Tiempos difíciles. Incertidumbre electoral. Alarma el gran ausentismo en las elecciones realizadas en lo que va de 2025. A ello habría que agregar que las encuestas actuales revelan un aumento de la intención de voto en blanco, que es un derecho válido, pero merma la participación ciudadana. El voto en blanco no es totalmente inocuo como suele pensarse.
Independientemente de que pese -o no- en el conteo final, una población regida por la democracia que no sea impulsada por una voluntad de poder participativa (es decir, votante real) está a punto de quebrar su imaginario democrático. Es preciso reconocer que las instituciones oficiales y las agrupaciones políticas hacen poco, o no hacen lo suficiente, para fortalecer el imaginario de la participación ciudadana.
Es obvio que, si no se encuentra ni remotamente una mínima afinidad con alguna de las expresiones políticas en disputa, votar en blanco es una opción legítima y ética. Porque ética es relación de la subjetividad consigo misma, con sus valores, y política es relación con les demás. Es decir, una extensión de los valores de cada subjetividad. En una comunidad de seres libres no es auspicioso no encontrar identificación con ninguna expresión política.
Se impone recordar que quien vota en blanco también elige: delega su injerencia en el resultado del escrutinio en otras personas, en el devenir. Además, el voto en blanco vale únicamente como voto en blanco, sin embargo, al momento de la definición electoral, puede influir indirectamente en los porcentajes para que algunos partidos alcancen representación en la contienda electoral.
En el extremo opuesto al escéptico voto en blanco, se ubican los votos positivos apostando por fórmulas disímiles entre ellas. Pero asimismo están las personas indecisas. Son las que transitan la pregunta de Shakespeare traducida a la acción política: ¿votar o no votar? Votar es actuar, pasar a la acción, modificar la realidad. Por omisión (voto en blanco) también se aporta, pero por default.
Desde la disyuntiva – ¿ser o no ser? – Hamlet se pregunta si es más digno sufrir las flechas y hondas de la fortuna, o tomar las armas contra un mar de aflicciones y, al oponerse a ellas, encontrar el fin buscado.
La incertidumbre por la asistencia de votantes es uno de los puntos inquietantes en víspera de elecciones rarificadas, como las de término medio actuales. El clima lectoral está electrizado. Narcos, estafas, muertes por medicamentos contaminados, o por no brindar tratamiento, represión, ajuste, decidía asistencial, maltrato a vulnerables, a pobres en general, aumento de femicidios y travesticidios, coimas cantadas con ritmo de guantanamera, anorexia electoral.
No solamente en Dinamarca algo huele a podrido. La ciudadanía argentina desencantada se siente impotente ante los desaguisados de los parásitos del Estado que gobiernan por el voto popular, aunque -paradójicamente- en contra de lo popular y de lo nacional. Con este horizonte nebuloso, con candidaturas manchadas con la sangre que derrama el narco y con corrupción, crece el desierto del hastío que se concreta en la abstención electoral.
Cuando desde el poder se realizan maniobras corruptas, se regala la patria, se implanta incertidumbre, fatiga y vaciamiento del deseo de ejercer los derechos electorales, no se encienden ganas de votar. Cuando la realidad entra en conflicto con las promesas de campaña, sumado a la falta de esperanzas, ya no interesa nada. Anomia y desencanto. Contra esta decidía hay que movilizar. Llenar las urnas de votos patrióticos. ¿Y si ya no se cree en nada ni en nadie? Igual se es responsable.
“Son todos iguales, yo voto en blanco”, se escucha con alarmante frecuencia entre las personas que son abordadas por noteros mediáticos. Incluso, en estaciones de trenes muy concurridas se hacen simulacros de urnas. Una para quien prefiere gestiones populares, otra de derechas, y otra en blanco. ¡Y gana el voto en blanco! Ignoramos si la gente es sincera en este simulacro, pero cierta parte de nuestra población desencantada por la política, piensa así.
Quien vota en blanco cree que no elige, pero eligió no elegir. Es verdad que no suma votos a ningún partido. Un voto en blanco no beneficia directamente a ninguna fuerza política. No obstante, suma para el cálculo total de votos sufragados y puede afectar indirectamente el porcentaje general.
Cada subjetividad es responsable de sus acciones y omisiones. Mis decisiones personales confluyen con corrientes semejantes. Soy un ser social y libre, esto es, responsable. Me cabe la responsabilidad de la acción, no habría que dejarse abatir por la fatiga electoral. Nos definimos por lo que hacemos. “Ser es ser en obra” dice Aristóteles. Elegir es obrar.
La elección es posible, lo que no es posible es no elegir. Es imposible fingir falta de responsabilidad desentendiéndose de lo político, aunque más no fuera porque cada persona es responsable por su hacer u omitir. Si bien es cierto que también predispone a la inacción la desidia estatal e institucional en general. No se instruye a la población desde una perspectiva electoralista y, aunque existe punición para quien no vote sin justificativo, en la práctica no se aplican controles. Las gestiones de ultraderecha desestiman el sufragio popular (que incomprensiblemente los suele apoyar). “Los pueblos luchan por su esclavitud como si fuese por su libertad”, Spinoza.
La democracia solo es posible cuando las vidas humanas, y no la economía, es lo central en un proyecto de país mancomunado, en el que la mayoría participe de la cosa pública. Un voto positivo no es poca cosa, Roma comenzó con una piedra.
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“Estamos condenados a ser libres”, dice Jean Paul Sartre. No se refiere, por supuesto, a la libertad social, objetiva, sino a la libertad subjetiva, intima, a la capacidad de discernir. Mi subjetividad aun cuando no quiera elegir, elige, determina por sí misma su objeto de deseo, y al mismo tiempo, soy responsable y se impone que asuma mi elección. Ser libre va indiscerniblemente unido a ser responsable. Es el límite de la libertad. Entre tantos millones que somos parecería que mi voto se pierde en un torrente. Aunque no es así, cada voto es una gota de agua que puede horadar la piedra. Se trata de involucrarse, de combatir la abstención electoral y de difundir una pedagogía de la participación ciudadana solidaria capaz de rechazar la conversión de la Argentina en colonia de la bestia anaranjada.








