Llegó como tantas otras ‘apps’ a nuestras vidas, sin hacer mucho ruido y más por el boca a boca que a través de costosos anunciantes. Es difícil recordar el momento exacto en el que abrimos por primera vez su homepage en el ordenador o descargamos la versión móvil. Sin embargo, a día de hoy, el consumo de música global es masivo y tiene un nombre: Spotify. La plataforma de streaming del sueco Daniel Ek es la reina del mercado respecto a sus competidoras: su audiencia alcanza los cerca de 713 millones de personas en todo el mundo que la usan a diario, ya sea gratis o pagando la suscripción y, concretamente en España, un 60% de la población mayor de 15 años abre la ‘app’ cada día.Como ya preconizaba el teórico Marshal McLuhan, “el medio es el mensaje”, y por esto mismo cabe analizar cómo ha cambiado nuestra forma de escuchar música y cómo ha afectado a los artistas y a la propia obra musical desde que llegó el streaming, hace ya casi 20 años. Sin duda alguna, el acceso a tan poco coste para el usuario ha afectado a nuestro gusto y a la forma de relacionarnos con los artistas. Ahora, más que nunca, la actitud melómana comparte espacio y tiempo con la del consumidor de contenidos pasivo de Internet, quien ha sido amaestrado y aleccionado por el algoritmo durante años.
“Nunca se ha escuchado más música que ahora y, al mismo tiempo, nunca se ha tenido menos interés por lo que suena como ahora”, afirma el músico y escritor Pepo Márquez en su libro Antineutral. Música y economía en la era del capitalismo (Liburuak, 2025). ¿La causa? La selección automatizada de canciones por el algoritmo, la cual produce un fluir inagotable de temas. Aunque no entres en ninguna playlist -que según datos de Spotify For Artists aglutinan el 60% del tiempo de escucha dentro de la plataforma-, el solo hecho de activar la reproducción te llevará por un fluir continuo de temas relacionados con el primero que seleccionaste. Esto ha devaluado con creces la escucha activa, pareciéndose más a un scroll infinito de redes sociales que al hecho de reproducir un disco como se hacía tradicionalmente.
¿Dónde quedó el hecho de disfrutar de la experiencia sonora? A largo plazo y de manera masiva, esta escucha pasiva produce una uniformidad del consumo, como explica Pepo: los algoritmos priorizan canciones con estructuras similares, duraciones cortas y con un alto potencial de skip-avoidance, un indicador que determina la probabilidad de dejar de reproducir un tema en sus primeros 30 segundos.
“Muchos músicos quieren salirse de Spotify pero no pueden, porque sino dejan de ser visibles”
La escucha siguePor si fuera poco, la propia plataforma impulsa esta escucha pasiva mediante distintas estrategias. A comienzos de este año, la periodista Liz Pelly publicó un libro titulado Mood Machine: The Rise of Spotify and the Costs for the Perfect List en el que documentaba cómo la compañía estaba creando artistas falsos con IA para insertarlos en playslists y así generar más beneficios al no tener que pagar el 70% que les corresponde a los músicos reales y a sus discográficas por derechos de autor y regalías. siendo barata… ¿a costa de qué?
A este programa lo llamó Perfect Fit Content en un contexto en el que las compañías de generación de música por IA están viviendo una explosión. Como denunciaba la experta en industria musical Ainara LeGardon, estamos asistiendo a un “aplanamiento del gusto musical” por el algoritmo, volviéndonos más pasivos y acríticos. Algo en lo que coincide Márquez: “las playlists de estudio o relajación acumulan el 60% de las horas de reproducción en Spotify, lo que reduce los pagos a artistas y desvaloriza el trabajo creativo, ya que lo importante es que la música ‘acompañe’ sin molestar, no que sea memorable o disruptiva”.
“Estamos en un contexto en el que un ingeniero informático que no sabe tocar puede hacer una canción de miles de escuchas”
Pero no todo son desventajas, sobre todo desde el punto de vista de los consumidores. La escucha de miles de artistas, de hoy y de ayer, nunca fue tan barata: por solo 10 euros al mes dispones de acceso a discografías enteras, un precio irrisorio que apenas ha variado desde el comienzo de la plataforma, y que a día de hoy es uno de los mayores focos de discusión sobre el modelo. Fuentes de la industria reconocen que las grandes y pequeñas discográficas están presionando a la compañía para que suba el precio con el objetivo de que la retribución a los músicos sea mayor (que actualmente radica entre 0.003 y 0,005 dólares por reproducción, teniendo en cuenta que aquellos que no generen más de 1.000 ‘streams’ al año no se llevan nada).
