Horacio Rodríguez Videla tiene 53 años y tres hijos. Hace exactamente diez años, le sacaron un escarbadientes del corazón

En el quirófano del Hospital Fernández se respiraba un clima de incertidumbre. Nadie hablaba. El paciente en la camilla tenía el pecho abierto y el corazón detenido, conectado a una máquina. Detrás de la lupa, con ambo, barbijo y guantes, el doctor Fernando Cichero —jefe del Departamento de Cirugía— primero se sorprendió; después, se echó a reír. Sus compañeros no entendían: “¿Qué es?”, le preguntaban. “Es un escarbadientes”, respondió él. “Vos estás totalmente loco. ¿Limpiaste la lupa?”, le decían, incrédulos. Hasta que el cirujano abrió la palma de su mano y exhibió el palillo de seis centímetros, con punta en los dos extremos, que acababa de extraer del ventrículo derecho. “Cuando se los mostré, arrancaron las carcajadas. Uno de ellos dijo una frase de la que todavía no acordamos: ‘¿Y dónde está la aceituna?’”, recuerda Cichero en charla con Infobae.

El paciente era Horacio Rodríguez Videla, un correntino radicado en la Ciudad de Buenos Aires, dueño de una empresa de fumigaciones. El hombre, por entonces de 43 años, llevaba siete meses con síntomas que nadie lograba explicar: fiebre alta, hipotermia y descenso de peso. Le habían hecho un sinfín de estudios para descartar desde una tuberculosis hasta un cáncer. Nada. En las imágenes solo se veía “como una flecha que se movía” dentro del corazón. La sospecha era que se trataba de un catéter que se había quedado allí tras alguna otra intervención.

Finalmente, a comienzos de octubre de 2015, el equipo de Cichero decidió intervenirlo. “El plan original era sacarle el catéter por el cuello. Le metimos una pinza de laparoscopía y empezamos a tirar. ¿Qué ocurría? Tirábamos y se le daba vuelta el corazón. Hasta ahí, nosotros pensábamos que era un plástico. El plástico, si vos tirás, se dobla. En ese mismo momento tomamos la decisión de abrirle el tórax. Yo lo lamentaba: ‘Un muchacho tan joven y hay que abrirlo para sacarle un catéter…’. Todo el procedimiento duró seis horas”, cuenta el cirujano.

Cuando Horacio despertó de la anestesia, Cichero le dio la noticia. “Lo que tenías es una cosa única”, le dijo. Al ver el escarbadientes, el correntino no supo qué contestarle. “Lo primero que pensé es dónde me lo pude haber tragado. Hay dos o tres posibilidades; pero todavía tengo mis dudas…”, dice entre risas. Una década después, aquel hombre que vivió con un palillo de madera en el corazón sigue sin secuelas. “Jamás volví a pisar un hospital —asegura, orgulloso—. Soy un afortunado. Me regalaron diez años de vida que estoy aprovechando al ciento por ciento”.

La imagen del momento de la extracción. El escarbadientes le había quedado alojado en el ventrículo derecho del corazónFernando Cichero es jefe del Departamento de Cirugía del Hospital Fernández

Siete meses sin diagnóstico y una oficina montada en el hospital

La historia de Horacio Rodríguez Videla comenzó a fines de febrero de 2015, cuando empezó a sentirse mal durante un viaje a Corrientes, la provincia donde nació en septiembre de 1972. Hasta ese momento —dice— llevaba una vida saludable y activa: “Jugaba al rugby y tenía una empresa de fumigaciones. Viajaba seguido a Corrientes para visitar a mi familia en Mercedes”, explica.

Cuando la fiebre empezó a subir sin control, recurrió al hospital local. “La temperatura llegaba a 44 grados y, después, hipotermia total”, recuerda. “Estuve internado una semana. Me hicieron todos los estudios habidos y por haber, me dieron una batería de medicamentos —lo más fuerte que había— y me mandaron a casa”, agrega.

