Tras el despiste y choque de un avión privado que se disponía a aterrizar en el Aeropuerto de San Fernando cuando volvía desde Punta del Este, la dueña de la casa donde se estrelló la aeronave narró escenas del trágico hecho. Narcisa Martínez, de 62 años, dijo haber escuchado a uno de los pilotos pedir ayuda tras el incidente. Las declaraciones de la vecina surgieron en medio de versiones que sugieren que no murieron por el impacto sino por inhalación de humo o calcinación; y es que además la cabina terminó casi intacta.
Todavía con asombro y tristeza por tener que demoler su casa por peligro de derrumbe, Martínez aseguró, en diálogo con El Trece: “El avión me quedó a tres pasos, después empezó a salir el humo”.
“Había muchos gritos, por eso pensamos que había más gente en el avión. Se escuchaba por toda la cuadra”, reveló Martínez a LA NACION.
En el choque del Bombardier Challenger 300, de matrícula LV-GOK, murieron el miércoles el piloto Martín Fernández Loza, de 44 años, y el copiloto, Agustín Orforte, de 35, las únicas personas que iban a bordo.
Su casa, destruida
La familia de la casa impactada esperaba en la esquina de Charlin y Pasaje González. Sentados en un banco improvisado, observaban el movimiento de los equipos de rescate, mientras intentaban procesar lo sucedido. Narcisa, visiblemente cansada, dijo a LA NACION: “Anoche dormimos en la municipalidad. Nos dieron colchones y comida, pero yo soy una mujer mayor, no puedo dormir en el piso. No dormí nada. Ahora estamos esperando al abogado para saber qué hacer”.
La tensión aumentaba con cada paso del operativo. “Perdimos todo. Van a demoler toda la casa y no nos dejan sacar nada. Los aviones no respetan nada, recién pasaron cuatro casi al límite”, agregó Narcisa. Su voz se entrecortaba al relatar que, además de enfrentar la pérdida material, fue víctima de un robo en el albergue provisorio: “Ayer [por anteayer] me robaron el celular en la municipalidad. Somos tantos que pasan esas cosas. Necesito una solución, una casa para vivir. No puedo seguir así, con los chicos, los perros…”.
Un oficial de la policía intentaba calmarla: “Cuando saquen todo el avión, recién ahí van a poder pasar”. Narcisa, sin ocultar su frustración, respondió: “Quiero mis cosas, espero que no me hayan sacado nada”.
En medio del caos, tuvieron un pequeño alivio: el perro de la familia, que creían muerto, fue rescatado por un vecino. Aunque intentaba regresar a la casa destruida, sus dueños logran sujetarlo. La escena se mezclaba con el ruido de los aviones que seguían pasando a baja altura. Cada vez que cruzaban el cielo, los vecinos levantaban la vista, entre el temor y la resignación, mientras la familia observaba el operativo que avanzaba lentamente.
“El árbol nos salvó”
Anteayer por la tarde, Martínez dialogó con LA NACION sobre el momento en que el avión impactó contra su casa. En consecuencia, una de las alas del avión privado quedó incrustada en el techo de la vivienda. “Fue un ruido que retumbaba todo. Yo quería ver, pero el humo lo impedía. Tenía guardadas garrafas. Pensé que iba a explotar todo”, señaló la mujer de 62 años.
“Si no salíamos por el fondo moríamos todos. Ese árbol [que está frente a su casa] nos salvó. De no haber estado, quedaba el avión arriba de la casa”, expresó.
Por su parte, Noelia, una de las nietas de Martínez, indicó: “Mi hermanito estaba durmiendo en el piso de arriba y yo estaba en otro sector. De repente vi que empezaba a salir humo desde la casa de mi mamá. Mi hermanito lloraba. Entonces corrí hasta él, lo agarré y lo saqué. Cuando cayó el avión, escuché el ruido y vi cómo empezaba a entrar humo y fuego por todos lados. Agarré a mi hermano y bajé corriendo”.
