Luis Alberto Spinetta: el recuerdo de quien estuvo 25 años con él, los ensayos de “Las bandas eternas” y la última comida con sus músicos

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El universo musical de Luis Alberto Spinetta, quien este jueves 23 de enero cumpliría 75 años, tenía tanta complejidad como belleza. Y habría que escribir: tiene. Porque es de ese tipo de obras que transciende al artista. Perdura. Mantiene la vigencia porque se puede salir ileso de ella ya que la belleza triunfa frente a la complejidad. Es un laberinto, sí, pero a nadie desanima el desafío de recorrerlo porque lo intrincado jamás es un obstáculo. Hasta su partida, en 2012, hizo canciones con hermosa poesía y con músicas bellas. Todo lo demás, aparece detrás, como el segundo sabor que se aprecia en los mejores vinos.

Aunque no ha nacido de un repollo, tampoco es posible asociarlo a alguna escuela de música. En todo caso, tuvo un gesto impresionista para “construir” rock. Fue poeta del rock, más que letrista; fue un artista inspirado, nunca académico (en lo que a música se refiere). Le enseñó a muchos que este acorde puede ir al lado de aquel, aunque la armonía funcional dijera lo contrario. Claro, lo que nunca dijo fue que esos acordes podían ir juntos en su música, pero no en cualquier otra. Por eso, hubo un tiempo en que se empezó a decir: las canciones de aquella cantante o de aquel pianista tienen “un toque spinetteano”. En las bandas que sonaron “onda Jade”, en los ochenta, o en la música de Wos o del dúo dinámico que integran CA7RIEL y Paco Amoroso, hay algunas señas particulares de aquel señor que iluminó la música argentina durante cuatro décadas.

Luis Alberto Spinetta

Quizá, en esto algo tenga que ver el hecho de que la música y lo que a él lo rodeaba eran parte de un todo: su pasión por los acordes con oncenas o la séptima-novena tan cara al sentimiento jazzístico (aunque no era el metier de Spinetta); su gusto por las artes plásticas (especialmente el dibujo) y por los autos japoneses. Su manera “familiera” de encarar el día (y terminarlo) junto a las personas que tenía cerca; la cocina como backstage del estudio (o del escenario) y ese “Luis Alberto” que se convertía en “Luisito”, justamente, en bambalinas, para los amigos. El estudio, el escenario; allí donde su ángel guardián y mano derecha, Aníbal Barrios (”La Vieja”), les extendía el brazo que portaba un mate.

A 18 minutos del sol

Con sus 7 años, Juan Carlos Giacobino escuchó por primera vez el debut discográfico de Almendra, que acababa de salir. Por supuesto, sin saber que trabajaría con Spinetta durante los últimos 25 años de carrera de “El Flaco”, primero como iluminador de sus shows y luego como representante. “Vi, obviamente, a todos los grupos que tuvo. Cuando empecé a trabajar con Los Pericos, una vez que fuimos al Festival Chateau Rock, donde también tocaba Luis, no me quería perder su show. Había una gran congestión de tránsito en Córdoba y faltaban vehículos para llegar al estadio. Fue ahí que, como parábamos en el mismo hotel, lo vi, me presenté y le pregunté si podía ir con él hasta el estadio. De esos 18 minutos de viaje quedaron anécdotas”.

Luis Alberto Spinetta junto a Juan Carlos Giacobino

Durante la gira de campaña de Eduardo Angeloz (el candidato radical tuvo un gran apoyo del mundillo rockero, a pesar de que perdió las elecciones que consagraron presidente a Carlos Menem), a Juan Carlos le tocó varias veces hacer las luces de la última parte de los sets de Spinetta. “Estuvimos compartiendo viajes, shows y hoteles durante un mes. A fin de año me convocaron para trabajar con él. Pegamos tanta buena onda que seguí. El trabajo con él siempre era muy hermoso. Te hacía sentir bien, cómodo. Luis era muy familiero, yo he compartido momentos con sus padres y hermanos. Por sobre todas las cosas tuve una gran amistad con él”.

Cuando Luis culminó la relación con una agencia, pasó seis meses sin tocar y lo llamó a “Juanca” para que, además de iluminador, se convirtiera en su representante. “Nunca fui su manager, tuve firma por él en la representación artística. Lo aclaro porque el manager te dicta un poco lo que tenés que hacer y el jefe siempre era él, más allá de que consultaba, pedía opiniones o yo le proponía cosas”.

