Por la tarea de su padre como pastor metodista, su familia estuvo radicada en diversas ciudades del país y también en Nueva York. Desde chico, integró los coros y luego grupos de blues u otros géneros. Se muestra agradecido y sensible al compartir lo que tanto le gusta
Desde que era chico, la música formó parte de la vida de Hugo Alejandro Nielsen, a quien sus allegados, familiares y amigos llaman Chiqui. Es cierto que hubo un período, ya por las obligaciones y ocupaciones como adulto, en que se produjo una pausa en esta relación. Pero, por supuesto, un día volvió a cantar y a tocar la guitarra.
Hijo de un pastor metodista, integrar el coro en la iglesia “no era una opción”. Debía sumarse, pero no significaba un esfuerzo o una actividad que realizara a desgano, todo lo contrario. “Tenía facilidad -señala-. Hacía siempre la segunda voz”. Años después comenzaría a aparecer la voz grave que lo caracteriza: “ocurrió en la adolescencia y quedé así -dice sonriendo-. Además debo haber fumado durante diez años, ahora hace más de treinta que no fumo, quedó algún efecto; no sé si influyó en que sea más grave, pero sí en el carácter de la voz, no es ‘limpita’”.
Su padre se llamaba Ernesto Nielsen y su madre Marta Sosa, quien fue “nieta, hija, esposa, hermana y sobrina de pastores metodistas”.
Sus abuelos paternos eran inmigrantes daneses, sobre lo cual explica que “la familia completa de mi abuela se afincó en la provincia de Mendoza, mi abuelo vino solo y la conoció ahí, se casaron, formaron una familia”. El lugar donde se originó una colonia danesa en la mencionada provincia es Chacras de Coria, que califica como “precioso”, en el Departamento de Luján de Cuyo.
La palabra que elige para describir la vida familiar es “itinerancia”, estaban “un tiempo aquí y otro tiempo allá. Andábamos por todo el país”. Hugo Alejandro nació en Carmen de Patagones, su hermano mayor Guillermo en Tucumán (reside actualmente en Mar del Plata) y su hermana menor Andrea en Neuquén (integra la comunidad de Bahía Blanca en estos días).
Aprendió a tocar la guitarra “de oído” y también tocó la trompeta en una banda del Centro Educativo Latinoamericano de Rosario, donde terminó los estudios primarios.
La labor de su padre los llevó incluso a viajar al exterior, porque estuvieron radicados un tiempo en Nueva York, Estados Unidos. “Fue a estudiar y la iglesia becaba a toda la familia, yo era un adolescente, cuando volví a la Argentina estaba por cumplir 15 años”, puntualiza.
En su relato sobre esta experiencia, indica que “al llegar a Nueva York yo no sabía hablar inglés pero a esa edad es otra cosa, uno es una esponja y absorbe todo. A los seis meses me manejaba muy bien. La música en inglés me ayudó mucho, si fuera profesor enseñaría con canciones porque tienen mucho lenguaje y permiten además aprender pronunciación. Es diferente si se trata de un inglés, un norteamericano o un australiano”. Puede cantar en otros idiomas, pero con la premisa de saber lo que dice la letra.
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A los 19 años comenzó a trabajar en la desaparecida Empresa Nacional de Telecomunicaciones (Entel). “En el servicio internacional, en la época en que había que enchufar las clavijas”, señala.
Desarrolló esta labor en Mar del Plata hasta 1991, año en que “me echaron por la privatización. Yo ya me había casado, mi señora es de San Cayetano. Tuvimos que buscar otros rumbos”. En este contexto, surgió la decisión de mudarse a San Cayetano, donde se encuentra desde entonces.
Durante cuatro años cursó arquitectura en la Universidad Nacional de Mar del Plata, carrera que tuvo que dejar. “Tampoco era un apasionado por la arquitectura, sino de alguna manera hubiera terminado. Fue una alternativa que surgió porque mi idea original había sido estudiar licenciatura en Turismo, pero no encontré lo que pensaba”, argumenta.
