Hace tres años intentaron matar, con una bala que no salió, a Cristina Fernández de Kirchner. En ese entonces vicepresidenta de la Nación, dos veces Presidenta con mandatos cumplidos. Senadora nacional, diputada nacional. La principal referenta del justicialismo. La dirigenta más importante de la historia política Argentina desde la recuperación de la democracia en 1983. Hace unos meses, intentaron matarla de nuevo , con un fallo que si salió. Y si bien el fallo si salió, digo que intentaron porque Cristina está condenada, está presa y está proscripta de por vida, sin embargo, esta en el centro de la escena política y como dijo ella mas de una vez, no necesita cargos ni investiduras para hacer política y conducir el espacio nacional y popular.

Sin embargo, y más allá de los sentimientos que genera en la sociedad la figura de Cristina, más amor, menos amor, admiración, rechazo, no podemos naturalizar el odio y la violencia política. El 1 de septiembre del 2022 fue un día triste para la democracia y para la sociedad Argentina. Y fue un día que dejo en evidencia que estábamos en la antesala de un deterioro institucional sin precedentes del 83 a esta parte. Quienes en ese entonces, eran parte de la oposición, no fueron capaces de repudiar el hecho, ni condenar la violencia, ni exigir justicia.

Argentina hoy es un país más violento. La violencia y el odio se encumbraron en el Poder Ejecutivo desde que Javier Milei asumió el gobierno nacional.

La violencia se materializa en hechos concretos, pero siempre es producto de un proceso. El 1 de septiembre de 2022 todos los argentinos y argentinas vimos la imagen de Fernando Sabag Montiel gatillando un revólver a pocos centímetros de la cabeza de pero ese hecho fue la condensación de años de violencia y odio que tuvieron a Cristina como blanco, con un despliegue mediático inédito en nuestro país. Tapas de revistas que mostraban a la todavía presidenta golpeada, insultos en transmisiones televisivas, artículos diciendo que estaba loca o que el duelo que había hecho por la muerte de su compañero de toda la vida era desmedido. La condena judicial fue allanada durante años con la condena mediática de los grupos comunicacionales concentrados.

Tampoco puede entenderse este hecho cabalmente sin el antecedente de la detención ilegal de Milagro Sala. No dejemos que el árbol nos tape el bosque: no se trata de nombres propios, sino de un disciplinamiento y una maquinaria que apuntará a cualquier persona que lidere un movimiento emancipador en Argentina y en América Latina. Mediante el lawfare, que tiene a la comunicación como uno de sus pilares, la derecha corrió ilegalmente de la escena política a Lula Da Silva en Brasil, a Rafael Correa en Ecuador, y a Evo Morales en Bolivia.

La llegada de Milei a la presidencia también es la materialización de un proceso de odio y violencia. Su estridencia en los medios de comunicación se basó en insultos y denigraciones a distintas figuras políticas, y su gobierno tiene la misma lógica: la crueldad. Por eso es paradigmático que mientras elimina subsidios a personas con discapacidad y niega tratamientos y medicamentos básicos para este sector tan vulnerable, su hermana pide coimas a los laboratorios que le venden estos medicamentos al Estado. Es el sálvese quien pueda, una idea de sociedad en la que el otro es el enemigo, en la que la lógica del individuo a ultranza y el afán de lucro son el pilar fundamental. Es un gobierno, además, que supo capitalizar e incluso hacer suyo el lenguaje de odio de las redes sociales. Y aquí también vale la pena dejar de lado los nombres propios: hoy es Milei, mañana puede ser cualquier otro el encargado de encabezar este espacio.

En definitiva, el intento de asesinar a Cristina y la presidencia de Milei, son dos caras de la misma moneda. Dos caras de la violencia política, que es una de las principales armas de la derecha no solo en Argentina: basta pensar en figuras como Jair Bolsonaro en Brasil, Donald Trump en Estados Unidos o el partido Vox en España, solo por mencionar algunos casos. Desde el peronismo y el campo nacional y popular tenemos el deber histórico de enfrentar esos procesos. Es menester entender su lógica para encontrar la forma de desactivarlos y poder generar un tejido simbólico y discursivo en nuestra sociedad que apunte a una convivencia pacífica y plural.

Porque naturalizar estos hechos, no solo nos convierte a todos en cómplices de la violencia política, si no, que nos condena como sociedad a seguir cometiendo los mismos errores.

A partir de esta idea, como diputada nacional, presenté en el 2022 y volví a presentar cuando perdió estado parlamentario porque no logre el consenso político necesario para que sea ley, un proyecto para declarar al 1 de septiembre como “Día Nacional de la Lucha Contra la Violencia Política”. Es una iniciativa que busca adoptar y transmitir una postura reflexiva, necesaria en una época en la que somos asediados por cataratas de mensajes de odio, insultos, fake news, videos hechos con inteligencia artificial, entre muchas otras cosas. La iniciativa apunta a la concientización, a hablar cara a cara con la sociedad y mánager viva la memoria de lo que no podemos aceptar como sociedad.

Me gusta pensar este proyecto como una propuesta abierta a que pensemos juntos, como una invitación al debate abierto del que tiene que formar parte la sociedad entera. La identidad del peronismo siempre estuvo fundada en tenderle una mano al otro, en generar comunidad allí donde antes solo había explotación, en promover la organización colectiva allí donde reinaba la exclusión y el individualismo. Lo dijo el mismísimo Juan Domingo Perón en “La comunidad organizada”: “nuestra comunidad tenderá a ser de hombres y no de bestias”. Luego agregó: “nuestra disciplina tiende a ser conocimiento, busca ser cultura. Nuestra libertad, coexistencia de las libertades que procede de una ética para la que el bien general se halla siempre vivo, presente, indeclinable”.

Nuestra tarea es levantar estas banderas en la coyuntura actual, con los desafíos políticos y comunicacionales que demandan esta época. No seamos cómplices de la violencia política naturalizándola. Usemos las herramientas de la democracia para contrarrestarla: instituciones fuertes, independientes y con credibilidad.