Almendra, la primera banda de Luis Alberto Spinetta

“La experiencia que logré con Los Pericos y las tres giras mundiales con Mercedes Sosa, me permitieron acceder a un trabajo muy profesional. Y aplicamos todo eso a lo que hicimos con Luis, en la Argentina. Pasábamos un mes entero sin volver a Buenos Aires. Él prefería los teatros lindos, aunque a veces hacía shows al aire libre, si las condiciones eran buenas. Porque su música y su poesía eran de alto vuelo; se trababa de eso. Lo comprendí y traté de que se respetara”.

El concierto interminable

Spinetta y las bandas eternas” (aquel concierto memorable, majestuoso, interminable, en el Estadio de Vélez) fue, en realidad, el corolario perfecto. Porque esas bandas que creó (Almendra, Pescado Rabioso, Invisible, Jade, Los Socios del Desierto) no necesitaron explicación ni demostración práctica. Pero en aquel concierto -el 4 de diciembre último se cumplieron quince años- tuvieron una síntesis con tono celebratorio. Una especie de “integral”, si cabe el término en los terrenos de la música popular. El 4 de diciembre pasado se publicaron en YouTube, de manera oficial, dos extensos videos con los ensayos de aquel concierto. Sony, compañía que en 2010 publicó el recital, incluso con lujosas ediciones, planea para este año lanzarlo, por primera vez, en vinilo.

Era otro tiempo. Después de todo, quince años no es tanto. Pero parece otro siglo si se piensa en los cambios de paradigmas (el lugar del rock, el modo como la música se consume). Hoy, el consumo, mayormente, es virtual, sin embargo, a un artista no le cuesta tanto llenar un estadio. Quince años atrás, sí. Era algo reservado para internacionales y para los locales de mucha convocatoria. Al principio no fue fácil difundir el concierto. Pero cerca de la fecha, Spinetta hubiera podido haber agregado una segunda función en Vélez. No quiso. El desafío no estaba en su capacidad de convocatoria sino en la manera de poder someter su obra a un tour de force de cinco horas con 30 músicos invitados para interpretar más de medio centenar de canciones.

“Nunca fue pensado por el dinero -dice Giacobino-. Era solo para desarrollar algo que Luis merecía. Mirá que loco, hasta donde llega esto que quince días antes nos reunimos con él en su casa de la calle Iberá. Fuimos con Pablo [Mangone, el productor ejecutivo del concierto], y Luis nos dice: ‘Ya sé para qué vienen. No se están vendiendo entradas y quieren que haga más prensa. Pero les dije desde el principio que ustedes me quieren cagar la carrera’. Con Pablo nos miramos, nos reímos y le dijimos que estaba casi agotado, que podíamos hacer otra función y que si él quería, también podríamos hacerlo en el estadio de Rosario Central, en el Chateau de Córdoba, que ahora se llama Kempes, y en Mendoza, porque eso también traería público de Chile. ‘Esto es único e irrepetible’ no hay segunda función’, nos contestó”.

Los ensayos fueron una historia aparte. Hoy se puede encontrar una síntesis de todo esto. Es difícil elegir tres minutos de los miles que llevó la producción, en una sala en los fondos de Retiro, pegada al ferrocarril. Además de “las bandas eternas”, el concierto tuvo invitados especiales, como Charly García, Fito Páez y Gustavo Cerati. Cuando llegó el turno de ensayar con Fito, uno de los temas juntos fue “Las cosas tienen movimiento”. En el último acorde queda flotando esa frase que dice: “Siempre estarás en mi”. Al terminar de cantarla, en el video se ve a una cámara casi indiscreta que, por encima del hombro de Fito, enfoca al Flaco. “Me hiciste inmensamente feliz”, le dice Spinetta. “Lástima el cantante”, responde socarronamente Páez (claro, el tema es de Fito pero había sido popularizado por Juan Carlos Baglietto, que lo grabó en su disco Modelo para armar, de 1985). Pero el clima no se corta. Por eso el rosarino se levanta y sale de detrás de su teclado. Se abrazan, torpemente, porque a Spinetta se le caen los anteojos. Fito los ataja y se los acomoda cariñosamente, como si tuviera frente a sí un padre, o a un hermano mayor. El Flaco no sale de su emoción, se hace un silencio largo y luego, para salir de la situación, hace un comentario, muy de los suyos: “¿Vamos a la cancha el domingo?”, larga para volver a la realidad, y se escuchan las risas de fondo.

