Alejo Schapire: “El progresismo se enamoró de la censura, como antes la derecha”

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El mundo parece estar alumbrando nuevos paradigmas ideológicos. Los líderes confunden a sus pueblos mezclando viejos postulados con nuevas situaciones. Así, están los que se dicen democráticos y en nombre de la libertad crean cárceles y torturan a sus contrincantes políticos; los que se llaman liberales, pero atentan contra la libertad de prensa; los que levantan banderas progresistas en favor de los oprimidos, pero no discriminan si quienes se dicen víctimas son en realidad terroristas que violentan todos los derechos.

Alejo Schapire, periodista cultural, se ha dedicado a estudiar estas nuevas fronteras. A observar al progresismo, a la izquierda, al wokismo, o cultura de la cancelación. A las nuevas derechas (y las viejas). En El secuestro de Occidente (Libros del Zorzal) aborda el análisis de estas identidades ideológicas remixadas y de una sociedad que ha quedado “atenazada” entre los extremos. “Hay un Occidente secuestrado, una sociedad abierta atenazada por estos dos polos, que necesitan que no exista nada en el medio”, señala.

Habla de Israel y la masacre del 7 de octubre; del antisemitismo de la época; de Venezuela y Cuba, y del kirchnerismo, que hizo punta regional con el wokismo. “En la Argentina toda esta movida tomó un carisma muy perverso, que ya había ocurrido con los derechos humanos. Fue la instrumentalización partidista del feminismo, del colectivo LGBT, hecha por gente que quería hacer creer que si no votabas por el kirchnerismo eras un fascista”, dice.

Este progresismo local utilizó el discurso de odio, dice Schapire: “Es una fabulosa manera de ejercer la censura, porque el progresismo se ha enamorado de la censura, tal como en su momento lo hizo la derecha”.

Schapire, que vive en Francia desde 1995, también analiza al Presidente. “Javier Milei quiere formar parte de la cruzada contra el wokismo, tanto en lo cultural, porque entiende que es una estafa intelectual, como en lo económico, ya que juzga empobrecedoras las recetas de la izquierda. El tema es desde dónde lo hace y el sesgo autoritario”, dice.

Autor también de La traición progesista, agrega: “Tiene esos rasgos del que le gusta burlarse de las instituciones y los tabúes, escupir la sopa, decir cosas inconvenientes. En este sentido, Milei es punk”.

Después del fracaso de la Unión Soviética y el experimento comunista, el wokismo cambia la manera de analizar el mundo

–¿En qué medida son parte de la cultura woke los movimientos propalestinos que afloraron en el mundo tras el ataque de Hamas y la represalia de Israel?

–El apoyo de lo que se da en llamar el progresismo, la izquierda en general, a lo que se llama la causa palestina, y en realidad es Hamas, ocurrió el mismo 7 de octubre. El antisemitismo se disparó ese mismo día, antes de que Israel disparara la primera bala. Lo que hace el 7 de octubre es revelar, echar luz sobre el estado de lo que era el ambiente ideológico en Occidente. La causa propalestina tiene para la izquierda la virtud de ofrecer un denominador común con lo que ellos consideran que es el Tercer Mundo oprimido. Ellos pueden diferir en muchas cosas, por ejemplo, en lo que hacen los integristas chiitas o sunitas con las minorías religiosas o sexuales, pero encuentran en la causa palestina una matriz ideológica compartida, que es la teoría crítica de la raza, que ha prosperado en las últimas décadas en los campus universitarios. Después del fracaso de la Unión Soviética y el experimento comunista, el wokismo cambia la manera de analizar el mundo. Ya no divide entre explotadores y explotados en un marco económico, sino entre oprimidos y opresores en un marco racial. Plantea una dicotomía entre buenos y malos desde el nacimiento, más allá de su origen social, a partir del concepto de la raza. Para ellos el culpable de todo, en todo momento histórico, en todas las geografías, es el hombre blanco heterosexual, y la víctima es, desde que nace, la persona no blanca”. El 7 de octubre plantea la pregunta de dónde están parados los judíos en este esquema. Porque, claramente, no son los arios. Lo que quedó claro es que quedaron del lado de los opresores. Se considera que el judío es un blanco, y peor, que es un judío blanco haciendo las cosas que en el pasado hacían los blancos, es decir, colonialismo.

Milei entiende, y esto es típico del populismo, que no es necesario un intermediario entre el líder y el pueblo

–¿Hay lugar para grises? ¿O en esta interpretación del mundo solo hay dos opciones?