Tuvo un comercio y luego durante 25 años trabajó en el campo, tiempo en el que dejó de cantar. Se dedicó luego a otras actividades, más allá de que pudo jubilarse como empleado rural. La vida le brindó un hijo del corazón, Santiago de 23 años, quien vive en Mar del Plata.
Su reencuentro con la música fue a través del blues, con una banda que se llamaba El Trío del General, aunque en realidad estaba conformada por cuatro integrantes. “Tienen la mitad de la edad que yo y sin embargo, nos ensamblamos muy bien, nunca hubo un problema con la elección del repertorio, con arreglos y otras cuestiones. Y el guitarrista era un monstruo, eso le daba el toque fuerte a la banda”, destaca.
Por razones de trabajo e inconvenientes para coordinar recitales, interrumpieron las presentaciones. “Empezamos a ir más lejos, se complicaba, nos dimos cuenta que si no lo estás disfrutando no vale la pena -reflexiona-. La banda está desarmada, aunque nos juntamos para alguna ocasión especial”.
El Trío del General estuvo presente en el centenario del club Dannevirke y también contaron con la posibilidad de tocar en el Patio Cervecero de la Fiesta del Trigo: “nos gustaba especialmente porque asiste mucha gente, había entre 2000 y 3000 personas, te genera entusiasmo”.
La “responsable” de la renovación de su vínculo con los coros fue Romina Reimers. “Cuando empezó a armar un coro en San Cayetano, me enganché con la propuesta. Al principio no sabía si ir, pero los varones son escasos y más los bajos”, argumenta.
Con buen humor, relata que “ella me decía los bajos cotizan en bolsa. Yo me ilusioné y dije, es mi gran oportunidad. Siempre me resultó familiar cantar negro spirituals u otros temas. Hoy en día igualmente siento lo mismo cuando concurro al coro de la Iglesia Reformada en Tres Arroyos”. Es como si viajara hacia la infancia, su identidad, los primeros coros con la voz todavía de niño.
Con el coro que dirigía Romina Reimers -quien actualmente trabaja en Carlos Casares- viajó a una presentación en Uruguay, tras ser invitado por la directora. Con gratitud, subraya que “siempre me han tratado re bien”.
La música vincula a distintas generaciones. Lo percibió en forma muy evidente en los grandes conciertos de Navidad: “Romina me hacía participar en una canción con los chicos, pasar al frente para hacerlo. Sé lo que es porque fui niño cantor, cuando estoy con ellos es como si fuera un chico también”. Y agrega que “en el coro de la Iglesia Reformada hay integrantes con muchísima experiencia, valoro esa puesta en común, la música te junta”.
Los encuentros y ensambles de Navidad en 2024 fueron dirigidos por Belén Altamirano. “Es impresionante -expresa con énfasis- Cantan los chicos, los grandes, viene la orquesta, es muy buena la continuidad. Se hizo en la Parroquia del Carmen y luego en Orense”.
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Conoció poco a poco a músicos de nuestra ciudad como “Willy Ochoa, Facundo Medina, Toti Angeloni, Enzo Acosta, el clarinetista chavense Jonás Arnol Prieto, Belén Altamirano”, entre otros.
“En 2023 vinimos con una compañera a hacer un ensamble de jazz en la Estación. Lo dirigía Ingrid Feniger, la saxofonista de la Big Band Regional”, menciona. Son actividades en las que amplió su relación con colegas.
Hugo Alejandro señala que “la primera vez me invitó una mujer que estaba haciendo talleres en Tres Arroyos, Isa Moreno de Mar del Plata”.
En este contexto, se formó un grupo con el que “de vez en cuando nos juntamos a ensayar. Este verano, el 7 de febrero, cantamos en Quelaromecó junto a Willy Ochoa, Emanuel Monte y Alejandro González Brest, a quien no conocía”.
En Claromecó igualmente cantó en el restaurante La Cocinería, de Henky Zwaal y Leonardo Bulla. “Dos personas espectaculares -exclama-. Hicieron una cena a beneficio de la Biblioteca Houssay y me invitaron a cantar, solo tengo palabras de agradecimiento”. Horas antes, fue a conocer a Sergio Pessina a su casa, estaba preparando con Claudio Boncanegra y Gabriel Astrella las presentaciones de Piazzolla Experience. En La Cocinería lo acompañaron Sergio y Gabriel, “la gente por suerte quedó encantada”.
