La motosierra de Milei, un Estado ausente y el avance del narco en los barrios

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“En los barrios la presencia del narco tiene veinte años, por lo menos: siempre tuvimos al transa y al pibe que consume. Lo que estamos viendo ahora es es el control del territorio, control por la fuerza, con armas, y por el consenso, porque al consenso no se llega sólo con acuerdos, sino también por el horror”, dice Javier. Para esta nota, el trato es no usar su verdadero nombre, como con casi todos los que van a hablar y que viven en barrios populares. Autoriza a contar que milita en el conurbano, en una organización social a la que entró en 2002, cuando era adolescente. Javier se formó en su movimiento: si terminó el secundario fue en un bachillerato de su organización y si salió del país no fue en unas vacaciones familiares, sino de brigadista. Su mirada de lo que pasa en los barrios es la del militante.

-¿Qué sería controlar el territorio?

-Mi hermano también está en el movimiento. La organización le pidió que se fuera a vivir a un barrio contra el río Matanza, un asentamiento nuevo. Lo fui a visitar, llego a las 7 de la tarde, en la entrada me para un pibe armado. Quería saber dónde iba y a qué. Ellos controlan quién entra y sale: a partir de esa hora nadie abre la sociedad de fomento, ni la escuela, salvo que seas su conocido. Arman cordones de control.

Más tarde, Javier va a contar sobre otro barrio: “En septiembre aparecieron dos mujeres flotando en el río Matanza, tenían 28 y 14 años. Las vieron porque el río bajó; la policía había hecho rastrillajes, pero los narcos los tirotearon. A los meses hubo una inundación y Defensa Civil no pudo llevar alimentos a las familias que estaban aisladas porque les disparaban desde los techos. Nos vinieron a pedir a nosotros que se los acercáramos. Hablamos, pedimos permiso y nos dejaron pasar”. Dice que el problema hoy en los barrios “no es que los narcos quieren vender, sino peor: quieren manejar el territorio”.

La advertencia viene siendo hecha por todos los movimientos sociales: el gobierno de Javier Milei, en su cruzada por eliminar todo rastro de organización entre los más pobres, dejó de mandar alimentos a los comedores, eliminó el plan Potenciar (su reemplazo fueron programas que no organizan a la comunidad), hizo una campaña de estigmatización mediática contra los movimientos sociales, criminalizó de sus integrantes. Como resultado, el bloque de políticas públicas que el Estado articulaba con los movimientos en las zonas más abandonadas del AMBA (con comedores, agentes de salud, operativos de documentación, programas de primera escucha a víctimas de violencia de género, bachilleratos, obras de urbanización, emprendimientos productivos) se retrajo. Muchos emprendimientos debieron cerrar, las obras de mejoramiento barrial están paradas, gran parte de las trabajadoras sociocomunitarias tuvieron que irse a buscar otras maneras de ganarse la vida. Se generó un vacío.

Los curas villeros y de la opción por los pobres coinciden en este diagnóstico y, al igual que los movimientos, alertan que sobre el vacío hay un avance narco. Pero ¿cómo se da, en los hechos?

“Cada cual tuvo que ver cómo sobrevivir”

Lidia –otro nombre de fantasía– es encargada de un comedor en una de las villas más grandes de la ciudad de Buenos Aires. Tiene décadas como referente barrial. “Lo primero que nos pasó con este gobierno fue que los jóvenes se alejaron”, repasa. Y recuerda: “Se habían sumado a trabajar durante la pandemia. Nos pidieron ayudar en la olla porque sus padres no tenían para comer. Le llevaban la comida a los abuelos, después ya cocinaron o se sumaron a las cuadrillas de salud”.

“En esa época teníamos el Potenciar Trabajo por eso ellos llegaban a ganar un sueldo mínimo, entre el Potenciar y el plan Nexo; y además tenían la comida. Varios se pusieron a estudiar enfermería. Pero este año los perdimos a casi todos: de los siete jóvenes nos quedaron tres. Sin el Plan Nexo, sin el Potenciar, sin la comida, cada cual tuvo que ver cómo sobrevivir. Y no sólo dejan el comedor sino que terminan en lo malo”.