–Según datos de principios de mes, el antisemitismo en Londres había pegado un salto de más del 1300%. En todas las capitales europeas, y en Estados Unidos, y eso es una novedad, se dispararon como nunca las cifras del antisemitismo desde la Segunda Guerra Mundial. La militancia propalestina tiene algunos matices, porque está conformada por lo que se llama la interseccionalidad, un concepto clave. Cuando gente que se presenta como miembro de la comunidad LGBT apoya a quienes están de acuerdo con apedrear mujeres adúlteras, tirar homosexuales de las terrazas y volver al siglo VII, les decimos “aquí hay una pequeña contradicción”. Pero ellos la resuelven con el concepto de interseccionalidad, que supone una especie de paraguas, una comunidad de intereses de distintos colectivos que se unen contra el gran opresor, que es el hombre blanco. Hay muchos judíos que dicen, como para salvar el pescuezo: “Ok, yo no soy sionista”. Hay manifestaciones antisemitas contra quien simplemente lleva un kipá en la calle.

–¿Cómo analizar, bajo este mismo prisma, la defensa que hace el progresismo en América Latina de regímenes como el de Maduro o el que subsiste en Cuba?

–Echan mano a dos conceptos: la dicotomía oprimidos-opresores. Ellos están convencidos que ningún país es más racista que Estados Unidos. Esa es la gran paradoja de la época. En los lugares donde más se ha avanzado en la igualdad, es donde dicen que nunca estuvimos peor. Y buscan microrracismos, micromachismos, dentro de estas sociedades democráticas donde se han hecho grandes avances. Son ciegos a lo que es la libertad de expresión o los derechos humanos en Cuba o Venezuela, y ni que hablar de la condición de la mujer en Irán, por ejemplo. Pero estos progresista tienen anteojeras ideológicas en las que no hay demócratas y tiranos, sino oprimidos y opresores. El wokismo es un ataque frontal al universalismo. Ellos pueden, con muchísima rabia, protestar porque le han dado un juguete rosa a una niña en Occidente, y al mismo tiempo encontrar justificativos para la mutilación genital femenina en África. Esa capacidad de disociación les permite esta lectura racialista del mundo, que se ha infiltrado en las instituciones y en la cultura. Ha dejado de ser una cuestión marginal de un grupo de iluminados en universidades elitistas, porque, con el paso de las décadas, esas universidades han producido una elite que a través de la política, de lo económico, la academia, la prensa, han ido plasmando esa visión. Lo han logrado a través de talleres obligatorios, de cuotas en todo lo que es el espectáculo. Todo responde a una misma matriz ideológica.

–¿Talleres de qué tipo?

–La gente que trabaja en Disney, en Netflix, por ejemplo, tienen que realizar cursos de equidad, diversidad e inclusión, talleres que ya están en todas las empresas. Les repiten que el hombre blanco es el malo, el opresor, por definición. Y los demás son víctimas. También se suma a esto que todos los personajes de cuentos tradicionales europeos deben tener su versión étnicamente inclusiva. Hollywood tiene para los Oscar este tipo de criterios a la hora de premiar. Hay una corrección en nombre del bien. Eso es lo que hace el wokismo, a diferencia del universalismo, que busca corregir las muy reales discriminaciones o desigualdades raciales o de género atacando las causas, las raíces, para que todo el mundo acceda a la educación, al sistema meritocrático que permite el ascenso social y todo eso que odia el wokismo.

La Argentina fue vanguardia en el wokismo, que se fue pronunciando a medida que los resultados económicos empeoraban. Ahí se dedicaban a lo simbólico

–¿Hay lugar para la resistencia?

–Hasta hace muy poco, cuando uno le pedía a la inteligencia artificial de Google que te mostrara vikingos, te ponía vikingos negros. Era absurdo. La resistencia empezó. Está lo que los estadounidenses, los anglófonos, llaman un backlash, es decir, una respuesta, una reacción. Primero fueron las empresas, que advirtieron que empezaban a perder dinero con esto, es decir, Disney vio que la gente ya estaba harta de ser aleccionada con este tipo propaganda. El cambio llegó cuando se metieron con los niños, con la reasignación de género, con el dar fármacos, con operaciones irreversibles.

–Te traigo hacia lo que pasó en la Argentina durante el kirchnerismo, un revival del feminismo que en paralelo incentivó el escrache al macho y hasta creó un idioma inclusivo que excluía al que no lo usaba. ¿Fue una versión nac&pop del wokismo?

–La Argentina fue vanguardia en el wokismo, que se fue pronunciando a medida que los resultados económicos empeoraban. Ahí se dedicaban a lo simbólico. Ahora, esto es importante dejarlo en claro: hay que luchar contra la discriminación racial, contra la homofobia, contra todos los tipos de discriminación, pero esto es otra cosa. En la Argentina esta movida tomó un carisma muy perverso, que ya había ocurrido con los derechos humanos. Fue la instrumentalización partidista del feminismo, del colectivo LGBT, hecha por gente que quería hacer creer que si no votabas por el kirchnerismo eras un fascista. Y utilizaron, y esta expresión es importante, el discurso de odio, una fabulosa manera de ejercer la censura, porque el progresismo se ha enamorado de la censura, como en su momento la derecha. En nombre de la inclusión y la diversidad empezaron las listas negras, los juicios del MeToo, con las actrices al frente, el juzgar a las personas más allá del sistema legal con los derechos y las pruebas. El “yo te creo hermana” es una sanción social, incluso peor que la penal, porque rompe con la tradición jurídica, echa por tierra la presunción de inocencia y da por válida la voz de la víctima. Pero cuando se trataba de ejercer esa presunción de culpabilidad y el presunto culpable era kirchnerista, ahí dejaba de usarse. Es el caso de Alberto Fernández.