River: casi un lenguaje de señas

“Cada vez que salíamos de gira con el motorhome pasábamos por al lado de la cancha de River -recuerda Giacobino-. Todos saben que Luis era hincha de River, más allá de que tenía su corazoncito también en Platense, el equipo de su padre Luis Santiago, y en Chacarita Juniors, el de Giacobino –bromea y se ríe-. En esos viajes, sin hablarle, solo lo codeaba, para que sacara la vista del río y de la Ciudad Universitaria, y girase la cabeza a la cancha de River. Yo le hacía el gesto de tocar la guitarra. Era solo una manera de decirle: “Acá vos tenés que tocar”. Su respuesta, aunque yo no le hablara, era que le quería cagar la carrera, porque no lo podría llenar. Eso pasaba dos años antes del show en Vélez. Sí, me costó dos años, de charlas muy nuestras, los dos encerrados en el estudio. Hasta que un día me llamó para que fuera a su casa y también llamó a Pablo Mangone, un gran amigo. El era proveedor de instrumentos musicales, tenía las guitarras de Rudy Pensa [lutier argentino que hizo instrumentos para Mark Knopfler y para Spinetta, entre otros]. Y lo que nos dijo fue simplemente: ‘Hablen’. Con Pablo nos miramos y nos reímos. Es que los dos estábamos pensando lo mismo: Luis tenía que hacer un estadio. Él quería que habláramos delante de él. Y la contestación final fue: ‘Ustedes dos me quieren cagar la carrera’”.

Luis Alberto Spinetta junto a Pablo Mangone

Tiempo después, con mates de por medio, aceptó: “Hagan”, les dijo. River no pudo ser. En principio, la excusa que le dieron a Giacobino y a Mangone era que los shows en el Monumental estaban suspendidos. Era época de denuncias de vecinos por ruidos molestos y otros incordios estructurales.

Una balsa “más grande que el Titanic”

Vélez terminó siendo un buen lugar, armado para 45.000 personas, como un teatro, porque tenía sillas adelante, y un campo de pie, detrás. “Lo que nos faltaba era darle el formateo. Y él dijo: lo vamos a hacer de esta manera. Y quiso convocar a todos los músicos que tocaron en su carrera. ¿El barco podría naufragar con un proyecto así? Bueno, cuando Luis me dijo lo que quería me pareció maravilloso porque era lo que esperaba. Quiso redoblar la apuesta. Estuvieron casi todos. Algunos no pudieron venir, otros no quisieron”.

Con treinta músicos convocados, Mangone y Giacobino levantaron el guante: “Jamás pensamos que era el Titanic. Porque era más grande que el Titanic. Sabíamos que no se iba a pegar contra un iceberg. La excitación era tan importante que tratamos de que todos se sintiera de la mejor manera. Trasladados a músicos que vivían en otras ciudades y en otros países. Jamás en mi cabeza estuvo la idea de que podría naufragar porque la balsa estaba construida de la mejor manera. No lo digo desde la soberbia sino desde el sentimiento que teníamos en ese momento con Pablo”.

Había que encontrar una sala de ensayo para todos esos músicos, con cuatro baterías armadas en el mismo set. Mangone encontró el lugar: “Los tres nos fuimos a ver ese espacio junto al ferrocarril y la Villa 31, que estaba muy bueno, pero también bastante deteriorado”.

Luis Alberto Spinetta y su reunión con Charly García en el escenario de

Décadas antes, lo que hoy se conoce como Polo Cultural Saldías era un mercado de frutos. Los hermanos Lucas y Nicolás Pombo hicieron una puesta en valor y, especialmente desde que por allí pasaron Spinetta y sus invitados, se convirtió en un lugar mítico, con salas de ensayo (más de sesenta) y estudios de artistas plásticos.

Pero para 2009 era poco lo que allí había. En la sala principal del viejo edificio, que en algún momento funcionó como auditorio, se montaron los ensayos de Luis. Se armó una detallada agenda: De Fito Páez y David Lebón a la leyenda uruguaya Beto Satragni, todos pasaron por esa sala; especialmente los integrantes de las bandas que lideró Spinetta, desde Almendra en adelante, y la que comandaba en ese momento.

“Ambientamos el lugar, llevamos todos los equipos. Mangone llevó de su casa de música todos los instrumentos, los habidos y por haber. Enfrentamos las cuatro baterías. Arreglamos baños y oficinas para tener también todos los equipos de Mariano López, que grababa todos los ensayos. Armamos una sala desde cero para que el clima fuera agradable. Armamos un living de espera. Catering todos los días. Luis hacía ejercicios, yoga. Porque sabía lo que se venía. Tenía que estar bien físicamente”.

