- se sienta a conversar con LA NACIÓN en el patio de un museo porteño y sin perder el swing canallesco de las canciones que interpreta pide -segunda sorpresa- un café descafeinado. El mesero advierte que no va a ser posible, porque “nadie lo pide y se venció”. Con desparpajo y una sonrisa enorme, Mara le encarga la misión de conseguir un descafeinado a su manager: “No te pido cocaína, ni un micro de brillantes, pero tráeme mi café”.
Su relación con Sabina empezó mal. “La primera vez que lo vi, le dije ‘¡Hombre, maestro!’ y no le cayó bien. Tampoco le gustó cómo canté“, revela. Una vez que se apaga el cigarro de tabaco armado y llega a la mesa el tan ansiado descafeinado, Mara se acomoda y en una charla íntima y extensa se dispone a contar su historia. Esa en la que logró pasar de ser una “fan de póster” a convertirse en la corista que acompaña y enaltece a su ídolo en cada uno de sus shows.
Un sueño hecho realidad
-¿Alguna vez te imaginaste que Sabina te iba a elegir como la voz que lo acompaña?
-Yo era fan de él, fan de póster, como se dice en España. Coleccionaba sus discos, biografías autorizadas y no autorizadas. Cuando tenía 22 años participé de Popstars, un reality televisivo que buscaba cantantes. Y desde ahí, yo ya decía que quería trabajar con él. En el programa buscaban 5 chicas para hacer un grupo pop y yo lo que decía era “quiero ser co-host de Joaquín Sabina”. Era mi sueño. Todas mis compañeras del reality alucinaron cuando vieron que empecé a trabajar con él. Como yo era fan, cuando lo veía me contenía, pero ya el hecho de estar en el estudio y escuchar canciones inéditas me emocionaba al punto que llegaba a mi casa y lloraba.
-¿Sabina te vio en ese reality y a partir de ahí te convocó?
-¡No! Yo creo que él nunca en su vida vio ese talent show, él esas cosas no las ve. Llegué a Sabina por otro lado, gracias a Antonio García de Diego, que trabajó con mi padre, que también es cantante y estuvo en Jesucristo Superstar en el año 75. Mi padre sustituyó a Camilo Sesto en esa obra y ellos mantuvieron la amistad. Cuando me mudé de Huelva [donde nació, hace 44 años] a Madrid, Antonio estuvo presente en todos mis pasos artísticos. Él mismo me decía que era imposible que yo trabajara con Joaquín por la lealtad que lo caracteriza. Él mantiene siempre a su equipo. Lo que pasó fue que Olga Román, que fue su corista histórica, iba a ser mamá y tenían que buscarle un reemplazo. Sabina buscaba corista nueva. Entonces, algunos músicos empezaron a llevar amigas al estudio a grabar, pero a Sabina no le gustaba ninguna. Ahí es cuando Antonio se acuerda de mí y me llaman para probarme.
El día en que conoció a Joaquín
-¿Cómo fue el primer encuentro con Sabina?
–¡Fue un desastre! Fui dos días al estudio a grabar con su equipo y recién al tercer día lo vi a él. Abrí la puerta del estudio y él justo salía. Ahí cometí mi primer gran error, le dije, “Hombre, maestro”. Y me dijo: “Odio que me llamen maestro.” De por sí, él estaba difícil de convencer porque tenía su lealtad con Olga y le costaba la idea de cambiar de corista. Cambiar una ficha de su familia profesional lo pone nervioso. Ahí yo le dije: “Disculpa. Empecemos de cero. Hola, Joaquín, soy Mara. ¿Cómo estás?” Me dijo: “¿Eres la corista?”. “Sí.”, le respondí. “No me gusta lo que has hecho.” Menos mal que me adora, ahora (risas). Ahí mismo le dije a alguien del equipo: “Tráiganle un whisky, que nos vamos a sentar a hablar”. Así fue. Charlamos, nos conocimos y después de un rato largo le propuse que cantáramos un par de canciones en la pecera. Conectamos. Ese mismo día, antes de irse le dijo a todos: “Tenemos corista”. Era difícil cubrir el puesto. Siempre dije que tuve mucha suerte, pero ahora, con casi 45 años, creo que la suerte le llega a quien trabaja. Había muchas chicas muy buenas pero yo fui la única a la que se le ocurrió sentarse a hablar con él.
-¿Cómo vivís tu carrera? ¿Cuáles son tus planes?
-Tengo clarísimo que no voy a alcanzar una gran popularidad.
-¿Por qué?
