A 70 kilómetros de Rosario y 230 de Buenos Aires, la ciudad de San Nicolás de los Arroyos es un faro en el que convergen la historia y la fe (NA)

La ciudad de San Nicolás de los Arroyos, enclavada en la ribera del Paraná, en el norte de la provincia de Buenos Aires, es un mosaico de historia, fe y transformación espiritual. Fundada el 14 de abril de 1748 por Rafael de Aguiar, quien regentaba vastas leguas de tierra heredadas por legado testamentario de su suegro Francisco Miguel de Ugarte —fallecido el 14 de abril de 1746 y dejando a su esposa, Juana Paulina Ugarte, como heredera—, esta urbe surgió como un baluarte contra los malones indígenas que azotaban la región.

Las nueve manzanas fundacionales se diagramaron entre las actuales calles Juan B. Justo, Colón-Aguiar, León Guruciaga y las avenidas Moreno-Savio, partiendo del icónico ombú de López, ubicado en la intersección de la avenida Falcón y calle Colón. El nombre original, “San Nicolás de Bari y de los Arroyos“, evocaba tanto la devoción del fundador al santo como la abundancia de cursos de agua que surcaban los campos pampeanos. Pensada para fomentar el comercio fluvial, el cultivo y la ganadería, la ciudad representaba un refugio estratégico en la frontera colonial.

Sin embargo, su nacimiento no estuvo exento de controversias. Los herederos de la familia Arias reclamaban el nombre “San Vicente” en honor a una capilla dedicada a San Vicente Ferrer en los parajes cercanos, lo que desató un litigio que escaló desde audiencias en Chuquisaca hasta las Cortes y el Consejo de Indias, resolviéndose a favor de Aguiar. Sus cuatro hijos recibieron las parcelas principales, consolidando el legado familiar. En 1755 se erigió el primer templo dedicado a San Nicolás de Bari, pero Aguiar falleció en 1758 y su esposa en 1759.

El 1 de enero de 1766, Simón González, vecino noble, fue designado por el cabildo de la Santísima Trinidad (actual Buenos Aires) como primera autoridad del partido, con facultades para impartir justicia menor. Para 1770, el partido albergaba cerca de mil habitantes dispersos en la ciudad y estancias, junto a un vasto ganado, aunque seguía dependiendo administrativamente de Buenos Aires. En 1780 se organizó el primer cuartel militar, con una plana mayor de siete oficiales, catorce sargentos, veintiocho cabos y trescientos veintiocho soldados, reforzando su rol defensivo. Su posición estratégica —a 70 kilómetros de Rosario y 230 de Buenos Aires, con el río como arteria vital— la convirtió en un polo atractivo. En la primera década del siglo XIX contaba con unos 4.200 habitantes; medio siglo después, superaba los 9.000, de los cuales 2.000 residían en zonas rurales.

Un hito pivotal sucedió el 23 de noviembre de 1819, cuando el gobierno le otorgó un cabildo propio, instalado donde hoy se erige la antigua municipalidad. Pero el evento que la inmortalizó en la historia argentina fue el Acuerdo de San Nicolás, firmado el 31 de mayo de 1852. Representantes de catorce provincias —liderados por Justo José de Urquiza (Entre Ríos y Catamarca), Vicente López y Planes (Buenos Aires), Benjamín Virasoro (Corrientes), Domingo Crespo (Santa Fe), Pedro Pascual Segura (Mendoza), Nazario Benavídez (San Juan), Pablo Lucero (San Luis), Manuel Taboada (Santiago del Estero), Celedonio Gutiérrez (Tucumán) y Manuel Vicente Bustos (La Rioja), con adhesiones posteriores de Salta, Jujuy y Córdoba— redactaron dieciocho artículos que sentaron las bases de la organización nacional.

Este pacto, precedente de la Constitución de 1853, figura en su preámbulo como uno de los “pactos preexistentes”. La negativa de Buenos Aires a ratificarlo provocó su separación de la Confederación hasta 1860, tras la Batalla de Cepeda, donde Urquiza derrotó a Bartolomé Mitre.

