Con Trump presente y el Papa ausente, Macron reabre la Catedral de Notre Dame necesitado de un milagro

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PARÍS.– Un concurso de vanidades eclipsará, tal vez, la ceremonia espiritual. Una caprichosa alineación de planetas puede opacar este sábado el júbilo de la ceremonia preparada para celebrar la reconstrucción de la catedral Notre-Dame de París y dejarla invadir por las brumas de la política y los vientos huracanados de las pasiones terrenales.

Cinco años después del incendio que estuvo a punto de destruir esa joya de la arquitectura gótica del siglo XII, el presidente francés Emmanuel Macron se ilusionaba con presentar ese acontecimiento como una alegoría del Ave Fénix, tanto para ese símbolo histórico de París como para su gobierno. La restauración de la catedral en tiempo récord y en el plazo exacto fijado por Macron cuando los bomberos todavía no habían terminado de apagar las llamas del incendio le permitía tener la esperanza de lanzar un nuevo proyecto nacional: la reconstrucción de su gobierno, amenazado -después de siete años y medio en el poder- por un contexto político altamente inflamable y una presión tremenda de la extrema derecha y la ultra izquierda.

La fachada de la catedral, iluminada

Con la secuencia que comienza este sábado en la enorme plaza frente a la iglesia, Macron espera que también se abra un nuevo momento de gracia. El primer milagro del año ocurrió en julio pasado con el enorme éxito de los Juegos Olímpicos, que impuso una tregua en la crisis política. Esas tres semanas le acordaron el primer momento de respiración después de vivir varios meses en apnea para escapar a las turbulencias abiertas con su cuestionada disolución del Parlamento, la convocatoria a elecciones legislativas, el resultado que vio surgir tres fuerzas equivalentes e irreconciliables y componer un gobierno de semi-cohabitación que se extinguió sin pena ni gloria el lunes último. El peor resultado de la experiencia dirigida por el primer ministro Michel Barnier fue que puso en evidencia la extrema fragilidad de la economía francesa y las fracturas abismales de la clase política.

Macron habla por televisión tras la renuncia del premier Michel Barnier. (AP Photo/Michel Euler)

No todo fue negativo, sin embargo, porque puso de relieve el sórdido pacto forjado entre la líder de extrema derecha Marine Le Pen y la ultra izquierda de Jean-Luc Mélenchon: derrocar a cualquier primer ministro que no haya salido de sus respectivas filas y obtener la renuncia presidencial. Esa alianza contra natura amenaza con provocar una implosión en ambos partidos.

Por eso, Macron insiste ahora en apelar a las fibras del país para “reconstruir el arte de ser francés”. En la práctica, aspira a encontrar los orfebres -equivalentes de los artesanos que reconstruyeron Notre-Dame- para reformar, sin deshacer, las estructuras que mantienen viva la Quinta República fundada por Charles de Gaulle en 1958.

En ese contexto, la celebración de la reapertura, 860 años después de su primera inauguración, tiene un alcance simbólico extremo. Los críticos de Macron muestran con desdén la alegoría que pretende exhibir el gobierno y señalan un dramático contraste con la realidad: Notre-Dame fue reconstruida -más deslumbrante que nunca– pero en torno de la catedral todo vacila.

Protesta antigubernamental en Marsella. El cartel dice:

Ese trabajo puede resultar más arduo y más prolongado que la reconstrucción de Notre-Dame. Cinco años pueden ser insuficientes para reabsorber un déficit presupuestario que superará el 6% del PBI en 2025. Para comenzar a resolver ese problema, Barnier necesitaba la aprobación parlamentaria de un paquete de recortes de 40.000 millones de euros y la adopción de nuevos impuestos por valor de 20.000 millones de euros. Esas cifras comenzaban a poner en peligro el edificio financiero de Francia, que este año deberá pagar 3,2 billones de euros para refinanciar una deuda que a fin de año representará más del 112% del PBI.

“El drástico programa de austeridad construido por Barnier y sus economistas habría permitido reducir el déficit en apenas un punto porcentual. Pero nadie quiso ver que el camino de la virtud presupuestaria exigía un esfuerzo sin precedentes desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Ningún sector político -y menos aun sus dirigentes- estaba dispuesto a respaldar un sacrificio nacional de esa magnitud”, se lamenta el economista Philippe Desertine.

Peatones pasan frente a la renovada Notre Dame

Este sábado, cuando se reabran oficialmente las puertas de la Catedral, el medio centenar de dignatarios y dirigentes mundiales que respondió a la invitación de Macron tendrá plena consciencia de los ángulos brillantes y los conos de sombra que rodean la ceremonia. Para reabrir en forma resplandeciente esta nueva secuencia, Macron esperaba secretamente contar con la presencia del Papa, pero al parecer no tuvo en cuenta que Francisco no ama mucho a París y tampoco quiere demasiado a Francia, “esa abuela cansada de la Iglesia católica”, hasta ahora considerada como “la hija mayor de la Iglesia”. En la Curia francesa y en el Quai d’Orsay (sede de la cancillería francesa) nadie se atreve a afirmar que esos sentimientos existen, pero muchos los consideran verosímiles. Para que su ausencia no fuera interpretada como un desaire, el Papa se comprometió a viajar el 15 de diciembre –dentro de apenas una semana– a la isla de Córcega. Macron estará en Ajaccio para recibirlo. Solo un teólogo puede ser capaz de interpretar los mensajes que ocultan esos gestos.

En cambio, el futuro presidente norteamericano Donald Trump, que se precipitó a anunciar su viaje en un mensaje por X (ex Twitter), será la figura extranjera de mayor relieve presente en París, dado que el actual mandatario, Joe Biden, de confesión católica, se hará representar por su esposa Jill. A menos que se produzca una sorpresa, la presencia de Trump no dará lugar a un duelo de imagen con Macron. Su nivel de popularidad en Francia es lamentable y ningún francés le concedería el privilegio de aplaudirlo más vigorosamente que a Macron.

Tampoco será un contratiempo para el presidente francés -como muchos creen- el hecho de que, en víspera de las ceremonias en Notre-Dame, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, haya firmado en Uruguay el pacto político que corona más de 20 años de idas y vueltas entre el bloque y el Mercosur.

“Nada dramático. Por el contrario, ha quedado muy claro que el presidente defiende los intereses de su agricultura. Además, la negociación apenas comienza”, consideran fuentes del palacio del Elíseo, que subrayan que ese acuerdo político es apenas una etapa. “Ahora los Estados de la UE y la Comisión tendrán que ponerse de acuerdo sobre la forma en que ese texto será ratificado. Lo que promete meses de una vigorosa pulseada”, reconocen.

En plena protesta continental de los agricultores, Von der Leyen quiso tranquilizar en vano a ese sector, asegurando que el acuerdo contiene “robustas salvaguardias para proteger sus fuentes de ingreso”.

“Pero, ¿cuáles? Nadie lo sabe hasta el momento, porque el texto definitivo no fue publicado”, analiza Arnaud Rousseau, presidente del sindicato más importante del sector, la Fnsea. Y concluye: “Por esa razón, nuestros agricultores consideran que el presidente Macron hizo exactamente lo que debía hacer oponiéndose al tratado en su estado actual”.

Al menos eso…