Aviones que viajan a la Unión Soviética a lanzar la bomba atómica, la posibilidad de una hecatombe nuclear sobre Nueva York, un golpe militar por primera vez en suelo estadounidense. Estos fueron los temas de tres películas que se estrenaron en Estados Unidos en1964, un año después del asesinato de John Kennedy.
Por si fuera poco, un candidato presidencial propuso que “el extremismo en defensa de la liberta no es vicio” y sentó las bases del neoconservadurismo con un discurso de ultraderecha que, según sus críticos, podía llevar al país a una guerra atómica con la URSS. Pero Barry Goldwater no fue un personaje de celuloide, sino el candidato de los republicanos para enfrentar a Lyndon Johnson.
No los salva ni Mandrake
Apenas habían pasado dos meses del magnicidio de Dallas cuando la Guerra Fría fue tomada en sorna por Stanley Kubrick. Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb (Dr. Insólito o: Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba en el mundo hispanohablante o, a secas, Dr. Insólito o Dr. Strangelove) llegó a los cines a fines de enero de 1964. Se había filmado antes del fatídico 22 de noviembre de 1963, y su tema podía entenderse como una parodia de la crisis de los misiles de 1962, si bien la base es una novela de 1958.
Kubrick, Terry Southern (uno de los patriarcas del Nuevo Periodismo; Tom Wolfe lo consideró el iniciador de esa corriente) y Peter George adaptaron la novela Alerta roja, de este último. El film de Kubrick, que venía de escandalizar con su versión de Lolita de Vladimir Nabokov, se narra en tres planos. El general Jack D. Ripper (fonéticamente, Jack el Destripador) envía una flota de bombarderos para un ataque nuclear masivo sobre la Unión Soviética. El militar está fuera de sus cabales y da la orden por su cuenta (dice que lo sovéticos han alterado “nuestros preciados fluidos”), sin consultar a ninguna autoridad. Esto alerta a un agregado militar inglés, Lionel Mandrake, que se da cuenta del delirio del comandante.
El segundo eje narrativo pasa por la reunión de urgencia del presidente Merkin Muffley con su estado mayor en el Pentágono. La flota de aviones avanza hacia la URSS y no hay posibilidades de hacerla retornar. Ergo, Muffley se ve en la desagradable tarea de llamar al Kremlin a través del célebre teléfono rojo para avisar a Moscú que millones de soviéticos sufrirán un holocausto nuclear.
El tercer escenario de Dr. Insólito es uno de los aviones que viaja hacia territorio soviético y logra penetrar las defensas. Es el único avión al que no se le puede avisar el código que desactiva la operación, conseguido por Mandrake a último momento. El costo de esa sola bomba atómica será devastador, porque el embajador soviético informa a Mufley que su país ha diseñado un sistema de autodefensa por el cual explotarán bombas atómicas que dejarán inhabitable la Tierra durante un siglo.
Mandrake y Muffley fueron interpretados por un mismo actor, al que Kubrick quiso darle el papel del comandante del bombardero: Peter Sellers. El actor inglés no halló el acento adecuado y, se dice, fingió una lesión en una pierna para terminar de disuadir al director. A cambio, le dio vida a un tercer personaje: un nazi que se presenta como Dr. Strangelove y funge de asesor presidencial. Sellers moldeó a Muffley en base a Adlai Stevenson, el embajador de Estados Unidos en la ONU y hombre clave de la crisis de los misiles. La película fue tan exitosa como escandalosa.
Una semana para frenar un golpe
Apenas dos semanas después del estreno de Dr. Insólito fue el turno de Siete días de mayo, también filmada antes del asesinato de Kennedy. John Frankenheimer había dirigido El embajador del miedo en 1962. Aquel film, protagonizado por Frank Sinatra (tal vez su mejor actuación desde El hombre del brazo de oro) perturbó a La Voz después de la muerte de JFK. Había colaborado en la campaña demócrata, tenía buena relación con los Kennedy y la película (que se estrenó justo en medio de la tensión de los misiles soviéticos en Cuba) mostraba la construcción de un magnicida.
