Gracias a un estudio que analizó fragmentos fosilizados de mandíbulas de bebés que datan de hace dos millones de años los científicos están reescribiendo los comienzos de la historia del género humano. El estudio, dirigido por José Braga, profesor en la Universidad de Toulouse, y Jacopo Moggi-Cecchi de la Universidad de Florencia, se publicó en Nature Communications revelando una diversidad y una complejidad en los albores del género Homo mucho mayores de lo que se pensaba.
Dos mandíbulas y un maxilar. Eso fue todo lo que necesitaron los autores del estudio para redibujar el comienzo de la historia del género humano. Estos fragmentos, que pertenecieron a dos bebés fallecidos hace cerca de dos millones de años, fueron exhumados en África, la cuna de la humanidad.
Uno de ellos proviene del bajo valle del Omo, en Etiopía, y ha sido atribuido a Homo habilis. Los otros dos fueron descubiertos en Sudáfrica, una mandíbula hallada en Kromdraai y un maxilar procedente del yacimiento de Drimolen, ambos asociados a una especie cercana a Homo erectus.

Estos hallazgos son cruciales porque los fósiles bien conservados de bebés son extremadamente raros, a pesar de que son esenciales para comparar la infancia de los primeros humanos con la de sus parientes más cercanos, los australopitecos, detalla José Braga.
Son aún más valiosos considerando que estos jóvenes representantes del género Homo están mucho menos preservados que los de otras especies contemporáneas como el Paranthropus robustus, pese a que no son más frágiles.
Comprender esta disparidad de representación es esencial para interpretar correctamente los datos fósiles disponibles, ya que podría estar relacionada con diferencias en los comportamientos o en los modos de vida de estas especies antiguas.

Estos nuevos fósiles cambian el panorama porque permiten vislumbrar cómo crecían los humanos muy jóvenes de hace dos millones de años, revelando información muy valiosa sobre su especie.
Las diferencias en las estructuras dentales y óseas son visibles desde los primeros meses de vida, subraya el profesor de antropobiología de la Universidad de Toulouse, quien dirige las excavaciones arqueológicas en Kromdraai y participó en las de Drimolen, en Sudáfrica, en 1997 y 1998. Esta observación revela que diferentes especies humanas seguían, desde el nacimiento, trayectorias de desarrollo distintas. Una diversidad temprana que sugiere que varias ramas evolutivas ya estaban bien diferenciadas dentro del género Homo.
Esta interpretación es compartida por Susana Carvalho, del Parque Nacional de Gorongosa en Mozambique y coautora del trabajo, quien señaló que estos resultados sugieren que el uso de herramientas pudo haber sido una adaptación generalizada entre los primeros primates humanos, transmitida de generación en generación. La capacidad de crear y, lo que es más importante, de conservar y transmitir un conocimiento técnico complejo, aparece así como un sello distintivo y fundamental en la trayectoria evolutiva de nuestro linaje.
Namorotukunan ofrece, en definitiva, una ventana geológica única a un capítulo formativo de la prehistoria. La cuenca del Turkana, con sus estratos sedimentarios perfectamente preservados, actúa como un archivo natural que registra no solo la evolución climática, sino también la tenaz respuesta de unas pequeñas comunidades de homininos que, enfrentadas a un mundo en constante transformación, encontraron en la perpetuación de su cultura material una estrategia de supervivencia exitosa.
Pese a la presión ambiental ejercida por ríos que cambiaban su curso, incendios devastadores y una aridez creciente, estos ancestros lejanos conservaron su técnica, mostrando que la cohesión cultural puede ser un escudo tan eficaz como cualquier adaptación fisiológica.








