Este lunes, un potente terremoto de magnitud 6,3 sacudió el norte de Afganistán, con epicentro cerca de la ciudad de Mazar‑e Sharif, en la provincia de Balkh, a una profundidad de aproximadamente 28 km. Los registros iniciales indican al menos 20 muertos y cientos de heridos; una cifra que podría aumentar a medida que avanzan las tareas de rescate. Sólo en la provincia de Samangan, por ejemplo, se informó que 11 personas murieron y más de 140 resultaron heridas.
Los daños estructurales son significativos: en Mazar-e Sharif se reportó destrucción parcial de la histórica Mezquita Azul (Blue Mosque) y viviendas tradicionales colapsadas en zonas rurales. Los testigos relataron que el temblor duró cerca de 15 segundos y que luego quedaban atrapados en una nube de polvo, entre edificios derrumbados.
El contexto humanitario empeora la situación. Este evento se suma a otro terremoto de magnitud 6 que el 31 de agosto de 2025 causó más de 2.200 muertos, miles de heridos y destrucción masiva de viviendas. Ese desastre previo dejó a muchas comunidades aisladas, montañosas, con difícil acceso y sin infraestructura básica de emergencia en buenas condiciones de funcionamiento.
En el nuevo sismo del norte, los equipos de rescate –incluidos militares locales y personal de salud– fueron movilizados de inmediato. El Ministerio de Salud afgano anunció que los hospitales cercanos fueron puestos en alerta para recibir heridos. Las agencias de Naciones Unidas ya están en el terreno apoyando la respuesta. Se prevé que la cifra de víctimas aumente, y las autoridades advierten que las réplicas son posibles y podrían agravar los daños, especialmente en construcciones frágiles.
Por otro lado, los retos logísticos son enormes: el terreno es abrupto, con muchas zonas remotas y carreteras dañadas o inexistentes. Las viviendas típicas de la región –fabricadas con barro o ladrillo sin refuerzos– colapsaron o resultaron gravemente afectadas. También pesa el hecho de que Afganistán enfrenta graves limitaciones de ayuda internacional y acceso humanitario desde el regreso al poder de los talibanes en 2021, lo que ralentiza la respuesta.
Es un nuevo gran golpe para Afganistán, que ya lidiaba con secuelas de sismos anteriores, desplazados, viviendas destruidas y escasez de recursos. Las próximas horas y días serán clave para determinar el alcance real del desastre.