-Por un montón de factores. No soy autora y en la actualidad hay poco espacio para los intérpretes. Me siento muy afortunada de todo lo que he vivido a lo largo de mi vida a nivel personal y a nivel profesional, por supuesto. Soy muy agradecida. Tengo compañeros de profesión que quisieran vivir la mitad de lo que he vivido, no solo al lado de Joaquín, también tuve la posibilidad de grabar discos. Y pago el alquiler cantando. No tuve que recurrir a un trabajo convencional para poder llegar a fin de mes. No siempre fue fácil, en la vida del artista hay muchas decepciones, tuve que comer pan con atún durante meses porque no tenía nada para echarle a la boca, viví una serie de experiencias que me hicieron madurar. Aprendí que el dinero también es importante porque es una profesión muy inestable en la que hay meses que se trabajan mucho y meses que no. Entonces, si eres capaz de ser hormiguita y organizarte, muy bien, pero Madrid está muy caro. Vivir en Madrid es complicado y a veces se hace muy difícil, por mucho que trabajes.
-¿Es difícil hacer convivir tu vida personal con las giras?
-Son muchos meses fuera de casa, yo tengo pareja, a la que hecho de menos. Él también es artista y por suerte entiende que esté tantos meses en otro lado. Llevamos 12 años juntos, pero creo que si me pongo a hacer cuentas, deben ser ocho porque hubo muchos meses de estar separados por las giras (risas). Para mí es maravilloso compartir con alguien la parte creativa y que entiende perfectamente por lo que estoy pasando.
-En los shows de Joaquín Sabina en el Movistar Arena se destaca tu presencia escénica…
-La presencia escénica es natural, supongo, él me ha enseñado muchísimo. Sin enseñarme, quiero decir, sin darse cuenta. Aprendo de él cada día, veo cómo se expresa, cómo se mueve, y cómo llena el escenario estando sentado. Me digo: “Yo tengo que conseguir eso.” Él, a sus 76 años, camina arriba y abajo del escenario con un flow, con mucha actitud. Y además me he pasado muchos años de mi vida frente al espejo.
La emoción de la última gira
-¿Qué es Sabina para vos, un amigo, un mentor?
-Me encantaría verlo como un amigo, me encantaría. Es cierto que nos trata como tal trabajando, pero luego terminan las giras y le vemos muchísimo menos de lo que nos gustaría. Hay muy buenísima relación con él y con su mujer. Si fuera por mí. yo lo vería a diario. Iría a visitarle, como el que va a visitar a su padre, cada día de mi vida. Porque tiene una capacidad increíble de adaptarse mucho al receptor. Es algo que yo no vi en ninguna otra persona. Puede hablar horas con la bajista, de libros, y conmigo de otra cosa, incluso de cotilleo. Es un ser culto, pero que tiene la capacidad de poder adaptarse al que está enfrente y que el que está enfrente no se sienta un ignorante. Disfruta de cada conversación. Es una pregunta difícil, porque a él le jode muchísimo que le digan “maestro”. Curiosamente, Sabina escribió algunas de las mejores canciones del mundo en castellano, pero es humilde. Es consciente de la razón de su éxito; es consciente de que ha hecho 15 o 20 canciones inmejorables, pero sigue siendo alguien humilde y cercano, que no termina de entender que vayan 15 mil personas a verlo cantar. Este es el primer año de los 16 que yo llevo con él, que le veo disfrutar al cien por ciento. Siempre empezaba a disfrutar a la mitad del concierto porque se ponía muy nervioso; es muy responsable con su público. Decía: “No entiendo por qué me vienen a ver”. Y yo decía: “¿Y qué más da? Disfrútalo.” En esta gira, yo creo que por ser la última, está disfrutando muchísimo. Se lo ve con una felicidad que se contagia. Al principio de mi carrera, yo decía que era mi único mito vivo. “De mis cuatro ídolos, sos el único que me queda vivo.”
-¿Quiénes son esos cuatro ídolos?
-Marilyn Monroe, John Lennon, Lola Flores y Joaquín Sabina. ¡Olé! Entonces le decía, “Eres el único que me queda vivo y estoy trabajando contigo, qué fortuna.” Y me decía, “Vaya cuatro, pues qué orgullo estar ahí.” Realmente lo admiraba mucho cuando lo conocí y tuve que fingir, controlarme, pero ya con el tiempo se lo dije.
-¿Cómo te trata el público de la Argentina?
-Es un encanto presentarse aquí. Los que asisten al recital son como hinchas de fútbol. Es realmente especial. En agosto voy a venir a dar un show solista, que me hace mucha ilusión.