De regreso en Buenos Aires, los síntomas volvieron siete días después. “Me asusté, llamé a mi tío —que es médico— y me dijo: ‘Andate al Hospital Fernández, ahí están los mejores infectólogos’”. Desde entonces, la vida de Horacio quedó suspendida. “Entre idas y vueltas fueron siete meses de análisis, internaciones y antibióticos. Me revisaban el cuerpo de arriba abajo y no encontraban nada. En las placas veían algo que se movía dentro del corazón, pero no entendían. Después, contraje un virus intrahospitalario, una bacteria llamada Pseudomona, con un 95% de mortalidad”, detalla.

Hasta que se tragó el escarbadientes, Horacio llevaba una vida saludable y activa. “Jugaba al rugby y tenía una empresa de fumigaciones”, cuenta En las placas que le hacían los médicos veían como “una flecha” en el corazón. Al principio sospecharon que podía ser un catéter. Luego entendieron: los rayos x atraviesan la madera

Con el paso de las semanas, cuando se sentía un poco mejor, Horacio se las ingeniaba para mantener su rutina. “Tenía la empresa y no podía dejarla, así que armé una oficina en la habitación del hospital. A veces venía mi secretaria con los ficheros y llamábamos clientes. Nos reíamos porque yo atendía mi celular y, casi a los gritos, decía: ‘¡Fumigaciones Viento Norte!’. Mi compañero de habitación no entendía nada. Llegué a llevar hasta un televisor. Dentro de todo, la pasé bastante bien en el Fernández”, dice.

Pero detrás de todo eso, empezaba a aflorar un miedo. “Estábamos promediando octubre y sentía que no había avances. ‘Evidentemente, hay algo grave’, pensaba. Un día le pregunté a un médico qué posibilidad había de morirme y el tipo no supo qué contestarme. Yo le decía: ‘Bajo un escalón y me pincha el corazón. Algo ahí tengo que tener’”, recuerda Horacio.

Esa sensación ‘pinchazo’ —explica ahora el doctor Cichero— no era por el escarbadientes, sino porque tenía inflamado el pericardio, la membrana que envuelve al corazón. “Lo que pasa es que nuestro cerebro no tiene representación de los órganos internos. Uno dice: ‘Ay, cómo me duele la panza, pero no: ‘Me duele el yeyuno íleon’. Con esto pasaba lo mismo”, dice el médico.

A eso se sumaba un obstáculo clave: la madera no se ve ni en las radiografías ni en las tomografías. “Los rayos X atraviesan el material. Al principio veíamos una especie de ‘casquete’ —en medicina se llama granuloma— que aisló el elemento que le estaba produciendo la fiebre. Después esa imagen cambió radicalmente: veíamos una cosa larga y por eso pensamos que podía ser un catéter”, explica.

Horacio, junto a su mujer, Claudia, el 14 de octubre de 2015, fecha en que le dieron el alta definitiva del Fernández“Quince días después de que me dieron el alta médica ya estaba en Mar del Plata. Mi primera comida fue un cordero con vino. Nunca volví a tener un problema en el corazón”, cuenta Horacio

El alta médica y el después

Recién cuando los médicos lograron limpiar la bacteria del corazón, Horacio pudo ser operado. El 14 de octubre de 2015, día en que recibió el alta, el correntino publicó un mensaje en su cuenta de Facebook en el que agradecía a los profesionales del Fernández y dejaba entrever su costado religioso. “Gracias a Dios, por supuesto; a mi Arcángel San Miguel, al Gauchito Gil, a la Virgen de Itatí y de las Mercedes, y a todos los otros santitos y vírgenes que ayudaron. Como dijo el Papa: ‘En una semana me verán haciendo lío por ahí’”, escribió entonces.

Cumplió. “A los quince días ya estaba en Mar del Plata. Mi primera comida fue un cordero con vino. Nunca volví a tener un problema en el corazón”, cuenta.

A partir de ahí, la historia se bifurcó. Para Horacio, el episodio quedó como una anécdota increíble que aprendió a relatar con humor. Para Cichero, en cambio, fue un caso tan excepcional que jamás pudo olvidarlo. “Cuando se conoció la noticia llegué a dar 26 entrevistas: todos los medios del país hablaban de esto. Fui al programa de Mirtha Legrand y a lo de Chiche Gelblung. Me llamaban colegas de todas partes del mundo”, recuerda el cirujano.