Siete días de mayo fue escrita por Rod Serling, el creador de La dimensión desconocida, en base a la novela homónima de Fletcher Knebel y Charles W. Bailey II. La historia era inquietante: el presidente Jordan Lyman avanza en un programa de desarme nuclear a la par de la URSS. El acuerdo desploma la imagen positiva de Lyman y, peor aun, genera desconfianza en el mando militar.
En ese marco, el coronel Casey (Kirk Douglas), del Estado Mayor Conjunto, descubre que dentro de siete días habrá un golpe de Estado a partir de un ejercicio militar en una base de Texas. El cabecilla es un laureado jefe de la Fuerza Aérea, el general Scott (Burt Lancaster). Toda la película gira en torno a los intentos de Casey para desactivar el golpe mientras corren las horas, y en el medio los conjurados llegan al extremo de retener contra su voluntad a un senador (un impagable Edmond O’ Brien, uno de los mayores actores secundarios de Hollywood) en una base militar.
La analogía con Kennedy y el descontento militar por cómo el mandatario había resuelto la crisis de octubre de 1962 era palpable, si bien la novela original se publicó unas semanas antes de que se detectaran los misiles en Cuba.
Moscú y Nueva York en la mira
En octubre de 1964, cuando faltaba un mes para las elecciones, se estenó la tercera película de esta trilogía de la paranoia. Fail-Safe (Punto límite en castellano) de Sidney Lumet opera como una versión realista de Dr. Insólito. Más aun: Peter George, el autor de la novela que adaptara Kubrick, colaboró en el guión de Fail-Safe con Walter Bernstein, guionista que había integrado la lista negra.
El material para la película vino, como en el caso de Siete días de mayo, de una novela de 1962, también escrita a cuatro manos, en este caso, de Eugene Burdick y Harvey Wheeler. Un error interno que nada tiene que ver con los delirios del general Ripper en Dr. Insólito es lo que hilvana la trama. Un radar detecta una intrusión aérea sin identificar. Para cuando se confirma que es una falsa alarma, un grupo de bombarderos ya ha despegado con la orden de lanzar la bomba atómica sobre Moscú y no hay forma de dar la contraorden.
El Presidente, personificado por Henry Fonda, da la orden de derribar a los aviones mientras avisa al Kremlin lo que sucede. Tiene como asesor a un cultor de la realpolitik, un anticomunista que sería la versión sería del Strangelove kubrickiano: el profesor Groeteschele que interpreta Walter Matthau.
Los soviéticos destruyen a todos los bombarderos menos a uno. Ante este escenario, y a fin de evitar una conflagración con la otra superpotencia, el Presidente propone a Moscú que, si se lanza la bomba, él ordenerá a un bombardero que haga lo mismo sobre la ciudad de Nueva York.
A diferencia de las otras dos películas, Fail-Safe fue un fracaso en la taquilla, y quizás le jugara en contra la similitud con el film de Kubrick. Sin embargo, por el momento de su estreno, confrontó a la sociedad estadounidense con la posibilidad de poner en la Casa Blanca, apenas tres semanas después de su estreno, a un presidente que coqueteaba con el uso del armamento nuclear.
Goldwater, el germen neoconservador
El crimen de Kennedy dejó al Partido Demócrata sin el que era el candidato natural a la reelección. El vicepresidente Lyndon Johnson, que tuvo que jurar como 36º presidente en el Air Force One el 22 de noviembre de 1963, se convirtió en el candidato. Su gran carta de presentación era le Ley de los Derechos Civiles. Mientras, acrecentaba la presencia de su país en el sudeste asiático: en agosto de 1964, el incidente del golfo de Tonquín derivó en la guerra de Vietnam. El gasto militar dejó en un segundo plano la Gran Sociedad, el conjunto de reformas sociales en la línea del New Deal de los años 30.
