“No sabés lo triste que es tener que decirle a un hijo que no podés pagarle lo necesario para que llegue a fin de mes. Somos 8 de mi familia los que trabajamos acá y hay otros 3 empleados que ttambién viven de los recursos de nuestra panadería. Por eso, uno siempre trata de participar de las iniciativas con el único propósito de mantener a panaderías y a los trabajadores de pie”, contó a Buenos Aires/12, Antonio Insúa, dueño de la panadería Micaela en Merlo, quien con tristeza reveló que sus hijos tienen otros trabajos para cubrir sus gastos, pese a atender el negocio familiar. Su testimonio, casi susurrado entre bolsas de harina y pan, revela el trasfondo de una protesta que buscó mucho más que llamar la atención, que quiso mostrar una vez más una crisis que se cocina día a día en los barrios.

Durante el mediodía de este jueves, en pleno centro de Merlo, panaderos de distintos puntos de la provincia de Buenos Aires regalaron 4.000 kilos de pan en apenas una hora. La iniciativa, nombrada como “Panazo”, no fue una acción de marketing ni una colecta solidaria aislada, se trató de una denuncia con harina y levadura como estandartes. En el marco del Día Internacional del Pan, la Cámara de Industriales Panaderos (CIPAN) y sus centros asociados salieron a la calle para visibilizar una situación que describen como “casi terminal”, producto de las políticas de ajuste del gobierno nacional de Javier Milei.

“Aquí hay cincuenta panaderías cerradas. No hay ni un paso de trabajo cumplido”, alertó Martín Pinto, presidente del Centro de Industriales Panaderos de Merlo y uno de los referentes del sector. “La gente no tiene un mango. Nosotros lo hacemos todos los días en nuestras panaderías de barrio en menor cantidad, pero hoy lo centralizamos en un solo lugar para hacerlo visible”, explicó, tras la acción que dejó imágenes de largas filas, jubilados, niños saliendo de la escuela, y trabajadores de a pie agradeciendo el gesto.

El deterioro del sector panadero no es nuevo, pero se profundizó drásticamente desde la en el último año y medio, según coincidieron varios panaderos presentes en el evento. Y las cifras son alarmantes. Según CIPAN, ya bajaron sus persianas más de 1.700 panaderías en todo el país, lo que representa entre 10 mil y 15 mil empleos perdidos. El golpe no distingue escalas. “Son panaderías de barrio manejadas por familia, de cinco o seis empleados, pero también cayeron algunas grandes, con generaciones de historia en zonas céntricas”, detalló Pinto.

El Panazo de Merlo fue organizado por centros de panaderos de varios distritos del conurbano bonaerense como Florencio Varela, Quilmes, Marcos Paz, Moreno, General Las Heras, General Sarmiento y evidenció un dato crudo: el consumo de pan cayó un 55 por ciento en los últimos dos años, y el de pastelería un 80 por ciento. “Hay productos que ya se dejaron de hacer. Hoy entrás a una panadería de barrio y ves una hoja de tortita, un poco de pan y sal pura. Todo lo demás está perdido, porque si no vendés, terminás tirando o donando. Pero el panadero siempre pierde”, lamentó Pinto.

La causa principal tanto para Insúa como Pinto es el brutal aumento de los costos de producción. Desde la luz y el gas, con aumentos de hasta 3.000 por ciento, hasta el precio de la harina, dolarizada, y el fin de la ley de alquileres que derivó en ajustes mensuales arbitrarios para aquellos que no tienen local propio. A eso se suma una caída sostenida del poder adquisitivo. “Por más que reinventemos comida, si la gente no tiene plata, no vamos a tener buenos tiempos”, resumió Pinto.

El ajuste golpea también desde la emocionalidad. “Me rompió el alma un chico jovencito que se puso a hablar en televisión y contó su situación. Su familia no tiene para comer. Para que un chico se anime a contar eso, tenés que estar muy mal”, relató el referente panadero. La escena sintetiza un país donde 6 de cada 10 personas no pueden comprar pan, según la estimación que manejan desde el sector.