Durante la pandemia, el médico —actual presidente del Instituto de Trasplante de la Ciudad y docente de la Fundación Barceló y la Universidad Católica Argentina— decidió armar un informe del caso y enviarlo al The New England Medical Journal o Medicine, una de las revistas médicas más prestigiosas del mundo. “El editor me respondió: ‘Estimado profesor Cichero, no le vamos a publicar el trabajo porque es una anécdota médica que no va a pasar nunca más’. Tenía razón. Era algo irrepetible”, dice.

En octubre de 2024 Fernando Cichero fue declarado Personalidad destacada en el ámbito de las Ciencias Médicas por la Legislatura porteña. Además de su esposa y sus hijos, Horacio también estuvo presenteLa imagen del escarbadientes recién sacado del corazón de Horacio dio la vuelta al mundo

Discípulo de René Favaloro, con 61 años y más de tres décadas en quirófanos, Cichero protagonizó varios hitos médicos, entre ellos, el primer trasplante cardíaco en paralelo en la Argentina. “Lo hicimos con el doctor Fernando Boullon, que fue quien me formó. El paciente era un señor de apellido Tobajas, que pesaba 130 kilos. No había corazón para ese hombre, entonces le arreglamos el suyo y le pusimos otro en paralelo donde está el pulmón izquierdo. Tenía dos corazones”, recuerda.

Aun así, el caso de Horacio Rodríguez Videla sigue siendo, para él, el más insólito de todos: “El año pasado, cuando me dieron un reconocimiento en la Legislatura porteña como Personalidad Destacada de la Medicina, conté su historia y lo invité a que me acompañara. La gente lo aplaudió a él también”.

—¿Es posible que una persona se trague algo y eso termine en el corazón?—No. De acuerdo con una revisión bibliográfica que hicimos, el 11% de todas las cosas que se traga la gente son escarbadientes. Sucedes más seguido de lo que parece. La madera viaja por el cuerpo. Generalmente, termina en la última parte del intestino o en el duodeno, que viene después del estómago. Lo particular de este caso fue que el escarbadientes ingresó por el esófago. Entre el esófago y el corazón hay apenas dos milímetros de distancia. Por ahí pasó y se quedó. Si Horacio no hubiera tenido fiebre, probablemente se habría muerto con el escarbadientes adentro. Entonces, lo particular fue doble: primero, que el escarbadientes llegara al corazón; y segundo, que él no se diera cuenta. Eran dos acertijos indescifrables para nosotros.

“Lo inexplicable es que el escarbadientes estaba entero y con punta en ambos lados. Se ve que no mastiqué”, dice“Siempre digo que me pude haber tragado el escarbadientes comiendo una hamburguesa”, dice Horacio

El misterio, ¿desvelado?

El día que Horacio Rodríguez Videla volvió a Mercedes, su pueblo natal, lo esperaban como a una celebridad. “Un amigo que trabajaba en la Municipalidad tuvo la idea de recibirme con un camión de bomberos: le parecía increíble lo que me había sucedido. Cuando llegué me recibieron con honores. Toda la ciudad estaba alborotada”, cuenta.

A diez años de aquel episodio, el misterio del escarbadientes todavía persiste. “Se dijo que fue comiendo una picada, pero la verdad es que no me acuerdo exactamente dónde me lo tragué. Siempre digo que pudo haber sido en una hamburguesa o en un trago de Fernet. Lo inexplicable es que el escarbadientes estaba entero y con punta en ambos lados. Se ve que no mastiqué”, dice, y se ríe.

Hoy, Horacio sigue al frente de su empresa de fumigaciones. “Sigo trabajando, y la idea es cumplir 60 y pegar la vuelta para Corrientes”, dice, y vuelve al recuerdo del escarbadientes. “Únicamente a mí me puede pasar una cosa tan insólita como esta”, se despide.