“Yo disfruté la fortuna de vivir al lado de la mujer del siglo XX y una de las más importantes de la historia de la Humanidad. Alguien que me enseñó que si vos sos feliz, hay que ayudar al otro a que también lo sea”. Así se presenta Roberto Augusto Devorik, porteño de nacimiento, verborrágico y memorioso, que el 4 de abril cumplió 77 años. Habla cinco lenguas y desde los 20 reside en el exterior, donde además de codearse con las celebrities más inabordables, fue asesor y confidente de la princesa de Gales, antes de que se casara con Carlos y hasta el accidente que acababa con su vida.
“… Pero en Argentina pareciera que no podemos colaborar en tal propósito, trabajar en equipo más allá del fútbol o los deportes: acá hay un individualismo de bolsillo tremendo. Por eso no viví ni vivo acá, te soy muy sincero”, agrega desde su departamento de Recoleta, casi como si lanzara una declaración de principios. Y en esencia lo es. En primera persona y para Revista GENTE, cuando la “princesa del pueblo” celebraría su cumpleaños número 65 y a casi 29 años de su muerte, el caballero de porte señorial y voz altisonante desanda las increíbles historias que compartió junto a Diana.
I: “QUIERO PRESENTARTE A LA FUTURA REINA DE INGLATERRA”

“Como si hubiese sucedido ayer, recuerdo puntillosamente aquel día de 1980 en Londres. Yo era dueño de una docena de tiendas que vendían creaciones de grandes diseñadores de la época -y de otros que todavía no lo eran- cuando sonó el teléfono en mi oficina de Bond Street. Al otro lado estaba Beatrix Miller, la legendaria editora de Vogue inglesa. Me dijo, casi sin respirar: ‘¡Tenés que venir acá ya!’. Yo estaba con abogados cerrando un contrato para abrir dos boutiques de Gianni Versace, que recién empezaba su carrera. Dudé, pero ella insistió tanto que me disculpé con todos y crucé las cuatro cuadras que nos separaban. Al entrar, vi a Beatrix junto a una chica muy alta, de aspecto tímido, que me observaba con atención. Pensé que se trataba de una asistente. Pregunté qué pasaba, y Beatrix respondió con calma: ‘No, no. Es que quiero presentarte a la futura reina de Inglaterra’ Esa joven era Diana Spencer. Charlamos más de una hora, y pronto Felicity Clark, directora de Vogue, me pidió que ayudara a la joven en la construcción de su imagen de cara a su compromiso y boda. Acepté sin dudar. No fui el único en esa tarea, pero sí el único que se volvió su confidente”.
–¿Qué se acuerda de aquellas primeras charlas?
–Que ella no tenía idea de la moda. Diana fue aprendiendo conmigo como yo aprendí protocolo a su lado.
II: “AQUEL PERFUME CON SU NOMBRE QUE NUNCA PUDO SALIR”

“Con Diana íbamos a hacer algo extraordinario: un perfume que se llamaría Children of the World( Niños del mundo), con especies fusionadas de países en desarrollo, como Argentina, Perú, Afganistán. El proyecto iba a estar en manos de Estée Lauder. La botella la diseñé yo: un globo terráqueo, con la tierra opaca y el mar cristal, coronado por un tapón con plumas. Representaba a Diana. El plan era que ella donara sus regalías a la caridad y yo ganara algo. El primer año estimábamos una venta por cuatro o cinco millones de dólares. Pero tras el divorcio, como ella no podía ganar plata con algo así, todo quedó en la nada. Y después murió”.
–¿Nunca lo pudo reflotar?
–Pedí que me devolvieran todo, incluso mis dibujos, pero la Corona se negó. Se lo quedó ella.
III: “EL TELÉFONO ROJO DE KENSINGTON”

“Con Diana la comunicación era constante. Teníamos un teléfono interno, que funcionaba como línea privada. Ella levantaba el tubo en Kensington Palace y sonaba directamente en mi casa. Lo usaba a cualquier hora, sin horarios ni protocolos: de madrugada, a media mañana, en plena tarde. A veces llamaba sólo para reírse, para compartir un chisme, para desahogarse. Ese ‘teléfono rojo’ fue nuestro cordón umbilical durante muchos años. Recuerdo noches enteras hablando de sus hijos, de la presión de la prensa, de su soledad en un matrimonio que la sofocaba. No eran charlas de princesa, sino de amiga. Me pedía consejos y se lo daba. Y cuando yo estaba abatido, era ella quien me levantaba el ánimo. Ese canal secreto nos permitió construir una intimidad única, imposible de entender desde afuera. La gente piensa en la princesa como un ícono distante, pero yo la conocí como una mujer de carne y hueso que necesitaba compañía, alguien que la escuchara sin juzgarla. Ese teléfono no era un lujo, era su refugio”.
–¿Y qué pasaba si llamaba cuando usted no estaba?
–Me dejaba mensajes eternos, como cartas habladas. Y siempre terminaba con un “te quiero”.
IV: “LA CUENTA REGRESIVA A SU SEPARACIÓN DEL PRINCIPE CARLOS Y LA DIANA SEMI SOBRENATURAL”

