A mediados del año 2000, Peter Sloterdijk señaló que el destierro de los hábitos de apariencia humanística era el principal acontecimiento de nuestro tiempo. Las formas tradicionales de pensar no son suficientes para entender fenómenos culturales y antropológicos complejos como la genética, la informática o la bioingeniería moderna. Las tecnologías rompen los límites de la metafísica clásica basada en una ontología monovalente (el Ser es; el No-Ser, no es) y una lógica bivalente (lo que es verdadero no es falso) para abrir un mundo híbrido de espiritualidad y materialidad.
Dos décadas después, el desarrollo de las IA, las biotecnologías, la biología sintética y la química, no dejaron de desafiar nuestra noción de “lo humano”. Organismos invertebrados, plantas y hongos que poseen “mentes horizontales y deslocalizadas” son capaces de pensar con su cuerpo. Materiales inteligentes con la capacidad de “sentir” el mundo que lo circunda sin la intervención humana. Seda de araña que responde a los “estímulos ambientales de manera inteligente”. Todas estas formas de inteligencia, descentralizadas y difusas, infringen pequeñas heridas al pensamiento que enaltece la singularidad y el dominio humano ante el mundo.
Bajo esta crítica al excepcionalismo humano se desarrolla Mentes paralelas (Caja negra), el libro que la italiana Laura Tripaldi presentó a fines de mayo en MALBA. Una propuesta en la cual los materiales, históricamente entendidos como objetos pasivos de la acción humana, son interpelados como sujetos activos e inteligentes. Para ello, la autora se vale de la mitología, la ciencia de los materiales y la biología para entrelazar un mundo fascinante en el cual el ser humano ya no detenta el monopolio sobre la inteligencia. Tal es el caso del légamo (lodo) policéfalo que Tripaldi describe como “un organismo sin cerebro capaz de resolver problemas y optimizar rutas entre puntos”. Que, al igual que los soft robots, es capaz de percibir el mundo que lo circunda y autoorganizarse en el espacio.
El estudio de estas otras formas de inteligencia carentes de conciencia, no sólo amplían “la noción de inteligencia al campo de la materia no (estrictamente) viviente” sino que permiten “encontrar las raíces comunes de todas las inteligencias en la vitalidad intrínseca de la materia”. En este sentido, la propuesta de Tripaldi plantea la oportunidad de compartir un plafón común, un entramado de relaciones, con organismos no humanos y materiales. Estuvo en Buenos Aires y conversó con Ñ.
–¿Cómo llegás a combinar ciencia y tecnología con mitología y filosofía?
–Es un aspecto muy importante para mí, recordar que la ciencia está integrada en la cultura en general. La ciencia está en diálogo con la sociedad, con la literatura, con el arte, con la filosofía, incluso con la política. Tendemos a pensar que la ciencia es una especie de verdad universal que está por encima del contexto cultural, pero no creo que esto sea cierto. Las teorías científicas están influidas por lo que ocurre a su alrededor. A menudo, también el mito es una forma de ver esta cuestión, porque los mitos son capaces de contarnos acerca de las creencias más profundas que tenemos sobre el mundo. También los miedos, ansiedades, sueños y esperanzas que tenemos para el futuro.
–En Mentes paralelas, cuestionás las visiones antropocéntricas que sitúan la inteligencia y el control bajo el dominio humano. El légamo policéfalo, los pulpos, la seda de araña y los materiales inteligentes desafían la concepción de la mente como una estructura centralizada. ¿De qué forma la materia es inteligente?
–Para hablar de la inteligencia de los materiales, necesitamos ampliar nuestra definición de inteligencia. Cuando menciono materiales inteligentes, no me refiero a que sean inteligentes como los humanos. Hay diferentes formas de inteligencia, y me interesa explorar cómo los materiales pueden mostrar esta capacidad de interactuar con el mundo de manera subjetiva. Vemos los materiales como objetos, pero creo que a menudo nos invitan a cuestionar la separación entre objeto y sujeto. Culturalmente, pensamos en la inteligencia como algo centralizado, como en el cerebro humano. Al diseñar tecnologías, como computadoras o robots, seguimos este modelo centralizado. Pero me interesa explorar paradigmas de inteligencia no centralizada.
–¿La comprensión de la interfaz –superficie de intercambio y comunicación– puede cambiar nuestra percepción del mundo?
–El concepto de interfaz puede ser muy poderoso y mi definición es similar a la tuya. Normalmente, vemos la realidad en términos de objetos que podemos recoger y mover. Esta visión es muy humana y proviene de nuestra experiencia del mundo. Pero si la observamos desde otra perspectiva, como la escala de los nanomateriales o el mundo cuántico, esta visión de la realidad como cosas separadas comienza a desmoronarse. La interfaz es un espacio material donde diferentes cuerpos pueden contactarse y comunicarse. Este espacio de interfaz influye profundamente en la realidad y la identidad de los cuerpos. Los cuerpos se construyen en la interfaz, el espacio donde se produce la realidad. Mirar la realidad de esta manera nos ofrece un nuevo paradigma. Es urgente pensar en la realidad de manera relacional, como una red en lugar de un conjunto de elementos definidos con identidades propias.
–El diseño de organismos artificiales capaces de autoensamblarse espontáneamente es una perspectiva cada vez más realista y pone en discusión nuestra capacidad de distinguir aquello que crece de aquello que se crea. ¿Cómo vislumbras las tecnologías del futuro?
–Sí, es muy interesante destacar la diferencia entre algo que crece y algo que se crea. La clave está en el control. Normalmente, vemos nuestras tecnologías como algo que ensamblamos de arriba hacia abajo: tenemos un proyecto en mente y ensamblamos el objeto según ese plan, como con Lego, donde tienes la imagen y unes las piezas. Sin embargo, en el mundo natural, la mayoría de las estructuras complejas no se ensamblan de esta manera. Se ensamblan de abajo hacia arriba. Incluso nuestros cuerpos crecen espontáneamente en estructuras complejas sin seguir un plan específico. Nadie pone las piezas juntas. Mirando al futuro de la tecnología, es interesante explorar la posibilidad del ensamblaje de abajo hacia arriba.
–¿Por ejemplo?
–La nanotecnología es un campo donde vemos esto. Con objetos muy pequeños, es imposible controlarlos completamente. Debes ceder ese control y permitir que los materiales crezcan de abajo hacia arriba. En términos filosóficos, es un cambio difícil para nosotros porque debemos renunciar a la idea de que controlamos totalmente la tecnología y aceptar que hay imprevisibilidad en la materia y un grado de autonomía. ¿Podemos imaginar formas de complejidad que emerjan espontáneamente de abajo hacia arriba? Esto me parece muy interesante, incluso desde un punto de vista político.