Antonio Insúa coincidió, una vez más: “La panadería sufrió mucho en estos dos años. Dentro de los sectores que la están pasando mal, el nuestro no debería estar tan mal, porque es parte del alimento básico de todos los días: desayuno, almuerzo, merienda y cena”. Su negocio, nombrado en honor a su hija Micaela, tiene 20 años de historia en Merlo, y como muchas otras pymes del rubro, se sostiene por los clientes fieles que llegan con mil pesos y la esperanza de llevarse algo más. “Eso es conmovedor. Son nuestra energía para seguir”, reconoció.

El precio del pan, otro actor del conflicto

El precio del pan también es parte del conflicto. Tras el último aumento del 12 por ciento en abril de este año, el kilo rondaba los 2.500 pesos, pero ya en octubre muchas panaderías lo ofrecen por encima de los 3.000 pesos y hasta 4.000 pesos en zonas más caras. En paralelo, la docena de facturas se disparó: en Avellaneda, por ejemplo, pasó de 6.000 a 8.500 pesos en julio, y hoy ya supera los 10.000. Sin embargo, muchos panaderos advierten que para cubrir costos el precio debería ser de 13.000 pesos o más, algo imposible de sostener sin perder clientela.

“La gente está comprando facturas del día anterior. Eso es lo que más se vende ahora”, había confirmado en su momento Lucas, panadero de Avellaneda, a Buenos Aires/12. El fenómeno también se replicó en otras zonas del conurbano como Haedo, Lomas del Mirador, Castelar y Lomas de Zamora. Y Ante la caída del consumo, muchas panaderías sobreviven endeudadas, haciendo ajustes constantes y con la rentabilidad en rojo.

“Lo que más se llevan son los napolitanos y cada vez se hace más difícil sostener los salarios de los empleados y ni hablar si tuviera que reducir el personal, que es lo que tratamos de evitar. La mayoría de ellos tiene cerca de 15 años de antigüedad y una indemnización superaría los 10 millones de pesos ampliamente. Te parte al medio. Esperemos repuntar algo el domingo con el Día de la Madre”, aclaró otro panadero de la zona oeste que tiene locales en Lomas del Mirador y Capital Federal.

El “Panazo” fue también una forma de pedir políticas urgentes. Desde el sector exigen subsidios, créditos accesibles, freno a los aumentos de servicios y revisión del modelo económico actual, ya que con las ayudas brindadas por el gobierno bonaerense no alcanza para sostener a todo el país. “Necesitamos un cambio, un giro de 180 grados en este plan económico”, expresó Pinto. La esperanza no está puesta en un salvataje milagroso, sino en medidas que frenen el deterioro continuo. El cierre de panaderías, insisten, no solo destruye empleos, también desintegra redes comunitarias, solidarias y culturales profundamente arraigadas en los barrios.

Insúa subrayó ese punto con sencillez: “La panadería siempre está. Desde chico veo que ayudan a comedores, iglesias, sociedades de fomento, clubes de barrio. El pan no falta en ninguna mesa o evento. Por eso duele tanto verlas cerrar”. A su juicio, el gobierno nacional debería convocar a los sectores golpeados, y no encerrarse en la teoría de los números. “Nosotros estamos del lado de la familia, de la industria, y de nuestra clientela, que es lo más sagrado que tenemos”, completó.

El Día Internacional del Pan fue, entonces, mucho más que una fecha conmemorativa. Fue un llamado desesperado desde el horno caliente de una crisis que no se enfría. En cada factura vendida con descuento, en cada bolsa entregada durante el Panazo, en cada horno apagado por falta de recursos, se cocina una historia que en palabras de Pinto e Insúa “no puede continuar siendo ignorada por el gobierno”.

 

“De cada diez argentinos, seis no pueden comer pan”, repitió Pinto al finalizar la iniciativa. Una cifra demoledora que no es solo estadística.