–Hoy tenemos un Presidente que embiste contra la agenda del wokismo con violencia. Bastó verlo dando su discurso en la ONU ¿Es la manera?

–Milei es alguien que entendió muy bien el gesto punk de Trump y su fuck your feelings, de decir, okey, lo que tenemos enfrente en gran medida es un tigre de papel, hay probablemente una mayoría silenciosa que está harta de que la vivan sermoneando, y que esto además tenga lugar con resultados económicos espantosos. Milei entendió que podía aprovechar ese momento con un discurso de adrenalina liberador, y por eso tuvo tanto empuje en la juventud. El kirchnerismo había envejecido, se había convertido en el establishment y él, como outsider o underdog, entendió muy bien que lo que venía era a dar un golpe en la mesa. Pero hay algo ambivalente. Milei tiene una pata en el liberalismo, sobre todo en lo económico, que no tiene Trump, que es proteccionista, pero tiene otro pie muy conservador. Hay gente que dice “le perdonamos este circo espectacular, su forma de expresarse, porque está en contra del aborto”. Muy lejos estos de los que creen que “cada uno hace lo que quiere”. Ese lado anarcocapitalista está reñido con la parte conservadora.

–¿Milei solo quiere exponer ese wokismo?

–Milei quiere formar parte de la cruzada contra el wokismo, tanto en lo cultural, porque entiende que es una estafa intelectual, como en lo económico, ya que juzga empobrecedoras las recetas de la izquierda. El tema es desde dónde lo hace y el sesgo autoritario. Esa es la ambivalencia. Milei puede al mismo tiempo dar un discurso fantástico en las Naciones Unidas contra la hipocresía de la ONU, que habilita a dictadores, en su momento Castro, después Chávez, hoy a Maduro. Y decirles que le “están hablando a gente que no deja mostrar la piel de las mujeres”. Ahí claramente está del lado de ese liberalismo ideológico que va más allá de lo económico. Ahora, cuando lo escuchamos hablar sobre el tema del medio ambiente y de la agenda 2030, que tiene muchísimo eco dentro de lo que es la tribu identitaria de derecha, ahí nos damos cuenta de que funciona el tribalismo. Lo que se ha dado en llamar la tenaza identitaria. Es decir, tenés a una sociedad atrapada entre esta izquierda, el “islamo-izquierdismo”, y la derecha, que reacciona de manera identitaria y tribal frente a esto. “Hay un Occidente secuestrado, una sociedad abierta atenazada por estos dos polos enfrentados, que necesitan que no exista nada en el medio.

¿Faltan líderes convocantes para este espacio de centro?

–Cuando los mileístas hablan con desprecio de los liberales de galerita, de los republicanos, como si se ocuparan de “detalles menores” como la separación de poderes, el respeto a la libertad de informar, la libertad de prensa, creen que se trata solo de gente que quiere buenos modales. Y esa es la gran tragedia del universalismo. No solo le faltan líderes, le falta la energía que da la convicción ciega en un proyecto, en un dogma. Eso es también lo mejor y lo peor de nuestras sociedades. Es decir, como somos tolerantes, somos más frágiles, porque dejamos que el que quiere decir disparates los diga.

–Pienso en Milei atacando al periodismo.

–Milei entiende, y esto es típico del populismo, que no es necesario que exista un intermediario entre el líder y el pueblo. También entiende que el periodismo, como sector social, tiene un sesgo pobre. El tipo no anda con guantes. Comete un error al maltratar a los periodistas. Hay una gran distancia entre el dedo del presidente y alguien que no tiene más que su teclado y depende de un sueldo. Que el Presidente se meta nominalmente con periodistas no es una gran idea. Tiene esos rasgos del que le gusta burlarse de las instituciones y los tabúes, escupir la sopa, decir cosas inconvenientes. En este sentido, Milei es punk. Goza con el discurso disruptivo. Aunque a veces quede al límite del patoteo.

CONTRA EL PROGRESISMO IMPOSTADO

PERFIL: Alejo Schapire

. Alejo Schapire nació en Buenos Aires en 1973. Es periodista, especializado en cultura y política exterior. Reside en Francia desde 1995.

. Fue colaborador de Radar Libros (Página/12), así como de los suplementos culturales de LA NACION y Perfil. Se desempeñó como corresponsal en París del diario Crítica de la Argentina. Trabaja en la radio pública francesa.

. Escribió La traición progresista (Libros del Zorzal/ Edhasa). Acaba de publicar El secuestro de Occidente (Libros del Zorzal).