La tecnología digital se ha convertido en una herramienta omnipresente en todos los ámbitos de nuestra sociedad, y su impacto en el bienestar de niños y adolescentes es objeto de numerosas investigaciones y no poca preocupación social.
Ante los datos que muestran un empeoramiento de la salud mental infantil y juvenil, surgen movimientos civiles en defensa de una infancia y adolescencia “sin pantallas”. Pero debemos saber que todos los procesos adictivos son multicausales y si erramos en el diagnóstico, estaremos fallando en la posible intervención.
Beneficios y oportunidades de la tecnología digital
Frente a la idea genérica de que la tecnología aísla a los adolescentes, las plataformas digitales pueden ofrecerles un lugar donde expresarse con mayor libertad y donde conectan con personas similares que no encontrarían en su entorno físico inmediato. De hecho, según algunas publicaciones especializadas, el uso de internet provoca fundamentalmente emociones positivas en los adolescentes: el 96,9 % reconoce sentir alegría o risa en la red; un 81,6%, tranquilidad o relajación; el 78,9 %, placer o diversión, y el 71,6 %, apoyo o comprensión.
Pero a pesar de las oportunidades, el uso de la tecnología digital también conlleva riesgos que debemos reconocer y abordar, especialmente cuando se trata de colectivos vulnerables como son los niños y adolescentes. La utilización excesiva, desinformada o problemática puede impactar negativamente en diversos aspectos del bienestar de los menores, especialmente en edades tempranas.
Edades tempranas y exposición a pantallas
Existe un total consenso en la comunidad científica, incluidas la Academia Americana de Pediatría (AAP) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), sobre los efectos potencialmente negativos de la exposición a pantallas en los primeros dos años de vida.
El contenido audiovisual o digital dirigido a esta franja de edad (entre los 0 y 24 meses), incluso aquellos programas que se anuncian como educativos, no tiene utilidad comprobada para estimular las capacidades cognitivas y sociales del menor.
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Aunque se recomienda no exponer a los menores a pantallas a estas edades, si se hace en ocasiones excepcionales, debe realizarse siempre bajo supervisión del adulto, y fomentando las actividades en el entorno analógico que ayuden a su desarrollo madurativo y cognitivo.
Amplificadora de vulnerabilidades latentes
¿Y qué ocurre cuando reciben su primer smartphone y quieren abrir su primer perfil en redes sociales? Pues que se abre una puerta a ciertos riesgos y potenciales daños, máxime cuando no hay una supervisión parental, como el acceso a contenidos inapropiados o para adultos (pornografía, juegos de azar o violencia extrema); el ciberacoso a través de canales digitales, como la mensajería instantánea; el contacto con desconocidos con fines ilícitos como groomers; el riesgo de caer en ciberestafas o sextorsión; a lo que hay que sumar una posible afectación en la autoimagen, la autoestima o excesiva dependencia a estas pantallas.
Pero no siempre debemos confundir “riesgos” con “daños”, y es que algunos expertos señalan que la tecnología en sí misma no es necesariamente la causante directa de problemas de salud mental, aunque sí puede actuar como un foco amplificador de vulnerabilidades o patologías preexistentes en el adolescente.
En muchos casos, nos encontramos con adolescentes que ya presentan factores de riesgo como impulsividad, ansiedad, baja autoestima o tendencias depresivas, cuya condición puede verse exacerbada por ciertas dinámicas propias del entorno digital. Las redes sociales, con su constante exposición a comparaciones sociales y la presión por obtener validación externa, pueden intensificar malestares emocionales previos, especialmente durante la adolescencia.
El riesgo del uso compulsivo
Cuando las horas de conexión van robando tiempo al necesario espacio sin pantallas y esto comienza a afectar a todos los ámbitos del menor (descuido en el autocuidado, cambios en el estado de ánimo, abandono o cambio en el grupo de amistades habituales o aislamiento, problemas en el rendimiento escolar, etc.), se ha producido un paso del uso al abuso, habiendo riesgo de que aparezcan conductas adictivas que requieran la intervención profesional.
Y es que debemos saber que, tanto en la etapa preadolescente como en la adolescencia, los menores aún no han desarrollado el autocontrol necesario para regular el uso de las tecnologías y lograr el equilibrio que asegure un bienestar digital.
Para saber reconocer las señales o indicadores de riesgo y actuar de manera precoz para evitar consecuencias más graves, será clave tener unas nociones básicas del mundo tecnológico y conocer la actividad digital que hacen nuestros hijos (los dispositivos que utilizan, los espacios que visitan, las redes sociales en las que tienen un perfil…). Es decir, mostrar interés por sus gustos y aficiones digitales, así́ como mantenernos actualizados.
Además de educar y acompañar, los padres, dentro de lo que es la mediación parental, debemos supervisar la actividad digital de nuestros hijos, especialmente si les entregamos dispositivos a edades tempranas, algo que, según los estudios, no se cumple en la mayoría de los casos: solo el 43 % de las familias utiliza herramientas de control parental y conoce los centros de ayuda de seguridad digital.
Más que cuánto debemos pensar para qué las usan
Muchas veces ponemos el foco en el dispositivo digital viendo toda la problemática en las características adictivas, por ejemplo, del smartphone, pero estas pantallas son meros transmisores. Lo que importa es el contenido que consume el menor y las características propias de la plataforma donde lo hace (¿scrollear en redes sociales?, ¿chatear?, ¿escuchar música?, ¿ver series?), tal y como reconocían en su estudio expertos de la Asociación Americana de Psicología (APA).
De este modo, el uso de las redes sociales no es inherentemente beneficioso ni perjudicial para los jóvenes: los efectos dependen de las características personales y psicológicas del menor, de sus circunstancias sociales, lo que se cruza con el contenido que consumen y los mecanismos de estas aplicaciones para mantenernos el mayor tiempo posible conectados.
La importancia del nivel de madurez
Por tanto, debemos distinguir entre usos meramente pasivos y recreativos o activos y creativos. Aunque, ¡ojo! no podemos ni debemos obviar el diseño de estos algoritmos para mantener nuestra atención mediante el scroll infinito y la personalización del contenido.
De este modo, el uso apropiado de aplicaciones como las redes sociales o los videojuegos debe basarse en el nivel de madurez de cada adolescente (como, por ejemplo, las habilidades de autorregulación, desarrollo intelectual, comprensión de los riesgos), y esto no se produce en todos los niños a la misma edad. Por tanto, además de cumplir con las políticas de acceso propias de cada plataforma y la legislación vigente, cada familia, mejor que nadie, puede saber cuándo es el momento en el que su hijo está preparado para comenzar a utilizar la tecnología.
Bienestar digital: un equilibrio necesario
Cultivar el bienestar digital implica fomentar en nuestros hijos una serie de habilidades esenciales: desarrollar buenas capacidades sociales y de comunicación en el entorno físico, aprender a afrontar adecuadamente el estrés y la frustración, potenciar el desarrollo del autocontrol en el entorno digital y, sobre todo, promover un equilibrio en su gestión del tiempo libre, especialmente del tiempo de ocio que transcurre sin pantallas.
Eduquemos a nuestros hijos para que no sean meros consumidores pasivos, sino ciudadanos digitales responsables, críticos y éticos. Solo así podremos asegurar que la revolución tecnológica que estamos viviendo contribuya a construir una sociedad más informada, conectada y, sobre todo, más humana.