8M: Día Internacional de la Mujer Trabajadora “Quiero ver a mis amigas egresadas, no enterradas”

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En lo que va del año, hubo 52 crímenes motivados por violencia machista, según el Observatorio Ahora Que Sí Nos Ven, que aporta que esta cifra supera a la del mismo periodo del año pasado. Para los transfeminismos, este 8M (y la razón por la cual esta marcha se sintió tan potente y expansiva), implica encarnar un cuerpo colectivo que convive bajo el mismo cielo de un gobierno que avala y habilita el odio insistiendo con llamar homicidios a tales crímenes, negando su manera de nombrarlos en su esencia más profunda. La mañana de ayer (jornada de lucha por aquellas mujeres trabajadoras que fueron prendidas fuego en 1908 en la fábrica Cotton de Nueva York por pedir mejoras en sus condiciones laborales), arrancó con un video publicado por la Casa Rosada que vuelve a machacar con la idea de que el Ministerio de Mujeres y diversidad existió solo para robarle al Estado, y que la única respuesta posible es desalmada y genérica como todo lo que sale de las huestes de Javier Milei: “el que las hace las paga”. El espíritu de la Marcha Antifascista y Antirracista del 1F se sintió ayer, en los miles de carteles ultra mega caseros que las pibas alzaron alegremente, en los pañuelos verdes que vuelven a vestir las muñecas como señal de resistencia y agite, en los redoblantes que llenan los ojos de agua de quien marcha. Llueve o truene, haga calor o caiga granizo, el Paro General es una instancia política que se viene reinventando con destreza y bronca desde 2016 (cuando el aparato productivo se puso en suspenso porque las mujeres levantaron las manos de las tareas), en sus consignas y formas más espontáneas de tocar la calle con delicadeza y contundencia, evocando todas aquellas injusticias por las que no marchar es imposible. “Idiota, imbécil y débil mental es este gobierno”; “A las alumnas que tuve y tendré, la profe siempre les va a creer”; “Hoy grito porque cuando me violentaste no pude; “Jubiladas en defensa propia”; “Feminismo popular es cambiarle la vida a las pobres”; “Nos quieren cómo musas porque nos temen como artistas”, son parte de la imaginería puesta en palabras concretas que resumen mejor que nada la herramienta de la movilización. A la pregunta de por qué salir a la calle se contesta andando, por eso este 8M fue un gran paraguas de demandas pero también una extensión de subjetividades arengando juntas que así no se puede vivir, que así nadie merece vivir, que las 52 víctimas de violencia machista también lo son de este gobierno que se burla de ellas, y que siempre, aunque sea en la mayor de las penumbras, la organización puede más que el odio. Dos chicas de 17 años abrazadas en el cordón de la vereda, explican que muchos pibes con los que comparten escuela se ríen de ellas por marchar, por ilusionarse con caminar tranquilas por la calle. “Ellos no lo entienden porque no conocen el miedo, no saben que ninguna se va a dormir sin saber que la otra llegó a su casa y que mucho de lo que tienen sus mamás o hermanas es gracias a la lucha del feminismo, que salió siempre a la calle como hoy salimos nosotras”. Es ahora, y fue ayer y será mañana la lucha transfeminista y LGTB+, pero sobre todo es la claridad de las nuevas generaciones: no somos variables de ajuste.