Un reloj del fin del mundo creado por Einstein marca que estamos cerca de la destrucción total

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El mito del fin del mundo es un pasadizo pleno de significados y posibles interpretaciones que puede recorrerse en múltiples direcciones.

A su manera, todas las grandes civilizaciones y religiones tienen su relato sobre cómo acabarán las cosas, los seres, las distintas vidas y realidades que nos rodean.

Pero esa crisis terminal de la existencia, que a menudo nos amenaza desde las pantallas de cine y televisión o desde las páginas de alguna novela de ciencia ficción, esconde una trampa terminológica en la que convendría detenerse.

Por más que se nos advierta sobre “el fin del mundo”, lo cierto es que no será “el mundo” lo que irá a terminarse, sino nosotros, la humanidad que lo habita.

El “mundo” propiamente dicho ha existido muchísimo tiempo sin nosotros, y así seguirá existiendo aun cuando de la especie humana, no quede nada sobre él.

Difícil saber si algo de todo esto pasaba por la mente de la Junta Directiva del Bulletin of The Atomic Scientists (Boletín de Científicos Atómicos) en 1947, cuando dieron cuerda, por primera vez, al “Reloj del Apocalipsis”, “Reloj del Fin del Mundo” o Doomsday Clock, su denominación en inglés.

El reloj se puso en marcha en 1947. Foto: Archivo Clarín.El reloj se puso en marcha en 1947. Foto: Archivo Clarín.

Al fin y al cabo, la existencia de un tiempo supone, siempre, la presencia de alguien que logre cronometrarlo.

Sin embargo, por aquellos días, en la Universidad de Chicago de los Estados Unidos, un grupo de científicos, entre los que se contaban Albert Einstein y Robert Oppenheimer, decidieron graficar esta idea de la civilización puesta en crisis a través de un reloj simbólico cuyas agujas se aproximan o alejan del límite crítico representado por la medianoche.

El Doomsday Clock es un plano de cálculo artificial y ficticio, pero alimentado por las amenazas de un mundo real. Los minutos que nos separan de esa medianoche representan la franja de tiempo existente entre la continuidad de la vida humana y su destrucción “total y catastrófica”.

Al iniciarse la década del ‘50 del siglo XX, ese umbral de catástrofe estaba casi exclusivamente representado por la amenaza del conflicto a gran escala, cuando finalizada la Segunda Guerra Mundial los Estados Unidos y la Unión Soviética iniciaron su demencial proceso de acumulación de armas nucleares.

Pero hoy, en esta primera mitad del siglo XXI, las manecillas del reloj se ven impulsadas o frenadas por la aparición de nuevos peligros, algunos de ellos paradójicamente presentados como impulsores de un mejoramiento de nuestra vida y no como gatillos para la extinción.

Desde su creación, la imagen del reloj ha aparecido en todas las portadas del Bulletin. Ahora luce, amenazador, en el extremo superior derecho de su página web, marcando apenas 90 segundos para la medianoche. Desde que fuera puesto en “funcionamiento”, nunca ha estado tan cerca de la línea de no retorno.

En 1947, cuando el cofundador del Bulletin, Hyman Goldsmith, le pidió a la artista Martyl Langsdorf (esposa del por entonces físico del Proyecto Manhattan Alexander Langsdorf) que diseñara la portada de la publicación, ella le presentó la idea del reloj como una simple pero tremendamente efectiva representación de la expectativa humana y como mecanismo de activación de un estado de alerta.

Desde entonces, el reloj de Martyl (rediseñado en 1989, año de la caída del Muro de Berlín) absorbe los terrores y las ansiedades de cada época en la que le toca actualizarse.

La Junta del Boletín de Científicos Atómicos se reúne dos veces por año para evaluar la situación global y consensuar en qué sentido se moverán las manecilllas, es decir, si van a aproximarlas o alejarlas de la medianoche. Pero no se trata de modificar un artilugio mecánico, sino de actualizar una imagen mental que condensa en el reloj la puntuación mortífera y ominosa de un avance hacia la aniquilación.

Aunque la Junta proceda por cálculos y abstracciones, por estadísticas y presentimientos sociales, el silencioso engranaje que mueve el reloj está aceitado desde las páginas de los diarios, los noticieros e informativos televisivos y el flujo cada vez menos controlable de información que corre por la red a la velocidad de la luz.

Las agujas, entonces, se han “movido” ya veinticinco veces desde la creación del reloj. La mala noticia es que, en los últimos diez años, tras algunos retrocesos, no hemos dejado de acercarnos al límite de la destrucción.

Desde 1945, cuando el grupo de investigadores del Proyecto Manhattan creó el Bulletin, los misterios que rodean ese aura de posible extinción se han vuelto más herméticos y difusos, acrecentados por un nuevo tipo de carrera armamentística que tiene en la inteligencia artificial su punto de mayor conflictividad.