“Si la suscripción familiar, por ejemplo, subiera a los 25 euros, para pagar el triple a los artistas, la gente se iría rápidamente a la competencia”, opina Ricardo Candal, uno de los mayores especialistas en industria musical de nuestro país. “Al final, cuando un sello ficha a un artista e invierte en él espera recuperar el dinero con acuerdos comerciales con marcas y conciertos. El modelo de Spotify es la mejor solución al contexto que había antes, que era el de las descargas, el cual tenía un coste cero para el consumidor”. En resumidas cuentas, y según Candal, no hay alternativa a Spotify. Si los artistas quieren vivir de la música que se olviden del streaming.“Spotify ha convertido la música grabada en una mera tarjeta de visita para el artista, solo que una tarjeta de visita muy cara”, contraataca por su parte Natalia Cisterna, co-fundadora de Célula Lab, un laboratorio de creación e investigación especializado en ocio, cultura y entretenimiento, en una conversación telefónica con este diario. “Muchos músicos quieren salirse de Spotify pero no pueden, porque sino dejan de ser visibles”. La economía de la atención echa a andar: al igual que sucede con otras redes sociales como Instagram, impera una especie de FOMO en el que la creación artística se monetiza en forma de atención. “No puedes hacer nada contra Spotify, como mucho eliminar intermediarios entre tu público y tú para que te apoye” “Spotify no es una empresa de la industria musical, es una tecnológica más”, afirma Cisterna, tajante. “Ya no creamos música para los humanos, sino para el algoritmo. Kate Tempest decía en su libro Conexión que ‘solo eres consciente de que estás escuchando música cuando salta una canción que no te gusta’”. En una era en la que todo es cuantificable, también la oferta es mayor. Según datos de Márquez, cada día se suben 100.000 canciones nuevas, que a su vez tienen que competir con otras ofertas de audio de la compañía que son completamente impersonales. “El jazz o la música clásica son dos de los géneros más perjudicados por el streaming”, argumenta otra fuente de la industria, perteneciente al campo de investigación del Proyecto GenMedIA, de la Universidad de Murcia. “La IA genera archivos de audio que se encuentran dentro de estos géneros en playlists fantasma repleta de artistas que no son de carne y hueso”. “Eso no es culpa de Spotify”, defiende Candal, por su parte. “Es de los oyentes, ya que Spotify va a intentar ahorrar dinero y generar más ingresos si puede. Yo creo que a gran parte del consumo humano le importa saber qué está escuchando y a quién pertenece, si es un humano o una IA. El futuro lo van a decidir los oyentes, ya que las grandes corporaciones de discográficas y empresas de streaming van a decidir en base a lo que la gente escucha”. Según él, la solución pasa por acortar intermediarios entre fans y artistas, y por ello propone un modelo en el que convierte en copropietarios de las canciones a los fans mediante tecnología blockchain. “No puedes hacer nada contra Spotify, como mucho eliminar intermediarios y agregar esta capa descentralizada de información musical, hacer partícipes a tus fans de tu carrera y que se sientan parte de ella”. De prompts y humanos ¿Dónde queda entonces la figura del artista? ¿Y de los oyentes? “Estamos en un nuevo contexto en el que un ingeniero informático que no sabe tocar ningún instrumento puede hacer una canción de miles de escuchas”, resalta de nuevo Cisterna. “Dentro de poco, lo humano va a ser una marca de lujo en todas las industrias creativas, no solo en la música. Llegará una época en la que no sepamos diferenciar si hay detrás una IA o una persona de carne y hueso, por lo que habría que apelar por una regulación justa para poner límites”.
Visibilidad a cambio de nada
Para Candal, lo importante es la intención. “Detrás de los prompts, hay seres humanos”, argumenta. “La música la haces por necesidad, otra cosa es cómo la explotas económicamente y ganas dinero con ella, pero el arte musical va a seguir existiendo. La gente va a seguir conectando con música que genere emociones humanas contemporáneas, eso nunca va a desaparecer. La intencionalidad de la obra es lo que cuenta”.








