Ubicado en la esquina de Avenida del Libertador y Coronel Díaz, la vereda del elegante Caffé Tabac es una gran explanada al sol

Hoy, en “Domingo de Superacción”, les traigo una de coroneles. Paso a contarles la historia del Caffé Tabac, la elegante cafetería de Avenida del Libertador 2300 esquina —y cómo no— Coronel Díaz.

El Tabac abrió sus puertas en 1968. Sus primitivos dueños le pusieron ese nombre porque, anteriormente, en el lugar se vendía tabaco. Y el italianismo caffé correspondía al país de origen de su principal socio accionario, un reconocido empresario gastronómico que controlaba otras importantes esquinas en la ciudad como, por ejemplo, la Confitería El Águila o el Imperio de la Pizza. El Caffé Tabac no tardó en consolidarse como lugar de encuentro. Vecinos ilustres, empresarios exitosos, personalidades de la farándula y deportistas consagrados lo frecuentaban. Sin embargo, tuvo un tropiezo y cerró sus puertas en 2013. “Aquel de ustedes que esté libre de un fracaso, que abra su primer café”, reza el evangelio cafetero porteño. El local estuvo un año y medio sin funcionar. Hasta que, en 2015, reabrió con nuevos socios.

“Acá no hay grietas”, dice Mariano Giménez, gerente del Caffé Tabac. El comentario viene a cuento del amplio abanico de políticos que ocupan sus mesas. Algunos de oscuro paso por la función pública. Pero, como anuncié al inicio, hoy la historia la escriben coroneles.

Aún en días de semana, en pleno horario laboral, el Caffé Tabac está repleto: es un lugar de trabajo. Allí se crean empresas, se escriben misiones y objetivos y se celebran contratos

Una fría noche de invierno de 1989, el escritor y periodista Tomás Eloy Martínez acudió a una cita en el Caffé Tabac. Fue a reunirse con el coronel Héctor Cabanillas, quien le había dejado un sugestivo llamado en su teléfono particular. El coronel Cabanillas había sido Jefe de Inteligencia del Estado (SIDE) durante el gobierno provisional del General Pedro Eugenio Aramburu. En su legajo secreto constaban dos misiones de extrema complejidad. La primera, una orden recibida del por entonces presidente de facto. Lo designó para encargarse de los restos de Eva Perón. El encargo incluyó sacarlos del país bajo una identidad falsa. En la reunión confidencial en el Tabac el coronel Cabanillas entregó toda la documentación respaldatoria del derrotero del cadáver de la Abanderada de los Humildes. Papeles, fotos y expedientes que, posteriormente, le sirvieron de relato vertebral para la escritura de la novela Santa Evita.

El segundo coronel que viene a cuento fue el siniestro Carlos Eugenio Moori Koenig, quien había oficiado como edecán de la primera dama Eva Perón durante sus últimos meses de vida. En verdad, había sido puesto en ese lugar como espía para informar a los jefes del Ejército la evolución de la enfermedad en Evita. Pero fue en noviembre de 1955, un par de meses después del derrocamiento del presidente Perón, cuando el coronel Koenig se reencontró con Eva —o sea, con el cadáver embalsamado— para comenzar una espantosa custodia personal a partir del secuestro del féretro que reposaba en la CGT.

Se puede sumar un tercer coronel a la historia. El mismísimo Juan Domingo Perón. ¿Por qué lo digo? Porque ese era su rango militar cuando conoció a la joven actriz Eva Duarte. Pero volvamos al coronel Héctor Cabanillas para refrescar cuál fue la segunda de las misiones límites que le tocó cumplir. En 1971, bajo la presidencia de facto de Alejandro Agustín Lanusse, Cabanillas fue nuevamente convocado por las autoridades del Ejército. En este caso para restituir el cuerpo de Evita al expresidente Perón en su casa de Puerta de Hierro, Madrid.

Todo este relato, propio de un casino de oficiales, escuchó Tomás Eloy Martínez en una mesa del Tabac. ¿Entienden ahora por qué anuncié “una de coroneles”? ¿Acaso fueron estos los únicos? Claro que no, pero antes continúo con la descripción del lugar.

La hoja que hace de logo comercial, así como su nombre, se debe a que antes de abrir sus puertas, en 1968, en el lugar se vendía tabaco

Pasé por el Caffé a media mañana de una jornada laborable. El salón estaba explotado. ¿De jubilados? Para nada. ¿Gente sin actividad formal? Mucho menos. El Tabac es un lugar de trabajo. Allí se crean empresas, se escriben misiones y objetivos y se celebran contratos. Y también se pierde el tiempo. Recorrimos con Mariano Giménez todo el local. Me señaló el regalo que Andrés Calamaro dejó autografiado —un afiche de una corrida de toros—; las obras originales y la paleta de trabajo del artista plástico argentino Pablo Larsen; el flamante retrato de Marilyn; y un exquisito reloj antiguo de pared.

El espacio se percibe más grande de lo que es. Está magnificado por los ventanales piso techo y el ancho de las avenidas. La capacidad del salón es de 70 personas, pero la vereda suma 200 lugares más. Las sillas del salón tienen apoya brazos y están tapizadas en cuero, en diálogo armónico con la tonalidad dominante. Las exteriores son más coloridas y se acercan al histórico modelo playero marplatense. Ambos ambientes están muy bien definidos. Adentro las cortinas, y la insonorización lograda con el trabajo en el techo, ofrecen confidencialidad. Aquella que habrá buscado el coronel Cabanillas para confesarse frente a Eloy Martínez.