En la última actualización, que nos ha colocado apenas a 90 segundos de la aniquilación, los científicos del Bulletin señalan la escalada de la guerra en Ucrania, el acrescentamiento de los efectos negativos asociados al cambio climático (2023 fue el año más caluroso de la historia) y el avance tecnológico disruptivo como los marcadores dramáticos de una posibilidad cierta de muerte que se vuelve cada vez más concreta y apreciable en el paisaje de la realidad social mundial.

Las manecillas del reloj se van moviendo según las amenazas que enfrenta el planeta. Foto: Agencias.Las manecillas del reloj se van moviendo según las amenazas que enfrenta el planeta. Foto: Agencias.

Martyl había sugerido la idea del reloj como un modo de captar la urgencia. La leyenda afirma que dibujó su primer boceto en la contratapa de un volumen con las transcripciones de las sonatas de Beethoven.

El Bulletin advertía sobre los peligros de la destrucción masiva en un período en el que la guerra nuclear sostenía los programas dominantes de aprovisionamiento de armas. La imagen de Martyl, por lo tanto, permitía a los lectores una anticipación concreta de lo que podía estar por venir. Las manecillas indicaban un límite de tiempo, pero también sugerían una cuenta regresiva. El miedo y la espera resumidos en el corazón de una máquina. El apocalipsis se fijó, entonces, a siete minutos de la medianoche.

A partir de 1949, el minutero comenzó a captar el estado de ánimo mundial, a avanzar o retroceder entre el miedo creciente y las breves rachas de esperanza ante los programas y los acuerdos de desarme celebrados entre las potencias.

“Hoy volvemos a poner el Reloj del Juicio Final en 90 segundos para la medianoche porque la humanidad sigue enfrentándose a un nivel de peligro sin precedentes. Nuestra decisión no debe interpretarse como una señal de que la situación de seguridad internacional ha mejorado. Los líderes y los ciudadanos de todo el mundo deben tomar esta declaración como una dura advertencia y responder con urgencia, como si hoy fuera el momento más peligroso de la historia moderna. Porque bien podría serlo.” La última actualización del Bulletin da cuenta de una humanidad que se ha acostumbrado a vivir con el horizonte de la catástrofe.

A los índices de amenaza nuclear y ambiental, se ha sumado, ahora, una trampa tecnológica a gran escala que resiste y escapa, incluso, la propia capacidad de predicción de la comunidad científica.

Las posibilidades aún apenas insinuadas de modelos de lenguaje como el chatGPT llevan las posibilidades del peligro a niveles elevadísimos.

En ese sentido, la progresión del tiempo del apocalipsis no deja lugar a dudas. El número de minutos que faltan para la medianoche se corrige periódicamente, pero su tendencia parece, ahora, irreversible. El 25 de enero de 2018 se adelantó desde “3 minutos para la medianoche (donde estaba desde el 17 de enero del 2017) a “dos minutos y medio para la medianoche”.

Fue reactualizado en 2018 a “dos minutos” y permaneció allí a lo largo de 2019. En enero de 2020 se adelantó veinte segundos y en enero de 2023 otros 10, deteniéndose en los 90 segundos actuales, que es el momento en que más cerca se ha situado de la medianoche a lo largo de su historia.

Ni siquiera durante la Guerra Fría, tras las pruebas nucleares con las que los EE.UU. y la Unión Soviética se intimidaban mutuamente con el mundo como testigo impávido, había avanzado tanto.

En 1961, Gary H. Higgins, director de la División Plowshare –creada por el célebre Edward Teller, padre de la bomba H- advertía que una competencia de armas nucleares iba a dominar el futuro, y que eso ocasionaría que la humanidad tomara una enorme conciencia de sí misma, en contradicción con la imaginería “excesivamente simplificada” provista por la religión y la ética.

Hoy, en abierta contradicción con las predicciones de Higgins, la humanidad parece enceguecida y alineada con renovados programas armamentísticos que sólo aseguran la catástrofe.

Mientras tanto, sólo algunos artistas parecen haber tomado real conciencia de la amenaza. En 2 Minutos Para la Medianoche, la banda de heavy metal inglesa Iron Maiden describe una especie de infierno posnuclear donde bestias mitológicas y despojos de seres humanos compiten por los restos de un mundo de hechicería arrasado por la catástrofe.

En 1986, otro británico, el guionista de comics Alan Moore, situó su fantasía distópica de (anti)superhéroes en un EE.UU. alternativo donde Nixon ha logrado la reelección tras su triunfo en Vietnam y ahora enfrenta la más difícil de las decisiones: ir o no a la guerra nuclear contra la URSS.

En algunas de las mejores viñetas de Watchmen, el reloj del fin del mundo cronometra un estado de ánimo colectivo que, por momentos, parece anclado en la idea de que sólo un mundo sin futuro puede darse el lujo de ignorar su propia historia.