Se ensayaba de domingo a jueves. “Luisito, una persona tan importante en la vida de nosotros, se destacó porque arrancábamos con los ensayos a las 10 de la mañana, y estaba hasta las 10 de la noche -recuerda Giacobino-. De ahí nos íbamos todos los días hasta la casa de su madre. Porque él tenía que ir a darle un beso a su madre. Después yo lo llevaba a su casa, a descansar. A las 9 de la mañana del otro día, lo pasaba a buscar otra vez. Todos querían ver los ensayos. Los músicos de una banda se quedaban a ver los ensayos de la otra. Todo se hizo con equipos originales. Para Carlos Cutaia conseguimos teclados que hoy son inconseguibles. Bienvenido sea todo lo que pase hoy en el Polo Saldías. ¿Imaginate la vibra que debe existir en ese lugar donde Spinetta ensayó con ‘Las bandas eternas’?“.

Llego el día de mudar todo a Vélez. El show fue una cuenta regresiva. Desde el grupo que lo acompañaba en ese momento hasta el primero, Almendra, más cinco bises. El encargado de quedar como broche fue “No te alejes tanto de mí”. Y la suma dio un total de 52 canciones.

En el medio, aquellos invitados especiales que compartieron temas: Charly García (“Rezo por vos”), Fito Páez (“Las cosas tienen movimiento”), Gustavo Cerati (”Bajan”), Ricardo Mollo (“8 de octubre”), Juanse (“¿Adonde está la libertad?”, de Pappo). No menos importantes fueron los bloques con sus bandas o con músicos que a veces solo lo acompañaron desde los teclados (Leo Sujatovich, Diego Rapoport, “Mono” Fontana y Juan del Barrio).

“Tengo que cortar el show”

Ya habían pasado casi cinco horas de concierto cuando en esa cuenta regresiva Almendra llegaba al gran clásico del rock argentino, “Muchacha ojos de papel”, interpretado solo con la guitarra de Luis Alberto como guía y las voces de sus viejos socios (Edelmiro Molinari, Emilio del Guercio y Rodolfo García). De pronto, luego de identificarse en varias puestos de seguridad, una persona que iba en representación del Gobierno de la Ciudad llegó hasta el escenario. “Hablá con Juanca le decían todos. Entonces, justo en el momento que cantaban “Muchacha..”, siento una voz desde atrás que dice: ‘Tengo que cortar el show. Están excedidos en tiempo. Tengo que cortar la luz’. Tengo un mundo de sensaciones [chiste sobre el tema de Sandro], le respondí -recuerda Giacobino- . Te la estás perdiendo vos y me lo estás haciendo perder a mí. Por eso lo invité a que, ya que había llegado hasta arriba del escenario, tomara el micrófono y avisara a las 45.000 personas que el show estaba terminado porque expiró el tiempo permitido. Obviamente, le dije, tenés también la opción de cobrar la multa que tenemos que pagar, pero sería más lindo que agarres el micrófono y cortes el show”. Todavía quedaban cinco canciones en la lista de Spinetta (una con Ricardo Mollo de invitado) que el público pudo disfrutar.

Desde el último bis, tuvo casi un año y medio para seguir haciendo música, pero en teatros, donde más le gustaba. Los primeros signos de sus problemas de salud fueron molestias óseas en los hombros; de hecho, en los últimos conciertos tocaba parte del set sentado, sin colgarse la correa de la guitarra. Cuando se detectó la enfermedad, comenzó un tratamiento de quimioterapia. Y cuando la prensa se enteró de su dolencia, le pidió un par de cosas a su representante: suspender la gira que tenía prevista en el interior del país y reunir a toda la banda y al equipo técnico en torno a su cocina, para comer empanadas. ”Fue como la última cena -recuerda Giacobino-. Supuse que era para que escucharan de su voz lo que le estaba pasando. Pero no dijo nada, solo sonrió y la pasó bien. Al final, que nos quedamos solos, le dije: ‘hasta mañana’. Nunca me despedí, porque él no se fue jamás, y así lo entenderá todo aquel que comprendió su arte maravilloso. Me sorprende porque todavía me llegan mensajes de gente que hoy tiene muy corta edad y se interesa por la música de Luis”.