Masayoshi Son es un hombre de superlativos contrastes. En el apogeo de la burbuja de las punto com, a principios de 2000, el magnate tecnológico japonés fue brevemente la persona más rica del mundo, antes de perder US$77.000 millones, cuando se derrumbaron las acciones de sus empresas. En 2021, SoftBank Group, su conglomerado de telecomunicaciones y software convertido en potencia de inversiones, reportó el mayor beneficio neto anual en la historia de Japón, seguido un año después por la segunda mayor pérdida. Su inversión de US$20 millones de 2000 en Alibaba, un marketplace que creció hasta convertirse en el emporio electrónico más poderoso de China, se considera una de las más lucrativas en la historia del capital de riesgo; su posterior apuesta de US$16.000 millones en WeWork, una startup de alquiler de oficinas con pretensiones tecnológicas, fue un fracaso total.
Estos altibajos de fortuna desgastarían a cualquiera. Y en noviembre de 2022, incluso el incansable Masa, como se le conoce al multimillonario, se sintió agotado. En una llamada telefónica con inversores, el entonces magnate de 65 años anunció que, aunque seguiría a cargo, las futuras actualizaciones sobre las finanzas y estrategias de SoftBank serían presentadas por su director financiero. Esto fue inusual para un paquete hiperactivo de vanidad que se ha comparado sin ironía con Napoleón. Y, al igual que los retiros periódicos del corso, su descanso no duró mucho. En junio, un energizado Son dijo a una audiencia de accionistas de SoftBank que todas sus apuestas pasadas eran “un calentamiento para mi gran sueño de realizar una superinteligencia artificial”.
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Para que el acto principal comience, el 2 de octubre SoftBank desembolsó US$500 millones en una pequeña participación en OpenAI, en una ronda de financiamiento de US$6600 millones que valoró al fabricante líder de modelos de IA generativa en US$157.000 millones. Anteriormente, Son invirtió una suma similar en Wayve -una startup de autos autónomos-, una cifra algo más pequeña en Perplexity -un motor de búsqueda de IA generativa- y habló de recaudar cantidades mucho mayores -quizás US$100.000 millones- para construir un rival de Nvidia, el líder mundial de los chips de IA. Después de mencionar la IA más de 500 veces en presentaciones de ganancias entre 2017 y 2020, Son está poniendo manos a la obra, aunque puede ser tarde.
La demora puede parecer extraña para alguien que tiende a mirar muy lejos en el futuro. A los 19 años, redactó un plan de 50 años para construir un imperio corporativo; en sus 50, extendió el horizonte a 300 años. A lo largo de su vida, cronometrada en Gambling Man, una nueva biografía cautivadora de Lionel Barber, exeditor de Financial Times, mirar hacia adelante fue a menudo preferible a contemplar el aquí y el ahora. Sus primeros recuerdos están impregnados con el hedor de los cerdos que su familia criaba para llegar a fin de mes. El desdén de los japoneses nativos, en cuyos ojos los coreanos étnicos como él eran ciudadanos de segunda clase, perduró mucho después de que su padre transformara las ganancias del cerdo en un próspero negocio de apuestas, que financió el deseo del joven Masa de completar la secundaria y la universidad en California. Incluso un roce con la muerte, por hepatitis a mediados de la década de 1980, y dos coqueteos con la bancarrota—en la caída de las punto com y la crisis financiera de 2007-09—hicieron poco para elevar la estima de Son.
En algunos casos, su apuesta al largo plazo le dio sus frutos. Le alertó temprano sobre la promesa del software, internet y smartphones, cada uno de los cuales le hizo una fortuna y, más deliciosamente dada la discriminación que su familia soportó, sacudió el estancado establecimiento corporativo de Japón. En estas grandes cosas ha estado “espectacularmente en lo cierto”, dice Alok Sama, un exbanquero de Morgan Stanley que trabajó para Son entre 2014 y 2019. Sin embargo, una fijación en el futuro puede oscurecer aspectos del presente, sobre los cuales sigue tropezando.
Un punto ciego es la política. Su adquisición de US$22.000 millones en 2013 de Sprint se basaba en una fusión con T-Mobile, otro proveedor de telefonía inalámbrica, que la administración Obama bloqueó. Aunque el acuerdo se llevó a cabo bajo Donald Trump, Son calificó su malentendido de los reguladores como “uno de los mayores errores de mi vida”.
Si es así, no aprendió de ello. En 2020-21, fue sorprendido por una represión de la tecnología en China, donde SoftBank es el mayor inversionista de riesgo extranjero. Las apuestas en empresas como Didi, un gigante de transporte, se agriaron. Su participación en Alibaba perdió dos tercios de su valor. En 2022, los reguladores bloquearon la venta de US$40.000 millones de Arm, un diseñador de chips que SoftBank había comprado seis años antes en US$32.000 millones, a Nvidia. La ruptura entre China y Occidente está afectando a TikTok y podría dañar la valoración de US$230.000 millones de su empresa matriz china, ByteDance, en la que SoftBank es accionista. Estados Unidos, donde SoftBank realiza muchas de sus inversiones, podría ver con recelo a una empresa que se asocia con Alat, una empresa saudí de automatización industrial que también tiene vínculos con un fabricante chino de equipos de vigilancia que está en una lista negra.
Son también es descuidado en cuanto a la rentabilidad. El crecimiento, su idea fija, está muy bien. Pero un negocio necesita retornos estables para convertirse en una empresa viable, y no tanto tener una trayectoria de tres siglos.
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En ausencia de ingresos propios, SoftBank depende del dinero prestado. A pesar de haber reducido parte de esto últimamente con los ingresos de la venta de acciones de Alibaba y la salida a bolsa de Arm, todavía ocupa el puesto 11° en el mundo en cuanto a deuda entre las empresas no financieras y tiene participaciones en dos de las diez principales, Deutsche Telekom y T-Mobile.
El precio fluctuante de las acciones de SoftBank, contra el cual está asegurada parte de la deuda, podría significar menos margen cada vez que los mercados tambaleen. Esto ata las manos de Son precisamente cuando podría estar comprando acciones y startups a bajo precio.
La maldición del largo plazo
Son también se equivoca en el momento de sus alguns de sus apuestas y paga de más. El fondo Vision de US$100.000 millones de SoftBank, el más grande en la historia del capital de riesgo y lleno de dinero del Golfo, salió de compras a finales de la década de 2010, cuando las valoraciones de startups como WeWork eran especialmente infladas. En 2019, el fondo vendió su participación total del 5% en Nvidia porUS$3600 millones; hoy obtendría US$160.000 millones. SoftBank respaldó a OpenAI en la misma ronda que Fidelity, otro pesos pesado en el negocio de la administración de activos. “Te dice todo”, se burla un veterano del capital de riesgo. Los inversionistas en SoftBank son mordaces a su manera. Sus acciones se negocian a más de un 50% de descuento respecto al valor neto de sus activos, lo que implica una falta de fe en la futurología de Son. Ver donde se apoyan los pies puede ser tan importante como admirar el horizonte. ß © The Economist