Nunca dirá palabras como narcotráfico, o droga. Usa alusiones, como  “dinero sucio” o “mal camino” . “Esto es un golpe muy fuerte, estamos muy dolidas. Nos desanimamos”, se lamenta. Del comedor también se alejaron varias mujeres. Un día, “una de las compañeras se dejó una bolsa y le encontramos dentro una balanza bien chiquita. Nos venía diciendo que se iba a ir a trabajar a una verdulería, pero nosotras le vimos la balancita para pesar”.

“Tanto hemos luchado para que las compañeras salgan, tanto hemos luchado para que las cosas mejoren”, reflexiona.

Facundo y Gastón, curas villeros

Para Facundo Ribeiro, cura de la parroquia Caacupé en la Villa 21-24, “no hay que pensar en el avance del narco como algo organizado, en el sentido de que estén abriendo comedores, sino en otras situaciones que se dan de hecho: hay muchas personas que no tienen cómo comer porque sus ingresos cayeron y la contención social se achicó”, explica. “El avance del narco se da en un ‘teneme esto’; la persona lo guarda en su casa a cambio de unos pesos y queda envuelta en esa situación”. “Para los pibes es guita fácil, es guita rápida. No es algo organizado, no es que el transa ponga un comedor, sino situaciones que se dan de hecho”.

El padre Gastón, sacerdote de la villa 1.11.14, del Bajo Flores, describe algo similar: “¿Que den alimentos a un comedor? No, en las villas de la Capital no pasó”-, asegura. “Sí pasa que los pibes más chicos empiezan a vender drogas. Un pibe de 16 años que tira del carro para juntar cartones, que por ahí junta 20 mil pesos en un día, se pone en una esquina a vender en lugar de ganarse el mango dignamente, eso sí lo vemos. Y no solamente pasa con los pibes: antes (la gente) trataba de ganarse unos pesos vendiendo comida, sándwiches de milanesa. Ahora se ponen a vender en su casa”, agrega. Sostiene que “cada vez hay más trabajos de venta y que no va a ser fácil salir de ahí, porque no podés decir ‘vendo esto un mes y después vuelvo a los sánguches de milanesa’”.

El sacerdote enumera los trabajos para el narco que no implican ser soldadito ni usar la violencia: guardar, pesar y fraccionar, vigilar un pasillo, llevar y traer.

El narco se hace financista

Javier vuelve al control del territorio. Asegura que las bandas tienen una dinámica de cinturones para controlar zonas por las que necesitan mover su mercadería. “No es que quieran vender, sino peor: quieren manejar zonas, corredores”, insiste.

Esto lleva a enfrentamientos más violentos. Incendios de casillas que los vecinos señalan como lugares de venta son seguidos de otros incendios más cruentos como represalia. Agrega que otro aspecto del tema es que, derivado del crecimiento económico de las bandas, sus negocios se diversifican: “el narco se hace financista y copa el negocio de la venta de garrafas. Todas las cuestiones que hacen a la comunidad, que podrían tener una resolución comunitaria, se convierten en una variable de sus negocios”.

En cierto sentido, las organizaciones sociales ven una situación similar a la de finales de los ‘90, cuando frente a la aparición del paco en los barrios se tuvieron que dar estrategias para estar presentes en el espacio público: hacían actividades en las plazas, estaban en el territorio con propuestas comunitarias. Más tarde, en articulación con el Estado (a través del Sedronar), abrieron centros de atención para las personas con problemas de consumo, Casas de Atención y Acompañamiento Comunitario.

Pero los parecidos entre aquella crisis y la actual no son tantos. La disputa del espacio público hoy es mucho más violenta, los jóvenes tienen otra subjetividad, la idea de sumarse a una organización social no los convoca como entonces; los propios movimientos están en repliegue. Lo comunitario se achica, se deshilacha. Resiste, pero  sostenido por el compromiso de los más militantes, que enfrentan el difícil trance de salvar lo que pueda ser salvado y el desafío de pensar nuevas estrategias.