Gustavo Carrara, arzobispo de La Plata por designación de Francisco (2024), nació (1973) y se crió en Villa Lugano. Antes (2017) el propio papa Jorge Bergoglio, de quien fue estrecho colaborador, lo había nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires. Hoy en la Confererencia Episcopal Argentina ocupa un lugar clave como Presidente de Cáritas nacional. En la arquidiócesis porteña se desempeñó como vicario episcopal para la Pastoral de Villas de Emergencia y en muchos lugares se lo conoce como “el obispo villero” por su prolongada labor en los barrios populares, su contacto cercano con las comunidades y con los sacerdotes católicos que allí trabajan.
El arzobispo platense dialogó sobre distintos aspectos de la realidad social y las perspectivas de la Iglesia Católica al respecto.
–La ley de emergencia en discapacidad fue vetada y el veto rechazado por los legisladores. El gobierno promulgó la ley pero se resiste a aplicarla con el argumento de que los diputados no indican de dónde deben salir los fondos. ¿Cuál es su mirada frente a esta situación?
–Lo primero que diría es que no tendría que estar en discusión si hay que ayudar o no a las personas con discapacidad. Hacerlo es una cuestión básica de humanidad. Hay que hacerlo inmediatamente sin dilaciones. Una política sana busca el bien de la comunidad. Y empieza escuchando a los que viven en situaciones extremas de vulnerabilidad. Es evidente la necesidad del diálogo entre la política y la economía que ponga en el centro la defensa de la dignidad humana.
–Para hacerlo y como pastor de la Iglesia ¿qué criterios hay que tener en cuenta?
–La perspectiva pastoral es mirar la realidad desde el Evangelio. Jesús dice: “no se puede servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 13). Paradójicamente los pone al mismo nivel: lo divino o el dinero. Un sistema económico centrado en el dios dinero necesita saquear para sostener el ritmo frenético del consumo. La ambición desenfrenada del dinero que gobierna la vida, genera esa corrupción que les roba a los más pobres lo que por derecho les pertenece. La corrupción es proselitista, crece, contagia, se justifica y llega un tiempo en el que se terminan sacrificando al dios dinero las convicciones de toda una vida, las amistades, la propia familia, el sentido más hondo de las propias acciones. Frente a la tentación de la corrupción, Francisco proponía el antídoto de la austeridad en la propia vida. Eso es predicar con el ejemplo. Y esto vale de manera especial para los políticos, para los dirigentes sociales y también para los religiosos. Estamos todos muy expuestos a esta tentación y cuando pensamos haberla derrotado, ella se puede volver a presentar con nuevos rostros.
–¿Cómo se traduce hoy en la Argentina el propósito de “una iglesia de los pobres” que usted suele mencionar en sus intervenciones?
–Hay varias experiencias concretas, pero quisiera mencionar la de la Familia Grande del Hogar de Cristo, donde se hace un acompañamiento de jóvenes con problemáticas de consumo de sustancias desde una perspectiva de desarrollo humano integral. El espíritu que la anima es que formen parte de la vida de las comunidades y que sean protagonistas en esas comunidades. Se cumple aquello de que los pobres son evangelizados y estos más pequeños salen a evangelizar. Es decir a llevar el mensaje que Jesús nos amó y nos salvó y que esto está profundamente vinculado con la defensa de la dignidad humana.
–¿Por qué la justicia social se presenta como un valor inseparable de la doctrina social de la Iglesia?
–La justicia social pertenece a la doctrina social de la Iglesia. Y se traduce en un compromiso concreto para que los chicos en días de lluvia no tengan que hacer cuadras en el barro en las periferias de las ciudades para ir a la escuela. Se traduce en que no avance el narcotráfico y la trata de personas que produce asesinatos de mujeres adolescentes de familias pobres. Para eso es necesaria una presencia inteligente del Estado que priorice los procesos de integración socio urbana de los barrios populares. En la Argentina hay más de cinco millones de personas que viven en villas o barrios populares. Y si el Estado nacional, provincial, y municipal se retira, crece la criminalidad organizada.
–¿Qué se le puede pedir hoy a la dirigencia social, política, económica y religiosa en esta coyuntura de la Argentina?
–El papa Francisco ha dejado una marca muy profunda en la vida de la Iglesia y también en la sociedad y, en particular, de la Iglesia que peregrina en la Argentina. ¿Qué perspectiva y qué acciones se deben impulsar para responder en lo social y en lo político el legado de Francisco? A mí en estos ya cinco meses de la pascua de Francisco me sigue conmoviendo particularmente la recepción de su mensaje en los “lejanos” a la Iglesia institucional. Como Iglesia en la Argentina no hemos estado suficientemente a la altura de su propuesta. Pero estamos a tiempo de recoger su legado es decir: anunciar la alegría del Evangelio, escuchando el clamor de la tierra y de los pobres, buscando tender puentes de fraternidad y amistad social, en una realidad que le falta corazón. Y entrar en un proceso de conversión que posibilite una Iglesia sinodal, misionera y misericordiosa.
–Desde su doble condición de arzobispo de La Plata y presidente de Cáritas nacional ¿cuáles son los problemas sociales más graves que enfrenta hoy la Argentina, qué está haciendo la Iglesia y qué más se puede hacer?
–Cáritas nacional llevó adelante un proceso de escucha desde octubre del año pasado en 1300 comunidades vulnerables del país. Se sistematizaron luces, sombras, y prácticas esperanzadoras. Y en agosto de este año se votaron líneas de acción para el próximo trienio. Entre los temas centrales aparecen: los espacios comunitarios, el trabajo, las adicciones y la salud mental, y la conversión ecológica frente a las emergencias climáticas.
–¿Cuáles son esas líneas de acción?
–Los podemos presentar a modo de preguntas que nos ayuden a dialogar y a contribuir a una a una sociedad más justa, solidaria y con futuro para todos. Sobre espacios comunitarios las preguntas son: en un país con tantas heridas sociales, ¿cómo puede la dirigencia social, política, económica y religiosa, desde una mirada fraterna, ayudar a que los espacios comunitarios sean lugares donde nadie quede descartado? ¿Qué nos enseñan los espacios comunitarios sobre la capacidad de nuestra gente para organizarse en la adversidad y sobre la fuerza de la solidaridad que nace desde abajo? Sobre el trabajo hay que entender que la falta de empleo hiere la dignidad de las familias. En consecuencia: ¿Cómo podemos, desde el sector empresario y de la comunidad política, abrir caminos que hagan del trabajo un lugar de inclusión y esperanza? ¿De qué manera tender puentes con la economía social y los espacios comunitarios para que sean una forma concreta de poner la economía al servicio del bien común? No se puede dejar de lado el tema de las adicciones y salud mental. En este tema debemos preguntarnos: ¿Qué nos muestran las adicciones y los problemas de salud mental acerca del modo en que estamos viviendo como sociedad? ¿Qué significa que tantos jóvenes encuentren en el consumo una “salida” frente a la falta de horizontes? Otra cuestión crucial refiere a la conversión ecológica y emergencias climáticas porque vivimos tiempos en que las emergencias climáticas se multiplican. ¿No será que la naturaleza nos está reclamando, como pedía Francisco: “escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres”? ¿Qué papel pueden asumir la comunidad política y el sector empresario en una transición ecológica justa, que cuide la casa común sin dejar a nadie atrás? Existen también otras preguntas que son transversales a todo lo dicho. ¿Cómo podemos, como país, volver a poner el bien común en el centro, por encima de los intereses sectoriales? ¿Qué valores necesitamos recuperar para afrontar juntos los desafíos de este tiempo?