Pluma usada por los gobernadores para rubricar el acuerdo. Una vez terminadas las firmas, se la quebró (gentileza Turismo de San Nicolás)

A diferencia de la actual ciudad de Luján, cuya fundación giró en torno a un milagro mariano, San Nicolás existía ya como urbe próspera antes de que la fe mariana la elevara a santuario global. La Catedral de San Nicolás de Bari inició su construcción con la piedra fundamental el 31 de diciembre de 1855, bendecida parcialmente el 24 de diciembre de 1857 por el obispo Mariano José de Escalada, e inaugurada el 26 de diciembre de 1884, tras 29 años de obras costeadas por el Estado y donantes. Ubicada en el sitio de los templos previos, cerca del actual edificio de tribunales, su nave principal se completó primero, aunque las laterales demoraron. Para la inauguración de 1884, el papa León XIII bendijo en Roma una escultura de Nuestra Señora del Rosario, donada para la iglesia matriz. Esta imagen, de singular belleza, ocupó un altar lateral, luego una peana cerca del presbiterio, hasta que una reforma la relegó a un depósito en el campanario, semiolvidada.

El 3 de marzo de 1947, Pío XII erigió la diócesis de San Nicolás, con el templo como catedral. El primer obispo, Monseñor Silvino Martínez (auxiliar de Rosario), tomó posesión el 29 de octubre de 1955, tras un año de vacancia, y fue transferido a Rosario por Juan XXIII el 21 de septiembre de 1959. Le sucedió Monseñor Francisco Juan Vénnera, quien renunció por salud en 1966. El tercer obispo, Monseñor Carlos Horacio Ponce de León (auxiliar de Salta), asumió el 18 de junio de 1966. Feroz opositor de la dictadura cívico-militar (1976-1983), pereció en un sospechoso “accidente automovilístico” el 11 de julio de 1977 en la Ruta Nacional 9, transportando documentos sobre violaciones a los derechos humanos. Pablo VI nombró administrador apostólico a Monseñor Justo Oscar Laguna (auxiliar de San Isidro). El cuarto obispo, Fortunato Antonio Rossi (de Venado Tuerto), fue transferido por Pablo VI el 11 de noviembre de 1977, tomando posesión el 2 de enero de 1978. El quinto, Monseñor Domingo Salvador Castagna (auxiliar de Buenos Aires), llegó el 20 de octubre de 1984, designado por Juan Pablo II el 28 de agosto anterior.

Bajo su pontificado, estalló el fenómeno que reconfiguró la identidad espiritual de San Nicolás. El 25 de septiembre de 1983 —fecha que anualmente transforma la ciudad en epicentro de peregrinación—, Gladys Herminia Quiroga de Motta, una humilde vecina de 50 años, experimentó un giro trascendental durante su rutina de oración en su hogar. Una luz cegadora iluminó la habitación, revelando la presencia de la Virgen María. Sorprendida pero serena, sin rastro de temor, Gladys vio cómo la figura se desvanecía. Tres días después, el 28 de septiembre, el fenómeno se repitió, al igual que el 5 de octubre. Temerosa de ser tachada de visionaria o loca, Gladys guardó silencio. Pero el 7 de octubre, la Virgen reapareció, y Gladys, cobrando valor, inquirió su deseo. Sin palabras, la Madre le mostró una visión de un templo colosal.

El 12 de octubre, Gladys confió el secreto al padre Carlos Pérez, párroco de la catedral y sobrino de la beata Crescencia Pérez, su confesor. Al día siguiente, el 13 de octubre, la Virgen habló por primera vez: un mensaje de paz y llamada a la oración. El 15 de noviembre, llegó el núcleo del misterio: Soy patrona de esta región. Hagan valer mis derechos.