“En ese momento el avión empezó a explotar. Fue horrible. Cuando empezaron las explosiones más fuertes, logré salir, y mi mamá también. Pero en el apuro no me dejaban sacar a nuestro perro”, contó.
La intensidad del fuego y las explosiones dejaron a la familia con apenas tiempo para reaccionar. “Se escuchaban las explosiones y el humo lo llenaba todo”, cerró.
La esquina de José Terry y Charlin amaneció en silencio, pero con el impacto del accidente aún visible en cada rincón. El avión, ahora inmóvil, continúa atrapado entre los restos de la vivienda afectada. Una camioneta de la Policía de Seguridad Aeroportuaria custodia el lugar, tapando parte de la escena, aunque la aeronave puede observarse desde los costados.
El día después de la tragedia
Esta mañana el olor a quemado persistía en el aire. Aunque la cantidad de vecinos curiosos disminuyó, el corte de calles se mantenía en la cuadra donde ocurrió el accidente. Desde el interior de la casa de Narcisa, el ruido de martillos rompía la quietud. Los golpes eran de operarios y bomberos que intentaban desmontar partes de la estructura dañada para liberar el avión que quedó incrustado en la vivienda.
Para los vecinos, el accidente dejó algo más que daños materiales: sembró el miedo. “Cada vez que escuchamos un avión, nos asustamos. No es vida vivir así. Nosotros necesitamos que nos ayuden; un simple alambrado no nos sirve”, dijo un residente que observaba el trabajo de las autoridades desde la vereda. Sus palabras reflejaban la inquietud generalizada entre los habitantes del barrio: ellos creen que el accidente no es un hecho aislado, sino un síntoma de un problema mayor relacionado con la cercanía del aeropuerto.
Con temor y resignación, algunos vecinos comenzaron a ingresar a sus viviendas para evaluar los daños. Dos residentes, cuyas casas se encuentran a pocos metros de la escena, fueron escoltados por policías para verificar el estado de sus pertenencias.
Uno de ellos, un joven que vive al lado de la casa afectada, se mostró sorprendido por lo cerca que el avión quedó de su vivienda. “Nosotros venimos a ver primero cómo está nuestra casa y ver si podemos retirar algo. Anteayer, cuando pasó, no estábamos. Vinimos a la tarde, pero no nos dejaron pasar. Hoy [por ayer] nos dijeron que podemos entrar unos minutos”, declaró a LA NACION antes de ingresar acompañado por los agentes.
El día después no solo es una lucha por reconstruir las viviendas dañadas, sino también por superar el miedo que quedó en la comunidad. El avión sigue siendo un recordatorio físico de lo ocurrido, mientras los residentes esperan que las autoridades tomen medidas para evitar que algo así vuelva a suceder.
Los trabajos para desmontar las partes dañadas del avión y la casa van a continuar durante toda la jornada. El ruido de martillos y sierras se mezclaba con las conversaciones de los vecinos que seguían acercándose al lugar. Algunos observaban en silencio, mientras otros comentaban la magnitud del accidente y sus implicancias para el barrio. En este momento, una grúa intentaba retirar el ala del avión, mientras los aviones seguían pasando muy bajo, generando un contraste inquietante con la escena.
“Esto pudo ser una tragedia aún peor. Si hubiera pasado unos metros más acá, no sé qué estaríamos contando ahora”, comentó un hombre mayor que miraba la escena desde la esquina.
El accidente reavivó las críticas de los vecinos hacia las medidas de seguridad del aeropuerto. Muchos afirmaron que las rejas y alambrados que separan las operaciones aéreas de las viviendas no son suficientes. “Un alambrado no detiene un avión. Necesitamos que tomen en serio lo que pasó, porque la próxima vez podría haber más muertos”, advirtió un residente que vive a pocos metros de la casa afectada.