La patada de Cantona, 30 años después

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“Ríete y bebe con los vampiros”, canta Eric Cantona susurrando a lo Leonard Cohen. Compuso la canción en pandemia, inspirado por una palabra que lo conmovió en su vida en Lisboa: “saudade”. La llamó “The friends we lost” (Los amigos que perdimos). Abrigo largo negro, anteojos oscuros, barba canosa, sombrero y pantalones rojos, Cantona, octubre de 2023, se despide tras noventa minutos de recital con la cabeza arqueada hacia atrás y los brazos abiertos, como Cristo. La multitud corea como si fuera Old Trafford. “Oh ah Cantona”. De repente, un fan sale de su butaca para abrazarlo. La seguridad se asusta. Pero estamos en el teatro Stoller Hall de Manchester. Y Selhurst Park, la cancha de Crystal Palace en Londres, está muy lejos. Allí, hace treinta años, 25 de enero de 1995, Cantona lanzó su célebre patada de kung-fu contra Matthew Simmons, el hincha habitué de mitines neonazis, que un par de años antes casi mató a un inmigrante y que esa noche le escupió xenofobia. Pero que, según parece, no era nazi.

Simmons, que tenía veinte años, pasó veinticuatro horas preso. Perdió trabajo y amistades. Vendió su historia de negaciones al tabloide The Sun. En 2004 dijo a The Guardian que Cantona era un “mentiroso” y una “basura” que había “arruinado” su vida. Reiteró que en aquel partido ante Manchester United bajó once filas desde su asiento pero para ir al baño y no para insultar al crack francés. Y que solamente le gritó algo “trivial”, que ya ni siquiera recordaba. Cantona salía expulsado por un costado del campo. Se bajó el cuello siempre levantado de su camiseta. Escuchó el grito de Simmons. Zafó el agarre del utilero Norman Davies (el plantel lo apodó “vaselina” luego de eso). Y protagonizó la escena que todo hincha del United define como su “momento JFK” (¿dónde estabas cuando asesinaron a Kennedy?).

La mejor imagen de su patada voladora, igual que La Mano de Diego, no es un video sino una foto. Steve Lindsell unió la acrobacia y al negador. Fue meme en estos días, pero con el rostro de Elon Musk, el hombre que pidió “dejar atrás la culpa del pasado” en un mitín de la ultraderecha alemana, a solo horas del aniversario del Holocausto, del Memorial que afirmó que “Auschwitz no empezó con las cámaras de gas”, sino que fue el resultado de un “odio desarrollado gradualmente por los seres humanos”. Musk apoya hoy a la ultraderecha en todos lados, permite odiar a las minorías en X y saluda con el brazo erguido. Pero él tampoco es nazi.

Alex Ferguson, DT mítico del United, ni siquiera miró a Cantona cuando pasó frente a él. Solo percibió la gravedad del asunto cuando vio de madrugada un VHS que le había grabado su hijo. Cambió su decisión inicial de echar a Cantona porque el francés era masacrado por todos. Viajó a París y se subió a la Harley Davidson de un amigo de Eric para convencerlo de que no se fuera. “Fue uno de mis actos más valiosos en este estúpido trabajo”, diría luego Fergie. Sin él (Cantona fue suspendido por casi nueve meses y condenado a dos semanas de cárcel que cambió por probation), Manchester United no pudo ganar su tercer título al hilo. A su vuelta, fue otra vez bicampeón seguido de la Premier League. Cantona fue mucho más que un jugador. Artista y trasgresor. Símbolo eterno en la naciente Premier League, los hinchas del United le cantaron “La Marsellesa” y lo eligieron su mejor jugador del siglo.

Simmonds, a su vez, creció sin padre en la Inglaterra post Thatcher. Era habitué del Frente Nacional (NF) y de su escindido Partido Nacional Británico (BNP). Minorías intensas de odio neonazi, antisemitismo, supremacismo paramilitar blanco, actores en “el Motín de Lansdowne Road” de 1995, un ataque a hinchas irlandeses al grito de “Muerte al IRA” que obligó a suspender un amistoso de la selección inglesa en Dublin. Antes, Simmonds había atacado con una llave inglesa a un inmigrante de Sri Lanka. Quiso patear al abogado de Cantona en el juicio. En los años siguientes atacó dos veces a un entrenador que no alineaba a su hijo en el equipo juvenil de Fulham (insulto, escupitajo y hasta diez trompadas en la cara). La noche de la patada insultó como siempre y recibió una respuesta única. “Patear a un fascista”, dijo Cantona, “no se saborea todos los días”.

Eric Cantona, el exjugador del Manchester United y de la selección francesa, es el protagonista de la miniserie Recursos Inhumanos

Crítico del racismo, la xenofobia, “los abusos del capitalismo”, la persecución a los migrantes y la devastación de Palestina, Cantona tomó distancia de la discusión pública porque estaba destrozando su salud, aunque sí apuntó contra los creadores de Inteligencia Artificial (“destruirán a la humanidad y al planeta”). Eligió hablar a través del arte. Actuó en más de treinta películas (inolvidable “Looking for Eric”, de Ken Loach), pintó, fue documentalista, fotógrafo y comenzó a cantar. Nacido en Marsella, aprendió con su padre ópera italiana, pasó a Sex Pistols, The Clash, su vida cambió con Jim Morrison y se tatuó a Banksy (“Niña con un globo”).

Jamás “humilde”, y solo seguro de sus dudas, Cantona, de 58 años, nieto de un catalán antifascista, ama a la vida para ver qué hacemos con sus “imperfecciones” y siente a la muerte como “un estímulo para hacer cosas”. Y dice que “saudade” no tiene equivalente en francés o inglés. “Es solo un sentimiento. Es cuando recuerdas por ejemplo a tu abuela y tienes la sensación de verla en un souvenir, hasta que, un segundo después, te das cuenta que no la verás más porque está muerta. Eso es saudade”.