Para enfrentar al keynesianismo reloaded de Johnson, los republicanos optaron por el senador Barry Goldwater, de Arizona. Nada volvió a ser lo mismo para la derecha estadounidense después de la campaña de 1964. El Partido Republicano comenzó su giro hacia la radicalización y Goldwater sentó las bases del neoconservadurismo.
“¡Les recuerdo que el extremismo en defensa de la libertad no es un vicio! ¡Y permítanme recordarles también que la moderación en la búsqueda de la justicia no es una virtud!”, proclamó en la convención partidaria reunida en San Francisco.
Férreo anticomunista, logró algo nunca antes visto en una campaña presidencial: que el líder del Ku Klux Klan saliera públicamente a dar su apoyo. Y en plena efervescencia por los Derechos Civiles, que legalmente habían sepultado el segregacionismo. Goldwater votó en contra de los Derechos Civiles; Martin Luther King dijo que “si bien no es racista, el señor Goldwater articula una filosofía que brinda ayuda y consuelo a los racistas”.
Dos spots para frenar a la ultraderecha
En su escalada discursiva, Goldwater llegó a sugerir que usaría el arsenal atómico si fuera necesario, que no le temblaría el pulso para algo a lo que el mundo se había asomado en octubre de 1962. La campaña de Johnson respondió con un aviso impactante, que pasó a la historia. Una niña junta flores en el campo y deshoja una margarita. Va contando, cuando llega a diez, la imagen se congela y se escucha en off una cuenta regresiva. La cámara se aproxima a un ojo de la pequeña y cuando el conteo llega a cero, hay una detonación y la imagen de un hongo atómico. Mientras se ve la devastación nuclear, suena la voz de Johnson: “Esto es lo que está en juego. Hacer un mundo en el que todos los hijos de Dios puedan vivir, o ir a la oscuridad. O debemos amarnos los unos a los otros, o debemos morir”.
A este spot se sumó otro, conocido como “Confesiones de un republicano”, en el que un votante conservador habla a cámara y cuenta su tradición familiar, pero que Goldwater le resulta intolerable por sus ideas. En cámara apareció el actor William Bogert, que en la vida real era republicano. Esa fue la condición para hacer el aviso: que quien hablara a los espectadores fuera un votante de derecha asqueado por el senador. “Me gustaría creer que tiene la habilidad para cerrar los ojos e imaginar cómo sería este país después de una guerra nuclear”, afirmó Bogert en un pasaje del aviso.
Curiosamente, en 1983, Bogert hizo de padre del personaje de Matthew Broderick en Juegos de guerra, película que en tono realista imaginó un escenario de guerra nuclear por la activación de un software en una base militar.
“Vote por el presidente Johnson el 3 de noviembre. Hay demasiado en juego para que te quedes en casa”. Así se cerraban los avisos de campaña de los demócratas. El resultado fue uno de los más amplios en la historia electoral del país. Johnson sacó el 61 por ciento de los votos y se impuso por una diferencia de catorce millones de votos. Cuatro años antes, Kennedy había derrotado a Richard Nixon por algo más de cien mil votos.
Sin embargo, la semilla de la extrema derecha se había plantado en el Partido Republicano. Los conservadores sumarían de distintas vertientes hasta ser una amalgama de blancos supremacistas, anticomunistas furiosos, grupos religiosos, fanáticos del control en el gasto social, partidarios acérrimos de las exenciones impositivas a las grandes fortunas y de la retracción del sector público.
Pocos días antes de la elección de 1964, y cuando ya se veía venir la derrota de Goldwater, un actor de Hollywood apareció en televisión con un discurso en el que pidió el voto a los republicanos. Eso lo lanzó a de lleno a las grandes ligas y llegaría a gobernador de California dos años más tarde. La línea economicista de Goldwater sería retomada por el exactor en 1980 cuando llegó a la presidencia. Mucho antes, en ese mismo 1964 filmó su última película, The Killers, dirigido por Don Siegel en base al texto de Ernest Hemingway. Allí, Ronald Reagan se despidió de la pantalla grande en el rol de un villano.