En oposición, la vereda es una gran explanada al sol donde todo —y todos— está expuesto. En ambos espacios cuesta encontrar sillas vacías disponibles. Argentina, no lo entenderías. Un detalle, la hoja de tabaco que hace de logo comercial está grabada en las mesas. Lo mismo ocurre en el Petit Colón, lo mencioné en la reseña. “Pertenecen al mismo grupo” aclara Mariano. La sociedad también es propietaria de la Confitería Ideal.

Una anécdota de color para destacar, en el Tabac se reunían Juan Carlos Calabró y Antonio Carrizo a escribir los guiones de El contra. El famoso grito de “Pedro” que Calabro hacía al camarero, era por la costumbre de llamar por su verdadero nombre al barman del Caffé Tabac. Resulta que pasaban tantas horas de intercambio de ideas y escritura con Carrizo que el personal ya ni los miraba, entonces lo reclamaban a los gritos.

En el salón, el Tabac tiene capacidad para 70 personas pero la vereda suma 200 lugares más. Las sillas exteriores son coloridas y se acercan al histórico modelo playero marplatense

Retomo el coronelato. No crean que no hay más. Existe uno, con ese grado, del que poco se sabe y lo nombramos todo el tiempo. Es el Coronel Díaz. ¿Alguien sabe quién fue el Coronel Díaz? ¿Y el nombre de pila? ¿Cuál fue el mérito para que lo hayan homenajeado con una importante avenida que sirve de límite entre Recoleta y Palermo? ¿Qué hazañas logró? ¿Qué país liberó, en cuál batalla venció, a qué prócer sirvió? El Caffé Tabac siempre será el café de Libertador y Coronel Díaz. Así como muchas parejas eligen casarse en la Sede Comunal de Coronel Díaz. O gente de todas partes va de compras al Shopping de Coronel Díaz. Como fanáticos visitan a diario la casa de Charly García sobre Coronel Díaz. ¿Nunca se preguntaron quién fue ese buen hombre? ¿Y si acaso no existió el tal Díaz? ¿O, quizás, hubo más de uno? Veremos.

El libro Las calles de Buenos Aires, publicado por el Instituto Histórico de la Ciudad —año 2003—, informa que un tal Felipe Coronel era propietario de los terrenos por donde corre la avenida. De esto no hay duda. Está documentado. Siempre se conoció como Coronell —así, con doble l— al sendero demarcado que conducía al caserón del dueño de la quinta. Lo que no puede certificarse es dónde estaba ubicado el caserón. Se sospecha, por una donación hecha al municipio por el propio Coronell, que habría estado donde luego se levantó la Penitenciaría Nacional y que hoy es el Parque Las Heras. Don Felipe Coronel —o Coronell— era un hombre de sólida fortuna, proveniente de Santiago del Estero. Ese dato no responde a ninguna de las preguntas. Por el contrario, acrecienta la intriga. ¿Cuándo y por qué se llegó de Felipe Coronel al Coronel Díaz?

Una ordenanza municipal del año 1894 modificó el nombre primitivo conocido como Coronel por el de Coronel Díaz. De inmediato, se mandaron a colocar las chapas con la nueva nomenclatura a lo largo de toda la traza. Jamás quedó claro a qué militar se estaba honrando. Sólo decir que fueron trece —vaya cifra—los coroneles Díaz que sirvieron con honor al Ejército argentino. Existe un consenso que el nombramiento le fue otorgado a Pedro José Díaz, mendocino, nacido en 1800. Sostiene Felipe Pigna en su libro Calles —Editorial Planeta, 2022—, que don Pedro José combatió en Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú; luchó en la guerra contra Brasil e integró el ejército de Rosas en la batalla de Caseros. ¿El aporte de Pigna termina con la incógnita sobre el Coronel Díaz? La información del historiador es incuestionable. Sin embargo, para mi TOC —trastorno obsesivo cafetero, ya lo conocen— Pedro José Díaz no reunió suficientes méritos como para ser recordado con tan icónica avenida. Tampoco está probado el vínculo con la nomenclatura designada en 1894. En fin. Elijo creer que la misteriosa Buenos Aires esconde secretos irresueltos.

En una mesa del Tabac el escritor Tomás Eloy Martínez supo el derrotero del cadáver de Eva Perón. Esa confesión oída allí sería el germen de lo que se transformaría, luego, en su novela

Pero, como si esto fuera poco, tengo para ofrecerles un último coronel Díaz. El coronel Alfredo Sebastián Díaz, también fue edecán de un Perón. En este caso, de Juan Domingo durante su tercer mandato en 1974. Lo acompañó los últimos seis meses como presidente, hasta su deceso. Luego escoltó otros seis a Isabel cuando, como vicepresidenta, asumió la vacante primera magistratura. En sus memorias cuenta que cuando María Estela Martínez de Perón enviudó lo llamó para preguntarle “qué debía hacer” y el edecán le sugirió que sacara de inmediato a José López Rega de la Quinta de Olivos. El coronel Alfredo Díaz, en un semestre, había percibido los hechizos que fluían por la residencia presidencial y se había enterado de las triples tareas que ocupaban los días y las noches del ministro de Acción Social y secretario personal de Isabel. Luego del último de los golpes militares, en 1976, cuando le correspondía su ascenso a general, lo pasaron a retiro. El antiguo acercamiento con el presidente Perón fue un aplazo en su boletín de servicio. Alfredo Sebastián Díaz falleció en 2012. Era vecino del Caffé Tabac.

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