San Nicolás es escenario de una de las peregrinaciones marianas más importantes del país (Fundación Ninawa Daher)

Este título, olvidado en el tiempo, remitía a la advocación de Nuestra Señora del Rosario, declarada primera patrona del curato de los Arroyos en el siglo XIX. El 27 de noviembre de 1983 —día de la Medalla Milagrosa y comienzo de la novena a San Nicolás—, el padre Pérez hizo un descubrimiento providencial. Recordando la descripción de Gladys —una mujer de porte regio, con manto azul y manos entrelazadas en oración—, subió al campanario y halló la imagen de 1884, empolvada y deteriorada, sin una mano ni rosario. Llevó a Gladys allí, quien la reconoció al instante como la figura de sus visiones. En ese momento, la Virgen se manifestó ante la estatua y le dijo: “Me tienen olvidada, pero he resurgido. Pónganme allí, porque me ves tal cual soy”. La primera restauración inicial corrió por cuenta de la señora Alicia Cowan, quien devolvió su esplendor a la escultura.

La noche del 24 de noviembre, Gladys guió a un grupo —incluyendo al padre Pérez— al sitio elegido por la Virgen para el nuevo templo, un predio humilde conocido como “el campito”, a pocas cuadras de la catedral. Al señalar el lugar, un rayo intenso de luz descendió, hundiéndose en la tierra como un sello divino. Una niña de nueve años, testigo ocular, corroboró el prodigio. Tres meses después, el fenómeno se reiteró, atrayendo la atención eclesial. Monseñor Castagna, obispo desde 1984, inició una investigación canónica exhaustiva, involucrando teólogos, médicos y psicólogos. El 19 de marzo de 1989 se bendijo la primera etapa del santuario y se trasladó la imagen desde la catedral con pompa litúrgica, presidida por el padre Pérez como primer rector, asistido por los padres Pablo Montero (benedictino) y Hugo Detto.

Diseñado para 8.000-9.000 fieles de pie, el templo incorpora planta baja, entrepisos especiales, terrazas y explanadas para eventos al aire libre. Su cúpula, de 24 metros de diámetro interior (27 exterior), comprende 64 gajos de hormigón armado, revestidos con placas de cobre en forma de bandejas, visible desde toda la ciudad. La construcción avanzó en fases: piedra fundamental en octubre de 1987; habilitación provisional en 1989, con nave central, cuerpo delantero, criptas anterior y posterior; segunda etapa en febrero de 1990, culminando la cúpula en 1999; y techado del ábside y crucero en 2006. El interior se inauguró íntegramente el 25 de mayo de 2014, un hito de fe comunitaria.

Gladys continuó recibiendo apariciones y mensajes, divulgados con autorización episcopal. Temas recurrentes: conversión, oración, eucaristía y paz. Fenómenos extraordinarios jalonaron el proceso: la “danza del Sol” (visión directa del astro sin encandilamiento), rosarios luminosos en puertas de casas, aromas a rosas en los campos circundantes. Se acuñó una medalla similar a la de la Rue du Bac, inspirada en la visión de Catalina Labouré.

En agosto de 1990, el mariólogo francés René Laurentin visitó San Nicolás, analizando los eventos y publicando Una llamada de María en Argentina: las apariciones de San Nicolás (163 páginas), validando su autenticidad histórica y teológica. El sucesor de Castagna, Monseñor Mario Luis Bautista Maulión (auxiliar de Rosario, transferido por Juan Pablo II el 8 de mayo de 1995, posesión el 9 de julio), gobernó hasta 2004. Luego vino Monseñor Héctor Sabatino Cardelli (de Concordia, transferido por Juan Pablo II el 21 de febrero de 2004, posesión el 1 de mayo), quien profundizó la devoción. El 25 de mayo de 2009, coronó solemnemente la imagen ante multitudes. Tras invocar: “Del mismo modo que por nuestras manos te coronamos en la tierra, así merezcamos que Cristo nos corone de gloria en el Cielo…”, depositó la corona —obra del orfebre Juan Carlos Pallarols, forjada en 14 meses con plata incrustada de oro, donaciones de joyas devotas bendecidas por Benedicto XVI—. La muchedumbre estalló en aplausos y vítores, un éxtasis colectivo.