Otras intervenciones se producen cuando “salgo a cantar, a veces, con un amigo que utiliza pistas. Fuimos en diciembre a interpretar canciones en un taller de tejido y de costura, él hace juegos. Vas conociendo diversos espacios, realidades, personas, me gusta mucho”.
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Habla con admiración de los músicos. “Leer partituras y sacar una canción no lo puedo hacer; si puedo aprenderla y seguirla, muy de oído, soy más que nada intuitivo, todo el lenguaje musical es como si me estuviera hablando un neurocirujano. Si yo me pusiera a estudiarlo, probablemente lo agarraría, pero me manejo así”, sostiene.
Tiene en la memoria cuando “Lorena Astudillo estuvo en San Cayetano, una folclorista medio por fuera de los circuitos comerciales, muy buena cantante. La acompañó un pianista que se llama Nacho Abad, que a su vez es pianista de Maggie Cullen, excelentísima persona. Estuvimos charlando y seguimos conectados”.
Vuelve a marcar una diferenciación, porque “ellos saben mucho de la técnica de la música y de la melodía. Yo no puedo decir esto es bueno o no, desde la composición. Pero hay canciones que tienen como magia, pasan cosas inexplicables, y no hay que buscar tanto los motivos. Simplemente es así”.
Incluye, en este selecto grupo, al tema “Una palabra”, del cubano Carlos Varela. “La canto sin instrumentos y en circunstancias en que hay mucho movimiento en un salón, de repente la gente se queda en silencio. Cuando cantas un tango medio fuerte también pasa, hasta con espectadores que no son seguidores del género”, observa.
Como un regalo inesperado, así lo confiesa, escuchó luego de los conciertos de Navidad más de una vez la palabra gracias. “No lo hago y no lo hacemos pensándolo. Si trato de contar la historia que cuenta la canción, después lo que produce la música puede ser maravilloso”, concluye.
La poesía del tango y el casting de “La Voz Argentina”
Chiqui Nielsen viajó en muchas oportunidades a la ciudad de Buenos Aires, a partir de su inquietud “por la poesía del tango. Me gusta y por esa razón, me anoté en un taller de tango con la cantante Patricia Barone”, destaca.
Ella le sugirió participar en el certamen Floreal Ruiz, que “es serio. Concursos hay un montón, competir no me llama mucho la atención, pero si conectarme con gente nueva. Juntarnos a cantar”.
Concurrió a este encuentro y ganó. Admite que “no lo podía creer, había personas que llevan mucho tiempo en el género y hasta se empilcharon de tangueros. Ganó una piba y yo, lógicamente eso te da un impulso. Como premio, grabamos en un estudio un tango”.
Otra experiencia muy valiosa fue la grabación que realizó en 2019 en el estudio de Juan José Libertella: “Me sentía como un sapo de otro pozo. Lo pude hacer de la mano de un tío mío, Pablo Sosa, hermano de mi madre, quien ya falleció. Pero era muy importante en la música litúrgica de las iglesias protestantes”.
En su última visita a la capital federal, se presentó por tercera vez en el casting del programa “La Voz Argentina”, de Telefé. Luego fue a cantar al local que se llama Bargoglio, en el barrio de Flores, nombre establecido en homenaje al Papa Francisco (Jorge Bergoglio). “Es un lugar muy lindo”, afirma.
No tiene dudas en que “la poesía del tango es impresionante. Me gusta bucear en todo eso”.
Menciona sobre “Naranjo en flor”, que sus autores “los hermanos Virgilio y Homero Expósito tenían 14 y 17 años. Y escribieron ‘Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamiento’”.
En su análisis, añade que “ejemplos con cierta similitud hay en el rock nacional con Luis Alberto Spinetta, Charly García, Fito Párez, Ricardo Soulé o Alejandro Lerner, entre otros”.
