Se apaga abril de 2010. Luego de tres meses de silencio, el vacío se llena de especulaciones. En plena incertidumbre respecto al futuro cercano, sin información concreta sobre su lesión en la muñeca derecha, un importante medio de comunicación lo suelta sin disimulo ni rodeos: “El mundo del tenis hace ya un tiempo que habla de algo que supera lo deportivo: síndrome de pánico escénico”. Juan Martín del Potro, apenas 21 años, número cuatro del mundo, inactivo desde hace 90 días, acusa el golpe. Está atormentado: no puede comprender cómo, escasos meses después de haber provocado un tembladeral con la conquista del US Open frente al pentacampeón y número uno Roger Federer, la mano le imposibilita jugar al tenis. La misma derecha que disparaba misiles ahora le impide perseguir más objetivos.
Ante el injustificado cachetazo del pánico escénico, respondió: “Circularon versiones falsas y maliciosas sobre mi estado de ánimo y mi condición física. No voy a aclarar sobre lo que no existe. Pero la mala información no solo afecta a mi familia, también los afecta a ustedes, que terminan leyendo noticias que no son ciertas”. En la carta reproducida en los medios, también anuncia que será operado por una lesión en el tendón cubital del extensor de la muñeca derecha.

Del Potro sabe que su recuperación será larga. También sabe –ya lo sufrió en torno a ciertas internas en la Copa Davis– que tendrá que lidiar con la malevolencia de la desinformación. Entonces, ejercitará un vasto aprendizaje en relación a la elección de sus silencios: durante su trayectoria, el que hablará será su desempeño en la cancha. Atropellará a los mejores a puro palazo, despertará idolatría y coleccionará trofeos. Se sentará en la mesa de los grandes. Lo que todavía no sabe, sin embargo, es que su cuerpo no siempre responderá por él.
GÉNESIS DE LA RESILIENCIA
“Cuando tenía ocho años, ya sabíamos que iba a medir un metro noventa. Era un desafío: había que lograr que se moviera como un jugador normal. Desde que era muy chico trabajamos para que se moviera como los dioses y fue el jugador alto con mejor movilidad del mundo. Mide 1,98 y recupera jugadas, te contragolpea, te caga a palos. Eso fue lo que yo soñé con él”. Las palabras le pertenecen a Marcelo Gómez, formador y primer entrenador de Del Potro.

Viajó con el ex número tres del mundo hasta 2007, cuando llegó a meterse entre los 50 mejores con 18 años. “La resiliencia de Juan Martín, que lo llevó a levantarse, es algo que trabajamos desde que era chico. La decisión fue hacerlo jugar siempre en una categoría superior: con 12 estaba en sub 14 y hasta llegó a jugar en sub 16. Hasta los 14 años no había ganado torneos, siempre perdía; pero con eso le dimos un aprendizaje: luchó contra los más grandes y vino de abajo. Le sirvió para toda la vida: es un caballo que siempre viene de atrás y saca lo mejor cuando la cosa se complica. Le gusta la heroica de volver de la muerte. Eso lo formó de chico”, detalló el hombre que moldeó al campeón en Tandil.
GRANDE EN LA ERA DE LOS GRANDES
Del Potro les ganó siete veces a Federer, seis a Rafael Nadal y cuatro a Novak Djokovic. Supo transitar la época de los tres más grandes y, en muchas ocasiones, les quitó parte de la centralidad gracias a dos atributos fuera de serie: personalidad magnética y un estilo de juego explosivo. Alguna vez, el tandilense contó cómo hacía para enfrentarlos: “Yo sabía que tenía un arma que a ellos no les gustaba: mi juego potente, la velocidad de mis tiros. Ellos no los tenían. Cuando me agarraban derecho, los desbordaba en velocidad. No tenía miedo de jugar contra los mejores: mi propósito siempre fue reinventarme para ir por lo imposible. Mi rival más difícil fue mi cuerpo”.