Diseñado para unos 9.000 fieles, el templo de San Nicolás se inauguró en 2014, a casi 28 años de colocada la piedra fundamental (NA)

Trágicamente, el 22 de noviembre de 2012, las coronas de la Virgen y el Niño fueron robadas, sin recuperación ni culpables identificados. El 22 de mayo de 2016, en una misa para peregrinos, Cardelli promulgó el decreto de aprobación: “En virtud de todo lo afirmado, y como obispo diocesano facultado para este tipo de pronunciamiento; motivado por un sentido de conciencia justa, decreto con certidumbre moral, buena intención y esperanza; cumpliendo los requisitos del discernimiento sugeridos por la Santa Sede; buscando la mayor gloria de Dios y el bien de nuestra Iglesia; invocando el nombre de Dios Altísimo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, el nombre de María del Rosario de San Nicolás, el de su esposo San José, reconozco el carácter sobrenatural de los felices acontecimientos con los que Dios a través de su hija predilecta, Jesús por medio de su Santísima Madre, el Espíritu Santo por medio de su dilecta esposa, ha querido manifestarse amorosamente en nuestra diócesis”.

Este veredicto diocesano se basó en los criterios de discernimiento delineados por Benedicto XVI: 1) La persona del vidente (integridad de Gladys, evaluada por sacerdotes, médicos, psicólogos y psiquiatras); 2) El contenido de la visión (coherente con la doctrina cristiana, sin contradicciones dogmáticas); 3) La naturaleza o forma de la aparición (manifestaciones luminosas, sin alucinaciones); 4) La finalidad (fomentar conversión, oración y unidad, no lucro ni sensacionalismo). La autoridad recae en el obispo local, quien vela por la piedad fiel; la Congregación para la Doctrina de la Fe ofrece sugerencias, no aprobaciones directas. La Iglesia Católica enseña que la revelación pública cesó con la muerte del último apóstol, conteniendo todo lo esencial para la salvación. Revelaciones privadas, como apariciones marianas, son posibles, pero no obligatorias; históricamente, han suscitado indiferencia, desaprobación o rara aprobación. No alteran dogmas; un católico puede creer o no en ellas sin menoscabo de su fe. La devoción mariana es de hiperdulía —veneración como mediadora ante Dios, no adoración divina—. La Virgen intercede, no obra milagros directamente. Imágenes como la de San Nicolás son recordatorios afectivos, no ídolos; besar una estatua es como besar una foto de un ser querido ausente, expresión de cariño, no idolatría; todos saben que es un trozo de yeso o madera o una pintura, y nada más.

Monseñor Cardelli fue sucedido por Monseñor Hugo Norberto Santiago (de Santo Tomé), quien tomó posesión el 11 de noviembre de 2016. En marzo de 2017, vía video, anunció que, con autorización vaticana, cesarían la difusión de nuevos mensajes a Gladys, preservando los aprobados. Esto subraya la cautela eclesial: fenómenos privados no son esenciales, sino útiles en contextos históricos para avivar la fe. Desde 1983, el 25 de septiembre atrae multitudes: 400.000 en 2003, con grupos porteños caminando 240 km; 500.000 en 2013, por el 30 aniversario. Hoy, supera el medio millón anual, de Argentina y países limítrofes, peregrinando al santuario. No fue erigido ex profeso, como en Lourdes o Fátima, sino que la Virgen adoptó el nombre de la ciudad preexistente, invirtiendo el paradigma de Luján.

María del Rosario de San Nicolás emerge como faro de unidad y concordia en tiempos turbulentos. Su mensaje unificador, eco de las Bodas de Caná, resuena: “Hagan todo lo que Jesús les diga”. En un mundo fragmentado, esta devoción invita a la obediencia filial, la oración incesante y la eucaristía como puentes al divino. San Nicolás, cuna de pactos nacionales y apariciones celestiales, teje historia profana y sagrada en un tapiz eterno, donde la fe no conquista tierras, sino corazones. La Virgen, resurgida del olvido, llama a sus hijos a redescubrir el Rosario como arma espiritual, patrona regional que trasciende fronteras, recordándonos que la verdadera peregrinación inicia en el alma.