“Antes del anuncio oficial de su separación, le consulté: ‘¿Cuándo vas a dar a conocer la noticia?’. ‘¿Vos cuándo te embarcás rumbo a Buenos Aires?’, me preguntó ella a mí. ‘Mañana a la noche’, le dije. En Ezeiza me esperaban fotógrafos y periodistas. Yo no hice ningún comentario hasta hablar con Diana… Tres años después, en 1995, cuando vino a nuestro país, ya estaba separada y divorciada. En medio de otro estallido mediático, tomó el avión hacia acá apenas salió al aire de la CBC, el 20 de noviembre, aquella exclusiva que le concedió al periodista Martin Bashir, del ciclo Panorama, detallando las presiones transitadas durante su tiempo en la monarquía británica, de la que ya no formaba parte. La noche previa a que viniéramos hubo una gala a la que la acompañé: extraordinaria, en su ex casa, Spencer House, que ahora pertenece al gobierno. Estando ahí salió aquel programa. En ese momento Suzy Menkes, una de las más grandes periodistas inglesas me pidió, para Times: “Roberto, fue una bomba la que lanzó. Necesito hablar con ella.” Diana me preguntó si lo hacía, le dije que sí, que era una persona muy seria. Aceptó. Apenas Menkes le preguntó si con todo lo que estaba pasando no le daba temor esa noche viajar a Argentina, ella contestó: “Cuando en la vida uno dice la verdad, ¿por qué tener miedo?”. Son esas cosas que uno aprende al lado de alguien semi sobrenatural como Diana”.
–¿Qué le dejó aquella frase?
–Una lección de vida. Con ella uno aprendía a cada instante.
V: “UN CAFÉ CON INDIANA JONES”

“Harrison Ford viajó a Londres desde Estados Unidos para la première de una de sus películas. Diana no asistió porque había demasiada convulsión mediática: ya se sabía que su matrimonio con Carlos estaba en crisis y mantenía una relación con Camilla Parker Bowles. Ella, a quien la princesa apodaba ‘el Rottweiler’, era el gran fantasma en su vida de casada. Yo mismo, con algo de humor, la llamaba ‘Mister Ed’, por el caballo que habla en la serie de televisión de los sesenta. En medio de esa tormenta, aconsejamos a Diana no exponerse en la alfombra roja. Sin embargo, se produjo un encuentro inesperado. Se encontraron en una pequeña cafetería de Holland Park, muy cerca de donde vivíamos. Diana siempre había tenido debilidad por Harrison Ford. Le fascinaba como actor y lo admiraba como hombre, aunque jamás lo había visto en persona. Esa tarde, frente a un café, Indiana Jones en persona la saludó con una sonrisa. No hubo fotógrafos, no hubo testigos indiscretos. Se trató de un momento íntimo, breve, simpático. Ella nunca tuvo ‘amores imposibles’, como muchos titulares sugirieron después: simplemente tuvo amores, a secas. Y si bien le encantaba Harrison, era consciente de que con la prensa encima no podía permitirse una aventura más. Él fue correcto, un caballero, y ella lo disfrutó como quien cumple un sueño fugaz”.
–¿Indiana Jones se portó bien con ella o la invitó a alguna aventura?
–Indiana se portó bien (risas). Era una mujer con la que no te podías portar mal porque no te daba chance.
VI: “EL DÍA QUE ENTENDÍ POR QUÉ ERA LA PRINCESA DEL PUEBLO”

“En los Setenta, Giovanni Leone, presidente de Italia, nos invitó a una gala en el Palacio Farnesio de Roma. De salida, bajando las escaleras, vimos a dos chicas jóvenes con guardapolvos manchados de rojo. Asustada, Diana me pidió que averigüe. Me explicaron que no era sangre, sino salsa de tomate de la pasta que habíamos comido. Le conté a Diana. Ella se acercó, me pidió que traduzca y les dijo: ‘Quería felicitarlas por la linda noche que pasamos gracias a lo que ustedes cocinaron’. Ese gesto la definía. Los grandes te enseñan que todos somos iguales. El respeto era su medida.
–¿Ese fue el día que entendió lo de “princesa del pueblo”?
–Sí. Porque no cambió jamás. Ella trataba con la misma dignidad a un rey y a la cocinera que le preparaba la comida.
Fotos: Chris Beliera y Archivo GENTE
Videos: Mailén Ascui y Leo Ibáñez