El 28 de agosto de 1975 el rugido de los motores del Hércules C-130 matrícula TC-62 de la Fuerza Aérea Argentina se convirtió abruptamente en un estruendo ensordecedor y un infierno de fuego y humo negro. En pleno despegue desde el Aeropuerto Teniente Benjamín Matienzo, una monumental explosión bajo la pista destrozó la aeronave, marcando una de las acciones de guerrilla más audaces y trágicas de la década: la “Operación Gardel”, perpetrada por la organización Montoneros. La mañana, que debía ser de tránsito para 114 efectivos de Gendarmería Nacional, se transformó en un campo de escombros, heroísmo y luto que alteró para siempre el curso del conflicto armado interno en el país.

El Hércules TC-62 había partido a las 09:00 horas desde El Palomar, Buenos Aires, con 85 miembros de la Policía Federal. Su misión era esencialmente logística, reabasteciendo y trasladando personal en el marco de la escalada de violencia en el interior. Tras aterrizar en Tucumán a las 11:56, embarcó al Equipo de Combate “San Juan” de Gendarmería Nacional, que se dirigía a sus bases operativas. La tripulación, liderada por el vicecomodoro Héctor A. Cocito, se preparaba para el vuelo hacia San Juan, sin sospechar que bajo la misma pista de despegue se había fraguado una “obra de ingeniería militar” macabra.

La “Operación Gardel” fue el resultado de cuatro meses de meticuloso trabajo por parte del pelotón “Marcos Osatinsky” de Montoneros. La organización guerrillera había detectado un punto vulnerable: un canal de desagüe pluvial en desuso que cruzaba la pista por debajo, a unos 1100 metros de la cabecera Norte. Aprovechando el descuido, lograron introducir y montar una formidable carga explosiva, descrita posteriormente como una mezcla de TNT, diametón y amonita, sumando aproximadamente 160 kilogramos. Para ocultar el punto de acceso, colocaron ladrillos y carteles falsos de “Peligro – Alta tensión – Agua y Energía”.


El momento fatal

Aproximadamente a las 13:05 horas, el TC-62 inició su carrera de despegue. El plan de Montoneros era activarlo por control remoto. Dos militantes, disfrazados de obreros y con un vehículo con la marca de “Agua y Energía”, esperaban en un punto estratégico. La explosión fue programada para el instante preciso en que el avión, que ya había alcanzado unos 200 km/h y había recorrido 800 metros, pasara sobre la carga. Una referencia ingeniosa—la horqueta de una rama—sirvió para calcular la trayectoria y accionar el pulsador eléctrico.

El resultado fue catastrófico. Algunos relatos de sobrevivientes hablan de una repentina pérdida de control, otros de un fuerte tirón, y todos describen la visión de la pista “levantándose” en un hongo de tierra, concreto y humo negro. La onda expansiva golpeó al avión que, a unos 12 o 15 metros de altura, perdió parte del ala derecha, el timón de dirección y uno de sus motores, incendiándose de inmediato.

El piloto intentó desesperadamente la trepada, pero la aeronave, irremediablemente dañada, se inclinó violentamente sobre su derecha, arrastrándose unos 400 metros sobre la pista antes de detenerse, envuelta en llamas que se intensificaban con la detonación de la munición que transportaba.

El saldo fue de seis valiosos gendarmes fallecidos y 29 heridos (algunas fuentes hablan de 23, con nueve graves). Entre los caídos estaban los Sargentos Primeros Pedro Yáñez y Juan Riveros, y los Gendarmes Evaristo Gómez, Juan Argentino Luna, Marcelo Godoy y Raúl Remberto Cuello.

El nombre de Gendarme Raúl Remberto Cuello, de apenas 19 años, quedó grabado como un símbolo de heroísmo. Habiendo escapado ileso del fuselaje en llamas, regresó una y otra vez al infierno del avión para rescatar a sus compañeros heridos. En su último intento, el humo y las llamas lo atraparon, muriendo por asfixia y quemaduras.

Las autoridades del gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón condenaron el “accionar subversivo” de la manera más enérgica. En la localidad de Jáchal, San Juan, de donde procedían muchos de los afectados, se declaró duelo provincial, cerraron escuelas y comercios para sepultar a sus camaradas.

La “Operación Gardel”, bautizada así por Montoneros en su revista Evita Montonera por la similitud con el trágico accidente que mató a Carlos Gardel, tuvo un impacto político y militar de inmensa trascendencia. Hasta ese momento, las Fuerzas Armadas en Tucumán, bajo la “Operación Independencia”, se habían centrado primordialmente en combatir al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).
El ataque al Hércules, un golpe estratégico directo a la logística militar y perpetrado en el corazón de un aeropuerto, demostró una escalada de capacidad y audacia por parte de Montoneros. Este atentado marcó un punto de inflexión. Tras la tragedia, el Ejército intensificó drásticamente su estrategia, pasando a perseguir activamente y con rigor a Montoneros, profundizando el espiral de violencia y represión que desembocaría meses después en el golpe de Estado de 1976.

 

El lugar donde se erigía el antiguo Aeropuerto Benjamín Matienzo, hoy reconvertido en la Terminal de Ómnibus de la ciudad y cruzado por la avenida Papa Francisco, es un recordatorio permanente de la tragedia. Allí, una placa de bronce honra la memoria de los seis gendarmes caídos en acto de servicio, víctimas de un atentado que permanece como una de las cicatrices más profundas de la historia reciente de Argentina.