El ex número tres del ranking grabó su nombre en tiempos de dominio absoluto de aquellos monstruos. Ganó un título de Grand Slam, se colgó dos medallas olímpicas y lideró el equipo que trajo la bendita Copa Davis a la Argentina. Muchos de esos logros los hizo realidad incluso sin entrenador y con dos metros de altura en un deporte de cuantiosa velocidad en el que otros de estatura similar no concretaron siquiera chispazos de su juego. Una estadística lo grafica: es dueño del récord de victorias (10) ante jugadores número uno del mundo sin haber nunca ocupado esa posición.
SUPLICIO PARA VOLVER
La muñeca derecha representaría apenas el inicio de un calvario: entre su estreno como profesional en 2005 y su último partido oficial, en febrero de 2022 en Buenos Aires, sufriría catorce lesiones, varias de ellas de suma gravedad. Lo que ganó lo hizo incluso con una desventaja inédita: esas operaciones le hicieron acumular más de cinco años y medio de inactividad.

Después de aquel primer problema con la mano derecha, llegaría el freno por la otra muñeca. Tres cirugías: marzo de 2014, enero de 2015 y junio del mismo año. “Ya había ganado todo y me rompí la muñeca. ¿Por qué iba a volver a jugar al tenis? Son desafíos por amor propio: siempre quise ir por lo imposible. Cuando volví todos me miraban de reojo, había presión de sponsors y yo no sabía si iba a volver a ser top 10”, recapitularía. Su ranking entonces era 1042°. Volvió en 2016, ensayó una suerte de resurrección con tinte emocional en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro (fue Medalla de Plata) y hasta saldaría la gran deuda deportiva de la Argentina con la conquista de la Copa Davis, un logro que le permitiría dormir tranquilo.
El dolor indeleble
En agosto de 2018, una versión más integral de Del Potro –que había sumado el revés con slice al repertorio– saca la calculadora: ha tocado por primera vez el número tres del mundo y la posibilidad de llegar a la cima se hace más palpable que nunca. El sueño, de pronto, se hace trizas. En octubre, en Shanghái, se resbalará y se fracturará la rótula derecha. Volverá a mediados de 2019 y, algunos partidos después, en el césped de Queens, se resentirá de la lesión que derrumbaría su carrera y hasta afectaría su salud en el día a día. La rodilla representa la pelea que lo depuso: entre diversos tratamientos médicos y alternativos, habrá cuatro cirugías entre junio de 2019 y marzo de 2021, para intentar otro milagroso regreso, que nunca llegará.
Luego, otras cuatro para recuperar la calidad de vida de una persona corriente. “El dolor repercute en la vida diaria. Tuve que sacar armas de vida, no deportivas, y quizá son las que menos entrenadas tengo. Este desafío es diferente a los anteriores. Hoy no tengo una vida superalegre, porque veo Roland Garros y quiero jugar, pero tengo que escuchar a mi físico y aceptar que el cuerpo me haga tomar otro camino en la vida”, diría.

EL ADIÓS AL SILENCIO
Del Potro no puede retirarse en sus términos: todavía atraviesa, con altos y bajos, el proceso para comprender cómo es el día después del tenis: “Mi retiro fue una decisión de mi cuerpo; fue una salida forzada del tenis. No fue algo preparado”. Imposibilitado de entrar a las canchas, y hasta de subir escaleras con naturalidad, sufre por dentro. Llora, maldice, se pregunta por qué y trabaja de manera incansable para volver. No puede: su pierna le pondrá un freno definitorio: “Ya no busco más correr o jugar al tenis con amigos; busco calidad de vida. Desde los 31 que no corro, no subo una escalera, no puedo patear una pelota, no jugué nunca más al tenis. Ojalá algún día se acabe porque quiero vivir sin dolor”. Pero, por fin, tomará la decisión de celebrar su carrera. “Todo el sufrimiento es parte de mi vida pero quiero disfrutar de este día; tal vez no vuelva a vivir algo así”, dirá en la previa a su partido despedida contra una leyenda: Novak Djokovic.
Para sintetizar la dimensión del tandilense, alcanza con mencionar que el serbio, con la agenda llena de compromisos, volará miles de kilómetros para estar con él y acompañarlo en su adiós. “Es muy triste todo lo que le pasó a Juan Martín, pero hoy estamos acá para celebrar todo lo que logró”, expondrá el mejor tenista de todos los tiempos. Ya no habrá vacío, ni desinformación, ni “pánico escénico”. Del Potro se abrazará con 15 mil personas en un estadio repleto de amor y enterrará para siempre el silencio.