River no tiene de dónde aferrarse a la esperanza. Es una moneda al aire, que habitualmente cae al revés de lo que espera. Sigue de empate en empate en la Liga Profesional y el objetivo resurrección en la Copa Libertadores parece una misión imposible. Para qué engañarse: juega tan mal en el torneo local como en el campo internacional. Con suplentes, acá, con titulares, allá. El 0 a 0 con Defensa y Justicia, con casi todo el segundo tiempo con un intérprete más, lo retrata tal cual es. Un equipo (en todo el sentido del término) que no ofrece ningún tipo de garantías.
¿Cómo hacer para jugar un partido de fútbol con la cabeza en otro partido de fútbol? ¿Cómo poner el cuerpo acá, en presente en Florencio Varela, si la cabeza está allá, en el futuro, en el Monumental? Porque este partido era un desafío indispensable: el equipo millonario no tiene resuelta la clasificación rumbo a la próxima Copa Libertadores. Y la campaña en el torneo doméstico (primero, con Martín Demichelis y luego, con Marcelo Gallardo), es de vuelo bajo. Qué mejor, entonces, que dar un salto de calidad en Florencio Varela frente a Defensa y Justicia, un equipo que hace tiempo que dejó de ser ese axioma casi inexpugnable. No pudo.
Con suplentes, porque la cabeza (el cuerpo, el alma) está concentrada en el “operativo milagro”. River debe levantar lo que parece irremontable: un 0-3 con Atlético Mineiro y en el Monumental, rumbo a la finalísima de la Copa Libertadores en el mismo escenario. Con el (antiguo) River de Gallardo nunca se sabe. En el mientras tanto, guarda lo mejor que tiene. Algunos apellidos ilustres, con más historia que presente. Y un juego audaz que parece escondido, también, en el tiempo.
Se trató de un compromiso: no podía escapar de la invitación, como ocurre en otros destinos, en donde si un equipo juega una instancia decisiva copera, se crea un asterisco. Hay que jugar, bien en lo posible, ganar como deseo final. Con intérpretes que nunca jugaron juntos, pero que tienen capacidad probada. Cualquiera de los jugadores que actuaron frente al Halcón pueden ser titulares en alguno de los 28 conjuntos de primera.
Jeremías Ledesma, el arquero. Federico Gattoni, el central. El piberío, compuesto por el Diablito Echeverri y Mastantuono, corrido excesivamente a la izquierda. O el Príncipe Bareiro, goleador y símbolo de San Lorenzo un puñado de meses atrás. Por citar a medio equipo.
Entre todos, el más punzante fue Solari, que con espacios suele ser un puñal, más allá de que las decisiones finales no siempre acaban con un moño. En un desarrollo parejo y entretenido (Mastantuono se lo perdió dos veces), Matías Palavecino (21 años, volante ofensivo) resultó una de las mejores recompensas, hasta su expulsión. La audacia de los dos entrenadores (de Gallardo a Pablo De Muner, con dos calcomanías instaladas en el 4-2-3-1, armaron un partido con licencias defensivas y simpatías por el ataque. Ledesma sacó un pelotazo de Molinas (previo cruce de Funes Mori), con una demostración de destreza. Y un par de atajadas más, como un mano a mano a Palavecino, que demuestra su categoría.
Otra vez River era una sombra. Al menos, se salvó de una decisión rígida del VAR, por un manotazo de Casco sobre Ramos Mingo en el área, que Nicolás Ramírez no consideró penal. Fastidioso por esta determinación, fue expulsado el técnico de Defensa.
Tan inexpresivo fue River en la primera mitad, que el conductor debió cambiar. Dos cambios de nombres, una transformación de sistema. Afuera Echeverri (deslucido como en todo 2024 y con molestias físicas) y Kranevitter (lejos de sus buenos viejos tiempos), adentro Lanzini (amonestado dos minutos después) y Meza (de volante).
Lo mejor del partido
La roja a Palavecino (un exceso verbal y una patada) le abrió un camino límpido al gigante, con un futbolista más durante prácticamente todo el segundo tiempo. ¿Qué hacer? ¿Cómo convencerse de que puede? El ingreso de Bustos (titular este martes) por el pibe Zabala supuso una idea clara: el peligro iba a viajar por el carril derecho.
Los últimos 25 minutos tuvieron el regreso más esperado en el universo millonario, la vuelta de Pity Martínez, que no jugaba desde el 9 de diciembre pasado, en un encuentro frente a Rosario Central por la Copa de la Liga. Luego, sufrió la rotura del ligamento cruzado anterior de la rodilla izquierda. El número 18 entró con el ímpetu que carecían sus compañeros y aprovechó los espacios de un rival disminuido.
Pero fue un suspiro. A River le falta una eternidad para retomar la confianza. Más allá del torneo y de los nombres.